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Pilar Aymerich, Premio Nacional de Fotografía

Lunes 1ro de noviembre de 2021

Pilar Aymerich: "Yo no disparo, pesco"

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Pilar Aymerich en su casa durante la entrevista. — Montse Giralt

Barcelona 31/10/2021 Lídia Penelo Público

Conversamos con Pilar Aymerich, distinguida con el Premio Nacional de Fotografía que concede el Ministerio de Cultura. El galardón quiere reconocer una trayectoria a pie de calle de una "bruja de la imagen", como le llamaba Montserrat Roig. Con ella hablamos de la cultura como herramienta de resistencia, de feminismo y de la lengua catalana.

Ella no dispara, pesca. La fotógrafa Pilar Aymerich (Barcelona, 1943) ha sido distinguida con el Premio Nacional de Fotografía, un galardón que otorga el Ministerio de Cultura y que, en el caso de Aymerich, distingue la trayectoria de una fotoperiodista que ha realizado el trabajo a pie de calle. El premio, con una dotación bastante menor que la que se han llevado recientemente tres señores que utilizaban nombre de señora para vender libros, a Pilar Aymerich le irá bien para comprarse una cámara nueva.

De mirada felina y gesto discreto, dice que ahora le apetecería fotografiar a gente anónima, caras y comportamientos. A otro ritmo, pero sigue trabajando. En enero publicará un libro con las fotos que tomó en 1978 cuando logró entrar en la cárcel de mujeres de Trinitat Vella, en Barcelona. Ojalá la repercusión del premio sirva para reeditar algunos de sus libros o para dedicarle nuevos libros.

Comprometida con la cultura del país, las mujeres y la gente de la calle, la trayectoria de Pilar Aymerich está ligada a nombres como el de Montserrat Roig. Con ella hicieron para la revista Serra d’Or una serie de retratos imperdibles para entender la trama de la intelectualidad catalana descabezada por la Guerra Civil. Pero no sólo eso: Pilar Aymerich lo mira todo y cuando capta lo que quiere explicar, pesca. Entonces sí, se encierra en su laboratorio y saca imágenes que nos interpretan sin filtros.

¿Qué supone para usted este premio?

Es un reconocimiento que hace ilusión sobre todo por muchas cosas, porque es un premio de fotoperiodismo que le dan a una mujer, tiene tantas connotaciones... Y todo está bien. Y cuando Hacienda se quede su parte y le quiten el IRPF, quizás me puedo comprar una cámara nueva. Si nos remontamos a su juventud, usted empezó haciendo teatro en la escuela de arte dramático de Adrià Gual, ¿cómo fue esto?

Supongo que para salir de la grisura y la mediocridad de la época. Piensa que yo fui a un colegio de monjas, y eso que eran monjas francesas que parecían más modernas, pero eran exactamente igual que las demás. Y entonces cuando salí, debía tener unos 15 años, pensé que me habían estafado y tuve claro que debía reeducarme, que la educación que me habían dado no me servía de nada y que tenía que hacerlo sola, que es lo que hemos hecho muchas mujeres de mi generación. En mi vida siempre he hecho las cosas por intuición. Leí una nota en el diario diciendo que se hacía la escuela de arte dramático de Adrià Gual. Y me apunté. Y el primer día entras y te sale Maria Aurèlia Capmany, toda vestida de negro, con unos medallones. ¡Yo nunca había visto a una mujer como ella! Y allí también conocí a Montserrat Roig.

A pesar de esta ventana, ¿por qué decide irse a Londres?

En la escuela de Adrià Gual piensa que hacíamos teatro de vanguardia, teatro comprometido, era una escuela donde aparte de estudiar teatro estudiábamos la historia del teatro, también literatura, Stanislavski que aquí no se sabía quién era. Y claro, cuando terminé los tres años de la escuela, hice interpretación y también dirección, me topé con el teatro comercial y eso era un horror. Y me fui a Londres para acabar de estudiar. En casa hice trampa porque les dije que me iba de vacaciones y ya no volví. En ese momento en Londres estaban las grandes manifestaciones contra la guerra de Vietnam, los Beatles, pero sobre todo los Rolling. Viví todo Carnaby Street...

Imagínate tenía unos veinte años, venía de la grisura del franquismo y me encuentro en un momento así y quería contarlo de alguna manera y fue cuando decidí tomar fotos. Estaba muy perdida, era muy joven, no sabía qué hacer con mi vida, y de repente pensé en mi tío, Xavier Tarragó, que había sido fotógrafo del comisariado de propaganda de la Generalitat durante la Guerra Civil y cuando entraron los fascistas se marchó por las montañas. Él era el héroe, esa persona de la familia que no conocías, y le escribí una carta muy sincera, y me invitó a ir con él a Montrichard a llevar su estudio. Y ahí me encargaba del revelado de color, él iluminaba muy bien, tuvo mucho éxito en Francia porque hacía un color muy característico. Estuve un año con él, y cuando llegó el momento de decidir me quedo o me voy, decidí volver.

