Xarxa Feminista PV

Querida Pamela, sal de la trampa

Martes 8 de junio de 2021

Cristina Fallarás 7 Junio 2021 Público

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Pamela Palenciano, durante la entrevista con Público.-CHRISTIAN GONZÁLEZ

Es una trampa. De eso se trata. Pero ¿de quién es la trampa?

Vamos allá, querida Pamela Palenciano:

Érase una vez una infeliz de ultraderecha, representante de Vox en algún estamento probablemente local y a quién le importa, que publicó el pasado 25 de mayo un tuit en contra de la artista y activista Pamela Palenciano. Entre otras creaciones y sobre todas ellas, Palenciano representa el monólogo No solo duelen los golpes, donde narra su propia experiencia de maltrato machista. A lo bestia, sin contemplaciones. ¿Qué contemplaciones pueden mediar entre la víctima y su verdugo?

El tuit que publicó la tipa de Vox, a la que llamaremos Infeliz Rubio, prendió. Pero Infeliz Rubio es solo un triste y grasiento eslabón en la cadena de descuartizamiento. El triste y grasiento eslabón que gira en el momento exacto en el que la bestia abre las fauces porque está aburrida. No porque tiene hambre, no por un ánimo concreto de ferocidad, sino de puro abrirlas y porque puede hacerlo. Infeliz Rubio no es relevante. Infeliz Rubio desaparecerá sin dejar rastro en esta tierra. Pero las cosas nunca suceden ni como ni cuando una las espera.

El caso es que el tuit de Infeliz Rubio, efectivamente, prendió. La ultrainfeliz no esperaba, no me cabe duda, la respuesta obtenida. Porque no solo prendió entre sus compañeros de manada, sino que ha recibido y sigue recibiendo una respuesta contundente por parte de las mujeres (y algunos hombres) que apoyan a Palenciano. De tal modo que incluso merece más atención en algunos medios la respuesta que el ataque.

Podría parecer un triunfo.

Pero todo triunfo esconde su cucaracha.

En todo triunfo, como el de Palenciano y sus defensoras, entre ellas yo misma, palpita la larva de una trampa que será suspiro destructor, y que como todo aliento letal, deposita un mecanismo de imperceptible estrago. Imperceptible.

La ultrainfeliz Infeliz Rubio sencilla e inconscientemente (de qué consciencia podría ser ella capaz) apretó un botón como su asistenta pone el dedo sobre el On del lavavajillas y desató hordas de agresores contra Pamela Palenciano, agresores que no eran nuevos, que estaban esperando a ser activados. Nada sustancial. Ninguno de ellos, igual que Infeliz Rubio, dejará rastro sobre esta tierra.

Pero hete aquí que, hartas hasta la hartura extrema, hartas hasta el lugar en el que se retira el océano antes del tsunami, hartas de estar hartas y todo esto es poco, hete aquí que las mujeres, compañeras y en su mayoría desconocidas, respondieron apoyando a Pamela Palenciano. ¿Cómo no hacerlo? Yo, que he vivido en mis carnes la amenaza de muerte de ultrainfelices multiplicados en los sitios sin tierra, durante años, a la puerta de la casa donde mis hijos duermen, yo he agradecido cualquier apoyo, cualquiera. ¿Cómo no hacerlo?

Ah, pero ahí. Ahí está la trampa.

Ahí palpita la larva y de eso se alimenta.

Ahí la destrucción. La de verdad.

La verdadera devastación, querida Pamela Palenciano, la mía propia, la de tantas, no se forja en la fragua de los insultos, las agresiones y las amenazas. La verdadera destrucción supera con mucho la idiotez de Infeliz Rubio y su tuit y todos los tuits que vinieron después.

Seamos serias: ¿Qué carajo es un tuit? ¿Quién carajo es Infeliz Rubio? Y más: ¿Cómo hemos llegado al brutal, yermo, tosco extremo de medir nuestra lucha con la frase de una iletrada? ¡Nuestra lucha, Pamela, la exposición de lo que somos!

Estamos hablando de destrucción, Pamela, de la aniquilación total de lo que eres, de lo que yo fui. No de lo que hacemos o hemos hecho, no se trata de eso. Eso es solo la trampa. Tú, Pamela, y yo somos la trampa. Yo lo he sido de forma salvaje, y como veterana del error me dirijo a ti.

Yo, veterana:

De repente, y sin saber desde cuándo, estaba ya en la trampa, en la fosa. Como el zorro enfrenta el faro de un coche en medio de la carretera, paralizada y en cueros, comprendí dónde estaba la trampa. No la de las infelices, no la de insultos, agresiones y amenazas, qué bobada, sino la trampa del trueque macabro, la larva que ninguna Infeliz Rubio ni su paleta caterva de cabecillas alcanzan a diseñar. La trampa que viene de lejos, históricamente y nos anula y nos ha anulado siempre.

La trampa.

La trampa de aquellas a las que llaman locas y de ese modo eliminan su relato.

La trampa de aquellas a las que llaman odio y de ese modo eliminan su relato.

La trampa de aquellas a las que llaman putas y de ese modo eliminan su relato.

La trampa de aquellas a las que llaman brujas y de ese modo eliminan su relato.

La trampa de aquellas a las que llaman gordas y de ese modo eliminan su relato.

La trampa de aquellas a las que llaman incapaces y de ese modo eliminan su relato.

La trampa de aquellas a las que llaman salvajes y de ese modo eliminan su relato.

La trampa, querida Pamela.

La trampa de colocarnos en el centro, de convertirnos en protagonistas de la agresión, del agravio, de la denuncia, y en ese ser protagonistas echan tierra sobre nuestro relato, lo apartan, lo arrinconan, nos conducen, larva a larva, a dejarlo morir a fuerza de defendernos, de defender a otras.

Entonces, todas dicen, decimos "Estamos con la Fallarás", "Estamos con la Palenciano", "Estamos con Lalalalá". ¿Cómo no hacerlo? Hemos tejido redes para eso. ¿Para eso, querida Pamela, queridas todas, querida bobita Fallarás?

De repente, sin saber desde cuándo, estás en la trampa y el mensaje eres tú. Y en tanto en cuanto eres tú, aquel mensaje, tu mensaje se va convirtiendo en un algo borroso llamado a desaparecer. De repente, sin saber desde cuándo, te llaman para que hables de ti misma, para que cuentes tu historia. Oh, sí, mi historia, la tuya, son ejemplo etcétera.

Y un día, pasado el tiempo, te acuerdas de que no habías llegado hasta una asociación de mujeres maltratadas, hasta un instituto de secundaria, hasta un escenario, para contar tu puñetera vida, mal rayo parta a las Infeliz Rubio del mundo y sus sabuesos, te acuerdas de que tenías un relato y el relato no eras tú. Ah, pero ya estás en la trampa. Y ¿de quién es la trampa?

Decidme, queridas: ¿de quién es la trampa

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