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Sükran Moral, Artista feminista turca

Sábado 4 de agosto de 2018

“La sociedad patriarcal detesta a las mujeres que se rebelan”

Lola Fernández 01-08-2018 CTXT

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Sukran Moral, en una imagen reciente. korhan karaoysal

Sükran Moral (Temre, 1962) es probablemente la artista turca más controvertida y popular de su generación, el equivalente a una Yoko Ono o una Marina Abramovic del Este, con obra presente en el British Museum, el V&A o el Istanbul Art Museum. El museo mallorquín Els Baluard exhibe desde el 12 de julio algunas de sus obras más potentes, entre ellas Hamán (1997), su incursión en el territorio vedado de los baños turcos masculinos, convertida hoy una de las piezas más influyentes del arte contemporáneo. Moral se enfrentó a la autoridad prácticamente desde siempre, pues su padre le negó la educación y tuvo que estudiar a escondidas. Su trabajo continúa esa rebeldía: hace jirones de las violentas estructuras de poder que relegan a las mujeres, los niños, los locos, los migrantes y a todos los etiquetados como “otros” a ciudadanos de segunda. De hecho, es la primera artista que ha posado como el Cristo crucificado en la historia del arte (en The Artist, 1994), la primera que ha entrado en un hamán y la primera que ha utilizado un prostíbulo como espacio para el arte (en Bordello, realizada en 1997, se ofreció a los clientes semidesnuda y con un cartel que ponía En venta).

Ha trabajado desde siempre sobre la relación entre mujeres, violencia y poder. ¿Por qué?

Son factores que siempre han estado entrelazados en las historias que me interesan. Sobre todo, aquellas en las que las mujeres son reprimidas por el patriarcado. Yo misma fui objeto de violencia, primero por parte mi familia y, más tarde, de la sociedad, por eso revelar la hipocresía de la violencia contra las mujeres ha formado siempre parte de mi trabajo. En 1994, la acción Matrimonio con tres se preguntaba por qué la poligamia es una prerrogativa masculina. En 2009 mostré una vagina menstruando y fue un escándalo: nuestra tradición aún permite abofetear a las niñas cuando tienen su primera regla.

Una serie de televisión turca, Fatmagül –que está alcanzando audiencias notables en un canal español– cuenta la historia de superación de una joven que sufre una violación grupal. En España, la violación, más aún la grupal, ha estado hasta hace poco fuera de la discusión pública y, más aún, de la representación en la ficción.

La verdad es que no he visto la serie: no veo la televisión desde hace 18 años. Pero creo que es una adaptación de una película de 1986 titulada ¿Cuál es el crimen de Fatmagül? Una película hermosa que en su momento fue muy polémica. Me sorprende que la cuestión de las violaciones no esté más presente en el debate público español, que no se discuta seria y abiertamente. No confío demasiado en que la televisión pueda iniciar ningún tipo de conversación útil en este sentido... De hecho, en 2016 el gobierno turco presentó una proposición de ley por la cual cualquier violador que hubiera abusado de menores podría ser perdonado si se casaba con su víctima. Fue horrible. Menos mal que las mujeres y las feministas nos opusimos vehementemente y no se aprobó.

¿Cómo ha cambiado la situación de las mujeres turcas en estos últimos años del Gobierno de Erdogan?

Siempre he insistido en que la situación de las mujeres empeora sin cesar y lo he demostrado en mis trabajos, pero nadie me ha creído. El número de mujeres que son asesinadas aumenta cada año: hemos pasado de 237 muertas en 2013, a 409 el año pasado. Somos el segundo país de Europa con mayor número de niñas casadas. A lo largo del actual gobierno, la posición de las mujeres ha ido deteriorándose: empezaron exigiendo a las mujeres que se cubrieran la cabeza en el espacio público; luego comenzaron a entrometerse con lo que llevaban puesto, si se reían o cuántos niños tendrían que tener. En los mítines, gritan que las mujeres que trabajan no pueden ser buenas madres.

¿Alguna vez se ha sentido amenazada o en peligro por denunciar esta situación? ¿No teme ser encarcelada?

A veces, los valores que están en juego son más importantes que la propia supervivencia. Uno de esos valores es la libertad o la imposibilidad de vivir según las propias convicciones. La sociedad patriarcal detesta a las mujeres que se rebelan y trata de eliminarlas de lo social, pero un artista no debería tener en cuenta esta circunstancia. Mi cárcel es no poder llevar adelante mis proyectos. Mi prisión es la censura.

¿A qué obstáculos se enfrenta ahora mismo a la hora de financiar y exhibir sus obras?

Tengo dificultades constantes tanto para exhibir como para vender mi trabajo. La censura ha aumentado considerablemente. Por eso hice público mi manifiesto Hit and Run, que consistió en una serie de performances en varias plazas y lugares públicos inesperados. Por ejemplo, en 2014 salí al balcón de una habitación de hotel en la zona histórica de Diyarbakir vestida de Hitler y estuve vociferando desde allí durante 15 minutos. Dicen que fue la primera performance artística que se realizó en la ciudad.

