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Tres respuestas al manifiesto de Deneuve

Miércoles 17 de enero de 2018

El escrito plantea una crítica que ignora el marco de relaciones de poder que está siendo impugnado de modos muy diversos en distintas partes del mundo

Silvia L. Gil CTXT 15-01-2018

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Las 100 mujeres que firman el manifiesto encabezado por Catherine Deneuve y la escritora Catherine Millet plantean una crítica que ignora el marco de relaciones de poder que está siendo impugnado de modos muy diversos en distintas partes el mundo. Asistimos a un enorme movimiento tectónico en el que está en juego un cambio de paradigma. Es como si se diese una intuición colectiva, no ideológica, sino más bien experiencial, en torno al agotamiento de algunos de los pilares y presupuestos civilizatorios que han generado un modelo de vida insostenible –”perdonen las molestias, nos están matando”, se decía en México el #24A, la movilización más grande y plural de este país contra de la violencia–. Una de las facetas más importantes de este agotamiento es el rechazo de las imposiciones de género –consustanciales al modelo civilizatorio–: desde el acoso a la injusta asignación del trabajo de cuidados en el capital, pasando por las desigualdades o la ausencia de representaciones no masculinizadas –en el arte, la ciencia o la filosofía–.

El manifiesto hace algo peligroso al extraer el debate del acoso del marco de relaciones de poder en el que se había logrado inscribir –por primera vez en la historia como sentido hegemónico–. Y, por otro lado, ignora intencional o inconscientemente el enorme proceso de cambio en marcha que: a) recién comienza a desplegarse, por lo que no existe una postura feminista prefigurada (es más: cuando señalamos “ese feminismo”, ¿a qué nos estamos refiriendo en un mundo globalizado atravesado por las diferencias?); b) las mujeres que están denunciando acoso no son siempre cercanas al feminismo, simplemente viven el hartazgo de una situación y se apropian de las herramientas disponibles para expresarlo –y las reinventan–; c) no es solo Hollywood, sino millones de mujeres en el mundo movilizándose de maneras diversas y en contextos muy distintos que deberían considerarse antes de hacer apreciaciones ligeras; d) y no se trata solo del acoso: también del universo simbólico y económico en el que tiene lugar las relaciones de género y son significados los cuerpos.

2.

El proceso de impugnación viene sucediendo desde hace varios años en los países del Sur. Hollywood lo dispara en los medios. Muchas mujeres famosas denuncian abusos. Oprah hace un discurso muy funcional para el momento, pero también encarnado: se extiende como la pólvora. Busco con ahínco el victimismo que se critica y encuentro dos cosas: descripción de una realidad que no se suele enunciar y que para muchas supone autodescubrimiento de un problema común y, junto a esta denuncia, empoderamiento –dicen: “El cambio ya está aquí con nosotras”–. También busco pistas de la supuesta guerra contra los hombres. Pero el discurso de Oprah los incluye en el mundo que prefigura: “Es un tiempo nuevo para todxs”. Entonces, ¿de dónde surge la necesidad, en este momento extraordinario de impugnación, de insistir en algo que ni siquiera es evidente en los últimos acontecimientos y que refuerza una lectura sesgada del proceso en marcha? ¿Por qué el acuerdo general casi automático en esta crítica que ha dado la vuelta al mundo? El manifiesto de las francesas toca con una resistencia enorme a lo que se está tratando de transformar. Pero también es síntoma de que el cambio no va a dejar de suceder.

3.

Entonces, ¿significa esta postura que no podemos hacer preguntas, que el debate está cerrado? Al contrario, pero quizá es importante pensar desde dónde las hacemos. Algunos apuntes sobre las críticas que las francesas lanzan:

El peligro de ser solo víctimas: En efecto, los movimientos de contestación siempre corren el riesgo de constituirse de manera identitaria, ser fijados y adquirir su sentido enfrentados a un Otro. Necesitamos estrategias permanentes para fugarnos de esos lugares, también en el feminismo. Estrategias que debemos inventar cuidadosamente y no dar por supuestas. Pero es muy diferente cuando este problema se plantea como acompañamiento de un proceso de cambio que como freno. En el manifiesto de las francesas, subyace un terrible “chicas, dejen de histerizar por cualquier cosa”. Que es la consigna de la pospolítica.

¿Esto cierra el debate de las distintas formas y niveles de violencia? No, éste es necesario, pero no puede surgir desvalorizando ninguna de ellas ni menospreciando el contexto en el que tienen lugar: no es lo mismo una violación que rozar una rodilla; sin embargo, en México, si te rozan una rodilla en determinada situación puede significar peligro. También es importante saber quién te toca la rodilla y en qué marco institucional o laboral sucede. Por no decir que las mujeres ni siquiera reconocemos muchas veces la violencia. Todas tenemos recuerdos traumáticos de la primera vez que nos hicieron o dijeron algo y no supimos qué era eso hasta mucho tiempo después.

¿Se está provocando una polarización entre hombres y mujeres? Aquí viene bien recordar que las identidades no preexisten y que lo que están en juego son relaciones entre los géneros. Esto es una buena noticia porque abre la posibilidad de repensar la masculinidad. Pero no puede haber cambio sin voluntad de recorrer un cierto camino crítico. Solo desde ahí, y sabiendo que no contamos con recetas definitivas, podremos relacionarnos de otro modo, entender los cuerpos de manera diversa con múltiples deseos circulando más libre e igualitariamente. Pero, en este debate, no se aprecia preocupación por cómo hacer con esto y sí por la posibilidad de que los hombres no se expresen libremente. Paradójicamente, esa libertad nos devuelve a la fijeza de un deseo presentado como inamovible.

Por último, ¿estamos defendiendo con ingenuidad un sujeto autotransparente y comunicable? En la vida cotidiana, a pesar de la imposibilidad e incertidumbre que impone el deseo, suelen reconocerse criterios con los que movernos. Por eso charlamos, flirteamos o seducimos en muchas ocasiones sin mayor problema. Esto no zanja el problema que impone el “no-saber”, que es en buena parte irresoluble y por lo que debemos siempre interrogarnos acerca de las situaciones que habitamos. Pero esto no puede ser argumento para ignorar lo que sí sabemos y se puede hacer: a muchos hombres nunca les dijeron que era importante leer las señales de otros cuerpos tanto o más como atender su propio deseo. No se reclama simple autotransparencia –consentimiento racional y puritanismo–, sino que el deseo masculino deje de ser referencia autocircular. Esto es un prerrequisito para que se movilicen realmente otros deseos y no vivamos con temor.

Todas estas preguntas son importantísimas, pero planteadas como parte del proceso de cambio y no como contraofensiva que advierte el exceso que implica. Debate sí, mucho, pero que la lógica que lo mueve no sea funcional a paralizar la transformación.


Silvia L. Gil es feminista y profesora/investigadora de Filosofía. Es autora de Nuevos Feminismos. Sentidos Comunes de la dispersión (Traficantes de Sueños) y participa en distintos procesos de pensamiento y acción colectiva entre México y España.

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