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No somos las locas que vosotros queréis

Miércoles 22 de diciembre de 2021

Sara R. Gallardo 15/12/2021 Pikara

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Verónica Forqué en la presentación de MasterChef Celebrity.

El “cómo la dejaron entrar”, refiriéndose a Verónica Forqué dentro del concurso MasterChef, vuelve a ser el discurso y ejercicio de control sobre los cuerpos de las personas locas. Sobre las no normativas, sobre las que no podemos cumplir con esos mandatos de producción impuestos o no como a ellos les gustaría. Pero ese discurso solo acalla sus conciencias.

La noticia del suicidio de la actriz Verónica Forqué tenía todos los elementos para convertirse en una bomba informativa y una fuente de declaraciones de todo tipo: el propio debate cíclico y nunca resuelto sobre el suicidio, la polémica participación de Forqué en la última edición del programa MasterChef Celebrity, la responsabilidad del reality, de RTVE como ente público y de los usuarios de redes sociales como Twitter o Instagram en la decisión de la actriz de quitarse la vida y, por último, la creciente aparición de la mal llamada “salud mental” en el tablero informativo y en los programas políticos de izquierdas.

Las personas psiquiatrizadas, sin embargo, nos sentimos desamparadas ante la proliferación de opiniones sin fundamento ni sentido crítico, por no mencionar a las voces “autorizadas”, que ponen el foco en la “voluntad individual” de los y las “pacientes psiquiátricos” y que piden “colaboración” y obediencia para poder ser “curados”. De lo contrario, parecen decir, serán ellos mismos los culpables de su propia miseria.

Hay muchísimas personas que llevamos rotas un tiempo hondo y larguísimo, casi desde que nos reconocimos en el espejo por primera vez. Y tratamos de seguir viviendo en esa rotura como podemos. La gente sigue queriendo matarse y, después de un intento de suicidio, como cuenta Azahara R. Pérez, periodista y persona psiquiatrizada, “nos ingresan, nos atan y nos sobremedican. Eso no ayuda, al contrario. No podemos quedarnos con la idea de que hay que aumentar los recursos psiquiátricos”.

De este modo, con el suicidio de la actriz, pasamos de la mofa –la risa, el bullying, la burla– hacia una declaración tan genuina y honesta como un “no puedo más” y de insultos continuados referidos al campo semántico de la locura a pedir evaluaciones psicológicas para entrar a participar en programas de televisión; del “hay que poner en primer plano la ‘salud mental’” al “la gente con enfermedades mentales no puede soportar los flames” y “hay que tratar a los enfermos mentales como enfermos mentales”.

Me llama la atención sobre todo esa “evaluación” de los fuertes, de los que “van a aguantar la presión”, los que “van a soportar la dureza de las críticas”. Como si no todos y todas fuéramos frágiles, rompibles, consumibles, desechables. Como si hubiera gente predeterminada a no ser apta para el circo del mundo.

Tal y como señala Amaike (@temporalitat15), “hay un doble discurso, uno que dice: no estás tan mal, muévete, sal de casa, haz cosas, y ya verás que mejoras, pero a la vez estás en la mierda y se te nota y entonces viene el discurso contrario: si estás tan mal para qué vienes, si estás tan mal para qué lo haces, si vas a poner esta cara, no vengas”. Este caso mediático pone de manifiesto justamente que no podemos ser las locas perfectas, nunca vamos a poder cumplir las expectativas que pone en nosotras la normatividad. Y, al mismo tiempo, somos el vivo retrato de la profecía autocumplida: al final siempre acabamos resentidas y nuestro malestar acaba resultando molesto.

Mientras todo el mundo se agita y se amontona, las locas seguimos pidiendo que se escuchen de primera mano las violencias que ejercen las mismas personas que alzan la voz por nosotras, sin nosotras. “Se os llena la boca hablando de salud mental, de que hay que atajar la problemática del suicidio desde las instituciones sin pararos a pensar en las violencias que ejercen estas y cómo nos empujan a una vida de miseria, de sufrimiento cronificado e incluso a la muerte”, llegó a decir una compa de Twitter, @EvitaPeron_666, que prefiere no revelar su nombre y que, precisamente, es actriz y performer, además de persona psiquiatrizada.

“El estigma es una falacia”, continúa, “lo que hay es una reproducción de las dinámicas capitalistas que exigen una serie de criterios de funcionalidad y capacidad productiva. Cuando una no puede cumplir con los mandatos impuestos, se convierte automáticamente en una outsider, una pariah”.

