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No hay una única razón para abortar ni una misma manera de sentirse cuando lo haces

Domingo 20 de marzo de 2022

Las mujeres que hablan para la autora del libro ’Tránsito’ pasan por la emoción, la pena, el alivio, la liberación, la indiferencia, el remordimiento... y dejan claro que ninguna de esas experiencias debería servir para cargar contra el derecho al aborto

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Ilustración de Marta Sevilla.

Ana Requena Aguilar 19 de marzo de 2022 elDiario.es

Me encuentro con F. en un bar del centro. Nos abrazamos, hace mucho que no nos vemos. Hemos quedado por eso, para vernos, pero también para hablar de su aborto. Abortar o acompañar a una amiga a hacerlo o incluso el mero fantasma de un posible aborto cuando la regla se retrasa y el corazón se te dispara, es una experiencia colectiva compartida por muchísimas mujeres. F. es mi amiga y hace dos años y medio decidió abortar. Yo la acompañé en lo que pude y, sobre todo, en lo que ella quiso. Le tiendo el libro que he llevado conmigo y le pido que lea los primeros párrafos.

“Soy la prueba de que un aborto puede provocar indiferencia o un estallido. Soy la prueba de que un mismo cuerpo puede vivir en dos ocasiones ese mismo acontecimiento y movilizar de forma totalmente diferente la cabeza que lo corona o las emociones que lo habitan. Soy la prueba de que puede ocupar veinte años o solamente las semanas necesarias para llevarlo a cabo. De que puede ser la única salida o simplemente una oportunidad para aguardar un momento mejor. Así pues, me cansé de los discursos categóricos y cerrados sobre las razones por las cuales las mujeres deberían recurrir a él y sobre lo que deberían sentir o no en ese momento. Me cansé y me entraron ganas de escuchar a algunas de esas mujeres, de que me contasen lo que habían vivido; me negué a aceptar que otros hablaran por ellas”.

Esa mujer que se cansó es Sandra Vizzavona (Francia, 1975), una abogada que decidió escribir un libro: Interrupción, que acaba de publicar en España la editorial Tránsito con traducción de Laura Salas Rodríguez. En ese libro podría estar la voz de mi amiga y están las voces de decenas de mujeres. Léah, Julie, Lila, Camille, Eva, Virginie, Manon, Elsa, Annie. La suma de sus historias no es, sin embargo, un mero compendio de relatos, sino que da como resultado un texto reconfortante y que ayuda a afrontar algunas preguntas que seguimos pasando por alto.

Muchas preguntas

¿Por qué defendemos con ahínco el derecho al aborto pero hablar de nuestros abortos es todavía tan complicado?, ¿por qué nos sentimos forzadas a encajar en un determinado relato?, ¿por qué hay quien espera que necesariamente sintamos culpa?, ¿por qué parece imposible sentir solo liberación? Pero también, ¿por qué defender el derecho sobre nuestros cuerpos parece que nos lleve a asumir un discurso en el que no quepan las dudas, las contradicciones, la aflicción o el duelo?

“Poder interrogar a todas esas mujeres confirmó mi teoría de que hay tantos tipos de aborto como mujeres hay en el mundo y que es una experiencia diferente para cada una de ellas. Algunas sufrieron terriblemente y para otras fue algo completamente anodino. Lo que más me ha llamado la atención (aunque no me sorprenda) es que la mayoría de ellas nunca habían hablado sobre el tema, o muy poco”, me explica Sandra Vizzavona sobre el proceso de escritura de su libro. Entre las mujeres que hablan para Vizzavona las historias son diversas. Hay quien no se planteó qué hacer, sino que lo dio por hecho; hay quien siguió con su vida como si nada; hay quien vivió un conflicto personal o de pareja; hay quien no tuvo tiempo de pensar en ello y quien le ha dado vueltas durante años.

F. recuerda su aborto, ella tenía entonces 35. “Simplemente se dio por hecho. Yo nunca había querido ser madre, y es como lo que había que hacer en ese momento. Ahora pienso que no tuve tiempo de conectar con lo que yo realmente sentía”, dice. Un trabajo exigente, una relación que pasaba por muy mal momento, una pareja que huía del compromiso, un aborto que organizar a toda máquina para ajustarse a los plazos... Ha sido después cuando F. ha reflexionado con calma sobre ese aborto y las circunstancias que le rodearon.

“Él [su pareja] me dijo que era yo la que decidía, pero yo sabía lo que él esperaba que yo decidiera. A veces pienso que eso me condicionó mucho, saber que en realidad él no quería tenerlo. Si él hubiera tirado para adelante, yo me lo hubiera pensando”, prosigue. La cascada de amigas y conocidas que durante estos dos años han sido madres ha hecho que a F. se le despierte una sensación indefinida en el estómago. ¿Era esa su última ocasión de ser madre?, ¿ha sacrificado demasiado por su trabajo, o por quien un día fue su pareja y ya no?, ¿realmente quiere ser madre o es solo que la plaga de embarazos y de bebés de alrededor le hacen sentir a una mujer sin hijos que se acerca a los 40 que hay algo en ella que no encaja?

