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"Una máquina de radicalización masiva": la autora de ’Los hombres que odian a las mujeres’ pone palabras al mundo de la serie ’Adolescencia’

Domingo 13 de abril de 2025

El fenómeno mundial ha metido el dedo en la llaga para mostrar que no basta con hablar de "chicos perdidos" o de "crisis de la masculinidad" sin mirar las estructuras que están alimentando ese vacío.

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Imagen de Jamie, personaje de la serie de Netflix ’Adolescencia’, a 25 de marzo de 2025.Ben Blackall (EFE / Netflix)

María Martínez Collado - Madrid-12/04/2025 Público

"No hay necesidad de imaginar ese mundo: es el que habitamos. Pero igual no lo sabías, porque no nos gusta hablar de ello. No nos gusta correr el riesgo de ofender a los hombres". Esta frase aparece en las primeras páginas del libro Los hombres que odian a las mujeres. Incels, artistas de la seducción y otras subculturas misóginas online (Capitán Swing), de Laura Bates. Y, aunque desde luego que no de manera textual, sí que contiene unas cuantas ideas que han subyacido en buena parte de los comentarios que se han pronunciado este último mes sobre la serie Adolescencia (Netflix). El fenómeno mundial ha removido a más de una familia y, seguramente, más de dos conciencias, pues ha metido el dedo en la llaga para mostrar que no basta con hablar de "chicos perdidos" o de "crisis de la masculinidad" sin mirar las estructuras que están alimentando ese vacío.

Bates lleva años estudiando y denunciando estas dinámicas y, a propósito de la serie, ha compartido con Público algunos de los factores que parecen estar favoreciendo esta deriva entre los chavales: "Hay algunas señales que podemos destacar, como el cierre de espacios comunitarios presenciales, la falta de apoyo y financiación suficiente en salud mental para los jóvenes", dice. Sin embargo, matiza que el problema de fondo va mucho más allá. "El factor mucho más grande que impulsa el adoctrinamiento de jóvenes hacia estas ideologías es la radicalización algorítmica", asegura Bates.

Lo que antes ocurría en los márgenes, en foros oscuros y de difícil acceso, en subculturas marginales, hoy se multiplica de forma exponencial gracias a plataformas como TikTok, YouTube o Instagram. "Ahora tenemos las redes sociales actuando como una máquina de radicalización masiva que empuja a millones de jóvenes hacia ideologías verdaderamente peligrosas y dañinas, generando beneficios para multimillonarios obscenamente ricos que no enfrentan consecuencias ni regulación significativa", denuncia la escritora feminista.

Bates reconoce que, aunque existen buenos referentes masculinos en el espacio público —menciona a Andy Murray, Gareth Southgate, Héctor Bellerín, Jordan Stephens o Daniel Radcliffe—, lo más influyente para los muchachos son los hombres cercanos: "Es mucho más probable que se vean influidos de forma significativa por hombres que ya conocen, admiran y con los que tienen una relación, como familiares, entrenadores deportivos, profesores, líderes juveniles, etc".

En este terreno fértil para el discurso de odio, la falta de modelos emocionales masculinos saludables cobra una dimensión especialmente. Esta problemática se encarna en la serie en muchos lugares; uno de ellos, el padre del protagonista. Su personaje se presenta como una figura llena de tensiones internas, contradicciones y silencios que resultan llamativamente elocuentes. Su figura parece responder al molde clásico del proveedor emocionalmente distante. Presente, pero no siempre acogedor.

A medida que la serie avanza, sin embargo, se van depurando otras capas de su carácter. Un hombre que carga con su propio pasado, su intento a medias de ser mejor que su propio padre, y una diatriba constante por entender a sus hijos sin desmoronarse en el intento. En muchos sentidos, este personaje recrea una suerte de tránsito generacional: el paso de un modelo rígido, macho y vertical, hacia uno más aparentemente abierto, sensible, aunque, cómo no, lleno de dudas.

