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“Ser como nosotros”. Del antirracismo y la guerra

Viernes 1ro de abril de 2022

Subvertir el imaginario supremacista del Occidente blanco es un deber no solo de los defensores de los derechos humanos. También para quienes consideran injusto el sistema de distribución de riquezas en el mundo

Pastora Filigrana 30/03/2022 CTXT

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Nadie es ilegal. Cierren los centros de detención, se lee en una de las pancartas de la Caravana Abriendo fronteras. A.A.G.

“Gente que podría estar en Madrid, con bolsos de Dolce & Gabbana y ropa de Louis Vuitton”. “Son como nosotros”. “Son niños rubios con ojos azules, y esto es importante”. Estas opiniones se escuchan con voz de alarma en las televisiones, las redes sociales y los bares en las últimas semanas para referirse a las personas que están sufriendo la guerra de Ucrania. Tras la llegada de las nuevas tecnologías, algunas pensamos que cuando la gente viera la barbarie retransmitida en primera persona el mundo se levantaría contra la violencia de las guerras. Nos equivocamos. Hemos visto la guerra de Siria o las masacres a Palestina en directo y las hemos normalizado entre noticias locales y publicidad. Sin embargo, lo de Ucrania ha generado un grado de conmoción algo mayor. Y no solo porque estemos mucho más informadas que de las otras guerras, sino porque la gente que hemos visto correr a los refugios de bombas se nos parece más.

En nuestro imaginario, a los que les toca sufrir las guerras siempre son “los otros”. Y los ucranianos forman parte del “nosotros”. Las guerras ocurren en lugares lejanos que no sabemos situar en los mapas, a gente que no viste como nosotros, ni reza, ni come, ni se divierte como nosotros. La guerra de Ucrania impacta más, genera más empatía porque ocurre en Occidente, no como lugar geográfico, sino como un lugar simbólico donde tenemos nuestra “propia forma de vida”.

Que esto responde a una visión racista y colonial del mundo donde existen diferentes niveles de humanidad es una obviedad de la que no pretendo convencer al lector. Lo que me parece más importante es explicar cómo se construye, y sobre todo a qué intereses sirve, quiénes ganan con lo de “son rubios como nosotros” y cómo poder subvertirlo.

El racismo es un dispositivo de reparto de las riquezas y el trabajo que dificulta el acceso a los recursos a las personas cuanto más se alejan de la identidad racial blanca

El racismo no es una tendencia social, ni ser racista es un rasgo de personalidad, o al menos no solamente. El racismo es un dispositivo de reparto de las riquezas y el trabajo en el mundo que dificulta el acceso a los recursos a las personas cuanto más se alejan de la identidad racial blanca. Esto es lo que explica que los trabajos peor reconocidos y pagados los desempeñen personas no-blancas en el mundo entero. La colonialidad es parecida al racismo, también opera como un dispositivo de reparto de la riqueza y el trabajo en el mundo, aunque en este caso el marcador no sería la identidad racial sino el territorio que se habita o la cultura que se práctica. Esto es lo que explica que los países no occidentales, al menos hasta ahora, tuvieran mayores índices de pobreza que los occidentales.

Todo lo que se opone a la forma de pensamiento occidental es incivilizado, bárbaro, y justifica el empleo de la violencia para reducir la oposición

Para sostener un modelo económico donde la sociedad occidental tuviera una situación de acceso a las riquezas y los bienes preferentes sobre el resto de sociedades era necesario que el mundo entero estuviera convencido de que lo merecía, y que este reparto respondía a un orden natural del mundo. Es así como se instaura la subjetividad de la occidentalidad, una forma de ser, estar y pensar que nos atraviesa a toda la humanidad. La sociedad occidental moderna se instaura como la más desarrollada y superior y tiene el deber moral de desarrollar a los pueblos más primitivos y bárbaros.

El modelo de desarrollo es sólo uno, el que se ha dado en Europa, y es el que deben seguir todas las sociedades. La Historia es una sola línea, tiene un sentido y una dirección, y los países desarrollados van primero. Y todo lo que se opone a esta forma de pensamiento occidental es incivilizado, bárbaro, y justifica el empleo de la violencia para reducir la oposición.

