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“Organizarse es comenzar a vencer” Crónica de las jornadas ‘El feminismo sindicalista que viene. Trabajadoras somos todas’

Viernes 11 de diciembre de 2020

Crónica de las jornadas ‘El feminismo sindicalista que viene. Trabajadoras somos todas’. Frente a los debates polarizados de las redes y la agenda institucional, centenares de mujeres, precarias y migrantes, se organizan y combaten por sus derechos

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Foto de grupo de participantes en las jornadas.

Josefina L. Martínez 10/12/2020 CTXT

Pantalla en blanco. Solo un nombre: Fatiha Suleman. Escuchamos un testimonio desgarrador. “Venimos a este país para vivir mejor y nos tratan como basura”. Es una jornalera marroquí que utiliza un nombre ficticio para preservar su seguridad. Relata la explotación que viven cada año miles de mujeres que cruzan la frontera con contratos en origen para la recolección de la fresa. Esta vez todo se agravó con la pandemia: no podían regresar y se quedaron durante meses sobreviviendo en chabolas, sin agua y sin luz, a veces sin comida.

A finales de junio, mientras Fatiha y otras jornaleras de Huelva luchaban contra estos abusos, un centenar de mujeres van a la huelga en el Hospital Gregorio Marañón de Madrid. Las limpiadoras se plantan con sus batas verdes y amarillas para mostrar que, aunque no son consideradas como personal sanitario, sin su trabajo no funcionan los hospitales. Durante todo el verano mantuvieron una dura pelea contra el Gobierno de la Comunidad de Madrid para frenar la privatización del servicio de limpieza. Y lo lograron.

En otro punto del mapa, las trabajadoras del hogar lanzaban campañas para visibilizar a las internas que pasaron la cuarentena encerradas con sus patrones, sin poder tomarse ni un descanso. En medio de la crisis, formaron el primer Sindicato de las Trabajadoras del Hogar y los Cuidados (SINTRAHOCU), de carácter estatal, para “dignificar las condiciones laborales” y denunciar que miles de trabajadoras inmigrantes se quedaron sin ingresos. Al mismo tiempo, mujeres organizadas en la PAH y otros espacios vecinales desplegaban redes de apoyo mutuo en los barrios de grandes ciudades para frenar los desahucios y repartir comida en medio del confinamiento.

¿Qué sucedió con el movimiento feminista durante estos meses de pandemia? Si nos guiamos solo por el escaparate de las redes sociales, podríamos pensar que todo ha girado en torno a uno o dos debates polarizados, parálisis y desencuentros. Pero esa visión, restringida a la agenda de un feminismo mainstream, borraría del mapa múltiples luchas que han protagonizado mujeres trabajadoras, mujeres precarias y migrantes, aquellas que siguieron combatiendo bajo el fuego de la primera línea.

De todo esto se habló en las Jornadas El feminismo sindicalista que viene, organizadas por La Laboratoria, un dispositivo transnacional de apoyo a la investigación activista feminista, en el Museo Reina Sofía entre el 2 y el 5 de diciembre. Allí pudieron encontrarse, mirarse a los ojos y reconocerse mujeres que desde diferentes trincheras tejen redes en medio del desconcierto: auxiliares de residencias de mayores, limpiadoras, camareras de piso agrupadas en Las Kellys, trabajadoras del hogar, riders, trabajadoras sexuales, activistas de la PAH, jornaleras y decenas de activistas de asambleas del 8M, comisiones de migrantes y colectivos feministas. Costanza Cisneros, de Territorio Doméstico, sintetizó con una frase el ambiente del encuentro: “Organizarse ya es comenzar a vencer”.

Cruzando fronteras, levantando puentes

Lotta Tenhunen, de la PAH Vallekas, destaca el papel de las mujeres en la práctica de un sindicalismo social que se construye desde los barrios. Para ella, el feminismo sindicalista no es una declaración de intenciones, sino que “ya está presente en la lucha contra los desahucios”.

“Creo que el sindicalismo feminista estaba en el piquete Stop Desahucios que paró mi desahucio y el desahucio de mis cuatro vecinas en medio de la pandemia. Y cuando Miriam me dijo que yo podía vivir en su casa el tiempo que hiciera falta si al final me terminaban sacando a rastras. Puede sonar como algo pequeño y personal, pero son prácticas sistemáticas que hemos elaborado durante años y que nos permiten atravesar esos momentos. El feminismo estaba cuando las médicas residentes mandaron su apoyo ante nuestro desahucio, diciendo que sin vivienda no hay sanidad”, explican desde la PAH. Se trata de visibilizar estas “luchas en las que se pone en juego la vida cotidiana, más allá del mundo laboral”.

Y la necesidad de visibilizar aquellos trabajos que no lo parecen es un punto de confluencia para otras mujeres precarias como las trabajadoras del hogar, las riders y las trabajadoras sexuales. Desde diversas experiencias, todas coinciden en algo: “No somos víctimas, somos sujetos políticos”. Y “si nos quieren separadas, vamos juntas”. Como cuestión más general, la Ley de extranjería aparece como un condicionante material muy importante en la vida de las mujeres trabajadoras, ya que la degradación de los derechos de unas empobrece a todas.

