Xarxa Feminista PV

“Soy sus manos en su cuerpo”

Sábado 16 de enero de 2016

Pikara Esmeralda R. Vaquero 07-01-2016

Hablar de asistencia sexual a personas con diversidad funcional es hablar de derechos, de autonomía, de placer, de consentimiento. Este debate, que recuerda inevitablemente al de la prostitución, ha llegado también al (trans)feminismo, que el Movimiento de Vida Independiente reconoce como aliado necesario. -

Libertad y dignidad en la diversidad o, lo que es lo mismo, divertad. Este es un término acuñado desde los Movimientos de Vida Independiente para reivindicar y poner sobre la mesa que las personas con diversidad funcional tienen los mismos derechos y han de tener las mismas oportunidades que el resto de la ciudadanía. Hasta aquí todo parece más o menos claro. Pero en muchas ocasiones, para el imaginario colectivo esa lucha por la igualdad se concentra en ámbitos como la accesibilidad o el acercamiento a ciertos recursos de corte asistencialista y no se contempla una cuestión fundamental: la de la sexualidad.

El debate sobre el derecho a disponer de servicios de asistencia sexual que faciliten la vida erótica de las personas con diversidad funcional ha irrumpido en España, estimulado por el documental ‘Yes, we fuck’.

Teo Valls, asistente sexual, se limita a facilitar el derecho al propio cuerpo: “Dejo claro que no soy un amante ni un trabajador sexual”

En la cinta se muestran historias sexuales reales, con imágenes explícitas en las que relacionan cuerpos diversos percibidos como deseantes y deseables, con el foco puesto en las distintas formas de entender deseo y placer. Una de ellas cuenta la relación entre Soledad y su asistente personal, Teo, quienes deciden incluir la asistencia sexual entre las funciones de este joven trans.

El co-impulsor de esta creación, Antonio Centeno, lleva años involucrado en el activismo de la diversidad: “Cuando reivindicas un cuerpo inútil para el placer, eso incomoda mucho, porque cuestiona el montaje alrededor de la sexualidad, el modelo reproductivo y heteropatriarcal”. Sus argumentos, expresados desde la propia experiencia, reflejan una larga trayectoria de reflexión, trabajo y puesta en común. Considera que hace falta “todo un marco para una sexualidad rica”: “Nosotras ponemos las ideas y la Administración tiene la responsabilidad de facilitar entornos inclusivos y, con esas herramientas, favorecer la interacción y la visión como cuerpos sexualizado”. Pero ¿cuáles son esas herramientas que tienen que facilitar el Estado?

En las fronteras

Asistencia personal (AP), trabajo sexual (o prostitución, según las preferencias de denominación) y asistencia sexual (AS), éste último un territorio relativamente nuevo en el que convergerían funciones de ambas labores, son los ejes entre los que se mueve el acceso al sexo en la diversidad. La dificultad reside en cómo abordar el intercambio, de qué forma llegar a él. Si la asistencia personal, en cuanto a que es un servicio de apoyo y promoción de la autonomía para las personas con diversidad, ya plantea cuestionamientos sobre vínculos y límites, la figura sexual en construcción bebe de estos planteamientos y suma algunos otros.

En cualquier caso, para continuar avanzando, Antonio Centeno considera que es necesario “incorporar la asistencia sexual al debate general sobre la prostitución”. “La asistencia sexual no es un servicio que se reclame mucho, lo hago más con personas que me conocen, con las que hay un vínculo de confianza o ha habido cierta complicidad”, explica Teo Valls. Él tiene claro que su labor en este caso se limita a facilitar el derecho al propio cuerpo de la persona que no puede hacerlo por sí misma. “Lo veo como ser cómplice del placer y del deseo de alguien. Dejo claro que no soy un amante, ni un trabajador sexual ni ninguna otra cosa. Soy un medio, pongo mis manos, pero de forma muy limitada, y todo dentro de un marco. Soy las manos en su cuerpo’”.

