Xarxa Feminista PV

Trabajo azul; príncipe fijo

Martes 24 de noviembre de 2015

Las jóvenes nos creímos aquello de que si nos formábamos íbamos a tener las mismas oportunidades que los hombres y que eso es la liberación femenina

Las que de alguna manera nos libramos de la ideología del amor romántico, nos vemos atrapadas en la ideología del éxito profesional

María Castejón 10/11/2015 - Pikara

Me levanto todos los días y lo primero que hago es mirar el correo para ver si me ha escrito. Y me paso todo el día actualizando esperando su mensaje. Ni qué decir que lo mismo me pasa con el whatsapp. Mi madre me pregunta constantemente si he conseguido uno. En las comidas familiares todo el mundo me mira con lástima y me sonríe con cierta pena porque yo no tengo uno. Mis amigas no hacen más que hablar de los suyos cuando estoy con ellas y me siento excluida.

Sigo sin trabajo estable ni fijo. Toda mi existencia gira alrededor de conseguir encontrar un trabajo estable que me permita ser independiente económicamente y me de cierta estabilidad laboral y personal. Todos los días me levanto y me pego un buen rato buscando ofertas a las que o bien no me puedo presentar o nunca me llaman. Me desespero un poco y pienso en cómo coño voy a pagar las facturas. Ansiedad.

No voy a eternizarme con las penas de la precariedad de una historiadora experta en género y con una huella digital considerable, más allá de constatar que se trata de una situación muy jodida. No voy a hablar de la angustia constante de vivir así, voy a hablar de la inevitable sensación de fracaso que a veces me invade. De ese fracaso que llevo pegado a mi cuerpo y que se agarra a mi ser, mucho más allá de la precariedad que siempre considero transitoria aunque ya va para endémica.

Las que fuimos a la universidad en los noventa y sentimos que estábamos dinamitando el patriarcado nos encontramos una vez fuera de la burbuja universitaria de bruces con la realidad. Nos ha costado definir y asumir aquel espejismo de la igualdad. Nos ha costado asumir lo del mercado laboral capitalista y machista. Nos creímos aquello de que si nos formábamos íbamos a tener las mismas oportunidades, y sobre todo nos creímos que toda la liberación personal y feminista venía de nuestra presencia en el ámbito público.

El éxito de la mujer trabajadora y preparada se ha convertido en una meta que no hemos alcanzado y que nos está haciendo sufrir mucho en lo personal. Las que de alguna manera nos libramos de la ideología del amor romántico, nos vemos atrapadas en la ideología del éxito como mujeres, en el espejismo feminista de conquistar lo público. Y dependemos del reconocimiento laboral como la que depende del reconocimiento social que da tener una pareja.

Me siento una mujer fracasada porque no tengo un trabajo "normal"

Me siento una mujer fracasada porque no tengo un trabajo "normal". Me siento presionada en primera instancia por mí misma - y es que no me doy tregua- y me siento presionada por mi entorno social. Se trata de sentimientos y pensamientos difíciles de definir pero que se asemejan mucho a la necesidad de tener un novio para sentirte del todo plena.

El trabajo fijo es el mito del príncipe azul para muchas de nosotras, que cansadas, hartas y defraudadas no dejamos de chequear el correo esperando a que llegue. Esperamos y nos creemos como tontas que en algún momento alguien nos llamará para trabajar y se solucionaran todos nuestros problemas, como si realmente las cosas funcionaran así.

Decía la Agrado en Todo sobre mi madre que una es más auténtica cuanto más se parece a lo que soñó de sí misma. Lo hemos conseguido, pero ser auténtica o tener mucho prestigio da mucha satisfacción personal pero todavía no paga la hipoteca. Que mucha gente te lea en las redes, siga tu blog, te invite a salir en la tele, a colaborar en medios como voz autorizada no implica que ni siquiera llegues al salario mínimo interprofesional o que puedas pagar la cuota de autónoma.

Y aquí nos encontramos, navegando a muerte que diría Rosendo, en una situación compleja, surrealista, que puede rozar la esquizofrenia, en tierra de nadie, sin apenas referentes para enfrentar esta realidad que nos aplasta y que normalmente llevamos en silencio. Y encima no dejamos de sentirnos culpables. Hay que joderse.

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