Xarxa Feminista PV

Poner el cuerpo

Lunes 7 de febrero de 2022

Teresa Maldonado 02/02/2022 Pikara

En vez de tanta insistencia en poner el cuerpo, no vendría mal ponerles un poco de mente a algunas cosas

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Ilustración de Catalina Parra.

Hemos de reconocer que somos contradictorias. No hace falta que lo disfracemos con el comodín de la complejidad. A veces decimos una cosa y la contraria. Es algo que puede ocurrir cuando se despachan con un eslogan cosas que necesitarían una reflexión más profunda y matizada.

En 1971 un grupo de mujeres feministas de Boston publicó un libro que se hizo muy famoso, se titulaba Nuestras vidas, nuestros cuerpos (Our bodies, ourselves). En él se planteaban muchas cuestiones vinculadas con la salud y la sexualidad de las mujeres desde una perspectiva feminista. Debido al imperialismo cultural, que su origen estuviera en los Estados Unidos hizo que el libro tuviera mucha difusión. Según la Wikipedia se tradujo a 29 idiomas. Ha sido una referencia para el feminismo de muchos lugares en todo el mundo a lo largo de los años. Fue un libro pionero en proclamar y celebrar el placer sexual de las mujeres, tratando también de forma novedosa entonces temas como el envejecimiento, el control de la natalidad o la identidad sexual.

Sin embargo, parece que algunas compañeras feministas han pensado que la denuncia del logocentrismo (que consideran obligatoria) lleva necesariamente a acusarnos a nosotras mismas de excesos hiperracionalistas. Esos supuestos excesos hiperracionalistas nos habrían hecho olvidar que somos cuerpo (y no solo mente). Que somos o que tenemos cuerpo, eso no está claro (es muy distinto pensar en términos de “tengo un cuerpo” que hacerlo en términos de “soy un cuerpo”, pero dejémoslo ahora). A partir de ahí echó a rodar el llamamiento a poner el cuerpo aquí o allá.

Pero a veces da la sensación de que lo que importa no es poner el cuerpo sino usar la expresión “poner el cuerpo”, aunque no aclaremos después dónde hay que ponerlo ni por qué. Se presupone o se sobreentiende que diciendo que hay que poner el cuerpo da-igual-dónde estamos siendo muy concretas y materiales (no sé si materialistas también) y nada abstractas o teóricas. Que nos implicamos mucho. Que somos muy responsables. Que actuamos cuidadosamente… Con todo eso se ha vinculado la invitación a “poner el cuerpo”. Yo confieso que no siempre entiendo bien por qué.

Somos contradictorias, digo. Porque, igual que denunciamos que el feminismo de alguna manera se ha olvidado del cuerpo (quiero insistir que eso no es así, el cuerpo ha estado presente en los análisis feministas desde hace, como poco, medio siglo), otras veces decimos que el patriarcado convierte a las mujeres en meros cuerpos (para la publicidad sexista, para el placer masculino heterosexual, para la obtención de embriones por vía “natural” o artificial). Las feministas hemos denunciado que el patriarcado o, mejor, en el patriarcado los hombres nos tratan como si fuéramos meros cuerpos. Es decir, como si no tuviéramos / no fuéramos lo que en la Antigua Grecia llamaron psiqué (alma, espíritu, mente). Tratarnos como meros cuerpos era convertirnos en cosas, objetualizarnos, concebirnos como si fuéramos objetos y no personas completas. Algo totalmente inaceptable y rechazable.

La insistente y obsesiva reivindicación retórica del cuerpo hace que algunos textos feministas parezcan la noche de los cuerpos vivientes. Los cuerpos y las cuerpas esconden a las personas que los tienen. Porque las personas tenemos o somos cuerpos, cierto, pero no nos reducimos a eso. También somos, o tenemos, psiqué (alma, mente). En vez de tanta insistencia en poner el cuerpo, no vendría mal ponerles un poco de mente a algunas cosas. O, dicho de otra forma, ponerles cabeza, que no es sino una parte del cuerpo, al fin y al cabo. (Y tampoco está mal que pongamos alma a lo que hacemos, que viene a ser darlo todo, ponerle pasión).

Aunque tal vez… tal vez no seamos tan contradictorias, tal vez solo somos plurales. Insistimos una y otra vez en que hay muchos feminismos. Tal vez haya un feminismo que quiere reivindicar la razón. No esa presunta razón que es en realidad legitimación patriarcal (o burguesa o blanca u occidental); la razón y la humanidad a secas. Los derechos humanos y no sólo los derechos limitados a esta o aquella identidad. No derechos solo para quienes han nacido o se han colocado de este lado de la raya. Tal vez la denuncia de lo que nombramos como logocentrismo, etnocentrismo y similares vaya cumpliendo ya su papel histórico. En un momento en el que el humanismo recibe ataques de tantos frentes (del animalismo, que subraya la continuidad entre el ser humano y el resto de animales; del multiculturalismo, que enfatiza la división de la humanidad en culturas supuestamente irreconciliables; de la posmodernidad, que anuncia la fragmentación de la razón humana; del transhumanismo, que equipara nuestra inteligencia a los ordenadores), quizá sea hora de proclamar que el feminismo es un humanismo. De perdidas, al río.

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