Al regresar a Catalunya elige abrazar definitivamente la fotografía como camino de vida.

La fotografía fue como una intuición. Me pareció que era la mejor manera que yo tenía para contar las cosas que quería contar. Porque podía haberme quedado en el mundo del teatro o también me gustaba dibujar, pero elegí la fotografía. Y cuando empecé a hacerlo y veía que las personas se interesaban por lo que hacía pues continué.

Y comienza a trabajar en las cabeceras de la época, ’Cambio 16’, ’Triunfo’, ’Serra d’Or’... donde todo eran hombres.

Sí, todo eran hombres: los fotógrafos, los responsables de los periódicos y revistas. Quizás por eso lo que siempre he tenido claro es que he querido ser freelance, he querido ser responsable de mí misma para poder decir no en un determinado momento.

En la década de los 70 buena parte de los retratos de la gente de la cultura de la época son suyos. Y ese trabajo va ligado a una persona, Montserrat Roig. ¿Cómo fue que formaran un tándem tan fructífero?

Todo está relacionado, en la vida te encuentras con un vínculo y a veces tienes suerte y a veces no. Cuando volví a la primera que llamé fue a Montserrat Roig, porque éramos muy amigas y hacía tres años que no la veía. Y nos encontramos en el restaurante La Punyalada, en Paseo de Gracia, y allí me contó que estaba empezando a escribir y yo le conté que empezaba a tomar fotografía. Y me dijo "ahora el Serra d’Or convoca un premio para jóvenes escritores, ¿por qué no nos presentamos juntas?". Hicimos Altres veus en altres àmbits, con Ovidi Montllor, al que le prohibían todas las cantadas, Josep Maria Benet y Jornet, que tenía todas las obras en el cajón, y Marfany que se marchó a Londres porque estaba harto de ese país. Montserrat hizo una historia de los jóvenes de la época que no podían crear aquí. En el premio quedamos finalistas y fue cuando empezamos a hacer retratos en el Serra d’Or. Una serie de retratos sobre la gente de la cultura catalana.

Se daba la situación que empezaba a volver la gente del exilio, Pere Calders, Joan Oliver, Mercè Rodoreda, Frederica Montseny (que vino un momento, no se quedó) y tenías los que volvían del exilio, los de la resistencia interior, como Maria Aurèlia [Capmany], Salvat, Espriu, que se habían quedado aquí; y después nosotros, los jóvenes. Y eran tres generaciones que se iban juntando y se iban conociendo. Porque en el colegio no nos habían enseñado quién era el señor Espriu o Mercè Rodoreda. Y, claro, con Montserrat Roig creíamos que debía desvelarse el mundo intelectual catalán.

De esos años de hacer equipo con Roig también tengo entendido que estuvieron en París y que tuvieron una decepción con Simone de Beauvoir.

Siempre digo que el periodismo y el fotoperiodismo ha estado en precariedad, ¡siempre hemos sido pobres, mal pagadas y de todo! Pero con Montserrat queríamos ir a París y recuerdo que estuvimos un mes con 5.000 pesetas durmiendo bajo la mesa del comedor de Pere Ignasi Fages, un productor de cine que había salido perseguido por la policía porque era del PSUC. Y allí hicimos a Semprún, a [Josep Maria] Flotats, un reportaje sobre el Quartier Latin, y cuando volvías lo intentabas vender a tanto la pieza. Y en París también llamamos a Simone de Beauvoir, siempre íbamos con la misma cantinela a ver si hacíamos pena "nous sommes des journalistes espagnoles...", pero Beauvoir nos dijo que no y nos colgó el teléfono. Era como un mito y Montserrat se lo tomó muy mal.

Los años setenta fueron intensos, con muchas prohibiciones pero también con chispas de libertad ganadas a pulso. ¿Tengo la sensación de que hay un interés por revisitar y estudiar aquella década, la comparte?

Supongo que hay hechos históricos que tardan en estudiarse un poco y creo que es porque los historiadores tienen miedo a equivocarse o a no ver lo suficientemente claro. Recuerdo que una de las primeras veces que se habló de la Transición aquí en Catalunya fue en 2004 cuando hice una exposición en el Museu de Història [de Catalunya], el Memòria d’un temps. Recuerdo que pedí a varios historiadores que me hicieran un texto y me dijeron que era demasiado temprano, que debían pasar unos años. Y quizás ahora ya ha pasado tiempo suficiente.

¿Qué lectura hace de la Transición?

