Miércoles 13 de junio de 2018
La investigación llevada a cabo por Mabel Lozano en “El proxeneta” nos sumerge en el oscuro negocio de la prostitución en España
Roser Herrera Librújula
No hace mucho, saliendo de una gasolinera, me vi obligada a parar delante de un club de carretera. En las plantas superiores todas las ventanas y persianas estaban cerradas y, en la puerta, tres tipos a los que uno no daría ni los buenos días en mitad del Paseo de Gracia, apuraban sus cigarrillos y observaban de reojo mi vehículo. Me sentí incómoda y bajé la vista; allí, en el suelo, vi algo brillante; descendí del coche con cautela, lo recogí y me lo puse en la palma de la mano, volví a entrar rápido y no pude evitar decirle a mi amiga “él vino a mí”. Era una alianza de oro. Las dos sonreímos ante mi ocurrencia, pero algo en aquel lugar no nos permitía reír demasiado. Dejando a Gollum de lado, empecé a pensar cómo debía ser el propietario del anillo; alguien a quien, por satisfacer sus deseos sexuales, le diera igual absolutamente todo. Primero que la mujer lo hiciera únicamente a cambio de dinero cuando en condiciones normales, si pudiera elegir, seguramente no le tocaría ni con un palo. Pero, además, tratándose de un burdel de carretera, cerrado el edificio a cal y canto, sabiendo que la mujer con la que iba a mantener sexo estaba secuestrada, tal vez tuviera moratones o sufría agresiones y con seguridad era humillada y vejada a diario… ¿cómo alguien podía tener tan poca empatía con otro ser humano para follárselo a sabiendas de que no era libre para escogerlo?
Cuando nuestro problema mecánico se hubo arreglado, salimos de allí zumbando e hice lo que hacemos la mayoría, olvidarme del tema y pensar en otra cosa. Meses después conocí a alguien increíble que no solo no lo olvida, sino que lucha para que algo cambie en nuestro país y esto deje de ser así, Mabel Lozano. Esta productora, guionista y directora de cine lleva doce años luchando por los derechos de las mujeres, dirigiendo largometrajes documentales de denuncia (Voces contra la trata de mujeres, Chicas nuevas 24 horas, entre otros) y su primer libro se titula El proxeneta (Ed. Alrevés). En él cuenta, con todo lujo de detalles, la historia real sobre el negocio de la prostitución en España. Mabel estuvo más de un año entrevistando a Miguel, alias el músico, un exproxeneta que durante años regentó con otros socios algunos macroburdeles en nuestro país, en los que trajeron y explotaron a más de 1.700 mujeres. Según explica, inicialmente compraban las mujeres a redes de traficantes que les cobraban 6.000 dólares por cada una, pero pronto se dieron cuenta que si tenían a alguien en los países de origen, podían captarlas y traerlas ellos mismos y podían rebajar el precio a 1.000 dólares por cada una. Así empezaron a “importar” mujeres de Latinoamérica (Colombia, Brasil, Paraguay y Venezuela).
A lo largo del libro el Músico cuenta cómo trabajaban, “la primera regla que se aprende es a no mirarlas como tuyas, sino como la materia prima de tu negocio. Es importante no involucrarse en su vida más allá de lo necesario (…) De una botella de whisky salen solo diez cubalibres; pero a cada una de estas esclavas sexuales se les podía sacar, al menos, tres años de explotación (...) La explotación sexual de una mujer suele durar tres años, como mucho. En ese tiempo hay que exprimirlas al máximo. Después hay que desecharlas. Una mujer bonita se puede usar muchas veces, basta con lavarla un poco para que sirva para el siguiente, pero cuando pasa el tiempo y pierde sus encantos, no vale para nada. A una botella de whisky, el paso del tiempo la revaloriza, pero a una mujer no. Y menos cuando sufre tanto como las nuestras. Hay que ser muy consciente de que tienen fecha de caducidad y alquilarlas tantas veces como sea posible, e incluso venderlas antes del día señalado" Se hicieron con un proveedor en Colombia, el Negro James, que se encargaba de la captación de las mujeres en su país. La mayoría de las chicas que traían eran muy jóvenes y nunca antes habían ejercido la prostitución, pero él las convencía de que lo hicieran en España a cambio de mucho dinero. Las convencían de que podrían ahorrar muchísimo y así ayudar a su familia. Todo era mentira.
