Xarxa Feminista PV

No hay marcha atrás

Martes 2 de mayo de 2023

IRANTZU VARELA 26/04/2023 Pikara

PSOE, PP y PNV votan a favor de la reforma de la ley del solo sí es sí y sacrifican los avances conseguidos por el movimiento feminista, en un intento de capitalizar la confusión generada por la propaganda sobre los violadores supuestamente excarcelados en masa.

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Manifestación en Bilbao de un 25N. / Foto: Helena Bayona

Hemos tenido que estar años gritando que “no es no”, estampándolo en camisetas y hasta impriéndolo en servilletas de bar para que te enteres, para que este puto país se entere, de que -como dice Jane Fonda– “el no de una mujer es una frase completa”.

Tuvimos que presenciar estupefactas cómo una sentencia de la Audiencia Provincial de Navarra, ratificada por el Tribunal Superior de Justicia de Navarra, absolvía del delito de agresión sexual a cinco hombres adultos que habían agredido a una mujer de 18 años, porque consideraban que no había habido “violencia ni intimidación”. Porque esa es la clave: la diferencia entre “abuso” y “violación”. La idea de que puede atacarse la libertad sexual de alguien, sin que medie la violencia y el miedo.

Quizás en un mundo ideal en el que los cuerpos marcados como mujeres pudiéramos movernos en libertad y viviéramos sin la constante amenaza de la violencia, que permanece latente en todos los ámbitos de nuestra vida, cada día, podríamos pensar en relaciones en las que las intenciones y expectativas de cada cual no han quedado claras. Quizás en un mundo utópico en el que los cuerpos que encajan en la masculinidad hegemónica no se asumieran en el derecho a acceder a todo lo que se les antoja, incluidos los cuerpos subalternos, podríamos pensar que los límites de la violencia son claros y dejan marca si se traspasan.

Pero no es así.

A los cuerpos los marca la violencia. Los que crecen en la creencia de que el mundo debe otorgarles lo que deseen y, si no, pueden cogerlo a la fuerza: marca hombre. Los que viven en el miedo, la precaución, la alerta y la domesticación constante: lo otro. Mujeres, maricones, no binaries y demás gente de la que van los chistes.

Si te parece que exagero, eres un hombre cishetero o te estás mintiendo.

No conozco a nadie (ni tú) que no haya vivido penetraciones no deseadas, felaciones que no apetecían, polvos que no tocaban, sexo anal sin querer, pajas que no se querían presenciar, folladas que no molan nada. Ahí, todas hemos estado. Ahí todos os habéis colocado.

Conozco demasiadas mujeres que nos reímos -por no matar- de lo de follar con alguien para irte lo antes posible -y segura- de su casa, de la “mamada de consolación”, del regateo del condón, del jefe sobón, del amigo baboso, del compañero salido, del familiar asqueroso, del amante que va a lo suyo, del rollo de una noche que se vuelve pesadilla, del que siempre te invita a otro chupito cuando estás que te caes y aprovecha para meterte el morro, del marido con el que te haces la dormida para que no te viole. Eso lo hemos vivido todas. TO-DAS.

Por eso apretamos el gatillo con Louise cuando el violador de su amiga Thelma le dice que le coma la polla, después de que ella le aclare -porque seguramente él no lo sabía, pobre- que “cuando una mujer llora así, no se está divirtiendo”. Que empotrar a una mujer borracha contra un coche, después de darle una hostia, no es un polvo rápido, es violarla.

Eso lo sabemos todas. Aunque no hayamos estudiado Derecho ni hayamos sacado la carrera de jueza, que es muy difícil (y te tienes que pasar unos cuantos años estudiando muchas horas al día, después de licenciarte, y te plantas en los 30 sin haber cobrado nunca, a ver quién puede permitirse eso).

Pero resulta que esos cinco hombres adultos que agredieron a una mujer de 18 años en un portal de Iruña enviaron a dos chats de amigos los siete vídeos y las dos fotos de la agresión múltiple que acababan de cometer, y lo llamaron “follándonos a una los cinco”. Y resulta que en esos dos chats resultó que todos eran cómplices, porque a todos les pareció que la agresión múltiple era follarse a una entre cinco.

Y lo sabemos porque lo recoge la sentencia. La misma que los absuelve de agresión sexual, porque a los dos jueces y la jueza de la Audiencia Provincial de Navarra que la redactaron consideran, sobre la mujer agredida, que “su voluntad de no mantener las relaciones sexuales que tuvieron lugar en el portal quedó completamente silenciada en su fuero interno y no fue transmitida, insinuada, ni comunicada de ninguna manera, en absoluto. Ni siquiera tácitamente, porque su sometimiento, si fue tal, se tradujo en tal apariencia de aceptación que no permite establecer que pudiera siquiera ser percibido o intuido por los acusados”. Toma ya.

Porque se quedó quieta y callada. Mientras, como describen los mismos dos jueces y la jueza en la sentencia que los absuelve de agresión sexual, “en un lugar recóndito y angosto, con una sola salida, rodeada por cinco varones, de edades muy superiores y fuerte complexión” la sometían a cinco penetraciones orales, tres vaginales, una anal, varias de ellas de forma simultánea, dos de ellas con eyaculación y todas ellas sin condón. PERO NO HAY VIOLENCIA NI INTIMIDACIÓN.

