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Mujeres en huelga, ¿hacia un nuevo feminismo de clase?

Sábado 18 de diciembre de 2021

Las luchas de las trabajadoras de Tubacex, las del SAD o las limpiadoras del Museo Guggenheim forman parte de una tendencia global que alumbra nuevas formas de autoorganización

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Las trabajadoras de limpieza del Museo Guggenheim en huelga, durante el verano. Twitter / @LimpiezaGuggen1

Josefina L. Martínez 17/12/2021 CTXT

Conversamos con mujeres en lucha. Algunas son protagonistas de duras huelgas laborales. Otras siguen peleando por ser reconocidas como trabajadoras con derechos elementales. Desde diferentes experiencias, sus voces se cruzan. Dan forma a un nuevo feminismo de clase.

La huelga de Tubacex en Álava se transformó en una de las más largas de la historia reciente. 236 días manteniendo el piquete, las manifestaciones y la caja de resistencia. Una lucha que comenzó cuando, en medio de la pandemia, la empresa presentó un ERE para despedir a 129 trabajadores y trabajadoras de las plantas de Llodio y Amurrio.

“Cuando salimos a la huelga el 11 de febrero, nadie se imaginaba que la íbamos a sostener tanto tiempo” cuenta Naiara, trabajadora de planta. “La dirección de la empresa no cedía, nosotros afortunadamente tampoco, y la verdad es que ha sido largo y duro. Son muchos meses. Nunca había pensado verme en un escenario de este calibre, con el puesto de trabajo en juego y de esta manera”.

La huelga se extendió casi ocho meses, hasta el 5 de octubre, cuando se logró firmar un acuerdo que suspendía el ERE de Tubacex, asumiendo así la empresa las dos sentencias del Tribunal Superior de Justicia del País Vasco. Aun cuando algunos trabajadores cuestionaron que el acuerdo era insuficiente, todos celebraron el reingreso de los 750 trabajadores, la totalidad de la plantilla. Un hecho histórico.

“Lo único que hemos hecho los trabajadores es lo que teníamos que hacer: sublevarnos ante la avaricia y la codicia de esta empresa que ha utilizado el covid como excusa para catalizar la situación, y querer hacer unas reestructuraciones a costa de nuestros puestos de trabajo y de nuestras condiciones laborales” sostiene Naiara.

Quizás lo más llamativo de la huelga de Tubacex ha sido la enorme solidaridad que ha generado. Un apoyo que se materializó en numerosos aportes para la caja de resistencia, una herramienta clave para sostener el conflicto. Naiara cree el apoyo “ha sido brutal” en la comarca. Allí, el que no trabaja en la fábrica, seguro tiene un familiar, un vecino, o un conocido adentro.

Ixone es trabajadora de la planta de Amurrio y delegada del sindicato LAB. Coincide en que la solidaridad fue clave para el conflicto. “Sentir que la gente te apoya, te respalda, con lo poquito que puede. Sea dándote un poco de voz, sea aportando a esa caja solidaria que pusieron en marcha algunos trabajadores y trabajadoras. Hacerle frente a una multinacional como Tubacex sin el apoyo de toda la gente, hubiese sido imposible. Hubo apoyos a nivel individual, de trabajadores, del movimiento feminista, del movimiento pensionista, y ha sido clave”.

En la plantilla de Tubacex, las mujeres son minoría. Pero en la lista de despidos, el porcentaje de mujeres era muy alto. “Siempre es el castigo del castigo. A personas que tenían problemas de horas o problemas médicos, a esas chicas las han ido arrinconando en esos puestos que ahora la empresa cree que son prescindibles. Entonces nosotras siempre tenemos el castigo del castigo”, asegura Ixone. Pero eso las ha hecho más fuertes.

“De hecho, el 8 de marzo nos pilló de huelga, y fue el primer día que conseguimos que el autobús con la gente de dirección retrocediera y no entrara a las plantas. Entonces, cada vez somos más capaces de mostrar la fuerza que tenemos, ni débiles ni mucho menos”.

¿Y cómo vivieron las trabajadoras esta larga huelga en casa? ¿Cómo conciliaron la vida familiar con estar en el piquete gran parte el día? En el caso de Naiara, tanto ella como su pareja estaban en lucha. “Conciliar no es fácil. Tengo compañeros con críos pequeños, de edades tempranas y eso es más complicado. Sí es verdad que la lucha nos ha llevado muchas horas. En mi caso que estoy con reducción horaria, en la huelga y en el piquete he metido más horas que las que hubiera estado trabajando. Al estar también mi pareja en huelga, la forma de arreglarnos entre los dos en el tema de conciliación ha sido a partes iguales. Cuando se podía, porque los hijos estaban estudiando, era estar un 100% en el piquete, y cuando los hijos estaban en casa, turnándonos, a ver quién podía ir y adónde”.

Las invisibles hacen huelga

Otras que vienen marcando récord con su larga lucha son las limpiadoras del Museo Guggenheim de Bilbao. Este 17 de diciembre han cumplido 189 días de huelga. Género y clase se cruzan en su protesta.

“Estamos luchando por mejorar nuestras condiciones laborales, que son precarias. Cargas laborales que aumentaron en el año 2020 a causa de la pandemia. Bajas que no se cubren y jornadas parciales con las que no llegamos a fin de mes”, explica Carmen, una de las limpiadoras en lucha.