Este acceso al propio placer es la clave de la asistencia sexual. Soledad Arnau, directora y presentadora del programa ‘Acuéstate conmigo’ y potencial usuaria de asistencia sexual, como ella misma se define, considera la sexualidad “un proceso de maduración” y ve fundamental que se establezca un debate público y abierto sobre esta figura. Su posición no deja lugar a dudas: “La asistencia sexual tiene que ser remunerada. En mis Derechos Humanos también se debe incluir el derecho a mi vida sexual y que esto esté financiado de manera pública”. Soledad Arnau y Teo Valls protagonizan el fotorreportaje de Ivelin Meza ’

Ambos ámbitos, el de la diversidad funcional y el del trabajo sexual, comparten “estigmas” porque “son dos colectivos que siguen estando privados de muchos derechos”. Las afirmaciones pertenecen a Elisa Arenas, del Colectivo Hetaira, una asociación que defiende los derechos de las trabajadoras del sexo. “Ellas siempre han atendido a personas con diversidad funcional pero es algo que se hace sin conocimiento, sin formación, de forma autodidacta: mujeres que han leído por su cuenta, han buscado información y han tenido experiencias propias”, manifiesta. Le parece necesario propiciar la discusión pública al respecto para salir del “oscurantismo” que ha rodeado a estas prácticas. “Esta forma soterrada de tratar el tema provoca que se den malas experiencias y las personas con diversidad no saben dónde acudir porque pueden ser mal atendidas”. Arenas explica que “el desconocimiento” puede llevar a que las trabajadoras del sexo rechacen determinados servicios, “por miedo a hacerlo mal o por propios prejuicios”. Añade que esta situación “provoca que muchas personas no hayan tenido oportunidades fuera del sexo de pago” y destaca, en este sentido, la importancia de que la asistencia sexual salga a la luz, de que “se normalice”.

Antonio Centeno apuesta por crear grupos “autogestionados y horizontales” para facilitar la asistencia sexual

Beatriz Gimeno, activista feminista, política y escritora, tiene una visión diferente: “Considerar que estas personas no pueden (no podemos) tener acceso al sexo, sinceramente, quizá no sea del todo realista. La mayoría han tenido acceso al sexo a lo largo de sus vidas sin necesidad de prostitución; han tenido pareja, se han enamorado y han vivido historias sexuales”. Considera que es cierto que las personas con diversidad funcional se encuentran en la categoría social de no deseables, “pero están (estamos) ahí con mucha otra gente: con gente fea o con gente gorda, entre otras”. Para ella la sexualidad es “una capacidad” y no la considera un derecho si implica a otra persona. “No tengo nada en contra de que una persona pague a otra por tener sexo, es una opción, pero sí estoy en contra de que se asuma sin más que eso es un derecho de la persona que paga; y también estoy en contra de que dicha relación se institucionalice porque entonces, cuando se asume que es un derecho del que paga, surge la obligación para quien se ve obligado a vender(se)”. Considera que no existe un derecho al sexo “más allá del derecho al propio cuerpo y del derecho a relacionarse como se quiera o se pueda con las demás personas”. Beatriz Gimeno no cree que haya diferencia entre trabajo sexual y asistencia sexual: “Me parece muy hipócrita pensar que uno no y otro sí. O los dos no, porque son lo mismo o, por la misma razón, los dos sí”.

Dejando a un lado el intercambio económico, empiezan a gestarse grupos que abordan la asistencia sexual. Sex Asistent Catalunya es un proyecto de índole teórico-académico que promueve la asistencia sexual como herramienta para el empoderamiento y la igualdad de oportunidades. Su coordinador, Rafael Reoyo, explica que entienden la asistencia sexual “como un medio para conseguir que las personas con diversidad funcional sean consideradas como sujetos de deseo”. Assex fue también otro colectivo que cobró cierta forma hace algún tiempo y cuya intención pasaba por compartir experiencias y pautas. Exceptuando ambas iniciativas, la oferta informativa, formativa o de debate resulta bastante reducida, con la excepción de algunas asociaciones, como Tandem Team, que facilitan la intermediación.

La propuesta de Antonio Centeno pasa por la creación de grupos “autogestionados y horizontales” de personas con diversidad funcional que necesitan asistencia sexual y personas que trabajan en la asistencia personal. “La idea es que los diferentes grupos lleguen a establecer una comunicación estable para contrastar y enriquecer discursos y prácticas, no con ánimo homogenizador, sino diversificador”, comenta.

