Xarxa Feminista PV

Sudakas por el aborto legal

Jueves 31 de diciembre de 2020

"No regresaremos a la clandestinidad nunca más", gritan en las calles. No volveremos al estigma y al castigo por llevar una vida sexual libre, porque detrás de la penalización del aborto está el control patriarcal

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Decenas de mujeres celebran la legalización del aborto en Argentina

Gabriela Wiener 30 de diciembre de 2020 elDiario.es

Dicen que ayer la luna llena también se veía verde. La luna abortera brilló en el cielo del sur y el resultado es Ley. Después de conseguir media sanción de la Cámara de Diputados, la Marea Verde lo logró también en el Senado, animando un año doloroso de pérdidas y duelos; y lo hicieron tras años de lucha feminista por el derecho a decidir y gracias a sus pibas y a sus abuelitas, a su resistencia inagotable, las argentinas ya se alistan para arrancar el 2021 con aborto legal, seguro y gratuito.

"No regresamos a la clandestinidad nunca más", gritan en las calles y cómo no recordar esas intervenciones furtivas, la fría camilla, el grito ahogado, el dolor y el miedo a morir jóvenes y solas en esos consultorios mugrientos. Pero también se oye entre líneas que no volveremos al estigma y al castigo por llevar una vida sexual libre, porque detrás de la penalización del aborto está el control patriarcal de los cuerpos pero también del deseo de las mujeres.

Cómo no emocionarnos ante la imagen tan cruda como poética del adiós definitivo a la percha de ropa ensangrentada, símbolo del desgarro de nuestros úteros y nuestras vidas dejadas a mano de un Dios criminal y un Estado cómplice. En mi país todavía te puedes ir a la cárcel por abortar el feto de tu violador. Allí no todas las mujeres que quieren abortar abortan, mucho menos las menores de edad. En muchos lugares de América Latina y el Caribe las niñas y adolescentes siguen siendo obligadas a gestar y a parir, y mueren haciéndolo ante la indiferencia de esas mismas iglesias que lloran por nuestros fetos. El triunfo argentino abre el camino para las demás.

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Argentina aprueba la legalización del aborto

Hoy en las ciudades latinoamericanas, entre las mujeres y cuerpos gestantes, el aborto no es libre pero es libertario, porque durante años no ha quedado otra que construir redes de apoyo para protegernos de la cárcel, de los abortos inseguros y de la muerte. Estas comunidades feministas y aborteras se construyeron en las mismas décadas de gobiernos supuestamente liberales que solo lo fueron en lo económico, porque han sido y son cobardes para enfrentar las agendas conservadoras que han bloqueado una y otra vez que el aborto sea considerado un derecho, una cuestión de salud pública y justicia social.

Durante todo el año pandémico, cuando más vulnerables hemos sido, se ha seguido desatendiendo a miles que necesitaban abortar porque así como con la COVID ha quedado claro que la salud de las mayorías les importa un pito –que el acceso a la salud de calidad está marcado por la desigualdad–, nuestra salud sexual y reproductiva nunca ha sido una prioridad para los gobiernos. Es más, sabemos que los confinamientos no han sido un freno para violadores sexuales y agresores, al contrario. Junto a las cifras de las vidas perdidas por la pandemia, tendrán que contarse las de las mujeres desaparecidas –que solo en Perú suman ya cinco mil solo en 2020– y de las mujeres violadas. En medio de ese horror, cinco niñas son obligadas a ser madres cada día en el Perú. En aislamiento y con toques de queda, con gran parte de los consultorios y hostales cerrados y la venta de misoprostol adulterado, el infierno de abortar en la clandestinidad se agudiza y el trabajo de las acompañantes que llevan miso y cuidados se complica.

R, una enfermera abortera peruana que lleva casi 30 años realizando abortos en los Andes del Perú –su madre llevó a término 16 embarazos y ella nació cuando su mamá tenía apenas 15 años–, me contó del caso de una niña de 12 años violada por su padre, cuya madre, una mujer muy pobre, la obligó a tener el bebé después de que un sacerdote fundamentalista la convenciera de que era lo mejor. El padre violador acabó en la cárcel, la mujer y la hija, en el más absoluto abandono porque el violador al menos traía de vez en cuando algo de comer, y el cura se borró de la historia. R, que ha atendido unos mil abortos por año en la clandestinidad, fue quien me recordó que en pleno siglo XXI el aborto inseguro sigue siendo una de las principales causas de muerte materna y que "la mortalidad materna tiene rostro de adolescente pobre". Pero las iglesias fundamentalistas siguen penalizando la educación sexual y el aborto gracias a poderosos y millonarios lobbys bien instalados en las instituciones. Cuando pedimos misa pedimos miso.

Cada día hay historias tan sublevantes como la que me contó R, mientras el Estado brilla por su ausencia. Pese a todo el esfuerzo individual, colectivo y autónomo, no se puede cubrir la demanda ni hacer justicia a quienes siguen siendo carne de cañón de la falta de políticas de salud públicas o al abuso desigual y racista de éstas. Aun hoy el acceso al aborto es discriminatorio en decenas de países. Pagar un aborto para una mujer pobre puede costar lo que invierte en un mes de comida. Pueden acceder las que pagan, las clases medias y altas, no las pobres y precarias no blancas, indígenas, andino y afrodescendientes, marrones y negras, que son sometidas a otras violencias como las esterilizaciones forzadas, muy lejos de donde las chicas blancas urbanas celebran. Por eso se lucha por la despenalización, para que el derecho a decidir deje de ser un privilegio de pocas y una quimera para muchas.

Por eso, hoy en Argentina, pero es necesario que mañana veamos brillar la luna verde abortera en toda América Latina.

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