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Si el Tribunal Supremo no ampara el derecho al aborto, ¿es EEUU un país libre?

Jueves 5 de mayo de 2022

Algunos dudan si Estados Unidos puede seguir llamándose una democracia ahora que el poder de adoptar políticas ha sido tomado por tribunales no electos cuyas decisiones están desfasadas e ignoran la opinión pública

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Manifestantes a favor del derecho al aborto protestan frente al Tribunal Supremo este martes en Washington. Shawn Thew/EFE

Moira Donegan 3 de mayo de 2022 Eldiario.es/The guardian

Es el peor resultado posible: según el borrador del Tribunal Supremo de EEUU publicado por Politico, una mayoría de los miembros del alto tribunal estadounidense ha votado por anular el fallo del caso Roe contra Wade y el fallo del caso Planned Parenthood contra Casey. Se espera que el Tribunal publique oficialmente la decisión durante el mes de junio, lo que convertirá inmediatamente en ilegales los abortos en unos 26 estados del país.

El borrador ha sido redactado por Samuel Alito, que dentro del ala ultraconservadora del Tribunal es el miembro más radical. Si se confirma, echará por tierra 50 años de precedentes y dará marcha atrás con una sentencia histórica que cambió profundamente la doctrina jurídica y las concepciones populares de la ley, así como millones de vidas estadounidenses. Convertirá a las mujeres en prisioneras de sus propios cuerpos y de ideas de hombres sobre lo que deben significar esos cuerpos. Hará a nuestro país más débil, más cruel, más estúpido y menos dinámico.

Algunos analistas del tribunal, en su mayoría hombres, consideraban poco probable este resultado antes de que el Tribunal escuchara los argumentos orales del caso Dobbs contra Jackson (una impugnación contra la ley de Misisipi que prohíbe abortar a partir de la semana 15 de gestación). Con la barbilla bien alta decían que los jueces Amy Coney Barrett o Neil Gorsuch eran moderados (el borrador tiene la firma de los dos), y que el enfoque gradualista de John Roberts, presidente del Tribunal, atemperaría las pasiones de sus colegas más misóginos.

Las feministas fueron más coherentes entendiendo lo comprometida que estaba la derecha con el machismo. También han sido más perspicaces a la hora de comprender las repercusiones de un mundo sin la doctrina Roe contra Wade en otras áreas del derecho.

Pero después de escuchar los argumentos orales del 1 de diciembre de 2021, hasta los analistas más comprometidos con esa sofisticada y aparente imagen de calma tuvieron que admitirlo: no había muchas dudas de que este sería el resultado. La audiencia, que fue retransmitida en directo, se convirtió en un carnaval de hipótesis delirantes y declaraciones insistentes sobre la trivialidad de los precedentes.

¿Por qué necesitan las mujeres el aborto? Preguntó Amy Coney Barrett, argumentando que ahora las leyes de “refugio seguro” les permiten entregar a sus recién nacidos sin ser arrestadas por ello. Kavanaugh se refirió a un largo listado de fallos que el Tribunal había anulado en el pasado. Aquello era una broma, un festival de misoginia, una formalidad legal, poco seria, con la que se buscaba darle una pizca de legitimidad a un resultado predeterminado. El fallo de Roe contra Wade iba a ser anulado.

Las consecuencias de la anulación

De alguna manera, el borrador que ha sido publicado no nos dice nada que no supiéramos ya: en EEUU estamos viviendo los últimos días de libertad reproductiva. Una mayoría de estados prohibirá completamente el aborto pronto o lo restringirá de una manera tan enrevesada que se hará inviable dentro de sus límites.

Pero el borrador redactado por Alito representa el enfoque más odiosamente maximalista que podía haber adoptado el Tribunal. Además de anular el fallo de Roe y el fallo de Casey, el borrador expresa un desprecio absoluto por la noción de que la Constitución de EEUU protege la autonomía de las mujeres con sus cuerpos, al articular una visión rígida de los derechos individuales. Según el borrador, solo las libertades que tengan un sólido precedente histórico o estén explícitamente nombradas en la Carta Magna podrán ser protegidas por el Tribunal.

