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Octavia E. Butler, una visionaria de nuestras peores pesadillas

Sábado 8 de enero de 2022

Raquel Moraleja 7 Enero 2022 El Asombrario

La editorial Capitán Swing recupera la bilogía de las ‘parábolas’ distópicas escritas por Octavia E. Butler en los años 90: ‘La parábola del sembrador’ y ‘La parábola de los talentos’. Ambientadas en un futuro azotado por las terribles consecuencias del cambio climático y protagonizadas por una joven negra que se convierte en profeta de una nueva religión, estas dos novelas reflexionan sobre temas tan acuciantes como la tiranía política, el fanatismo, las drogas, el racismo o la lucha de clases.

La única verdad perdurable es el Cambio. Dios es cambio. Esto quiere decir: mutad, moldead, transformad. Esto quiere decir: adaptaos al contexto, pero haced que el contexto también se adapte a vosotros.

En su colegio de Pasadena, California, Octavia tan solo era aquella chica negra marginada, devoradora de libros, tan grande y andrógina, a la que sus compañeros de clase acosaban sin descanso. Su madre le traía todos esos libros que los blancos en cuyas casas servía y limpiaba iban a tirar a la basura. Su tía le dijo: “Nena…, los negros no pueden ser escritores”.

Para la década de los 90, cuando escribió La parábola del sembrador y La parábola de los talentos, Octavia E. Butler (1947-2006) ya era una escritora de ciencia ficción consumada. Una de las mejores del mundo, de la historia. La llamaban “la gran dama de la ciencia ficción”, con permiso de algunas de sus coetáneas más conocidas: Ursula K. Le Guin y Joanna Russ, entre otras. Con novelas como Parentesco, Hija de sangre o La estirpe de Lilith se llevó todos los premios codiciados de la literatura de ciencia ficción: el Hugo, el Nébula y el Locus. Aquella niña que con 12 años empezó a imaginar otros mundos para escapar del que la rodeaba se convirtió en una narradora prodigiosa, tenaz y visionaria. Se abrazó a su obsesión positiva y perseveró. Dios es cambio.

El pasado será el peor de nuestros futuros

Casi tres décadas después de que Octavia E. Butler comenzase a escribir sus parábolas ambientadas en un Estados Unidos terriblemente distópico, la editorial madrileña Capitán Swing publica en nuestro país La parábola del sembrador (1993) y La parábola de los talentos (1998). Ambos libros podrían haberse escrito hoy mismo. Podrían escribirse dentro de cinco años. Porque en lo que coinciden tanto los críticos como los entusiastas lectores de la obra de Butler es en su asombrosa y, en cierto modo, estremecedora capacidad de anticipación.

El cambio climático embravece el mar, derrumba colinas, envenena tierras de cultivo, altera las estaciones. La hambruna y unas cuantas viejas enfermedades que se creían erradicadas campan a sus anchas por Estados Unidos, un país al borde del colapso. No hay dinero ni comida ni educación ni trabajo ni medicinas ni combustibles. Hay drogas sintéticas, hay clanes de asesinos fascinados por las drogas y el fuego, hay esclavistas con sus esclavos, hay quien trabaja para pagar la deuda de su mera existencia, hay políticos ultraconservadores que quieren hacer de América un país grande. Otra vez.

La soñada clase media está desapareciendo. Solo quedan los ricos, que se atrincheran detrás de sus altos muros, armados hasta los dientes, y en el extremo opuesto, los pobres. Hay pobres que se arrastran por las autopistas y superpueblan los asentamientos okupas. Son asaltados, atracados, torturados y asesinados. Son como los fantasmas de un sueño nacional roto. Pero también son pobres quienes se contentan con tener una cama y algo de carne, porque lo único que pueden esperar de la vida es superarla con el mínimo sufrimiento posible y, después, desaparecer.

En Robledo, un pequeño barrio amurallado del sur de California, vive Lauren Oya Olamina, la protagonista de estas parábolas. Una chica de raza negra, inteligente, fuerte y decidida, una especie de heroína de gran envergadura y aspecto masculino que nos hace pensar en la propia autora. A lo largo de las dos novelas –Butler empezó a bosquejar una tercera, aunque falleció sin llegar a comenzarla–, Olamina vive las aventuras y las desdichas típicas de cualquier personaje lanzado a su suerte en un mundo post-apocalíptico. Ve morir a los que más quiere, sobrevive a todo tipo de violencias, crea nuevos lazos familiares con completos desconocidos. Pero esta protagonista tiene algo de lo más singular: cuando arranca el primer libro, en el año 2024, solo es una adolescente, pero en su cuaderno de notas está creando nada más y nada menos que una nueva religión.

La fe de las estrellas

Semilla Terrestre. Dios es cambio. Siendo hija de un pastor cristiano, Olamina tiene la convicción de llevar su nueva religión hasta los confines del mundo. La chica no piensa que esté creando una nueva religión, sino que la está descubriendo. Semilla Terrestre ya estaba ahí, en mitad de todo el caos, el dolor y la muerte, y ella solo la canaliza, le da forma, la registra y la explica. La chica es ambiciosa en todos los aspectos de la vida, rebelándose contra el incierto destino de su país: ella quiere crear comunidades de Semilla Terrestre, difundir la palabra, otorgarles a los hombres y las mujeres de todo el planeta un Destino. El Destino de Semilla Terrestre es enraizar entre las estrellas. Butler recupera el motivo de la exploración espacial, un clásico inagotable de la literatura de ciencia ficción y un hito en la historia científica de Estados Unidos, para otorgarle a Olamina un objetivo vital. Una obsesión positiva.

En La parábola del sembrador, mientras Olamina se enfrenta a sus primeras batallas y vaga por las carreteras de California en busca de la salvación, el lector es testigo del surgimiento de esta nueva fe. Una fe rara, muy distinta a todas las que conocemos, pues no cree en un Dios personificado, en una deidad que te ama o te odia o te castiga; cree en las leyes de la Naturaleza, en las estrellas, en el aprendizaje y las palabras, en la empatía, la colectividad y la transformación. El objetivo nos define, nos moldea y nos ofrece grandeza.

La parábola de los talentos arranca una década más tarde, en los años 30. Olamina es una joven adulta que ha conseguido asentar la primera comunidad de Semilla Terrestre al norte de California. Cultivan la tierra, tienen una escuela, construyen sus propios muebles y herramientas, en su seno hay familias blancas, asiáticas, negras y latinas y todos creen y difunden la palabra de Semilla Terrestre. Dios da forma al universo igual que el universo moldea a Dios. El país, que parece haber superado su peor etapa de violencia, se enfrenta ahora a un presidente ultraconservador, racista, misógino y fanático. Jarret es el perfecto antagonista de Olamina, la heroína de estas parábolas. Su fe es ciega e incondicional, su palabra es la única válida y verdadera. Entonces, ¿acaso son tan diferentes? Quizás lo más interesante de esta segunda parte de la bilogía de Butler sea que, por primera vez, nos planteamos que Lauren Oya Olamina también es una fanática. Pase lo que pase, muera quien muera, se destruya lo que se destruya, lo más importante en este mundo es Semilla Terrestre. De sus dos hijas, ella es su preferida. Y es que es a través de la voz y los ojos de su propia hija que percibimos la imagen externa de Lauren Oya Olamina como una profeta. Una profeta del terror de los días pasados. Una profeta del futuro de nuestras peores pesadillas.

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