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No es país para viejas

Viernes 2 de julio de 2021

En España el 81% de los directores son hombres, el 74% de los guionistas, el 85% de los directores de fotografía y el 68% de los productores audiovisuales. Pero el problema es mundial

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Kate Winslet en Mare of Easttown (2020). Youtube

Pilar Ruiz 29/06/2021 CTXT

Una estrella con 45 películas y una decena de series para televisión; con Bafta, Emmy, Globo de oro y Oscar –siete nominaciones–. Una larga y brillante carrera apuntalada junto a Ang Lee, James Cameron, Jane Campion, Aaron Sorkin, Michael Winterbottom, Woody Allen, Wes Anderson, Steven Soderbergh, Todd Haynes, Sam Mendes o Alan Parker. Un enorme talento interpretativo desde que deslumbrara, con solo 19 años, en Criaturas Celestiales (Peter Jackson, 1994). Esa es Kate Winslet. Ha cumplido 45 años; y qué, se preguntarán. A ese “qué” ha respondido ella misma al negarse a ser retocada en el montaje de la serie Mare of Easttown (HBO) por aparecer con arrugas y michelines. “Chicos, sé cuántas arrugas tengo, por favor: vuelvan a ponerlas todas”. Su voluntad de no querer aparecer rejuvenecida artificialmente ha suscitado una enorme polémica. Increíble, ¿verdad? Mucho más si consideramos que la caracterización es fundamental en el trabajo actoral desde que alguien susurró la palabra “teatro” en algún remoto lugar oriental o mediterráneo. El personaje que interpreta Winslet en Mare of Easttown, una policía destruida por errores propios y ajenos que lucha por salvar la vida de otros destrozando la suya, necesita de su aspecto deteriorado y descuidado: forma parte de su interpretación.

Vídeo: Mare of Easttown Trailer SUBTITULADO (HD) Kate Winslet (HBO)

Winslet pudo imponer su voluntad al ser productora ejecutiva de la serie –chica lista, además– porque desde tiempo inmemorial la “última palabra” no la tiene nadie que esté dentro de un rodaje, ni tan siquiera la mayoría de directores: el famoso final cut. Otro dato importante: durante décadas, se acusó a la Winslet de estar demasiado gorda y de no cuidar su imagen; recordemos todas las bromas sobre el final de Titanic (Cameron, 1997) y esa tabla salvadora en la que el pobre Leo di Caprio no tenía hueco.

La imagen femenina asociada a la belleza y la juventud forma parte del mundo audiovisual, no como en la pura convención del teatro, donde una actriz como Sarah Bernhardt pudo interpretar a Hamlet o doña Inés tras haber cumplido más de 70 primaveras, como la magistral Berta Riaza dirigida por Mario Gas en 50 voces para don Juan (Teatro Español, 2004).

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Sarah Bernhardt interpretando a Hamlet en 1899

La cuestión que nos ocupa es que los niveles de perfección exigidos a una mujer para aparecer delante de una pantalla resultan inhumanos en el sentido más estricto de la palabra. Esa perfección –demandada en este y otros ámbitos, ya no estéticos, sino profesionales, éticos e incluso morales– alcanza cotas que el género masculino nunca conocerá. La apariencia física de la mujer debe permanecer ordenada, controlada. La crítica a los cuerpos sirve para acallar la voz cuando esta subvierte el orden y es la excusa para domar a quien se salga de la norma, también hacia lo alto, hacia esas estrellas que parecen inalcanzables. No hay más que ver quiénes presentan en las televisiones patrias –más patrias que nunca–, comprueben cómo lucen los líderes de opinión, presentadores, reporteros, opinadores, tertulianos. Pueden ser gordos, calvos, feos, viejos, desastrados. Ellas no. Los actores que, como Russel Crowe, llegan a la madurez bajo el “síndrome de Marlon Brando”, no ven afectada su carrera por estar pasado de kilos. Pueden ejercer de galanes hasta bien entrada la madurez, incluso la senectud: La trampa (Amiel, 1999) mostraba a Sean Connery (69 años) viviendo un romance con Catherine Zeta-Jones (30 años).

“Cuando llegué a Los Ángeles, todo lo que oía era que no era lo suficientemente alta, guapa o lista... Menos mal que soy testaruda”, declaró una vez Reese Whitherspoon.

Jessica Chastain resultaba demasiado pelirroja para los directores de casting, que la rechazaban una y otra vez. Si fuera por ellos Maureen O’Hara jamás hubiera triunfado en Hollywood, saben más que John Ford. Sarah Jessica Parker fue nombrada por la revista masculina Maxim la mujer menos sexy del mundo mientras ganaba 30 millones de dólares al año con Sexo en NY. Sofía Loren tuvo que escuchar en sus inicios de un director de fotografía: “Es imposible fotografiarla. Su cara es demasiado corta, su boca es demasiado grande, su nariz es demasiado larga”. Cuando su marido-productor, Carlo Ponti, le insinuó que se operara esa nariz, la Loren contestó con un vaffanculo muy italiano. Meryl Streep soportó que el productor Dino de Laurentiis le llamara “fea” a la cara al entrevistarla para el papel que luego conseguiría Jessica Lange en King Kong (Guillermin, 1976). Laurentiis ganó un Oscar honorífico en toda su carrera; ella tiene tres figuritas del tío Oscar, además de numerosos premios y reconocimientos que no cabrían aquí. Y sigue trabajando sin parar: una excepción.