Siempre digo que para mí la Transición es una historia de la sociedad, de la gente pidiendo unos derechos de los que carecía. Y hablo de la Transición que hicimos nosotros, la gente de a pie, porque si te fijas en mis fotos de aquella época no salen muchos políticos. Que entonces fallaran los políticos, bueno… pero recuerdo esa alegría de salir a la calle, la solidaridad entre nosotros mismos. Para mí todo esto era un resurgimiento de la sociedad muy grande. Después de cuarenta años de una dictadura, todo es muy complicado.

Maria Aurèlia Capmany escribió que su manera de trabajar es hacerse un elemento más de la manifestación, del altercado y entonces con un gesto discreto sacar la cámara.

Esto sale de mí misma, soy una persona bastante reflexiva, no soy nada compulsiva. Siempre digo que yo no disparo, pesco. Es lo del Doisneau, echar el anzuelo y esperar. Reconozco que en las manifestaciones iba una o dos horas antes, miraba de dónde venía la luz, miraba los encuadres... y me metía en la manifestación y no me iba hasta que había terminado, porque siempre hay un momento de aquellos que dices "ya está, esto es lo que quiero contar", y si vas haces la foto y te marchas, este momento te lo puedes perder.

A raíz del premio muchas informaciones que se han publicado han utilizado las imágenes que hizo durante la primera manifestación para despenalizar al adulterio en 1976. Entonces no se decía mucho lo de "soy feminista" ¿verdad?

No [ríe]. Y no se decía sobre todo en el periodismo en el que había muchas mujeres que no lo decían porque sabían que podían despertar recelos. Tú decías soy feminista y se hacía un silencio mortal, como si hubieras dicho soy el demonio, soy bruja. Y te miraban de pies a cabeza, queriendo decir pero si es mona, no tiene bigote, va bien vestida y se pinta los labios. El estereotipo de la feminista era horroroso.

En ese momento, con Montserrat Roig y toda una serie de mujeres nos reuníamos para buscar una teoría del feminismo. Claro que ya había muchos feminismos, estaba el de Lidia Falcón que era más radical, nosotros en ese momento decíamos que la lucha política sólo no nos servía y que nos servía la lucha de la liberación de las mujeres complementada con políticas de izquierdas, y éste era el feminismo que practicábamos.

Ahora está muy instaurada la expresión "visión de género" pero diría que no la utiliza.

Muchas veces la teoría se va consolidando y sale un lenguaje que es la experiencia de esta teoría. Pero en aquel momento lo del género no lo verbalizamos, lo que teníamos claro es que éramos mujeres y que no teníamos los derechos que teníamos que tener. Yo decía "yo soy mujer y fotografío con ojos de mujer". Cuando practicas una disciplina vinculada a la comunicación el hecho de ser mujer cuenta, y sé que muchas no están de acuerdo, Colita por ejemplo, y con ella nos hemos discutido mucho. Pero para mí, miro algunas fotos de mujeres y pienso que son machistas porque esas mujeres arrodilladas enseñando el culo yo no las hubiera hecho así, no me hubieran salido porque miro diferente. Y todo esto sí que lo racionalizas, pero sin tantos razonamientos como ahora. A ver, evidentemente cuando estaba en Londres seguía a Lipstick Feminism, a Angela Davis, quiero decir que tenía un cierto bagaje, pero aquí siempre te pasabas la vida inventando.

Aún queda mucho campo por recorrer porque el androcentrismo impera. ¿Respecto a los derechos de las mujeres qué la subleva?

Lo que no puedo entender son los asesinatos de mujeres y malos tratos. Porque para bien o para mal las culturas van avanzando, hay más información, pero creo que no se estudia bien lo que está pasando y es muy grave, y toca la educación en la familia y el comportamiento de la sociedad. No se puede explicar frívolamente porque es muy grave. Y no ponen solución porque no hay voluntad.

¿Ha sido difícil tomar la decisión de depositar su archivo en el Archivo Nacional de Catalunya?

He depositado los negativos y lo tenía bastante claro. No tengo hijos y cuando te haces mayor vas pensando en ello. Todo lo que he hecho, que es un pedacito de la historia de este país, tenía que volver al país. Y sé que en el Archivo Nacional estará bien y que todo este material después puede revertir en la sociedad catalana. Para mí esto era imprescindible, pero claro, yo tengo mucha copia en papel. Porque cuando volví y vi que aquí se ampliaba tan mal me monté un laboratorio y las ampliaciones me las hago yo. Reconozco que soy quisquillosa, el blanco debe ser blanco.

Dice que sus negativos están en el Archivo Nacional de Catalunya porque no tiene hijos. ¿No quería o no llegaron?

Con mi marido, que murió hace dos años, siempre decíamos "el año que viene", y llegó un momento en que ya no había un año que viene. De todas formas, es una voluntad propia porque si realmente hubiera querido, lo hubiera hecho. Porque mira a Montserrat Roig, para ella fue un sacrificio, sola con dos criaturas cuando hacía Els catalans als camps nazis, sin dinero, sin recursos...

