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Rafaela Pimentel, la empleada del hogar que empodera a las migrantes

Miércoles 20 de abril de 2016

Territorio Doméstico lucha por los derechos laborales y la visibilización de las mujeres que se dedican a los cuidados, un “trabajo fundamental para que la sociedad funcione”

HENRIQUE MARIÑO Público 20-04-2016

MADRID.- La sociedad y las instituciones históricamente han escondido los derechos laborales de las empleadas domésticas bajo la alfombra, como si de polvo se tratase. Por ello, Rafaela Pimentel (Baní, República Dominicana, 1960) reclama un “trabajo decente” para sus compañeras, aunque el concepto, traducido del inglés decent work, alude en realidad a la consecución de un trabajo digno, pues nada hay más decente que criar a un niño o cuidar a un anciano. Sin embargo, sus colegas siguen sin ser valoradas por un sistema que, según ella, subestima el cuidado de las casas ajenas y de las personas que en ellas viven, lo que no sólo conlleva la precarización laboral sino también su invisibilidad. Están ahí, pero nadie las ve: son polvo.

Rafaela es una privilegiada. Lleva dos décadas trabajando para una familia de Pozuelo de Alarcón que, desde el principio, la ha tratado como corresponde. Es una excepción dentro de Territorio Doméstico, una asociación que promueve el empoderamiento de las mujeres bajo el lema “sin nosotras no se mueve el mundo”. Muchas de ellas no son conscientes de su importancia hasta que deciden llamar a su puerta, hartas de ser explotadas por empleadores que se aprovechan de su vulnerabilidad. No gozan de días libres, han sido despedidas a la brava o sufren condiciones precarias. Quieren saber, informarse de sus derechos, aunque una vez dentro adquieren una conciencia crítica.

No hay presidentas, ni coordinadoras, ni vocales. Territorio Doméstico es una entidad horizontal que se reúne en asamblea cada segundo domingo del mes en el centro social Eskalera Karakola, situado en el barrio de Lavapiés, frecuentado por ciudadanas dominicanas, colombianas, ecuatorianas, nicaragüenses, salvadoreñas, bolivianas, rumanas, bangladesíes, marroquíes y senegalesas. Casi todas son internas, es decir, trabajan y duermen en la casa de sus empleadores, lo que agrava los casos de explotación económica, violencia psicológica o incluso acoso sexual. Han dejado a la familia en sus países de origen y están solas. Cuando no tienen los papeles en regla, esa situación de indefensión se agrava.

“Hay familias que prefieren a indocumentadas para poder explotarlas y no pagarles la cuota de la Seguridad Social”, afirma la nicaragüense Lucrecia Sáenz, que llegó a Madrid hace diez años para trabajar como interna. “Cobraba 540 euros mensuales por cuidar de dos niños y encargarme de toda la casa. Mi jornada terminaba a las once de la noche y ni siquiera estaba asegurada”, recuerda. “A los pocos días, me obligaron a acompañarlos durante sus vacaciones en Mallorca, pese a que no estaba en regla y tampoco me encontraba bien de salud. Cuando les dije que no podía hacerlo, me acusaron de ladrona y me echaron, sin pagarme un duro por el despido”.

Amalia Caballero, que dejó Ecuador hace diecisiete años, sintió el racismo en su propia piel. Aguantó un mes en la vivienda de “una mujer muy culta que trabajaba en la radio y en la televisión”, pero que la trataba como escoria. “Estaba aislada, sentía miedo y no sabía que tenía derechos, porque todavía no estaba empoderada. Ahora bien, cuando llegas a la asociación, descubres otros casos similares y ves que no estás sola”, explica Amalia ante su compañera Azucena Placeres. “Además de orientación, Territorio Doméstico me proporcionó un gran apoyo emocional”, añade esta empleada del hogar dominicana con más de una década en la capital.

Su compatriota Rafaela tuvo más suerte, aunque la excepción confirma la regla. Su familia le paga un salario adecuado, disfruta de vacaciones, le da permiso para ir al médico y en diciembre recibe una cesta de navidad. “Desde el primer momento, valoraron mi cometido y me dejaron claro que gracias a mí podían salir a trabajar para pagar la hipoteca de la casa y la educación de sus hijos”. No obstante, matiza que los casos como el suyo son contados: “Nos llegan algunos tan difíciles que te dan ganas de llorar”. La asociación, que cuenta con el apoyo de una abogada, no ha dudado en sentar en el banquillo a empleadores que se han pasado de la raya y, a día de hoy, han ganado siete juicios.

El pasado de estas trabajadoras domésticas remite a otras ocupaciones. Azucena era enfermera, mientras que Rafaela pertenecía a una ONG que, a través de talleres teatrales, formaba a líderes en los barrios para luchar por los derechos básicos de sus comunidades. “He tenido amigas doctoras, enfermeras o abogadas que se han visto trabajando de internas en unas condiciones muy duras”, asegura la bregada activista de Territorio Doméstico, que carga contra los prejuicios de muchas familias. “La gente cree que, por desempeñar esta labor, no tienes estudios ni nada: Ésta es lo último de lo último. Sin embargo, ofrecemos un cariño y unos cuidados que no tienen precio, aunque no se valoren ni se paguen”, critica Pimentel, que reside en Puente de Vallecas con una hermana, un sobrino, una prima y su pareja. Su hijo, fruto de una anterior relación con un profesor también dominicano, ya se ha independizado tras estudiar vídeo.

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