En el último capítulo, de repente, toda esa tensión acumulada se deriva brusca, agitada, violenta. Se rompe esa suerte de ilusión de cierta estabilidad emocional que, por otra parte, ya se había advertido a los espectadores en el capítulo anterior. El propio hijo, durante la sesión con la psicóloga, hace un relato de su padre donde la violencia parece estar silenciada, y no porque no se describa, sino porque ni siquiera se reconoce. Esa naturalización, tan resignada, es a su vez una muestra muy poderosa del daño estructural al bajo el cual se despliega y donde no sólo es importante lo que se hace, sino lo que no se cuestiona. La asimetría que se dibuja respecto al retrato que el joven realiza de la madre es igualmente llamativa. Si al primero se le protege bajo una capa de comprensión cultural, en la segunda son todo singularidades.

Pero ¿qué hacer con el dolor y la frustración que muchas veces se convierten en el punto de partida de estas comunidades radicalizadas? El discurso incel suele enmarcarse como una respuesta al rechazo, al aislamiento, al sufrimiento no reconocido. Teniendo esto en cuenta, para Bates la respuesta no está en el castigo o la reprenda, sino más bien en el acompañamiento: "Necesitamos urgentemente más apoyo en salud mental para jóvenes de todos los géneros, así como espacios presenciales significativos donde puedan encontrar formas saludables de comunidad, pertenencia y propósito".

Y no se queda ahí: pide una regulación urgente de las grandes plataformas tecnológicas. El ejemplo más alarmante lo da con Andrew Tate, figura abanderada del discurso machista y violento en internet, cuyo contenido ha sido promovido hasta alcanzar más de once mil millones de visualizaciones. "Debería haber una regulación mucho mayor de estas plataformas y una rendición de cuentas por los daños que están generando en el mundo real. Actualmente solo existe impunidad y beneficios económicos", lamenta. En concreto, Bates propone regular estas plataformas "del mismo modo en que responsabilizamos a otras empresas por la seguridad de sus productos cuando son consumidos por el público general".

El diagnóstico no deja mucho margen para la neutralidad, tampoco en las escuelas, colegios e institutos: "Necesitamos enseñar a los niños, desde la primaria y de forma apropiada a su edad, conceptos como alfabetización digital, escepticismo ante las fuentes, equidad de género, estereotipos, respeto, relaciones saludables". Pero esto, dice, no puede caer únicamente sobre las espaldas del profesorado. Hace falta inversión real, formación y apoyo institucional: "Esto no debería considerarse un gasto, sino una inversión en la salud y seguridad de nuestros hijos".

En cuanto a la cultura que consumimos, Bates celebra que haya hombres dispuestos a crear obras que hablen de estos temas: "Es muy valioso y da lugar a conversaciones muy importantes". Pero también lanza una crítica a los sesgos que inevitablemente emergen también en las creaciones cinematográficas y que se pueden observar si nos detenemos a analizar en qué se pone atención y en qué no, esos lugares que a priori se nos presentan siempre con mayor opacidad, dificultad, reticencia, inquietud que el resto: "Es revelador que nuestra sociedad preste atención cuando empezamos a hablar de cómo estos temas afectan a hombres y niños, pero nos cuesta mucho más comenzar una conversación sobre la epidemia de violencia y abuso que enfrentan a diario las niñas en las escuelas y las mujeres en la sociedad en general", opina.

Sobre la propia serie, reconoce su valor: "Me pareció una obra cinematográfica brillante que abordó de forma excelente muchos temas sobre la masculinidad, la paternidad, la adolescencia y la sociedad, y ha iniciado una conversación vital sobre estos temas". Aunque no se corta al mostrar su desacuerdo con el enfoque narrativo que se construye de la comunidad incel y misógina como mera consecuencia o reacción: "Hay algunas inexactitudes realmente frustrantes —especialmente el enfoque que plantea que los chicos cometen actos violentos porque las chicas los acosan o maltratan, lo cual no representa en absoluto lo que estamos viendo actualmente en los centros educativos entre los jóvenes".

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