Es lo que en periodismo cuando encuentras un tema que te lo haces tuyo, lo llevas a cabo pase lo que pase. También ocurre que la fotografía es muy absorbente, no puedes decir ahora hago esto y ahora no. Porque estás pensando en la luz, en cómo harás el retrato, te lees los libros del retratado para tratar de captar su esencia, y claro, esto trabajando en según qué lugares no puedes hacerlo. Por eso siempre he sido freelance, porque no quería renunciar a esta forma de trabajar. Y me he sentido muy cómoda, porque he hecho lo que he querido, pero lo pagas con inseguridad, no sabes si el próximo mes tendrás trabajo… pero te satisface.

Esta libertad de organizarse el trabajo le hizo ir a Cuba, donde ha hecho mucho trabajo.

El primer año fue en 1982 con Montserrat Roig. Habíamos ido a México a un congreso de literatura y aprovechamos para ir a La Habana, la idea era entrevistar a Fidel Castro pero justo hubo unas maniobras en las bahías y Fidel Castro no quiso, y entrevistamos a Carlos Rafael Rodríguez, que era el primer ministro. Y fue divertido, claro La Habana, todo era "sí mi amor ya lo haremos", pero no hacíamos nada. Estábamos en contacto con el relaciones públicas del gobierno de allí y nos envió una invitación por el Día de la Mujer Trabajadora en el Gran Teatro de La Habana. Vamos y nos encontramos con que en la primera fila estaba Carlos Rafael rodeado de militares, y con Montserrat dijimos, "o ahora o nunca". Y Montserrat escribió en un papelito "somos dos periodistas españolas...", y como dos niñas pequeñas, nos cogimos de la mano, apretamos a correr hasta la primera fila y al primer militar le dijimos "páselo", y sí, sí, todos riendo, se lo fueron pasando. Y enseguida unos de seguridad nos cogieron y nos dijeron "Carlos Rafael Rodríguez les espera mañana a las nueve en su despacho".

Allí también conectamos con un grupo de poetas donde estaba César López. Además, parece que hay un bloqueo muy importante y que no se enteran de nada, pero los cubanos lo sabían todo. Porque César López me dice "oye tú que has hecho el libro de los cementerios vete a ver el cementerio de Colón", y en ese viaje ya no tuve tiempo, pero me lo guardé. En aquella época cuando hacía algún dinero con el trabajo de algún catálogo de algún museo, no me marchaba de vacaciones, me lo guardaba y me iba a algún sitio a trabajar. Y con los años volví con la historiadora Isabel Segura a hacer el cementerio de Colón, que es precioso, además tiene mucha escultura modernista e hicimos el libro comentando también muchas tumbas de los hindúes catalanes. Y al cabo de unos años con Isabel Segura también hicimos el libro Viajeras a La Habana, con María Zambrano, Cenobia Camprubí, María Teresa León y la infanta de Borbón, María Eugenia. Es un libro que quiero mucho porque es muy intimista, había mucho estudio de la luz, de la arquitectura...

En la cantinela que utilizaban con Montserrat Roig para captar a los protagonistas de sus reportajes ha explicado que les decían “somos dos periodistas españolas”, ¿decir catalanas habría sido complicado?

No sabían que era ser catalán. Por ejemplo, en Londres muchas veces yo decía que era francesa porque explicar que era española entre que estaba Franco, todo el tema de la dictadura... era tan pesado. Y cuando estaba en Francia decía que era polaca, y no me hagas decir por qué.

Todo el tema del uso social del catalán y la pérdida de hablantes vuelve a ser tema de debate. ¿Qué piensa?

Cuando se pierde una lengua se pierden muchas cosas: la literatura, el país, la forma de expresarte. Por ejemplo, aquí en Gràcia hará 33 años que vivo, y normalmente hablas en catalán en todas partes, y ahora no, es mucho más difícil. El otro día se hablaba de que cambiamos del catalán al castellano por buena educación. Y quizás somos tan buen educados que damos asco. A ver si perderemos la lengua por ser buen educados. Y a veces te encuentran en situaciones que dices, a ver, ¿cuánto tiempo llevas aquí? Y si te dicen que llevan años, a mí me sale preguntar no tienes curiosidad por saber que beber es "beure". Lo siento y me preocupa. A mí me preocupa Catalunya en general. Estamos en momentos complicados, muy difíciles.

¿Qué le dice su intuición?

Pasarán años. Y cuando eres mayor te gustaría ver otras cosas. En realidad, todos queremos ser felices y queremos estar bien en el lugar donde vivimos, y de repente ves que hay una parte de sentimiento y de forma de ser que se está acabando y eso sabe muy mal.

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