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¿Quién teme a las prostitutas?. Beatriz Gimeno

Miércoles 27 de abril de 2016

Tribuna Feminista

Este es el título de un artículo publicado recientemente por Josué G. Pérez (http://www.tercerainformacion.es/sp...) en dos medios de comunicación. Después de la lectura de dicho artículo no quedaba claro quien las teme. Lo que queda claro es que el artículo debería llamarse ¿Quién teme a las feministas abolicionistas? Yo diría que a las prostitutas no las teme nadie y, si acaso, las únicas que pueden fundamentadamente tener algún temor en este negocio son ellas mismas, por su propia seguridad y bienestar. A las prostitutas no las temen los clientes, desde luego, que en gran número las usan con despreocupación.

Ni las teme la iglesia; aún estamos por escuchar a un alto cargo eclesiástico cargar contra esta institución que la iglesia siempre ha considerado inevitable. Ni las teme la derecha neoliberal, que la ve como el paradigma de la empresa y el emprendimiento. No deben temerlas mucho tampoco los grandes poderes, el poder político, el poder económico, que no sólo no han hecho nunca nada para combatir su existencia, sino que la han convertido en el segundo negocio mundial y, muy a menudo, la han regulado y controlado para lucrarse de ella. No sé quién teme a las prostitutas, la verdad. Lo que veo es el antiguo, y ya muy trillado truco de presentar una institución de orden, una institución permitida, alentada, regulada, fomentada, normalizada, sancionada culturalmente, y apoyada por todos los poderes del mundo, como transgresora y contrahegemónica. Y sí, a pesar de esa permisividad, las mujeres que se dedican a ella sufren un importante estigma social que les dificulta la vida aún más.

¿Por qué estigmatizar algo que se quiere que exista? Por varias razones. No daría este artículo para explicar la funcionalidad del estigma prostitucional en el control patriarcal de la sexualidad de las mujeres; es bien conocida. Además de eso, la transgresión es, en todo lo referente a la sexualidad, valor añadido.

Convertida la prostitución en una megaindustria transnacional que busca aumentar constantemente la demanda, la transgresión aparece como un elemento básico para aumentar esa demanda buscada. En fin, por aquí también leemos. A Bataille en este caso. El estigma forma parte, para los puteros, del goce de la prostitución. Si las mujeres en prostitución fueran para los puteros como sus mujeres, sus novias o sus hermanas, entonces…la prostitución posiblemente no existiría.

El uso de mujeres devaluadas es parte de lo que la prostitución vende y ofrece, plusvalía de género. Es ahí, en el uso de mujeres que el sistema patriarcal previamente ha devaluado en donde se encuentra la diferencia entre tener sexo con una igual y con una desigual. Así que no, estos hombres que van de putas y que dejan en los foros de puteros, muy abundantes y muy explícitos, su opinión sobre estas mujeres, no parecen temerlas. Simplemente las desprecian, algunos las odian, ninguno las ve como sus iguales. Esta institución sirve, hoy día, para que las masculinidades hegemónicas, muy acosadas ya en otros espacios, tengan aquí un espacio en el que la desigualdad es la norma y no la excepción.

Presentarla como contrahegemónica es importante también para el discurso regulacionista que de esta manera se permite asegurar que el abolicionismo es hegemónico. Lo cierto es que la prostitución puede sufrir vaivenes legales desde que el feminismo puso su vista en ella pero hablamos –y esto no es discutible- de una institución que de puro naturalizada y antigua, se confunde con el paisaje. Hablamos, nada menos, que del privilegio masculino, existente en todas las épocas, en todas las culturas, en todas las clases sociales y en todos los países, para acceder por dinero al cuerpo de las mujeres, lo que evidentemente demuestra que es una institución muy querida por el sistema.

Decir que en España el abolicionismo es hegemónico cuando la industria de la prostitución y el proxenetismo son legales, no perseguidos, no combatidos desde prácticamente ninguna instancia y siempre naturalizados y justificados, es mucho decir. El regulacionismo pretende para sí ser contrahegemónico -a pesar de que la realidad lo desmiente- porque su argumento principal, su único argumento, es la libertad individual, siendo que la libertad es siempre libertad contra la ideología dominante.

El discurso abolicionista, en cambio, quiere salirse del discurso de los derechos individuales para (re)politizar la institución; y lo hace dentro de la tradición feminista de politizar las instituciones patriarcales, como ya hemos con el matrimonio, el amor, el trabajo doméstico o la maternidad. Hemos politizado estas instituciones más allá de las situaciones personales de las mujeres que estemos inmersas en ellas; situaciones personales que pueden ir desde la felicidad más absoluta hasta la completa desdicha. Es la institución y sus consecuencias para la igualdad lo que, como feministas, consideramos que, también, es muy importante debatir, y no únicamente la situación individual de las mujeres cuyas vidas están relacionadas con dichas instituciones.

Asimismo, ya está bien de que las únicas mujeres en prostitución a las que damos voz son aquellas que dicen lo que queremos escuchar. Las mujeres en prostitución tienen todo tipo de opiniones respecto a su actividad y muchas de ellas están siendo silenciadas por sus supuestos defensoras.