De las brechas a los vínculos

“Las mujeres con diversidad tenemos menos oportunidades para ser independientes, también en el terreno sexual”, indica Soledad Arnau: “No estamos en la sexualidad dominante, nosotras no tenemos el papel de dadoras de satisfacción que se adjudica a las mujeres”. El hecho de situarse en los márgenes lleva a vivir situaciones complejas. “Nadie se cree que nosotras sufrimos violencia, pero cuando los mensajes que me llegan del imaginario colectivo son ‘Nadie me desea y nadie va a querer follarme’ se generan perversiones de todo tipo”. Arnau afirma que las personas con diversidad funcional que viven en residencias se ven frenadas en su elaboración y manifestación del deseo, empezando por una vestimenta básica y sin uniforme que no invita a expresar sensualidad. ”Incluso los profesionales te hablan de evitar las relaciones sexuales, para no tener hijos. Esto también es violencia”.

Beatriz Gimeno: “No veo que las mujeres funcionalmente diversas y con 70 años estén marcando la agenda por la asistencia sexual”

Ese menor reconocimiento de la sexualidad femenina se refleja también en la demanda y gestión de los servicios sexuales. Elisa Arenas explica que todo el trabajo del que se tiene constancia en Hetaira ha sido dirigido a hombres con diversidad funcional. Tampoco han recibido peticiones de lesbianas con diversidad funcional que soliciten servicios con mujeres. “Es un estigma más, tener una identidad no normativa es una barrera; y tenemos la de género, que ya de por sí lo atraviesa todo”, comenta. También Rafa Reoyo percibe asimetrías entre quienes se acercan a Sex Assistent: “La demanda es mayor en hombres con diversidad funcional que en mujeres aunque, por otra parte, entre las personas que se muestran proclives a ser asistentes sexuales, hay equidad de género”.

Beatriz Gimeno también critica la hegemonía de la visión masculina: “Cuando hablamos de la asistencia sexual nos referimos sobre todo a los hombres; creo que ellos entienden su deseo sexual, efectivamente, como un derecho porque históricamente el patriarcado lo ha entendido así. No veo que las mujeres funcionalmente diversas y con 70 años estén marcando la agenda política para conseguir asistencia sexual”.

Teo ofrece sus servicios a hombres y mujeres, pero hasta el momento ha realizado más servicios con ellas. “Creo que tiene que ver ser trans”, comenta. “El hecho de vivir una identidad disidente puede ser un vehículo de confianza, ya que he vivido la sexualidad como mujer y sé cómo plantearlo”. Considera que la perspectiva de género en la asistencia sexual es clave “porque es un trabajo delicado y es fácil traspasar límites y llegar a la agresión”. “Si lo hacen hombres es fundamental que vivan otras masculinidades, no quiero decir que sólo sean trans, pero sí que tengan otra concepción de los vínculos con el deseo”. Por otra parte, manifiesta que no conoce a más chicos que realicen servicios de asistencia sexual ni a personas con diversidad funcional que realicen trabajos sexuales.

El transfeminismo como crítica

La diversidad funcional puede resultar una oportunidad de transgredir los mandatos de un modelo de sexualidad muy centrado en lo genital y que marca expectativas y actitudes concretas para mujeres y hombres. Pero, si no se parte de cierta consciencia y crítica sobre ese modelo imperante, las personas con diversidad funcional intentarán reproducir el imaginario heteropatriarcal que han interiorizado. Partiendo de esta lectura, Monserrat Izquierdo, investigadora y mujer con diversidad funcional, valora las bases ideológicas que pueden aportar la perspectiva feminista “y especialmente la queer”. Izquierdo aboga por una acción política que visibilice y reivindique la diversidad corporal y la sexual, transmitiendo la información “de forma que esa realidad ignorada pueda llegar a todos los públicos”.

En este marco, las alianzas se muestran como una opción transformadora. “Estamos hablando de poder vivir el cuerpo tal como se quiere y se siente”, resalta Centeno. “El cambio que se propone desde el movimiento de diversidad funcional solo es posible desde el enfoque feminista y transfeminista. Porque no tiene sentido que reivindiques algo sin contar con el 50 por ciento de la población y porque también la lucha feminista cuestiona el sistema capacitista”.

Cuerpo, autonomía, placer, deseos, límites. Son palabras que resuenan constantemente en ambos discursos. Ahora, por fin, están convergiendo

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