Hay, y lo sentimos muchas, un discurso blandito, inocente, errejoniano, que coloca el “ir a terapia” como algo casi deseable. Otra de las personas psiquiatrizadas con las que hemos hablado, Annie, está totalmente convencida de la instrumentalización de este suicidio, “y de todos los que llegan a los medios”, añade, por parte de cierta izquierda (incluido Errejón) “desde términos biologicistas como ‘pandemia silenciosa’».

“Quien se suicida tiene motivos”, reflexiona, “y centrarnos en esa interioridad que es ‘la mente’ deteriorada, para reclamar más plazas PIR [Psicólogo Interno Residente], que siguen tapando y engrosando el problema (aunque haga falta, igualmente, porque la situación es penosa) en lugar de centrarnos en la raíz del sufrimiento psíquico de las personas, no es más que una instrumentalización del suicidio de cara a los políticos y al negocio de la terapia”, insiste.

El “cómo la dejaron entrar”, refiriéndose a Verónica Forqué dentro del concurso MasterChef, vuelve a ser el discurso y ejercicio de control sobre los cuerpos de las personas locas. Sobre las no normativas, sobre las que no podemos cumplir con esos mandatos de producción impuestos o no como a ellos les gustaría. Pero ese discurso solo acalla sus conciencias.

“La gente sale pidiendo más plazas PIR y te dan ganas de abofetearles”, dice Vega Pérez-Chirinos, psicóloga perinatal y persona psiquiatrizada. “Creo que hay muchísima gente que cree genuinamente que se va a arreglar así, que lo importante es conseguir que no te mates, así se termina justificando la sobremedicación o la contención mecánica, que es por tu bien, porque así no te matas. Pero lo que hace que no te mates es que no te quieras morir. Y eso se construye desde fuera”, añade.

Las locas estamos afónicas de decir que patologizar el sufrimiento no lo hace más transitable; la psiquiatrización lo hace, más bien, violento, inmenso, monstruoso, lo hace inabarcable, cronificante, vergonzoso, angustioso, lo convierte en moneda de cambio, en vara de medir, en control, en amplificación del mismo sufrimiento. Ya lo señalamos antes, patologizar el sufrimiento no es el camino liberador que están vendiendo las izquierdas.

Mientras esos altavoces públicos publican sus opiniones, las personas afectadas directamente por esas opiniones silenciamos sus palabras en Twitter para que no nos dañen. Mientras ellos hablan de cómo tratar a “alguien con enfermedades mentales”, nosotras tratamos de buscarnos entre el gentío para sentir que no estamos solas: y una palabra lo cura.

“No vale con echarnos las manos a la cabeza cuando una persona se ha suicidado cuando la gente no da importancia y oculta las violencias psiquiátricas que sufrimos”, cuenta Azahara R. Pérez. “Es muy fácil poner un mensaje para que nos retuiteen, pero mientras nos sigan silenciando a las psiquiatrizadas, de nada sirve”, sentencia.

¿Por qué no se nos escucha? ¿Qué ocurre para que se nos silencie? “Porque escuchar a las personas psiquiatrizadas supone revisar todo el sistema desde sus entrañas, desde las bases capitalistas del estado hasta lo que sucede en las consultas de psicología, TODO”, reconoce Alejandro Cobos, psicólogo y profesor universitario, “y eso no interesa a nadie”.

En Twitter sucede a menudo que son los y las profesionales psi quienes responden a las declaraciones de personas psiquiatrizadas de forma totalmente violenta. “La idea de que nos respondan, a veces en masa, para negar en rotundo nuestras vivencias es la de tratar de callar la opinión de que el sistema no funciona, que no se aguanta”, asegura Amaike. “Y responde a un corporativismo médico muy bestia: quieren callar a todo aquel que les ponga un espejo en la cara, que diga que sus prácticas son tortura”, explica.

La pandemia “silenciosa” es un grito desgarrador que llevamos años profiriendo: lo insostenible de la vida en estas condiciones, la exigencia de cumplimiento de derechos humanos en todas las unidades de psiquiatría de este país, el reconocimiento de nuestra voz como interlocutora válida sobre lo que ocurre dentro de los psiquiátricos. El grito es por fin una narrativa que nos interpreta como sujetos políticos y no como objetos pasivos sobre los que se habla a sus espaldas para ver qué se puede hacer con ellos. La sensación creciente, cuanta más conciencia adquirimos y más fuertes nos hacemos en lo común, no es que no nos escuchen, sino que nos silencian. Ahora llamadnos locas por gritar.

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