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Surrealismo y locura: Leonora Carrington y Unica Zürn

Miércoles 8 de noviembre de 2017

Ana Belén Herrera de la Cruz Pikara 31-10-2017

Estas dos artistas se valieron de cuentos, poemas, dibujos y relatos explícitamente autobiográficos para hacer frente a sus problemas de salud mental y señalar a las clínicas psiquiátricas como centros de castigo para conductas sociales “desviadas”. Se mantuvieron en los márgenes de un movimiento surrealista que seguía reservando para las mujeres el papel de musas y de amantes, no el de compañeras de trabajo.

Pensé que fui surrealista, pero no lo fui. Yo nunca pinté sueños. Yo pinté mi propia realidad.Frida Kahlo

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‘Las distracciones de Dagoberto’, obra de Leonora Carrington
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‘Sin título 2’, obra de Unica Zürn.

Cuando André Breton escribió Nadja, en pleno apogeo del surrealismo, utilizó el relato de su relación real con una mujer que experimentaba alucinaciones, la Nadja del título (cuyo nombre real era Léona Camille Ghislaine), para acabar de construir una definición del movimiento vanguardista que ya había comenzado en El manifiesto surrealista. Para Breton, Nadja reunía, por sus problemas mentales, las singularidades más apreciadas por el surrealismo: la libertad, la transgresión, el poder de lo irracional, el azar. Se sintió tan impresionado por la personalidad de Nadja que la inmortalizó en un libro, sin embargo, esa tendencia a la realidad alternativa que tanto le atraía de ella, le llevó a terminar con la relación. Una cosa era hacer arte inspirado en la locura y otra muy diferente convivir con ella. Nadja, sin apoyo humano ni financiero, acabó ingresada en un psiquiátrico, donde murió. Breton, escabullendo cualquier responsabilidad, aprovechó este hecho para denunciar las malas condiciones de vida en los psiquiátricos.

Dalí, poco después de la publicación de Nadja, propuso el método paranoico-crítico para elaborar obras de arte. Él lo definía como un “método espontaneo de conocimiento irracional basado en la objetividad crítica y sistemática de las asociaciones e interpretaciones de fenómenos delirantes”. Dalí, como Breton, nunca tuvo delirios ni estuvo loco, aunque se valiera de la locura para fabricarse un personaje propio. Para encontrar testimonios surrealistas sobre la locura desde la verdadera locura, hay que detenerse en la obra de dos mujeres en los márgenes del surrealismo: Leonora Carrington y Unica Zürn. Ambas surrealistas y locas, además de periféricas, ya que como tantos otros movimientos artísticos (¿hola, Generación del 27?), el surrealismo no admitía en su núcleo a mujeres artistas. Para los surrealistas las mujeres eran musas, amantes y uno de los temas centrales de sus obras, pero pocas veces compañeras de trabajo o artistas de primera categoría.

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Leonora Carrington

Leonora Carrington y Unica Zürn llegaron más lejos de lo que jamás llegó ningún miembro “oficial” del surrealismo. Ambas descendieron al infierno de la locura y de allí extrajeron su arte. Siguiendo las palabras de Frida Kahlo, otra artista vinculada con el surrealismo desde la periferia, ellas nunca pintaron sueños, ellas pintaron su propia realidad. Leonora Carrington y Unica Zürn se valieron de cuentos, poemas, dibujos y relatos explícitamente autobiográficos para hacer frente a sus problemas de salud mental. Las dos se explicaban a sí mismas a través de sus obras, con curiosidad, analíticas e implacables con sus estados mentales, así como ambas hicieron una descripción aséptica, desprovista de cualquier sentimentalismo, de la reacción del mundo a su locura y del rechazo que esta provocaba. También del uso de las clínicas psiquiátricas como centros de castigo por conductas sociales “desviadas”, centros que estaban atestados de mujeres, pues eran ellas las que eran (son) juzgadas con más ligereza como locas por su “falta de compostura” (la mujer loca o histérica frente al hombre excéntrico).

A Leonora Carrington le metió en el psiquiátrico su padre, un rico empresario inglés, en una época en la que no había limitaciones para el ingreso involuntario de pacientes. Ella había sufrido una crisis psicótica durante su viaje de Francia a España, huyendo la de la ocupación nazi y buscando un salvoconducto para librar de la cárcel a su amante, el pintor surrealista Max Ernst. En Madrid veía símbolos ocultos por todas partes, sentía que la realidad le habla de ella misma, que estaba conectada al mundo por el estómago. Necesitaba deshacerse de las coacciones sociales, de su padre y de Max, dos sombras que le perseguían con insistencia. Tras ser rechazada por sus contactos en la capital del recién estrenado régimen franquista y ser violada por unos militares, la enviaron a instancias de su padre a una clínica psiquiátrica de Santander, donde permaneció recluida un año. Durante ese tiempo la mantuvieron drogada, la mayoría de veces atada y desnuda. Cada vez que se rebelaba le daban una dosis de Cardiazol, una droga que provoca convulsiones epilépticas. Al año se la llevaron a Lisboa, donde pretendían embarcarla hacia un nuevo centro psiquiátrico en Sudáfrica, pero Carrington logró escapar y se marchó a México, donde vivió hasta su muerte. Ese año de sufrimiento marcó toda su obra posterior, simbólica y visionaria, y dejó una narración autobiográfica casi quirúrgica de su encierro: Memorias de abajo.