Sandra Vizzavona abortó dos veces. En la primera ocasión, ella tenía 16 años y el aborto le dejó una sensación de culpabilidad que arrastró durante años. Escribir este libro, cuenta, le permitió preguntarse sobre las razones por las que se sentía culpable, “aunque ese sentimiento se oponía a todas mis convicciones sobre la libertad que tenemos las mujeres para hacer lo que queramos con nuestros cuerpos”. “Al hablar con otras mujeres me di cuenta de que no fui la única que vivió esa experiencia con vergüenza, ocultándome, y poder hablar sobre este tema me ha hecho rebelarme y también, por qué no, me ha consolado en otros momentos”, afirma. El libro ha hecho que Vizzavona vuelva a hablar con sus padres del aborto, un episodio que había quedado silenciado desde su adolescencia, y le ayudó “a romper el silencio y el tabú que se había establecido en la familia alrededor del aborto”.

Si el aborto de los 16 le perteneció más a sus padres que a ella, el de los 25 fue estrictamente suyo: “Esta vez, al leer el resultado [del test], no tiemblo ni me siento aterrada, solo contrariada. Sé perfectamente que no voy a quedarme con el niño”. Lo que sí echó en falta Vizzavona fue más empatía por parte del personal médico. Lo que pensaba que era una experiencia individual resultó ser algo tremendamente frecuente: “Me llamó la atención la cantidad de historias de maltrato o comportamientos inapropiados por parte del personal médico. A muchas mujeres se les obligó a escuchar el corazón del embrión o mirar una ecografía, se les insistió en la buena salud del embrión, no se les explicó el dolor físico o los sangrados que puede provocar la píldora abortiva…”. El primer ginecólogo que reconoció a F. también le hizo escuchar el latido del embrión. Sin preguntas, sin posibilidad de elegir. Solo un grano de arroz en la pantalla del ecógrafo y un pumpum desbocado sonando en la consulta mientras ella digería el impacto.

Alivio y pena

En ’Interrupción’, Valentine compara su aborto con la extracción de una muela. Julie cuenta que ya tenía dos hijos y que su inesperado tercer embarazo le dio miedo pero que también supuso “el mayor sueño de mi vida”. Su pareja, sin embargo, no quería oír hablar del tema. “No sufrí en absoluto en el plano físico y el acto del aborto no me perturbó para nada. Sólo quedaba mi deseo de ser madre, que había que sofocar”, recuerda. La madre de Sarah acababa de morir cuando ella se enteró de que estaba embarazada: “La decisión se impone, no puedo dar vida cuando estoy invadida por la muerte”. Joséphine se acostó con su ex y no utilizaron protección. Ella no quería un hijo pero sí quería una prueba de que su cuerpo ’funcionaba’. “Es un aborto que, en cierto modo, puedo decir que provoqué. Y me tranquilizó”, admite. Las mujeres que hablan para la autora transitan por la emoción, la pena, el alivio, la liberación, la indiferencia, el remordimiento. Y dejan claro que ninguna de esas experiencias debería servir para cargar contra el derecho al aborto, sino todo lo contrario.

“Por lo general la mayoría de la gente sigue creyendo que el aborto es un drama que hace sufrir mucho a las mujeres. Cuando empecé a trabajar sobre Interrupción, pregunté a gente de mi entorno si conocían a mujeres que hubiesen abortado y si aceptarían que las entrevistase. Casi sistemáticamente la respuesta fue: ’Sí, pero no voy a preguntarle, es muy incómodo y no creo que quiera hablar del tema, seguro que fue muy duro…’ Es lo que escribo en la introducción del libro: ni siquiera nos preguntan si queremos hablar de ello, la sociedad nos silencia. Sin embargo, todas las mujeres a las que entrevisté se sintieron aliviadas de poder contar al fin su experiencia, de que se las escuchara sin juzgar sus actos ni sus sentimientos. Todo esto favorece la idea de que las mujeres que abortan cometen una falta y precisamente es esto lo que debe cambiar porque pone en riesgo nuestro derecho a hacerlo”, explica la autora.

Otra de las mujeres que aparece en el libro, Sophie, relata que al despertar de su aborto se sintió aliviada y liberada. Pero ese recuerdo ha ido acompañado siempre de una pena, de un duelo que percibe como uno de los más hondos de su vida. Aún guarda la ecografía que le hicieron antes de la intervención. F. también me habla de esa ecografía, la guardaba hasta hace solo unos días. La encontró hace muy poco, en plena mudanza, y decidió que aquella imagen no la iba a acompañar a su siguiente destino. Como las mujeres del libro, ella también agradece poder hablar del aborto, salir de ese cuarto oscuro en el que se supone que nos tenemos que quedar mientras nos suceden algunas de las cosas más importantes de nuestras vidas. No hables. Siéntete así. O de esta otra manera. No te atrevas a dudar. Tampoco a mostrar que fue algo tan trivial.

Vizzavona rememora que dos mujeres que entrevistó le llegaron a decir que se sentían culpables precisamente por no sentirse culpables: “Es una locura el peso que se impone a esta decisión, el sufrimiento y el remordimiento obligados. Por este motivo creo que las mujeres que no sufrieron con sus abortos deberían hablar más a menudo de ello, sin vergüenza y dejando a un lado el miedo a ofender a alguien. Estamos ejerciendo un derecho, basta de hacerlo en secreto o tímidamente”.

Cuando nos despedimos, F. me pide prestado el libro. Le digo que todavía no puedo dejárselo, aún tengo que escribir el artículo. En unos días, le prometo. Lo que hago, en realidad, es ir a una librería y comprar un ejemplar nuevo para ella. Abro la primera página y escribo una dedicatoria: “Por todo lo que está por venir, sea lo que sea. Madrid, marzo 2022. Ana”.

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