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No se llama Maradona, se llama patriarcado

Jueves 3 de diciembre de 2020

Tatiana Romero 02-12-2020 Pikara

El dolor por la muerte de Maradona es coral, tiene muchos matices y se encarna en muchos cuerpos. Maradona es excusa y arma arrojadiza para practicar el desprecio y hacer alarde de superioridad moral entre nosotras.

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Grafiti de Diego Maradona en el barrio de La Boca, ciudad de Buenos Aires.- Cadaverexquisito (Wikimedia Commons)

El 25N, día en que se conmemora el asesinato de las hermanas Mirabal a manos del dictador Trujillo, murió Diego Armando Maradona. Una ironía, sin duda. Para las mujeres que han sido violentadas y para las que fueron violentadas por él es, quizás, un acto de justicia. Lo cierto es que de pronto se desató una guerra en redes que saca a la luz las fisuras dentro del feminismo. Es lógico porque «El Feminismo», con mayúsculas, es propiedad privada de unas cuantas. Por otro lado, evidencia la falta de normalización respecto a denunciar las violencias machistas sin importar quiénes las ejercen. Además, sirve para patentar la falta de interseccionalidad en nuestras prácticas feministas, lo que no quiere decir que sean “matices” sino verdaderos ejes de opresión/privilegios que se intersectan y que deben ser tematizados para, tal vez, poder superar muchas de las dicotomías que hacen casi imposible el encuentro entre feministas.

Es cuestionable que la muerte de Maradona sea motivo de luto nacional durante tres días, es también cuestionable que haya feministas que públicamente expresen su dolor ante esa muerte, lo que no quiere decir que celebren su vida. Todo esto debería estar ya superado, las denuncias de las violencias machistas deberían ser la base de la que todas partimos, un hecho inamovible. Sin embargo, seguimos excusando cuando se trata de personas importantes para nosotras o cercanas. Maradona era un hijo sano del patriarcado: misógino, violento, maltratador, pedófilo; como casi todos los hombres que desde la izquierda encumbramos. O como casi todos nuestros compañeros de militancia. Muchas veces denunciar las violencias machistas trae consigo que nos echen de los espacios activistas mixtos, porque, desafortunadamente son muchas las historias en las que alguna de nosotras ha denunciado violencia, maltrato o violación y se nos ha pedido (y no siempre amablemente) que abandonemos el espacio. Llegado el momento la consigna de “hermana yo sí te creo” solo vale si el agresor no es mi hermano, mi novio o mi amigo. Seamos un poco más honestas y mirémonos un poquito más las prácticas machistas que seguimos reproduciendo, dejémonos de hipocresía y denunciemos tanto a Maradona como a nuestro mejor amigo. No es fácil y es muy doloroso, pero solo así podremos tener un poco de coherencia, porque a día de hoy yo no entiendo que haya compañeras denunciando a Maradona en las redes como un violentador mientras sostienen y defienden a maltratadores conocidos en sus entornos cercanos. El enemigo es el mismo y no se llama Maradona, se llama patriarcado. Es el patriarcado lo que hace que un chaval, venga de donde venga, haga lo que hizo Maradona: golpear, violentar y abusar. Esa es la masculinidad que han aprendido y no hay perdón que valga. Vamos a combatirla antes de acusar y cuestionar públicamente a las compañeras feministas que, de alguna forma, se duelen por su muerte. Para poder escuchar hay que permitirles hablar. Preguntemos qué es lo que las hace dolerse por la muerte de un hombre como Diego Armando Maradona.

En este mundo en el que la polarización está a la orden del día, en los espacios feministas solo hay dos principios absolutos y siempre contrapuestos: no hay sitio para los matices ni para el diálogo. No hay espacio para otras opiniones más que las propias. Tenemos muchos ejemplo. Basta con pasarnos por Twitter y ver la virulencia de los ataques. Nos hemos comprado la falsa premisa de las verdades absolutas y la absurda idea de que somos nosotras quienes tenemos esa verdad y, con eso, hemos dinamitado todos los puentes que los feminismos llevaban construyendo desde hace décadas. Es pasmosa la facilidad con la que nos atacamos entre feministas y, como no nos gusta desaprovechar la ocasión, tengo la impresión de que Maradona es excusa y arma arrojadiza para practicar el desprecio y hacer alarde de superioridad moral entre nosotras. Y, como me niego a reproducir estas formas patriarcales de enfrentarnos las unas contra las otras, quiero aprovechar la oportunidad para responder lo que no se ha preguntado: ¿Por qué a muchas nos interpela la muerte de Maradona? No para excusarlo sino para entendernos como feministas un poco más.