Esta huelga es laboral y es feminista al mismo tiempo, porque las trabajadoras luchan contra la brecha salarial en el sector de la limpieza. “Está la limpieza viaria, mayoritariamente masculinizada y la limpieza de edificios y locales, mayoritariamente feminizada. La diferencia es de unos 8.000 euros anuales. A esto le llamamos la brecha salarial. Y en el Museo Guggenheim y en Ferrovial Servicios no la quieren reconocer”, asegura la trabajadora. La multinacional Ferrovial está a cargo de forma externalizada de la limpieza del famoso edificio. Esto permite a la dirección del museo y a las administraciones locales pasar sin más de las trabajadoras. “La dirección del museo no quiere saber nada. Nos dice que eso lo tratemos con Ferrovial, que es la subcontrata para la que trabajamos. Y Ferrovial lo que nos ofrece son miserias, lo único que hacen es reírse de nosotras. El Ayuntamiento de Bilbao y el Gobierno vasco son patronos del museo, pero para ellos solo somos una molestia”.

Carmen, como la mayoría de la plantilla, lleva más de 20 años limpiando el museo. Sin ellas no hay arte que disfrutar. Y cuenta con orgullo que siempre lo han dejado impecable, como lo reconocían los visitantes en una encuesta poco antes del inicio de la huelga. Sin embargo, para la dirección del museo y para la empresa son “invisibles”.

La pandemia ha multiplicado la precariedad para toda la clase trabajadora, pero en especial para sus sectores más precarios: las mujeres, las personas migrantes y les jóvenes. En los últimos años hemos vivido importantes protestas y movilizaciones por parte del movimiento de mujeres. Y si ponemos el foco en la intersección de clase y género, descubrimos a diferentes colectivos de trabajadoras que han sido parte de las huelgas del 8M en el Estado español, Francia, Italia, Argentina, Chile y otros países. Las trabajadoras han develado el vínculo entre la lucha contra la violencia de género y la lucha contra la precariedad, contra el machismo y los abusos sexuales en el trabajo, por el derecho a la vivienda y contra el racismo institucional.

Suelos pegajosos para las esenciales, techos de cristal en los ministerios

El 1 de noviembre, el invierno había llegado pronto a Madrid. Ese día, frente a las puertas del Ministerio de Trabajo, un grupo de trabajadoras del SAD (Servicio de Atención a Domicilio) de varias regiones comenzaba una acampada por tiempo indefinido para exigir derechos básicos.

“Estamos peleando porque somos trabajadoras de un sector muy precario, con un sueldo precario. Se exige que la jubilación sea a los 67 y con este trabajo no podemos retirarnos a esa edad. Somos personas que ya estamos con problemas de artrosis, degeneración, hernias, tensores rotos, no podemos… Luego, nosotras estamos trabajando en las casas, podemos tener accidentes y eso tampoco está recogido. Y también estamos luchando porque estas grandes empresas sacan un gran beneficio, y lo que queremos es que nos contraten los ayuntamientos o las comunidades. Esa es la lucha que tenemos”.

Las trabajadoras del SAD estuvieron 26 días frente al edificio del Ministerio. Pedían una entrevista con la ministra, pero se fueron con las manos vacías. Parece que en el Gobierno “más progresista de la historia” también hay techos de cristal que no pueden cruzar las trabajadoras. Si la pandemia ha evidenciado que los trabajos de cuidados y los empleos más precarios siguen recayendo en las mujeres –algo que desde el feminismo se ha señalado una y otra vez–, esto no ha sido suficiente para cambiar las reglas del juego. Durante décadas, los Estados recortaron servicios públicos, mientras promovieron el ingreso de empresas privadas en la sanidad y el cuidado de ancianos. Multinacionales que obtienen enormes beneficios a costa de una mano de obra feminizada y migrante.

En condiciones extremas marcadas por la crisis han empezado a desarrollarse nuevas formas de autoorganización entre mujeres trabajadoras en varios puntos del planeta. Desde las huelgas de Amazon en Alabama, protagonizadas por mujeres negras, a las luchas de las camareras de piso en Francia. De las huelgas salvajes en las maquilas del sudeste asiático a las tomas de tierras en Argentina. Las huelgas de trabajadoras en Andalucía, Cataluña, Madrid y el País Vasco son parte de esta tendencia. Estas han cuestionado el papel de las burocracias sindicales y de los gobiernos “progresistas” o conservadores. Son procesos que muestran en pequeña escala la potencialidad de un feminismo de clase y anticapitalista, cruzando las dimensiones del género, el antirracismo y la clase.

“Se puede ganar, lo dije en Cádiz y lo he repetido muchas veces durante los 236 días de huelga”, afirma Ixone. “¿Qué le diría al resto de trabajadores y trabajadoras? Que es hora de que nos levantemos, que nos intentan asestar un golpe tras otro y poco a poco nos van quitando derechos de lo que es nuestra vida. Nosotras somos clase trabajadora, aquí no hay medias tintas. El de arriba pisa y el de abajo se tiene que levantar. Porque si no tomamos conciencia, nos hunden. Hay que saber que en esta vida hay que pelear y se puede ganar”.

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