En la edición de 2016 de la Feria de Arte Contemporáneo de Estambul realizó también la performance Hit and Run My Heart, en la que clava en una pared blanca nueve enormes corazones de animal como protesta contra la censura, la represión y el miedo. El momento era delicado, dada la represión gubernamental que se desató tras el intento de golpe de Estado de julio de 2016 y que aún continúa...

Sí, cuando realicé esa performance aún se escuchaban las bombas por todo el país. Los periodistas siempre me preguntáis si tengo o no tengo miedo... Es una emoción humana inevitable, pero mis convicciones y el compromiso con mi obra artística son más fuertes que el miedo y más fuerte que todo. Es como un embrujo.

En 2010 tuvo que huir a Italia...

Sí, tuve que refugiarme en Roma debido a las amenazas de muerte y linchamiento que recibí por “Amemus” [una acción celebrada en la sala del teatro Casa del Arte en Estambul en la que simulaba una relación lésbica. Paradójicamente, Turquía es uno de los países que lideran el consumo de pornografía en el mundo]. Aquellas amenazas completaron, de alguna manera, mi performance. Este sistema dominado por hombres no puede ser más vulgar: ignora los abusos sexuales contra los niños, pero atacan las obras artísticas. Hasta ahí llega la hipocresía de su ética. He vivido ilegalmente en Italia durante años...

¿Qué siente cuando vuelve a Turquía y observa lo que está ocurriendo?

Me cuesta describir mis sentimientos... Siempre he vivido en un exilio, yendo de un lugar a otro a veces debido a mi trabajo y otras por necesidad. Y llevo conmigo mis decepciones.

El pasado marzo, a pesar de la constante amenaza de represión policial, pudimos contemplar a miles de mujeres y personas de la comunidad LGTBI manifestándose en Estambul. ¿Qué situación viven los y las activistas feministas?

Las personas LGTBI están viviendo momentos muy difíciles. Al Estado le encanta la fórmula de fabricar “otros”, dividir y conquistar al otro. Pero esto no puede durar mucho más. Etiquetar como terroristas a las personas que no les gustan no les hace más creíbles, al contrario. Las feministas y los defensores de los derechos de las mujeres han luchado desde siempre en mi país y continuarán luchando.

Estamos asistiendo en no pocos lugares del mundo a una estrecha alianza entre discursos religiosos y/o populistas y neoliberalismo. ¿Cómo podemos disolver el factor emocional, nacionalista, religioso, populista que tanto facilita el desmantelamiento de lo que es de todos?

No parece que haya demasiada gente en Occidente que esté pensando esta cuestión. Neoliberalismo y populismo están por todas partes. El ser humano es una criatura desesperada que trata elevarse sobre sí mismo a través de sueños ventajistas. Necesitamos educación e idealismo. Porque se confunde la sinceridad con el cinismo. Ver a tantos niños muriendo en televisión ha corrompido a la gente. Los dirigentes de mi país mezclan racismo, religión y política para gobernar. Si las personas estuvieran más familiarizadas con la filosofía, no rabiarían contra los refugiados sino contra los Estados que provocaron la guerra en los países de los que aquellos huyen. Pero la ignorancia es enorme. Luchar contra la autoridad en estas condiciones requiere muchas agallas.

Desde esa lucha, ¿en qué lugar queda Europa? ¿Hemos ayudado de la más mínima manera?

No creo en la palabra ayuda. Especialmente entre países. No creo que mujeres que llevan joyas ayuden a los niños de África. Si no hubiéramos estado comprando sus preciados recursos naturales, esos niños no estarían muriéndose de hambre. No hay ayuda posible, solo mentiras. La relación de explotación es beneficiosa.

¿Qué obras suyas podremos ver en la exposición que prepara Es Baluard?

Cuatro, dos de ellas, Hamam y Bordello, datan de 1997. Mi objetivo con Bordello fue mostrar la Estambul subterránea, la ciudad que se encuentra en gran parte en manos de una cultura de la masculinidad dominante. Por ejemplo, los prostíbulos que se abrieron durante la época otomana y que se han convertido en un elemento más de la literatura y el cine turco. Lugares donde los mismos hombres que esperan de las mujeres que sean vírgenes, compran el tiempo de las que están esclavizadas. Fui la primera y sigo siendo la única artista que ha realizado una performance en un prostíbulo. Mi objetivo no solo pasaba por mostrar cómo los hombres compran a las mujeres, sino además transformar el prostíbulo en museo de arte contemporáneo y viceversa. Intercambiar sus papeles. Me gusta enfrentarme a los tabúes rajando su estómago con una cuchilla antes de conquistarlos.

[En junio de 2013, durante las protestas que impidieron al gobierno de Erdogan arrasar el parque de Gezi para construir un centro comercial, Moral decidió recurrir a un ’topos’ clásico de la performance: cortarse con una cuchilla. Grabó una A de anarquía justamente en su ombligo, “el lugar donde se fabrican los prejuicios”].


Lola Fernández es investigadora doctoral en medios, mediaciones y feminismo de la Universidad de Oviedo (@genericidios).

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