Siguiendo este modelo de pensamiento se pueden explicar los últimos siglos de la historia de la Humanidad desde el “cristianízate o te mato” que justificó la colonización de América Latina hasta “el democratízate o te mato” que se esgrimió para la invasión a Siria o Irak.

Que algunos de los valores que ha defendido la sociedad occidental han sido y son válidos y buenos se da por supuesto, pero que, a su vez, han construido el supremacismo de lo blanco-católico-occidental en el mundo es incuestionable. Y que esto justifica cada día el despojo sistemático de bienes materiales e inmateriales a dos tercios de la población mundial a favor de una ingente acumulación de riquezas en Occidente es indiscutible.

Subvertir este imaginario supremacista del Occidente blanco es un deber no solo de los defensores de la universalidad de los derechos humanos. También para quienes consideran injusto el sistema de distribución de riquezas en el mundo y sueñan con uno más justo e igualitario. Porque el expolio de bienes y derechos y la sobreexplotación laboral siempre se realiza bajo la excusa de los incivilizados que son los “otros”.

Esta subjetividad racista y colonial no es solo una cuestión de opiniones, sino que se traduce en injustos sufrimientos para personas concretas

Cuando vemos a gente vestida de Louis Vuitton huir de la guerra asusta más porque te puede pasar a ti; porque cumplir con la forma de ser, estar, producir y consumir de Occidente no te salva de la barbarie. Pero también evidencia que cuando la gente que huye de las bombas es negra o musulmana, en parte está justificado, porque esa gente no tiene las formas de ser, hacer y estar en el mundo correctas. “Votan mal a sus gobiernos”. “Son muy atrasados en sus costumbres” o “sus religiones los enajenan”. En parte son culpables de sus desgracias por no ser como deben ser, “gente normal como nosotros”.

Esta subjetividad racista y colonial no es solo una cuestión de percepciones u opiniones, sino que se traduce cada día en injustos sufrimientos para personas concretas. Porque todo el mundo sabe que no te alquilan una vivienda con la misma facilidad si eres migrante, gitana o musulmán. Porque las identificaciones policiales por perfil racial siguen siendo una evidencia en todas las ciudades de este país y la sobrerrepresentación de personas racializadas en las cárceles sigue siendo alarmante. Y la primera dificultad que nos encontramos para frenar la impunidad de este racismo es la naturalización con el que es aceptado en el imaginario colectivo.

La UE celebra cumbres antirracistas y aprueba el Plan de Acción contra el Racismo al mismo tiempo que practica una política de extranjería y asilo que lo es

Los gobiernos de País Vasco, Cataluña y del propio Estado español han comenzado hace poco a elaborar leyes específicas contra el racismo estructural. Confiamos en que esa tarea implique formación obligatoria en antirracismo a funcionarios de Justicia y miembros de la Fuerzas y Cuerpos de Seguridad, y sanciones disuasorias para conductas racistas de empresas y ciudadanía. Sabemos que para conseguirlo es necesario algo más que buena voluntad política y será necesaria una movilización ciudadana contundente contra el racismo.

La Unión Europea celebra cumbres antirracistas y aprueba el Plan de Acción contra el Racismo al mismo tiempo que practica una política de extranjería y asilo con un sesgo abiertamente racista, tal como la situación de refugiados de la guerra de Ucrania ha puesto de manifiesto. Estamos en el momento histórico perfecto para subvertir el imaginario racista del que intentará valerse el orden económico mundial para racionar los bienes y los derechos en un panorama de crisis.

Pero la buena noticia es que el movimiento antirracista crece cada día en el mundo entero con voz propia, y en nuestro país podemos ver nuevas generaciones de jóvenes gitanos, y de hijos e hijas de inmigrantes, que no están dispuestos a soportar el trato desigual que se ha dado a sus mayores hasta ahora. Inclúyanlo en las agendas políticas, porque el movimiento antirracista hoy viene a impugnarlo todo.

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