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Ni rastro de la perspectiva feminista en la docuserie ‘¿Dónde está Marta?’

Viernes 5 de noviembre de 2021

Andrea Momoitio 03/11/2021 Pikara

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Cartel oficial de la docuserie producida por Netflix sobre la desaparición y el asesinato de Marta del Castillo.

’¿Dónde está Marta?’, la docuserie que dirige Paula Cons sobre el asesinato de Marta del Castillo, reproduce, con todo lujo de detalles, lo que ha sucedido en los últimos años y… nada más. Pierde la oportunidad de hacer un análisis crítico de uno de los asesinatos machistas más mediáticos de las últimas décadas.

¿Dónde está Marta?, la docuserie de Paula Cons para Netflix, se utilizará para explicar qué no se debe hacer cuando hablamos de violencias machistas. Claro que nunca se ha tratado como tal el asesinato de Marta del Castillo en 2009 a manos de su expareja. A lo largo de los tres capítulos que tiene el documental nos encontramos con una sucesión de imágenes y testimonios que, lejos de denunciar el tratamiento mediático del caso, reproducen las mismas dinámicas. Hay un trabajo de archivo alucinante para devolvernos, años después, a las mismas imágenes y a los mismos comentarios sin ningún análisis crítico. ¿Dónde está Marta? es documentación y montaje. Que el documental no tiene ninguna intención de aportar una mirada crítica se demuestra con la aparición de Nacho Abad, un periodista especializado en sucesos que asegura que el asesinato de Marta del Castillo es el caso de su vida. El mismo tipo que hacia una encuesta en Twitter, el día que empezaba el juicio contra los violadores conocidos como La Manada, para saber si su audiencia creía que se trataba de una violación o de sexo consentido.

De la misma manera que denunciaba Nerea Barjola en una crítica al documental El caso Alcàsser, también de Netflix, “sobran imágenes, exclusivas, testimonios y falta feminismo”. Ambas producciones, además, reproducen la misma narrativa que construye el terror sexual. En ¿Dónde está Marta?, igual que sigue pasando con los crímenes de Alcàsser, se promueven ciertos discursos que tienden a la confabulación –esta es precisamente una de las características de la telebasura–, pero lo único que es cierto es que fue un hombre el que asesinó a Marta del Castillo. En esto, oh, sorpresa, apenas se detienen. Ni se detuvo casi nadie hace años cuando nos narraron el asesinato y el proceso judicial con todo lujo de detalles ni se detienen ahora en el documental.

De machismo no dicen nada. Ángeles Carmona, presidenta del Observatorio contra la Violencia Doméstica y de Género, aparece en escena unos segundos para explicar por qué era importante que se juzgue como violencia de género y… ya está. Tenemos, eso sí, a un catedrático que nos explica qué son las hipotecas basura, pero ni a una feminista para explicarnos qué es la violencia contra las mujeres. En alguna ocasión se alude a los celos que podía sentir Miguel Carcáño, pero no se enmarcan como una de las características de la violencia. La docuserie analiza con todo lujo de detalles el caso, se entrevistan a más de 20 personas y se bucean en los archivos para hacer evidentes las contradicciones en algunos testimonios, pero…, insisto, nada más. Alguien dice que el caso fue “insólito”. Imagino que se referirá a los cambios de versiones de los acusados porque, precisamente, un asesinato machista es de todo menos insólito.

El documental reproduce una rueda de prensa en la que un familiar de Marta pide a los medios que no se refieran al asesino de su sobrina como su “expareja”, pero la serie no se detiene ni un segundo en explicar por qué. Es probable que la familia no quisiera que nombrasen así a Miguel Carcaño porque la relación que tuvieron fue muy breve, pero puede que les resultase doloroso escuchar que quien había sido la pareja de Marta había acabado con su vida. Es una de las grandes dificultades –y características– de la violencia machista.

La exposición de los acusados

En ¿Dónde está Marta? aparecen dos novedades respecto al tratamiento más habitual de las violencias machistas: no se protege a los acusados y apenas se habla de la víctima. De Marta no conocemos nada que no conociéramos ya. Su familia recuerda su vocación religiosa, sus aficiones tradicionales y lo buena gente que era. A los acusados, a diferencia de lo que ocurre cuando los casos se enmarcan en un asesinato machista, no se les intenta justificar en absoluto. Todo lo contrario. En alguna ocasión se alude a las presiones policiales para que declarasen y, lejos de una condena a la supuesta violencia policial, hay cierto regustillo de venganza.

Las imágenes de los chavales reconstruyendo el asesinato en el lugar de los hechos son estremecedoras. No solo eso: en el documental, publicado doce años después del asesinato de Marta del Castillo, no hay ninguna crítica a la violencia mediática –y física en algunas ocasiones– que vivieron los acusados. No creo que haga falta, pero recuerdo que en un estado de derecho es intolerable. Es intolerable que se permitiera aquella turba de personas en las puertas de los juzgados gritando y tratando de agredirlos ante la pasividad de la policía. Las cuatro pinceladas que encontramos en el documental invitan, más bien, a preguntarse por las instituciones que permitieron el abandono y la violencia en la que probablemente vivían esos chavales sin que eso, por supuesto, sirva ni de explicación ni de excusa para el asesinato. Para explicación ya tenemos una: la construcción social de subordinación en la que vivimos las mujeres.

El documental se centra en explicar qué pasó la noche que asesinaron a Marta, pero pierde, una vez más, la oportunidad de explicarnos cómo y por qué aquellos chavales –uno de ellos, menor– pudieron cometer un crimen machista de esas características. Se insinúa que los tres inculpados provenían de entornos y familias desestructuradas. Sabemos de sobra que la violencia machista es transversal a todas las clases sociales, pero las feministas también sabemos que las instituciones públicas tienen la obligación de garantizar entornos seguros a las criaturas que no los tienen. No sé tampoco cómo habrían tratado algunas imágenes si estos tipos tuvieran otras cuentas bancarias, otras familias que pudieran protegerlos.

La familia de Marta del Castillo –y que esto no sirva de juicio– ha estado involucrada en la defensa de la cadena perpetúa en el Estado español. La imagen de Mariano Rajoy y otros líderes del PP en la casa familiar es la gran evidencia de cómo fue también su asesinato instrumentalizado para promover el populismo punitivo, una estrategia, que según escribe la abogada Laia Serra, es un “fórmula política y penal que se contextualiza en la expansión neoliberal, la quiebra del Estado del bienestar y el auge del neoconservadurismo”. Laura Macaya, en la misma línea, escribe en Ctxt.es que “defender o conformarse con la solución punitiva a las violencias de género significa renunciar a transformar las condiciones que favorecen y generan esa violencia”.

Mientras tanto, las mujeres, en el marco de la pareja heterosexual, siguen expuestas a múltiples violencias que los medios de comunicación se limitan a narrar sin detenerse a explicar por qué. Puede que sea complicado mientras se cuenta, prácticamente en directo, un asesinato como el de Marta del Castillo, pero cuesta entender que no pueda hacerse con la perspectiva que dan los años.

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