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Queen y Kong.

De la presión de la industria sobre las mujeres dan cuenta las cicatrices y secuelas de las operaciones estéticas de actrices de Hollywood, ya desde la época del cine mudo, con el proto-lifting de Mary Pickford, que le borró la sonrisa para siempre. Mujeres bellas y buenas actrices destrozadas por el miedo a la vejez, con lo que eso supone para una actriz: el paro. Las oportunidades de empleo para actrices se esfuman después de los 40 años, como denunciaron Jane Fonda, Glenn Close o Helena Bonham Carter. No exageran: los señores que manejan la industria dejan de ver sexys a las mujeres mayores de 33-34 años. (Estudio sobre Edad, Género y Empleo de Interpretación en Europa de FIA-Federación Internacional de Actores). Es decir; tras pasar todas esas pruebas olímpicas necesarias para ser considerada apetecible ante una cámara, a los 34 años te conviertes en una vieja que no pone a nadie. No extrañan ahora los sangrantes destrozos corporales de Meg Ryan, Demi Moore, Renée Zellweger, Melanie Griffith, Cameron Díaz e incluso la famosa adicción al bótox de Nicole Kidman, años después de haber sido premiada con una figurita dorada por intentar parecerse a la “fea” Virginia Woolf en Las Horas (Daldry, 2002). Hay poco sitio para las mujeres dentro del vehículo cultural más poderoso y menos aún para las supuestamente poco apetecibles; no aparecen representadas, no juegan en las mismas condiciones que ellos. Según el último estudio de la Asociación de mujeres cineastas y de medios audiovisuales (CIMA), harán falta 30 años para alcanzar la igualdad efectiva.

En nuestro país son hombres el 81% de los directores, el 74% de los guionistas, el 85% de los directores de fotografía y el 68% de los productores audiovisuales. Pero el problema es mundial; escuchen si no a Tilda Swinton en Women Make Film (Cousins, 2020)

Vídeo: WOMEN MAKE FILM - tráiler español VOSE

Monstruosas siempre, perfectas nunca: si estás arrugada resultas poco apetecible, si has pasado por cirugía renovadora, una muñeca sin personalidad o un adefesio. Si te exhibes con un escote generoso a los 70 años, como Susan Sarandon, eres ridícula; si pasas totalmente de aparecer emperifollada en público como hace Frances McDormand, te tildarán de mamarracha. Llaman obesa a Scarlett Johansson mientras le ponen pechos a Keira Knightley en el cartel de El rey Arturo. La británica lo denunció, pero solo sirvió para que se mofasen de ella mandándola a comer bocatas de panceta, entre otras lindezas.

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El cartel de El rey Arturo.

Un supuesto cazatalentos a sueldo de una gran productora le espetó a quien esto escribe que con 35 años era demasiado mayor para trabajar como… guionista de televisión. De nada sirvieron currículum, experiencia laboral en el mundo audiovisual como desarrolladora de series ni premios: buscaban perfiles más jóvenes, explicó el entendido, completamente calvo, encorbatado y rondando los 50. Una mujer con 35 años era demasiado vieja incluso para teclear en un ordenador una serie televisiva de ficción; en cambio, aquel hombre estaba en la flor de la vida para decidir quién trabajaba en el sector y quién no. Sirva la anécdota como pequeñísima muestra de lo que tienen que soportar día tras día y desde siempre las mujeres que trabajan en cualquier profesión relacionada con el mundo audiovisual, ya sean actrices, presentadoras, cómicas, cantantes, periodistas, divulgadoras, incluso escritoras. También, pásmense, una prestigiosa historiadora especialista en cultura clásica y divulgadora de la BBC como Mary Beard, quien en un solo día recibe 4 millones de tuits y entre ellos decenas de miles con insultos. “Vieja, gorda y estúpida” son los más habituales, junto a las amenazas de muerte. El crítico televisivo de The Sunday Times, Adrian Anthony Gill, pidió alejar de las cámaras a Beard porque su imagen no era digna de salir en pantalla y la consultora televisiva Samantha Brick recomendó a la BBC que la despidieran por ser “demasiado fea y mayor para la televisión”. Esta es una lucha denodada contra los prejuicios no solo de hombres, también de infinidad de mujeres que, por interés o ignorancia, parecen cómodas nadando y guardando la ropa en el mar de la misoginia. Mary respondió con Mujer y Poder (2018), un delicioso ensayo centrado en la voz de la mujer históricamente acallada.

Vídeo: Entrevista Mary Beard. Doctora Honoris Causa de la UOC

Al fondo de todo se vislumbra la verdadera razón: no se pueden poner en cuestión los cotos cerrados de ninguna industria, de ningún sector, ni siquiera en uno tan ridículamente endeble como el de la stand up comedy española.

Si alzas la voz, esa que reivindica Mary Beard, llega la reacción: ante las denuncias de trato discriminatorio, insultos, humillaciones y agresiones, aparece la respuesta desmesurada de los intereses mediáticos, judiciales, políticos –“victimismos, chiringuitos, censura”– al servicio de un poder cada vez más reaccionario y peligroso. La ferocidad de ese discurso tiene consecuencias; algunas, terribles. Y nos aleja cada vez más de una sociedad que aspira a ser más justa, digna, mejor. Mucho más bella.

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