Xarxa Feminista PV

Rehacer la vida

Jueves 26 de septiembre de 2019

Detrás de esa expresión se esconde buena parte del veneno que nos intoxica desde bien temprano: la pareja convencional como expresión sublime de la existencia A partir de ahí, se nos va la energía en buscar parejas, a ver quién puede querernos, a ver cómo podemos retenerles, a ver cómo aguantamos por no vernos ’solas’

No se trata de denostar la pareja ni de menospreciar el dolor que causa cuando desaparece, más bien de reivindicar un orden diferente de cosas y de darle el mismo valor a otros vínculos

Ana Requena Aguilar 23/09/2019 eldiario,es

La expresión estaba en un pie de foto de una noticia alojada en la sección ’del corazón’ de un periódico, pero es de esas que se usan con frecuencia y que puedes escuchar a unos y otros. Me invento los nombres y me ahorro los apellidos: ’Elena rehace su vida con Roberto después de su separación del conocido presentador Antonio’. No tenía ni idea de quién era Elena ni aquella pieza contaba nada de ella salvo que se había separado de una pareja y ahora parecía empezar una relación con otra persona. Con esos mimbres lo suyo ya tenía veredicto: había ’rehecho’ su vida.

La vida se desmorona a veces, se deshace, sí, a trozos o entera. Pero si hacemos caso de esa expresión que tanto usamos hay una causa fundamental -la ruptura de una pareja- y una única forma de salir adelante -otra pareja-. Aquel pie de foto no solo daba por hecho que esa mujer necesitaba rehacer su vida (no pasar por una mala época o recomponerse, sino rehacer entera la vida), también entendía que el hecho de tener una nueva relación sentimental ya había solventado su ’deshecho’, su crisis, su lo que fuera.

O lo que es lo mismo, tener una relación romántica convencional como el equivalente a tener la vida resuelta, los muebles en orden, las aspiraciones colmadas, un seguro para salir de la zozobra de los domingos por la tarde. La vida hecha, vamos. Y cuando una de esas relaciones acaba, entonces todo se deshace y sencillamente buscas otra para rehacerla.

Detrás de esa expresión -rehacer la vida- se esconde buena parte del veneno que nos intoxica desde bien temprano: la pareja convencional como expresión sublime de la existencia. A partir de ahí -especialmente si eres mujer y has crecido rodeada de corazones, juguetes a los que cuidar y dibujos que te recuerdan que un día encontrarás un hombre que te proteja y que lo mejor que puedes hacer es esperarlo quieta en una torre-, se nos va la energía en buscar parejas, a ver quién puede querernos, a ver cómo podemos retenerles, a ver cómo aguantamos por no vernos ’solas’, por no ser la soltera del grupo pasados los 35, qué digo, los 30. Cuánta gente en relaciones que le deshacen la vida solo porque nos enseñaron que no hay otra forma de hacer la vida.

No se trata de denostar la pareja ni de menospreciar el dolor que causa cuando desaparece, más bien de reivindicar un orden diferente de cosas, de no volcar en ella todo lo que somos o esperamos ni todo el ’hacer’ de nuestras vidas. Y de darle el mismo valor a muchos otros vínculos que, con otros nombres y de otras formas, también nos hacen la vida.

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