Son legión aquellas mujeres que pueden narrar, desde su propia experiencia, historias terribles que merecerían ser escuchadas. El regulacionismo silencia a estas mujeres y muy a menudo también niega incluso que este dolor exista.

Pero además, hay muchas mujeres que dedicándose a la prostitución y no queriendo abandonar esta actividad, tienen argumentos muy sólidos para defender que su actividad no sea regulada (porque legalizada en España ya está). Sólo hay dos maneras de estar en prostitución: por cuenta propia y por cuenta ajena. Todas las mujeres dedicadas a la prostitución, (de las reales, no de las pretty Woman) con las que me he encontrado me han manifestado siempre que lo que quieren es trabajar por su cuenta.

Las regulaciones tienen siempre que ver con regular la industria, ya que como autónomas las prostitutas tienen los mismos derechos que cualquier otra trabajadora en su misma situación. La falta de derechos de muchas de estas personas, que es muy grande, tiene que ver con otras cuestiones generales como la pobreza, el estatus de irregulares, la vulnerabilidad de género etc.

Ninguna regulación del mundo ha arreglado nada de esto porque ninguna regulación del mundo ha combatido la industria ni a los empresarios. Da qué pensar que en esta época de desregulación masiva los partidos de derechas y los propios empresarios quieran precisamente regular este comercio en el que la no regulación es, justamente, un freno a la explotación.

Muchas abolicionistas no queremos regular la prostitución como una actividad más porque eso no ayuda a las mujeres en prostitución pero, además, dicha regulación legitima una institución sexista y de desigualdad. La Prostitución no es una actividad cualquiera, sino una institución cuya base es una ideología sexual patriarcal que combatimos y cuyo uso, por parte de los hombres, les ofrece la posibilidad de experimentar la desigualdad sexual que las feministas estamos combatiendo en todos los ámbitos de la vida.

¿Es posible educar en igualdad a los y las jóvenes de un instituto, por ejemplo, sabiendo que al salir de clase ellos tienen la opción/privilegio -cada vez más utilizado- de acudir a pasar la tarde al puticlub del pueblo? ¿Cómo se puede después combatir con una clase esa profunda experiencia de desigualdad de género? ¿Dónde les sitúa esa experiencia a los chicos, y dónde a sus novias, a las chicas? ¿Podemos decirles que están en el mismo lado del mundo?

Tampoco ayuda tratar de descalificar el discurso abolicionista esgrimiendo que algunas de sus defensoras –que se han opuesto a la normalización de la actividad impulsada por Ada Colau- son del PSOE (¡y del PCE!) ocultando sin embargo que las medidas impulsadas por el Ayuntamiento de Barcelona han estado fuertemente apoyadas (e incluso impulsadas, por Ciudadanos) sin que esto quiera necesariamente decir que quienes las apoyan lo hacen por las mismas razones. No ayuda seguir diciendo que las abolicionistas negamos a las mujeres que se dedican a la prostitución su estatus de sujeto. Eso es como decir que quienes politizamos el amor romántico, por ejemplo, negamos a las mujeres la posibilidad de que se enamoren. No. Buscamos salir de un debate en el que sólo parece tener cabida la discusión acerca de los derechos individuales, para repolitizar y cuestionar una institución creada por el patriarcado y que parece serle absolutamente funcional ya que es evidente que no hay interés en combatirla y que, además, no sólo no decrece sino que parece haber encontrado en el neoliberalismo patriarcal su hábitat ideal.

Y para acabar, o para seguir…sólo faltaba decir que las abolicionistas reproducimos el binarismo sexual, siendo como es que es la institución prostitucional es la encargada de mantener el estatu quo sexual y de género.

El hombre como sujeto sexual y la mujer como objeto de uso; nada nuevo sino viejo como el patriarcado. No cuestionar la prostitución supone aceptar el binarismo sexual que le da origen y justificación; la ideología patriarcal que sostiene que los hombres son seres sexuales, con necesidades sexuales que tienen derecho a satisfacer. Si el deseo sexual de los hombres se convierte en un derecho, (un privilegio masculino) tal como ocurre, eso significa que la sociedad tiene que procurar que exista un contingente inmenso de mujeres dispuestas a satisfacerlo y, a partir de ahí, construir y/o mantener la desigualdad. El no cuestionamiento de la institución prostitucional tiene profundas consecuencias en la construcción de la igualdad/desigualdad de género.

No creo que, con buena voluntad, pueda negarse que ese privilegio universal tiene consecuencias en la socialización de niños y niñas; que sitúa a chicos y chicas en diferentes lugares del mundo; que es enseña cosas diferentes del ser hombre y del ser mujer.

En mi opinión no hay soluciones simples a problemas complejos y esta es una institución muy compleja. Es complicado abarcar todas sus ramificaciones, su relación con la pobreza, con la inmigración, con el consumo, las modas, la publicidad, la sexualidad, el patriarcado, el mercado, la globalización, los roles sexuales y sociales, la masculinidad hegemónica, la desigualdad, las relaciones norte-sur…Claro que es difícil hablar de todo eso en un artículo. Lo que no se puede hacer es decir que las abolicionistas son malas y conservadoras y quienes no la cuestionan son muy progresistas, y así todo. Simplezas no, por favor, que de estas ya hemos tenido bastantes.

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