Si se llevase a su conclusión lógica, la interpretación pondría fin a muchos otros derechos de los estadounidenses que el Tribunal ha venido reconociendo a pesar de no estar escritos explícitamente en la Constitución. Entre ellos, el derecho a los anticonceptivos, el derecho al matrimonio homosexual o la despenalización de las relaciones homosexuales. Los reaccionarios del Tribunal no se van a detener con el fin del aborto legal. Van a herir, castigar y estrechar la vida de los estadounidenses en muchas más ingeniosas y crueles formas.

La repentina ilegalidad del aborto a partir de junio en una mayoría de los estados creará nuevos problemas legales que erosionarán rápidamente otros derechos individuales. Los estados republicanos tratarán de limitar los desplazamientos a otros estados cuando las mujeres crucen sus límites con el objetivo de recibir atención médica. Cuando las personas activistas por los derechos reproductivos empiecen a enviar píldoras abortivas por correo, se harán más frecuentes los registros y las incautaciones violentas de paquetes y objetos personales.

Muchas de las mujeres que encuentren formas de interrumpir su embarazo serán detenidas con demandas penales, y algunas serán condenadas. Muchos médicos que traten a pacientes con complicaciones del embarazo que ponen en peligro sus vidas no sabrán qué hacer y, por miedo a las consecuencias legales, las dejarán morir. Algunos de los que tomen la otra opción, ayudar a sus pacientes a seguir con vida, serán arrestados.

Todo esto va a crear una serie de precedentes legales contra la libertad de EEUU, haciendo la vida más pesada, más brutal y menos segura.

Vías de escape Pero hay formas de luchar. Más allá de las sentencias legales, el derecho moral de las mujeres a controlar sus propios cuerpos no mana del Tribunal Supremo de Estados Unidos, sino de su dignidad humana. Le guste o no al alto tribunal, muchas de ellas seguirán buscando abortar y abortando de acuerdo con esta ley más noble y elevada.

Otras personas donarán a los fondos para el aborto, que van a necesitar ayuda urgente cuando se disparen los costes y la demanda. Otras difundirán información sobre organizaciones como Plan C, que desde otros países envía por correo píldoras abortivas a mujeres de Estados Unidos.

Algunas llamarán a sus representantes en el Senado y exigirán que la Cámara Alta aproveche este momento de indignación popular para terminar con la práctica del filibusterismo en las cortes y aprobar la Ley de Protección de la Salud de la Mujer antes de que pase la oportunidad y sea demasiado tarde. Y algunas llamarán a sus representantes en la asamblea estatal y les exigirán, adelantándose a lo que se avecina, que adopten las leyes a favor del aborto más agresivas posibles.

Pero nada de esto cambia el hecho de que la anulación del fallo de Roe contra Wade va a tener un coste humano intolerable. Se habla tanto del aborto como una cuestión política de “alto riesgo” o como un “tema delicado” que es fácil perder de vista la dignidad fundamental que el derecho proporciona a las mujeres. Que el Estado obligue a una persona a quedarse embarazada no es equivalente a que la obligue a pagar impuestos. No es algo que ocurra en un juzgado o en un balance, sino dentro de su cuerpo.

La cuestión en juego es si la mitad del país puede o no tener control sobre su propio cuerpo o si el Gobierno puede llegar a un nivel de intromisión tan retorcido como para imponer su voluntad incluso dentro de los propios órganos de las mujeres. La cuestión también es saber si pueden tener la dignidad y la libertad para elegir su propia familia, mantener su salud y moldear sus propias vidas o si esa libertad se restringe por su sexo.

Algunos dudan si Estados Unidos puede seguir llamándose una democracia ahora que el poder de adoptar políticas ha sido tomado por tribunales no electos cuyas decisiones, como esta, están desfasadas e ignoran la opinión pública.

Pero también es válida la pregunta para cualquier país que no proteja el derecho al aborto. Con este fallo, el Tribunal Supremo impone una situación legal tan cruel, tan personal y que altera tanto la vida de la mitad de su población que las personas sujetas a esta imposición no pueden decirse libres. ¿Hay algo más esencial para la ciudadanía democrática que el control de cada uno sobre su propio cuerpo? ¿Podemos seguir llamándonos un país libre si no lo tenemos?

Traducción de Francisco de Zárate

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