Xarxa Feminista PV

Purpurina sí, pero no mucha

Sábado 10 de junio de 2023

La disputa en torno al Orgullo se ha ido transformando según pasan los años. Mientras los conservadores se mantienen tranquilos, sonrientes, sin necesidad de coger el encendedor para prender la mecha, nosotras nos tiramos de los pelos.

Laura Terciado, Co-directora de Maldito Bollodrama 7 JUN 2023 El Salto

Con el mes de junio, llega el Orgullo LGTBIQ+. Y, como ocurre cada vez que pasamos esta hoja del calendario, llega también la polémica. Lo curioso es que esta disputa se ha ido transformando según pasan los años. Hace una década, lo que se oía eran argumentos en contra de la celebración basados en la exhibición de cuerpos desnudos, menores indefensos ante tanta perversión, el ruido y la suciedad en las calles. Era una aberración inadmisible.

De unos años a esta parte, el discurso de quienes se oponían a la celebración empezó a cambiar ligeramente: “Que lo hagan… pero en la Casa de Campo”. “No estamos en contra, pero no queremos que nuestros hijos lo vean”.” No nos importa con quién se acuesten, pero no necesitamos saberlo”.

Los conservadores se han dado cuenta de que la actitud prohibicionista ha dejado de funcionar: según el colectivo conquista derechos, coge fuerza el rechazo al vetusto argumentario de que la sexualidad es un asunto privado y no hay nada que celebrar. Aunque, por supuesto, se sigan descolgando banderas, regulando límites sonoros e instrumentalizando la aprobación de leyes progresistas LGTBIQ+ para alarmar al votante de derechas. Los bloques conservadores se han situado a un lado del tablero tibio y equidistante, friendly y aparentemente razonable. Los progresistas rabian, ellos sonríen calmados.

Un buen ejemplo es lo que vimos hace unos días en la Cumbre del G7 entre Giorgia Meloni y el primer ministro de Canadá. Justin Trudeau criticó a la italiana, delante de las cámaras, la posición de sus políticas en términos de derechos LGTB. Ella tardó muy poco en convencerle de que esto no estaba ocurriendo y que “era víctima de las fake news”.

Gaslight de manual. Porque lo que hace la líder ultraconservadora, mientras persigue a las familias homoparentales, es mostrar la imagen de no tener ningún problema con la existencia de personas homosexuales, siempre y cuando no se afilien a lo que ella llama el “lobby lgtb”. Si no intentan “imponer” su forma de relacionarse o comportarse en público. Si no lo llaman familia. Porque, no lo olvidemos, en Junio se ha producido en Italia, igual que lleva pasando años en Francia, una marcha masiva por la conmemoración del Mes del Orgullo de la Familia (hetero, por supuesto) y la fecha no es casual.

Mientras que se disparan las denuncias de agresiones lgtbifóbicas, el ambiente en las calles se tensa y en las redes sociales el odio se dispara, ciertos líderes ultraconservadores parecen hacer justo lo contrario. ¿Qué está pasando?

Lo cierto es que el capitalismo, como siempre hace, se ha impuesto y ahora el Orgullo LGTBIQ+ da dinero. Mucho dinero. Pero también otorga una especie de lavado de cara público y una especie de “caché”: si colocan banderitas multicolores en sus fachadas, las empresas quedan bien, igual que los comercios, igual que los ayuntamientos.

El pinkwashing manda. El “apoyo” a la comunidad es una postura que cada vez más marcas internacionales adoptan. Nada es casual. Es automático, es publicidad básica, acción y reacción. Cuando se usa nuestra bandera para promocionar instituciones, productos, marcas o incluso a individuos, el público percibe al emisor como moderno, inclusivo, merecedor de hueco en la sociedad progresista.

El pasado junio, criticamos que Isabel Díaz Ayuso se quejase de que el Orgullo LGTBIQ+ duraba antes un día, después una semana y ahora un mes, pero hay que admitir que está ocurriendo. Porque, aunque nos guste estar presentes en la agenda social, política y mediática, el Orgullo empieza a experimentar el fenómeno de la Navidad, igual que desde octubre empezamos a ver turrones en el supermercado, desde principios de junio empezamos a ver cómo las empresas empiezan a lanzar purpurina a cañonazos. Y con ella, a los rostros “aliades”.

Después de que Twitter ardiese con la polémica de que la programación del Atlantic Pride de A Coruña está encabezada por las Nancys Rubias (cuyo líder es un hombre heterosexual que le ríe las gracias a Vox, por mucha “pluma que tenga”) llega ahora lo de Cristina Pedroche.

La presentadora es este año la imagen de la campaña de El Corte Inglés con Puma para el Orgullo, cuya fotografía viene acompañada del (obviamente) también tibido mensaje de “libres para ser quienes queramos ser”. Pero, ¿hay algo de malo en todo esto? La respuesta es rotundamente sí. Estas acciones y estos mensajes contribuyen a esa posición tibia, equidistante y oportunista de las causas sociales que flaco favor hacen al colectivo.

Parémonos a pensar, ¿qué ocurrió el año pasado? ¿Cuál fue la polémica? En Madrid, el pregón. Si Chanel es bisexual o no, si necesita decirlo realmente y, de no hacerlo, si merece o no ocupar ese espacio. La Pantoja con el “soy una de vosotras”, con lo que bien podría tanto referirse a que es un ser vivo bípedo o a que es una mujer homosexual o bisexual.

No es una cuestión de salir del armario o no, es algo tan básico como que sufrimos una falta de representación LGTBIQ+ brutal hasta en el mes del Orgullo. Y que no son pocas las personas que ponen la cara y el cuerpo por esa representación, candidatas válidas no faltan. Pero para las marcas vende más una aliade. Y para los ayuntamientos, también viene mejor.

Porque, mientras los conservadores se mantienen tranquilos, sonrientes, sin necesidad de coger el encendedor para prender la mecha, nosotras nos tiramos de los pelos. Nosotras discutimos, nos quejamos, pataleamos. Y no nos hemos dado cuenta de que le han dado la vuelta a la tortilla: ahora somos las personas del colectivo las que nos quejamos de lo que pasa en el Orgullo.

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