Una de mis imprescindibles, feminista como solo lo puede ser una migrante con tres hijos que lucha por su deseo bibollero y sale a las calles día sí y día también, lloraba a mares hace un par de noches porque con ese hombre moría una parte de su infancia. No lloraba por él, lloraba por ella misma. Lloraba por todas las niñas y niños de las barriadas pobres y pauperizadas que, gracias a personajes como Maradona, sueñan con otra vida posible: “Si el Diego pudo yo también”. Porque aunque no nos guste, la historia de la clase obrera, la vida de las y los trabajadores está llena de historias aspiracionales, de sueños de movilidad social. El capitalismo es eso, carne de cañón, ejército de reserva que aspira algún día a llegar a ser “clase media”. Poder comprarse un coche, una tele, una casa; mientras en el día a día no hay para comer. Maradona salió del barro, como muchos otros deportistas han salido de las villas, las barriadas, las favelas. Aquí cabría preguntarnos también qué queremos decir cuando haciendo alarde de todo nuestro desprecio clasista decimos: “Pero si era un futbolista, no un médico, ¿cómo se puede admirar así a alguien que lo único que ha hecho es pegar a un balón?”. Nos preguntamos esto porque también entramos en esa lógica perversa que es la meritocracia. No, las y los chavales de la clase obrera no llegan a ser premio Nobel, porque ni siquiera llegan a terminar muchas veces la educación básica. No todas tenemos las mismas oportunidades, incluso diría que la gran mayoría empieza la carrera de la vida varios kilómetros antes de la línea de salida, empieza en números negativos. Pero resulta que el fútbol, aún siendo un deporte por muchos motivos despreciable, es un espacio de ascenso y movilidad social. Maradona es la muestra de ello, el “cabecita negra” que sale del potrero para cabalgar el mundo. Se dirá que sólo la clase obrera podría alzar al nivel de Dios a un tipo como Maradona, pero es igual o más cuestionable tener a un explotador como Amancio Ortega como símbolo nacional del éxito.

Llorar a Maradona es también llorar por la historia del colonialismo, llorar por los argentinos muertos aquel 2 de abril de 1982, cuando la junta militar pretendía legitimar su sanguinario gobierno arrebatándole las Malvinas al gobierno inglés: “Ya estamos ganando”, decía la campaña del gobierno militar. En México, en 1986, el número 10 de la selección argentina, por un momento, le ganó la partida al Imperio, y eso, señoras, para nuestros cuerpos producto de la colonización, es lo más grande. Lo más grande. No sé cuántas veces he soñado con que México le gane a USA un partido de fútbol, sin yo ser una nacionalista furibunda. Esos dos goles son el símbolo de una justicia social que nunca llega, de una deuda contraída hace más de 500 años sin ningún pagaré a la vista.

El dolor por la muerte de Maradona es coral, tiene muchos matices y se encarna en muchos cuerpos. Cuerpos vulnerados por el patriarcado, cuerpos vulnerados por hombres como el mismo Diego Armando. Cuerpos explotados por el capitalismo, lanzados a la miseria por despojo. Su muerte, quizás más aún que su vida, es un fenómeno en el que entran en juego muchas variables y nuestra tarea como feministas, como feministas que pretendemos ser interseccionales, es salir de las perennes dicotomías de la modernidad europea, abandonar la lucha del conmigo o contra mí. Seguir tendiendo puentes con las otras, escucharlas, intentar entender todos los nudos de las redes de poder y resistencia en las que estamos inmersas. Si mis amigas lloran a Maradona, si se duelen por su muerte, eso no las hace menos feministas; nuestras prácticas políticas y nuestras vidas están plagadas de contradicciones. Es ese nuestro feminismo. Somos feministas sudakas, barriobajeras, futboleras, arrabaleras, gordas, prietas; con formas sudakas de amar, de relacionarnos, de entender el mundo. Fuimos paridas en territorios ocupados, colonizados a pesar de las llamadas independencias, despreciadas una y mil veces por quienes hoy desprecian nuestras lágrimas, que son cuestionadas por salir de nuestros países.

Como feministas no podemos dejar pasar, ni mucho menos perdonar, las violencias que Maradona ejerció contra las mujeres en vida, pero tampoco somos nadie para juzgar el dolor ni patrullar los sentires de las otras.

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