Las trabajadoras de residencias, las limpiadoras o las Kellys tienen más cosas en común: todas ellas se vienen organizando a contracorriente, superando obstáculos, formando nuevas asociaciones o secciones sindicales basadas en métodos asamblearios. En esto se diferencian de los sindicatos tradicionales, apuntan. Y denuncian que estos, además de estar demasiado masculinizados en las cúpulas, mantienen jerarquías burocráticas ya que “algunos están en los sillones sin trabajar hace 40 años”.

Autoorganización y feminismo de clase

“¿Cómo seguimos? ¿Cómo apoyar estas luchas? ¿Se pueden crear nuevas máquinas de guerra y nuevas formas de sindicalismo desde el feminismo antirracista?” Pastori Filigrana, abogada laboralista y activista feminista gitana, plantea algunos interrogantes como disparador del debate. Se intercambian ideas, se hacen propuestas, ronda la idea de soldar algún tipo de coordinación. Muchas se emocionan tan solo por el hecho de volver a debatir en persona después de muchos meses de pandemia. Una trabajadora del Museo Reina Sofía aporta una consigna que puede servir como articuladora, recuperando un lema de la lucha contra la dictadura en Chile: “No +, porque somos +”. Y la idea prende. La activista feminista Justa Montero expresa lo mismo, de otro modo: “Derechos para todas, todas, todas”. Y se refuerza la propuesta de volver a ocupar la calle como camino hacia el 8M.

"Sin derogar la Ley de extranjería, no hay políticas de igualdad y sin derogar las leyes laborales, no hay políticas feministas"

¿Qué feminismo necesitamos si queremos cambiar radicalmente la vida de la mayoría de las mujeres? ¿Cómo fortalecer un feminismo de clase que no borre del mapa a las más explotadas y oprimidas? Ana Pinto, jornalera de Huelva, lo expone de forma muy clara: “A mi hay algo que me resulta bastante chocante: estar viendo cómo hay un gran debate en el movimiento feminista con el tema de la prostitución, con el tema de las compañeras transexuales, mientras que nosotras tenemos compañeras que están malviviendo en asentamientos chabolistas, sin luz y sin agua, y que se están teniendo que prostituir porque no tienen absolutamente nada. Y nadie está mirando hacia allí, ni está poniendo el foco allí para ver cómo podemos ayudarlas”.

Pinto señala que “el movimiento feminista se ha echado a la calle, de forma masiva, para acompañar a la compañera violadas por la Manada –algo que la enorgullece, dice–. Pero tenemos compañeras marroquíes que trabajan en el campo que todavía tienen un juicio abierto. ¿Y dónde ha estado el movimiento feminista? Lo que planteamos es si se va a poner la mirada allí en el sur, y si en vez de estar peleando entre vosotras, vais a mirar a las que realmente lo necesitamos”. Nuria Alabao retoma esa idea y señala que un feminismo de clase necesariamente será “antipunitivista, transactivista, defenderá los derechos de las trabajadoras sexuales y las migrantes”. Porque “hay un feminismo reaccionario, pero ese no es nuestro feminismo”.

La lucha de las mujeres trabajadoras contra las múltiples opresiones no comienza hoy, sino que tiene una larga historia que merece ser contada. En 1912, las trabajadoras textiles desafiaban a las grandes corporaciones norteamericanas con una huelga que duró más de dos meses. Piquetes diarios, asambleas masivas, cantos y música, enfrentamientos con la policía, cajas de resistencia, comedores comunitarios en los locales sindicales y familias solidarias que cuidan a los hijos de las huelguistas mientras dura el conflicto. Pasó a la historia como la huelga de Pan y Rosas. Lo que es menos conocido es que la huelga la comenzó un grupo de migrantes polacas, aquellas que eran las más precarias entre todas. El movimiento de mujeres en la historia ha sabido cruzar fronteras y construir puentes, dando forma a nuevas formas de organización y protestas en los lugares de trabajo, en los barrios y en las calles.

La explotación, el racismo y las violencias que atraviesan la vida de las trabajadoras revelan también los límites de los discursos “progresistas” desde las instituciones actuales. Porque sin derogar la Ley de extranjería, no hay políticas de igualdad y sin derogar las leyes laborales, no hay políticas feministas. Sin expropiar las viviendas vacías, no hay políticas reales para las mujeres que luchan por su derecho a un techo. Y nada de esto es posible sin enfrentar en todos los frentes a un sistema capitalista, patriarcal y racista. Pero “no van a poder con nosotras”, insiste María, limpiadora del Gregorio Marañón. “Y voy a citar una frase que me dicen mis hijas feministas. No van a poder con nosotras porque somos mujeres, somos poderosas, y la próxima revolución será feminista o no será”.

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