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Salir a la calle por nosotras y por todas

Domingo 12 de febrero de 2017

Tenemos que salir a la calle también por ellas. Y si hoy es en Rusia donde se están cercenando derechos, en la calle Velázquez, 155, de Madrid tenemos la Embajada de Rusia, donde podemos y debemos ir a mostrar nuestro rechazo. De la misma forma que cuando nosotras nos manifestamos contra la Ley Gallardón, mujeres de toda Francia salieron también a la calle para solidarizarse con nosotras

Barbijaputa 09-02-2017 Público

El otro día escuché en Carne Cruda una copla de la Segunda República llamada La diputada.

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Amalia Molina arranca con un "¡Llegó la hora del feminismo!" que marca el tema del resto de la canción. La letra y la forma de cantarla eran tan disruptivas que me puse a buscar más información para comprobar que verdaderamente aquello databa de los años 30: "¡Viva el divorcio y vivan mis manos, que aún no han cosío ni un calcetín!".

Pero la emoción del principio por descubrir esta pequeña joya se convirtió rápidamente en frustración al imaginar dónde podríamos estar ahora si esa generación de mujeres no hubiera sido expoliada y maltratada por el nacionalcatolicismo de Franco. Y, sobre todo, sentí tristeza y rabia, porque jamás vi a estas mujeres (ni a muchas otras) en los libros que me hicieron memorizar al dedillo durante dos décadas de mi vida.

"La Segunda República, qué gran oportunidad perdida", dijo después Javier Gallego. Perdida, robada, aniquilada.

Las españolas vivieron cuarenta años de nacionalcatolicismo, que cambiaron el sufragio femenino por la sección femenina, que prohibieron el aborto y relegaron a las mujeres casi exclusivamente a las tareas domésticas. Y, sin embargo, nuestro ejemplo no ha sido ni mucho menos algo anecdótico en la Historia. Nos han robado los avances de la lucha feminista demasiadas veces a lo largo y ancho del mundo. El precio que hemos pagado las mujeres de todo el mundo debido a hechos históricos, como el golpe de Estado franquista (ideados y ejecutados como siempre por hombres) es bastante gráfico en el caso de Irán, sobre todo porque es visible hasta físicamente.

En este vídeo se muestra cómo, tras la revolución islámica de 1979, las mujeres se ven obligadas a vestir como al Estado (dirigido por supuesto por hombres) le parece que deben hacerlo.

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El final del vídeo hace alusión a la revolución verde de 2009-2011, en la que las mujeres tuvieron un papel especialmente activo.

También las mujeres que viven en las zonas ocupadas por Daesh pueden dar testimonio de que ninguno de sus derechos está garantizado. Y si bien la situación de las mujeres puede ser incluso peor en otros lugares del mundo, éstos sirven para demostrar que no hay nada seguro para nosotras que no sea la necesidad de lucha constante, porque no sólo nos toca luchar por conseguir nuestros derechos sino por preservarlos.

Hace dos semanas pudimos ver a miles de mujeres a lo largo de todo el mundo manifestarse por el peligro que la elección de un misógino y fascista como Trump suponía para millones de mujeres, incluso fuera de las fronteras de EEUU. Porque como dijo Susan George "Trump no sólo es el presidente de EEUU, es el presidente de todos". Trump, como si quisiera demostrar cuanto antes que no se equivocaban en no darle margen de maniobra, decidió hace escasas semanas que EEUU dejará de financiar a las ONG que, a lo largo de todo el mundo, ofrezcan la posibilidad de abortar o deriven a servicios que lo hagan.

Pero Trump no es un caso aislado, siempre ha habido Trumps y los sigue habiendo. Y mujeres como Hillary, con políticas belicistas que arrasan con la vida de miles de mujeres en otros países que no son el suyo, no son tampoco la alternativa con la que debemos tragar. O mujeres como las dos diputadas rusas que esta semana han conseguido ver aprobada por Putin su propuesta de despenalizar la violencia en el hogar una vez al año en Rusia (que afecta, por lo tanto, a la violencia de género). Es inaceptable que un sistema que permite y fomentan que miles de rusas sean asesinadas cada año por sus parejas, y que ni siquiera podemos saber con certeza cuántas mujeres son las asesinadas porque ni se cuentan específicamente, se vea reforzado con una ley que juzgará las agresiones por la vía administrativa y no por la penal. Con simples multas, como si de aparcar en doble fila se tratara.

En Polonia, por su parte, hace tan sólo unos meses se intentó endurecer la ley relativa al aborto, que consiguieron paralizar millares de mujeres que salieron a la calle para defender su derecho a decidir sobre sus cuerpos. Y sin tener que irnos tan lejos, podemos hablar de la "Ley Gallardón", que intentó acabar con nuestro acceso libre al aborto en España hace apenas dos años, y por la que nos vimos de nuevo obligadas a manifestarnos.

Pero de la misma forma que los ataques a las mujeres no vienen de un solo punto del planeta, tampoco nuestra respuesta ha de estar localizada. Debemos solidarizarnos con todas, demostrarles a ellas que no están solas y hacer saber –a nosotras mismas y a quienes nos estén mirando– que no nos vamos a quedar de brazos cruzados. Cada agresión ha de tener una respuesta, pero ha de ser conjunta, porque tenemos que sentir como nuestros cada derecho conquistado por mujeres de cualquier parte del mundo.

Tenemos que salir a la calle también por ellas. Y si hoy es en Rusia donde se están cercenando derechos, en la calle Velázquez de Madrid tenemos la Embajada de Rusia, donde podemos y debemos ir a mostrar nuestro rechazo. De la misma forma que cuando nosotras nos manifestamos contra la Ley Gallardón, mujeres de toda Francia salieron también a la calle para solidarizarse con nosotras. Y mañana, y pasado, volver a salir por nosotras y por todas.

Es necesario que entendamos que "si nos tocan a una, nos tocan a todas" no es sólo una consigna que gritar en las manifestaciones, es una necesidad para con nosotras mismas. Tenemos que hacer todo lo posible para no dejar que nos arrebaten ni un milímetro, porque ya nos han dejado suficientemente claro que mientras nosotras intentamos avanzar, este mundo dirigido por machistas está decidido a no sólo paralizarnos sino hacernos retroceder. No podemos consentirlo.

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