Miguel dejó el negocio, tras enamorarse de Michelle, una de aquellas chicas. No porque de repente fueran una familia feliz, sentados frente al televisor en pantuflas, sino porque el amor lo cambia todo y sentir algo por ella le hizo darse cuenta de que aquellas chicas eran personas, las humanizó, dejó de verlas como ganado y al hacerlo, no pudo continuar. Denunció a sus ex socios, pero los locales que regentaban, los chochales, como los llaman ellos, siguen abiertos y en pleno rendimiento. Es un negocio tremendamente lucrativo, no en vano es el segundo negocio ilegal que más millones de euros en negro mueve al día, solo por detrás del narcotráfico. Una máquina de hacer dinero en la que muchos están implicados, según su testimonio: médicos, abogados, banqueros, policías, jueces… Una vez las mujeres están aquí, las obligan a devolver el dinero del viaje a España y, además, les hacen pagar una “diaria” por ejercer la prostitución en el local, alimentarse y dormir. A esta cantidad hay que sumarle el pago de absolutamente todo lo que necesiten: peluquería, condones, sábanas, lubricantes, abortos… el día que la mujer no puede trabajar por el motivo que sea, la deuda va aumentando. La libertad es una zanahoria inalcanzable, una quimera soñada y día a día cada vez se van hundiendo más y más en la miseria hasta que llega un momento en el que pierden la esperanza y caen en las drogas, en el alcohol o tratan de suicidarse para que acabe ya aquel sufrimiento insoportable.
El proxeneta es un libro que se devora en un momento, una narración rápida y desasosegante, contada en primera persona desde el punto de vista de Miguel el músico, con la que en más de una ocasión uno se siente al borde del llanto y se hace necesario dejar la lectura, evadirse, respirar y tratar de dejar de sentir esa desazón. Pero con el que uno llega a conocer perfectamente los entresijos de este mundo perverso y a todos los que forman parte de él: las chicas, los proxenetas, los colaboradores necesarios y, como no, los puteros. "En todas esas horas mantuve numerosas conversaciones con todo tipo de puteros de muchas clases socales y distintas edades (empresarios, curritos, delincuentes;policías, médicos, enfermeros, hombres ricos, pobres, desempleados, casados, maduros, viejos...), solo tienen un rasgo en común: pagan por el sexo y deshumanizan a la mujer convirtiéndola en un producto de usar y tirar sin que les importe nada".
Una obra necesaria para denunciar una situación injusta y alegal que sucede diariamente y es permitida por una sociedad y un Estado que mira hacia otro lado, de la que ahora ella misma acaba de rodar un largometraje documental. Un último dato preocupante: cuenta Mabel que el perfil del hombre que frecuenta estos lugares ha cambiado; si bien antes eran hombres mayores, casados y con cierto poder adquisitivo, ahora hay hombres de todas las edades, y es que, lejos de haber pasado de moda, muchos burdeles organizan fiestas y tratan de hacerse atractivos para los jóvenes, que tras haber consumido horas de pornografía en las que la mujer es un mero objeto del placer masculino, que gime y sonríe independientemente de la destreza y preocupación del hombre por hacerla disfrutar, han normalizado tanto la cuestión que quieren ser ellos los protagonistas de la película. Todos deberíamos ser más como Mabel y poner nuestro granito de arena en no considerar normal algo que no lo es. Luchar contra la esclavitud y la explotación sexual en pleno siglo XXI. Y cuando alguien habla de “normalizar” y legalizar la prostitución, deberíamos, igual como hace ella, preguntarle al interlocutor “entonces tú qué prefieres, ¿que tu hija sea licenciada en Derecho o puta?”.