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Unica Zürn

Unica Zürn también sentía que era perseguida por la sombra de su padre y de su amante. De su padre, porque éste desapareció tras un divorcio y la dejó con una madre insensible y un hermano que la violó. De su amante, el fotógrafo surrealista Hans Bellmer,De su amante, el fotógrafo surrealista Hans Bellmer, al que le unía una relación sadomasoquista tóxica y que la usaba como modelo para realizar sus poupees, muñecas deformadas en las que cosificaba el cuerpo de la mujer. La esquizofrenia de Unica Zürn la llevó a recorrer un buen puñado de centros psiquiátricos en Berlín y París, y a tratar de exorcizar sus demonios a través de poemas y cuentos fantásticos, de dibujos sobre seres nacidos de sus delirios, también de anagramas (palabras que se transforman en otras palabras) que realizaba a partir de frases que encontraba en carteles o diarios. Como Leonora Carrington, sentía que el mundo la tenía como centro y que le enviaba mensajes encriptados que ella debía resolver. Las dos obras que reflejan mejor su sentir son Primavera sombría, en la que narra su brutal despertar sexual en la adolescencia y El hombre jazmín, que es la crónica de sus sucesivos periodos de enfermedad mental. Unica Zürn consideraba que su esquizofrenia era, a la vez que una fuente de dolor, una buena oportunidad para alcanzar territorios de la realidad más allá de la monotonía ordinaria. Aun así no pudo controlar su enfermedad y se suicidó tirándose de una ventana, delante de Bellmer

Tanto Leonora Carrington como Unica Zürn conocieron a André Breton, el autor de Nadja. Carrington coincidió con Breton en París y luego en México, donde este se exilió como muchos otros artistas vanguardistas que vivían en el París de la Segunda Guerra Mundial. A André Breton le fascinaban los relatos de la artista sobre su experiencia con la locura, y le influyeron en su propio arte. Pero aunque el “jefe” del surrealismo valoraba la obra de Carrington y llegó a incluirla en su Antología del humor negro, en la que solo aparecían dos mujeres (Leonora Carrington y Gisèle Prassinos), solía referirse a ella como “hechicera”, concepto surrealista que como “maga” o “mujer-niña”, relegaba a la mujer al papel de arquetipo sexualizado. En cuanto a Unica Zürn, Breton llegó a ella a través de Hans Bellmer, pero nunca la consideró “del grupo”. El surrealismo siempre presumió de revolucionario, de impulsor del valor de lo irracional por encima de lo racional, de buscar la libertad total en la vida personal y en el arte, pero para encontrar estos valores en estado puro hay que escarbar, desempolvar a artistas que, como Leonora Carrington y Unica Zürn, quedaron en su momento en un segundo plano. Para el resto, parece que este carácter revolucionario se quedó en poco más que pose estética.

Palabra de Leonora Carrington:

Cuando miraba los carteles de la calle veía no solo cualidades comerciales (…) sino respuestas herméticas a mis interrogantes (…). En estos momentos me adoraba a mí misma porque me sentía completa; yo era todas las cosas, y todas las cosas eran en mí.

Cuando miraba los carteles de la calle veía no solo cualidades comerciales (…) sino respuestas herméticas a mis interrogantes (…). En estos momentos me adoraba a mí misma porque me sentía completa; yo era todas las cosas, y todas las cosas eran en mí.

Es evidente que, para el ciudadano normal, debía de parecer bastante extraño y extravagante: una joven inglesa bien educada saltando de roca en roca, divirtiéndose de manera irracional: no podía por menos de despertar inmediatas sospechas sobre mi equilibrio mental (…). Y al final ganaron ellos.

Palabra de Unica Zürn:

Si alguien le hubiera dicho que había que volverse loca para tener estas alucinaciones, no habría tenido inconveniente en enloquecer. Sigue siendo lo más asombroso que ha visto nunca.

¿No son nuestros pensamientos, los que son solo nuestros y no conoce nadie más, mucho más reales que cualquier realidad?

El Museo Picasso de Málaga programa desde octubre y hasta enero de 2018 una exposición de mujeres artistas surrealistas: Somos plenamente libres.

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