Xarxa Feminista PV

Una por todas

Lunes 13 de agosto de 2018

Han sido los senadores de las provincias más pobres, menos habitadas, más menesterosas y más sometidas a la ignorancia que la Iglesia aprovecha, las que han cercenado el derecho a decidir sobre su cuerpo y sobre su vida a millones de hermanas argentinas

Elisa Beni 11/08/2018 - eldiario.es

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Miles de manifestantes reclaman despenalización del aborto en Argentina EFE

Hay muchos mundos, pero todos están en este. De las múltiples vidas que cada uno atesoramos, hubo una en la que yo además de ser redactora-jefe de un diario nacional colaboraba con una consultora internacional en el rediseño de diarios. Eran aquellos tiempos en los que no había discusión respecto a que la calidad mejoraba el rendimiento económico. Yo era la entrenadora de redacciones, lo que significaba que, una vez que los tacañones habían determinado el cambio en fondo y forma que precisaba un periódico, a mí me tocaba ir a conseguir que aquella redacción hiciera un nuevo producto. Un redactor-jefe es una especie de furia de la naturaleza exportable, supongo.

Así es como llegué a la redacción del Diario de Cuyo en la provincia norteña argentina de San Juan hace ya década y media. Era el tiempo del corralito y de los montoneros cortando rutas y sembrando un caos desconocido en Europa, pero no fue esa la imagen que me traje de un país convulso. No. Estando en la redacción de aquel diario, en un consejo de redacción en el que se practicaba una costumbre extraña para una “gallega”, como era pasarte el perolito del mate de boca en boca mientras se determinaba el contenido de la edición, hubo un día en el que una de las noticias que se aportaron me conmovió hasta lo más hondo. “¡Tené, una foto genial para el tema de las bebas-mamá!”, me dijo uno de los fotógrafos. Ante mí desplegó una serie de imágenes en las que se veían a tres o cuatro niñas de unos doce años con sus bebés en brazos y sentadas en primera fila frente a una pizarra. Alguna amamantaba a su crío mientras con su manita derecha copiaba unas cuentas. Se trataba de ilustrar un nuevo decreto que iba a permitir que las bebas siguieran escolarizadas después de tener a sus bebés, a esos hijos que eran obligadas a tener incluso después de haber sido violadas por sus padrastros o sus hermanos o sus vecinos.

Nunca he olvidado esa imagen tan antinatural. No eran sus muñecos ni sus juguetes. Eran unos bebés que algún hijo de puta había sembrado en sus entrañas infantiles mientras pervertía su inocencia y les robaba la infancia.

Argentina aún llora ese drama. Las mujeres aún debemos conmocionarnos por ello. Han sido los senadores de las provincias más pobres, menos habitadas, más menesterosas y más sometidas a la ignorancia que la Iglesia aprovecha, las que han cercenado el derecho a decidir sobre su cuerpo y sobre su vida a millones de hermanas argentinas. Recuerdo con pavor el peso que la Iglesia Católica tenía todavía en aquel país y, aun llegando de esta España en la que aún quedan obispos bocazas que intentan devolvernos al medievo, no recordaba sino desde mi fragmento de infancia franquista nada similar. Aún ahora el 15% de los nacimientos en Argentina son de madres adolescentes y esa cifra se mantiene al menos desde hace un cuarto de siglo.

Es un problema de niñas y mujeres pobres sometidas aún a la dictadura de un patriarcado que en el segundo mundo es aún férreo y compacto. Me gustaría restregarles esas fotos, esas vidas, a todas las que posturean con la falta de sentido del feminismo, con los derechos ya adquiridos, con la vacuidad de nuestra pelea. Una por todas. Hoy toca América Latina, que nos es tan próxima, tanto que fue nuestra segunda casa, pero son demasiados países en el mundo. Las que se apuntan al bando del perfil, las que no creen que ninguna lucha sea ya necesaria, tampoco almacenan en su retina aquellas imágenes de finales de los setenta y principio de los ochenta en las que los deslices, los fallos, los experimentos prematuros los seguían paliando las españolas con rabo de perejil y riesgo o bien con esa fortuna de un ginecólogo de pago que daba una dirección en Londres para quien pudiera pagarse el viaje, la intervención y el silencio. Salas de madrugada en las que velaban en camas parejas mujeres musitando en español sus miedos, sus silencios, sus engaños para haber llegado hasta allí evitando convertir su voluntad en delito.

Lo de Argentina pilla en otro hemisferio, pero los derechos de las mujeres están amenazados siempre. También en nuestro país. Cierto es que la influencia pública de la Iglesia ha disminuido, que apenas quedan partidos que lleven en su programa la idea de un gobierno teocrático acorde a sus normas, pero sigue existiendo una minoría ultraortodoxa muy activa que intenta llevarnos de vuelta al nuevo mundo que ya es historia en éste. El opusino Trillo y sus amigos llevaron hace diez años su grito de guerra contra una ley que es mayoritariamente aceptada en nuestro país para intentar revertir los derechos femeninos al toque de queda teológico. El opusino Ollero sigue custodiando su ponencia ultra a la espera de que algún golpe de mayoría pudiera permitirle arrebatarnos lo que ya es una conquista de las mujeres de este país. Ahí está la cuestión. Siempre habrá una espada de Damocles intentando sojuzgarnos, intentando reconducirnos, intentando negarnos nuestro derecho a ser.

Gil Tamayo, el portavoz de nuestros obispos, no ha tardado en salir a pedir al Tribunal Constitucional que nos cercene nuestros derechos cuanto antes tras ver el resultado de la votación del senado argentino. Hay muchos mundos, pero todos confluyen en domeñarnos. La relación entre una determinada religión y la oposición a una ley que no es coactiva y que recoge derechos que pueden ser utilizados o no es innegable. La ley del aborto, la del divorcio, la del matrimonio igualitario no producen ningún perjuicio a quiénes no las comparten más allá de ese deseo de imponer unas normas teocráticas a todos los ciudadanos incluso si no comparten tales creencias.

Es hora de exigir al Tribunal Constitucional que o bien declare decaído tal recurso -dado que el propio partido recurrente ha gobernado con mayoría y no ha cambiado la ley- o bien se pronuncie para que nuevos legisladores afiancen los derechos de las españolas. No queremos vivir siempre bajo la guadaña que puede cercenar nuestros derechos. Es hora de cerrar este episodio, aunque también de saber que nunca hemos de bajar la guardia.

Es una por todas. Somos todas las que lo hemos logrado por aquellas que todavía siguen muriendo.

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