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Sánchez Dragó y la historia del ojo

Jueves 17 de septiembre de 2020

Barbijaputa 16-09-2020 Público

Hace unos días, Sánchez Dragó tuiteaba lo siguiente: "Hoy me ha guiñado el ojo una chica. ¿Qué hago? ¿La denuncio o le guiño también el mío?". No entraré en hablar de las posibilidades reales que existen de que una chica se le insinúe (y digo insinuación porque es lo que él da a entender) por la calle a un octogenario. Es lo de menos que se lo haya inventado, y además no sería la primera vez que un señor blanco más cerca de los 100 que de los 50 suelta algo parecido en sus redes sociales.

Lo interesante a analizar no es que sea verdad o mentira sino lo que subyace, lo que desprende, lo que pone de relieve el comentario: la misoginia galopante y prepotente, el cómo los Sánchez Dragó del mundo se sienten con el derecho de restar importancia a una violencia cotidiana para nosotras como es el acoso sexual y las denuncias que se interponen debido a ello. La performance dragoniana, además, tiene esa pátina de impunidad sentida porque, y esto no son imaginaciones suyas, esa impunidad existe. Son impunes. Recordemos que este hombre confesó por escrito en uno de sus libros haberse topado en el metro con "unas lolitas de esas -ahora hay muchas- que visten como zorritas, con los labios pintados, carmín, rimel, tacones, minifalda". Añadía que "No hay nada como la piel tersa, los pechitos como capullos, el chochito rosáceo", y según cuenta, esas mismas niñas (13 años) supuestamente acabaron en su cama: "las muy putas se pusieron a turnarse".

Que un hombre se sienta legitimado para narrar (o fantasear) en público sobre niñas y menores en general no es nuevo (el primero que se te viene es aquel Salvador Sostres en un plató de la tele pública), ni es el primero que escribe "literatura" al respecto ni será el último, por supuesto. Esa validación que sienten no es una interpretación de ellos, es real, es social, coexiste en el mismo mundo donde las niñas, las adolescentes y las mujeres vivimos. Esos hombres siguen publicando y trabajando, sin que sus vidas se tambaleen lo más mínimo, porque la que nos tambaleamos somos las demás, el sexo débil, el segundo sexo, las que sufren la pederastia, la violencia sexual dentro y fuera de casa, las explotadas sexual y reproductivamente, las mujeres.

Y en pleno 2020, nuestro gran hombre y mejor votante de Vox, sigue sintiéndose como sabe que puede: impune, validado, legitimado para decir lo que quiera. Incluso para dejar ver su cabreo porque el feminismo avanza y las mujeres hablan y denuncian lo que los hombres les hacen. En pleno 2020 los Sánchez Dragó siguen sintiéndose como hace 10, 20 o 40 años: los que pueden hacer y deshacer, los que todo merecen, los que no están dispuestos ni a callarse ni por pereza. Y con estos mimbres se generan nuevos Sánchez Dragó a una velocidad vertiginosa, que cuidan y protegen el legado de los viejos héroes, cuyas páginas de wikipedia son hagiografías, sin controversias ni polémicas, porque también en wikipedia, claro, hay una brecha importante en cuanto al sexo de quienes escriben y moderan.

Creen que si el mundo es así es porque debe serlo, porque son hombres y nosotras mujeres. Y punto. Tampoco necesitan pensarlo mucho, la vida les ha ido siempre bien. Somos nosotras las que tenemos que exprimirnos el cerebro, buscar respuestas, leer, instruirnos, desaprender todas las injusticias misóginas que nos han inoculado desde pequeñas. Somos nosotras las que sufrimos la opresión sexual y nosotras las que tenemos que pelear, contra el sistema y contra los hijos del mismo.

Así ha sido y así seguirá siendo. Para desgracia de los palmeros del patriarcado, la lucha feminista va mucho más deprisa de lo que nadie creía hace menos de una década, y además tenemos muchas más energías y agudeza que los apoltronados que sienten intocable su trono. Somos más cada día a un ritmo que no están calculando ni previendo. Nos estamos organizamos y no se están ni enterando. Estamos por todos sitios y cuanto más alto es su trono, más incapaces son de vernos.

Y no hay de qué lamentarse en ese sentido, el factor sorpresa siempre hace más certero un ataque.

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