Y nosotras, que ni hemos estudiado Derecho ni hemos sacado la carrera de jueza, entendemos sin ninguna duda la terrible violencia que implica que alguien acceda a tu cuerpo sin que lo desees. Y el terror que se siente en un espacio reducido con cinco hombres dispuestos a conseguir lo que se les antoja, que eres tú. Y nosotras, que no hemos estudiado Psicología ni Medicina ni hemos hecho la especialidad de Psiquiatría sabemos perfectamente lo que significa quedarse quieta y callada y con la mirada perdida en una situación así. Porque lo hemos hecho y se lo hemos visto hacer a otras. Porque es lo que haces cuando te violan o te torturan. Porque es lo que haces cuando se ejerce la violencia contra tu cuerpo y estás aterrorizada. Porque es lo que has aprendido a hacer desde que te acuerdas. Cuando te agredían tus compañeros de clase, luego los de la uni, luego los del curro, los desconocidos en la calle de día y de noche y tus “amigos” y los hombres que decían que te querían, toda tu puta vida. Quedarte quieta y callarte. A ver si pasa rápido. O a ver si desapareces.

Pero el Psiquiatra al que hacen referencia los dos jueces y la jueza en la sentencia en la que les absolvieron de agresión sexual “no ve en las imágenes ni el bloqueo ni la pasividad que se alega”.

Por eso nosotras pasamos del “no es no” al “solo sí es sí”.

Porque con esa sentencia entendimos en nuestras carnes (que es como mejor se aprende) que vivíamos en una sociedad que cree que se puede acceder a nuestros cuerpos hasta que demostremos lo contrario, que nos educa en la pasividad y la negación de nuestra fortaleza física pero luego nos exige resistirnos como María Goretti y defendernos como Beatrix Kiddo para creernos cuando decimos que no queríamos.

Por eso salimos a la calle en masa, sin convocatorias previas, planes, ni pancartas. Porque nosotras sabemos cuándo se está ejerciendo la violencia sobre nuestros cuerpos y -ese día- cambiamos el miedo aprendido por la rabia y la fuerza colectiva que ha mantenido vivo al movimiento. Al movimiento más vivo que tenemos. Por eso -ese día- para muchas cobró sentido todo lo que habíamos leído, lo que otras habían escrito, lo que decíamos en las asambleas y nos mandábamos por guasap. Por eso -ese día- entendimos y encarnamos -como nunca antes tantas- que vivíamos en un régimen de explotación y que su arma era el miedo. O, como dice -siempre mejor- Nerea Barjola “la construcción del terror sexual se enmarca en un régimen político sexista que tiene como estructura y principal vía de difusión un cuerpo social machista y profundamente misógino”. Que nos violan porque pueden y que pueden porque no les importa y que las estructuras del sistema lo toleran, lo legitiman y lo soportan.

Por eso gritamos todo lo que llevábamos décadas pensando y llenamos las calles con nuestras malas experiencias individuales que resultaron ser vivencia colectiva. Que resulta que nos ha pasado a todas. Que resulta que es estructural. Que resulta que es sistémico. Que resulta que podemos cambiarlo. Y peleamos tanto que nos escucharon y se hicieron leyes que subvertían la norma, porque decían que lo que nosotras deseamos importa. Que el sexo es una conversación y que nuestro sí es necesario.

Y cundió el pánico. Y muchos entendieron que llevaban toda su vida violando. Y muchos sintieron que nuestra libertad los amenazaba, porque se habían acostumbrado a cuerpos domesticados.

Porque ese es el problema, que han entendido la revolución que supone que importe lo que nosotras queramos. Porque están dispuestos a castigar o a echar un poco la bronca a los hombres que cojan con demasiada violencia lo que nosotras no queremos darles. Pero no están dispuestos a tener que relacionarse con iguales. Eso no es de hombres.

Según la RAE, consentir es “permitir algo o condescender en que se haga. Soportar, tolerar algo, resistirlo”. La Ley Orgánica 10/2022, de Garantía Integral de la Libertad Sexual incluye decenas de medidas que son demandas del movimiento feminista y mandatos de los organismos y tratados internacionales, pero -sobre todo- pretende cambiar el “no es no” por el “solo sí es sí” para garantizar, como mínimo, que todos los contactos sexuales que no se realicen en el marco del consentimiento sean considerados agresiones y explica que “solo se entenderá que hay consentimiento cuando se haya manifestado libremente mediante actos que, en atención a las circunstancias del caso, expresen de manera clara la voluntad de la persona”.

Pregúntate por qué alguien va a sentirse amenazado por eso.

El pasado 20 de abril el PSOE, PP y PNV votan a favor de la reforma de la ley del solo sí es sí y sacrifican los avances conseguidos por el movimiento feminista, en un intento de capitalizar la confusión generada por la propaganda sobre los violadores supuestamente excarcelados en masa.

Pregúntate si quieres que te gobiernen quienes han apretado el botón del sí solo para que tengamos que enseñar heridas para que se nos reconozca libertad sobre nuestros cuerpos.

Las leyes, los jueces y la policía -como a Thelma y Louise– nunca nos han cuidado. Nosotras tampoco vamos a dar marcha atrás, pero el plan es la libertad de las vidas dignas, no el fondo del Cañón del Colorado.

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