Lunes 17 de febrero de 2025
Cristina Fallarás, Periodista y escritora 16/02/2025 Público
Ahora evidenciamos lo que antes no se veía. Y pasa a estar mal visto. Hablamos de lo que antes no se hablaba. Y, efectivamente, lo que descubrimos nos parece mal. Me refiero a que nos parece mal como sociedad. Pero no se trata de que algo que antes nos parecía bien ahora nos parezca mal. Es decir, antes las agresiones sexuales no nos parecían bien, las violaciones dentro de la familia nos nos parecían bien, la violencia sexual en la infancia no nos parecía bien. Sencillamente, no hablábamos de ello, al menos abierta y públicamente, lo dábamos por desconocido. De pronto hemos “descubierto” que esas cosas no solo suceden, sino que suceden habitualmente. Y, claro, por ahora nadie puede restarles importancia. Por ahora.
Si esas violencias suceden y sucedían habitualmente, es porque millones de hombres las perpetraban. Las violaciones grupales no son nuevas, como no son nuevas las agresiones sexuales a las criaturas dentro de la familia. Esos millones de hombres que ejercen violencia sexual ahora ven cómo ésta sale a la luz, las mujeres nos lanzamos a denunciar, y sus “actividades” quedan en evidencia (al menos consigo mismos). Lo que no quiere decir que vayan a dejar de hacerlo. Lo harán de manera distinta, y más nos vale prestar atención a esto.
Aparece la noticia de que existe un chat de hombres en Telegram, en Portugal, con más de 70.000 individuos que comparten “fotos íntimas” de mujeres sin su permiso, mujeres que pueden ser sus esposas, novias, hijas, madres, amantes… Aparece, simultáneamente otro chat de las mismas características, también con más de 70.000 hombres, en Alemania donde los participantes compartían estrategias sobre cómo drogar y violar a mujeres. Estas dos noticias no son casuales. Son fruto de las nuevas formas que tiene que ir adoptando la cultura de la violación para adecuarse a unos nuevos tiempos en los que, tras haber expresado, publicado y difundido sus tropelías, necesitan encontrar nuevas vías para perpetrarlas.
Mucho me temo que ese es solo el primer paso, como una especie de refugio de transición. Quienes participan de la cultura de la violación, la defienden. Esto es algo que nos cuesta mucho creer al resto de la sociedad. No nos cabe en la cabeza —me pregunto por qué tipo de candor— que esos hombres están ahí de forma voluntaria. Es más, que se lo pasan bomba con sus atrocidades y que no van a dejar que las nuevas expresiones contra el silencio les cierren un chiringuito que han recibido en herencia y gozan de lo lindo.
Esos chats no tienen exactamente una estructura jerárquica, no hay un gurú o jefe de la banda. Funcionan por acumulación y son “una comunidad”. Podremos conseguir que, en el ámbito público, esos tipos ya no tengan tan fácil poner en práctica sus fechorías, que ya no se les rían las gracias, o ni eso. Lo que no debemos pensar es que, por ello, van a dejar de hace aquello que llevan décadas , si no siglos, haciendo. Lo harán desde otros lugares y con otras herramientas, pero lo harán.
Mi mayor temor es que acaben dándole la vuelta al castigo social que ahora reciben sus tropelías y un día, por extraño que nos resulte, ya no parezca mal, ya no esté mal visto. Son demasiados con demasiado poder como para echar en saco roto esta posibilidad.