Xarxa Feminista PV

Prohibir el porno

Martes 20 de noviembre de 2018

Diana López Varela Periodista 19-11-2018 Público

Voy a ser categórica. Necesitamos un debate político sobre el acceso a la pornografía en menores de edad y hay que hacerlo ya. Los adolescentes varones están construyendo su identidad sexual en torno a la violencia, el sadismo, el machismo y la falta de empatía del porno mainstream. Las chicas en el sometimiento (no solo el sexual, sino, en general, al hombre). En el último programa de Jordi Évole, Sexo en Salvados, las chicas educadas en feminismo nos hacían una llamada de socorro demoledora: no están disfrutando del sexo y, mucho peor, están sufriendo con el sexo. Las jóvenes se acercan a sus primeras relaciones sexuales convencidas de que sus compañeros les van a infringir dolor porque eso es lo que han aprendido del porno. Y eso es exactamente lo que hacen: humillarlas y dañarlas. La cultura de la violación empieza en sus pantallas.

El consumo de pornografía en adolescentes ha aumentado de manera exponencial en la última década. Si hace 15 años pillábamos a ráfagas la imagen del Plus codificado de madrugada en aquella televisión que compartíamos con toda la familia y los chicos tenían que conseguir a un adulto que les alquilase un VHS o robárselo a su padre para hacerse una paja en comunidad, la mayor parte de los niños acceden hoy solos al porno gratuito, ilimitado y sin filtros, a los 11 años de edad. A los 9, muchos ya han visto contenidos para adultos de manera accidental.

Hace unos días, en el XXIII Encuentro de Reflexión Feminista de Baeza, la profesora Carmen Ruíz Repullo nos alertaba sobre las fantasías de los menores de edad después de estudiar sus búsquedas en los principales portales de pornografía. El tema me dejó tan tocada que aún hoy no he podido digerirlo. La primera era “violar a mi madre” y la segunda “violar a mi hermana”. Ni siquiera piensan en la madre de José, no, no, los chicos fantasean con violar a sus propias madres. ¿Es esto lo que queremos? ¿Los estamos beneficiando en algo? Claro no, los últimos estudios refieren problemas frecuentes de eyaculación precoz y disfunción eréctil en varones jóvenes. Acostumbrados a pajearse con bukakes y penetraciones múltiples antes de hacerlo pensando en la persona que les gusta, se están convirtiendo en paralíticos sexuales. El porno les está negando la construcción de sus propias fantasías. ¿No será que el lobby proxeneta está encantando fabricando nuevos consumidores de prostitución? De algún lado tienen que salir los clientes, no por nada España ocupa el primera lugar en cuanto a consumo de prostitución en toda Europa y es el país europeo con más esclavas sexuales. Estos chicos, incapaces de conseguir placer con sus compañeras, asumen, desde la adolescencia, que tienen el derecho de pagar para violar, porque así es la sexualidad del hombre. Deberíamos preguntarnos por qué cada semana las principales plataformas de pornografía nos regalan cientos de videos sexuales. Los principales proveedores de internet están encantados con este abastecimiento masivo en el que nadie se atreve a meter la mano. El porno es el principal negocio online, el alimento de la red de redes. Los jóvenes, mucho más vulnerables a las adicciones, acabarán pagando por webcams y otros servicios Premium.

No sé en qué momento ni de qué manera, en los últimos 15/20 años, las mujeres hemos pasado de desear un sexo absolutamente mediatizado por el amor romántico a recibir otro aprendido de la pura violencia, porque la violencia sexual es, al final y al cabo, violencia. Si en mi generación, en general, les pedíamos cierto grado de compromiso para “dejarnos hacer”, en esta directamente lo que piden es que no les hagan daño físico. No quiero ni imaginarme cómo hubiese sido mi vida sexual –y emocional- si en mis primeras relaciones me hubiesen metido un puño en la boca, estrangulado, o me hubiesen danto una somanta de bofetadas como contaban las adolescentes que participan en el programa. De verdad, no lo quiero ni imaginar. En cualquier caso, las jóvenes siguen sin acceder al sexo en igualdad de condiciones, y la supuesta libertad sexual que tanto reivindicamos nosotras para que no nos llamasen putas por acostarnos con quien nos diese la gana, se ha convertido en libertad para que ellos agredan.

Vivimos en un país en que los menores de 16 y 17 años no pueden coger un coche, no pueden comprarse una cajetilla de tabaco, ni tomarse una copa de alcohol. Con menos de 13, ni siquiera pueden ver películas de terror en el cine. Sin embargo, pueden irse de putas (¿o creéis que les piden carnet?), consumir pornografía y someter a la violencia y al miedo a sus iguales. Pueden hacerse pajas día y noche viendo como otras mujeres reales son sometidas y humilladas, total, mientras se hacen pajas, tampoco molestan. Y por otro lado, tenemos a las chicas, adolescentes de 16 y 17 años a las que se les ha negado el derecho al aborto por ley pero en cambio, tienen la posibilidad de ser golpeadas, violadas y amenazadas con la difusión de sus imágenes íntimas sin que aquí pase nada. Todo bien.

Tenemos la tecnología suficiente para restringir el acceso al porno a través del reconocimiento facial, la huella o, simplemente, con el uso de tarjetas de crédito, algo que, en cualquier caso, solo podrían hacer los adultos. Creer que esto afectaría en algo a la intimidad de los adultos consumidores de pornografía es una soberana estupidez: cada vez que uno de nosotros visita una página porno nuestro proveedor y Google lo saben, por muy mucho que pongamos el modo incógnito o tapemos la cámara con el post it de “comprar papel higiénico”. El consumo excesivo de porno no es beneficioso a ninguna edad (la Asociación Médica estadounidense culpa al porno de la reducción de materia gris en varones y del creciente desinterés hacia el sexo en pareja), pero desde luego no es lo mismo ver ciertas imágenes a los 25, 30 ó 40 que a los 12 ó 15 cuando los cerebros aún están a medio hacer. No podemos hacer nada con lo que ocurre en la deep web, pero para eso está la Policía.

Incapaces de separar ficción de realidad, los chicos han olvidado que lo que tienen delante es una persona de carne y hueso con sus propios miedos, inseguridades y deseos. Estas chicas que están en absoluta inferioridad de condiciones, reconocen que ellos tienen el poder, y que no disfrutan con estas prácticas. Porque como decía una de ellas, está muy bien decir eso de “no es no” pero es el momento de que ellos asuman que antes de hacer, hay que preguntar, y antes de todo, respetar. El sexo, por muy guarro que sea, deja de tener sentido cuando se olvida la empatía.

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