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Mai Zetterling, la provocadora pionera del cine feminista

Sábado 4 de febrero de 2023

Liborio Barrera 03 Febrero 2023 El Asombrario

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La directora y actriz sueca Mai Zetterling

En un oficio, el de la dirección de cine, casi vetado a las mujeres en la mayor parte del siglo XX, la irrupción a principios de la década de los 60 de la actriz sueca Mai Zetterling como directora convulsionó el panorama fílmico. Tenía 38 años cuando ‘El juego de la guerra’ ganó el León de Oro al mejor cortometraje en el Festival de Venecia de 1963. En los años siguientes rodó una serie de largometrajes rabiosamente feministas, provocadores hasta el escándalo, como las explosivas ‘Los enamorados’, ‘Juegos nocturnos’ y ‘Las chicas’, que acaba de publicar el sello Criterion en blu-ray. Reivindicamos la figura de Mai Zetterling y su cine militante y perturbador.

La vida de Mai Zetterling tuvo algo de nómada. Nació en Suecia en 1925, pero sus primeros años los pasó en Australia. Al regresar a su país subió, aún adolescente, a los escenarios teatrales, donde llegó a interpretar a uno de los personajes de La casa de Bernarda Alba, de Federico García Lorca. Inmediatamente debutó en el cine y se convirtió en una estrella tras protagonizar en 1944 Tortura, de Alf Sjoberg, con guión de Ingmar Bergman, quien la reclamó como protagonista de Música en la oscuridad en 1948. Ese mismo año ya había decidido mudarse para trabajar en el cine británico y, en menor medida, en Hollywood.

Instalada en la isla británica, en los años 50 llamó la atención de los servicios de espionaje, que la investigaron por mostrar “interés en el comunismo”, por sus lecturas de “literatura comunista, sobre la historia de la Unión Soviética y obras leninistas” y por sus contactos con refugiados provenientes de Hollywood que habían escapado de las purgas del senador McCarthy durante la conocida caza de brujas, según un expediente del MI5 que publicó el diario The Guardian.

De cara al exterior, sin embargo, sobresalía la belleza rubia de Zetterling, sus dotes de comediante o de actriz dramática junto a actores como Peter Sellers, Danny Kaye, Tyrone Power, Richard Widmark y Dirk Bogarde. Nada dejaba entrever la furia sarcástica que volcaría a lo largo de la década siguiente en sus propias películas, políticamente disolventes, con su carga hiriente contra la institución del matrimonio, contra los hombres “ciegos, estúpidos, incompletos, irresponsables, egoístas”, como le comenta una de las actrices de Las chicas a otra. La visión de su cine resultaría incómoda, porque Metterling interpelaba, molestaba, alumbraba zonas oscuras de las vidas de los hombres (pero también de las mujeres) mediante imágenes tensas, desapacibles, excesivas.

Hasta su muerte en 1994 rodó siete largometrajes, varios cortos y documentales, capítulos de series de televisión y un par de filmes para este medio. En algún momento declaró que su aspiración era ser reconocida como una igual entre otros directores, como Bergman, una de sus influencias cinematográficas más palpables, y de quien tomará a algunos de sus principales actores (Harriet Anderson, Ingrid Thulin, Erland Josephson, Bibi Anderson, Gunnar Björnstrand).

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Una imagen de ‘Las chicas’, estrenada en 1968.

Su cine militantemente feminista planteó en los años 60 debates que en los últimos años han empezado a resolver las mujeres a raíz de las masivas movilizaciones que han llevado a cabo en todo el mundo. En Las chicas (1968), una original versión contemporánea de la comedia clásica griega Lisístrata, de Aristófanes, Zetterling proponía a las mujeres, a través de sus personajes, pasar a la acción y revindicaba, por ejemplo, salarios para las amas de casa, el pago de los días de sus descansos, transformar la actitud sumisa de asentimiento en otra de negación, haciendo suya la afirmación con que Albert Camus abría El hombre rebelde: “¿Qué es un hombre rebelde? Un hombre que dice no”, o hacer entender que asumían la misma responsabilidad que los hombres en la marcha del mundo.

La experiencia de sus personajes femeninos con los hombres revela la escisión del mundo femenino del masculino. El personaje de la actriz que interpreta a Lisístrata (Liz) en Las chicas interpela a los espectadores al final de una función y les pregunta si es posible cambiar a las personas “en el mundo en que vivimos”, un cambio que afecta fundamentalmente a los hombres, que ven a las mujeres como inmaduras. “Algún día crecerán; pero si no lo han hecho desde Aristófanes, por qué lo harán ahora”. Esta contestación de uno de los actores marca la posición masculina inamovible durante siglos contra la que Zetterling arremete. Aún hoy es posible escuchar el siguiente diálogo de Las chicas, en que el amigo del marido de Liz acude como enviado de este para pedirle que deje la gira teatral (durante la que transcurre la película) y vuelva al hogar: “Necesita tu apoyo. Su trabajo es importante”, le dice. “¿Mi trabajo no lo es?”, responde ella. “Si él no se toma mi trabajo en serio, ¿por qué tendría que hacerlo yo?”. El amigo insiste: “Él necesita que atiendas a sus invitados en casa, que te intereses por su trabajo”. En un encuentro posterior, el marido la visita en un hotel y carga de nuevo contra ella. “Ya terminó esta farsa. Tu trabajo no es serio. No tiene que ver con la realidad. Quiero que cuides de mí, porque te necesito”.

Ni el amigo, ni el marido, ni los hombres que rodean a esas mujeres en gira se plantean romper el espejo que refleja su imagen, la de ellos, de desdén, de minusvaloración, de desequilibrio. Las mujeres, vienen a decir, “no entienden de esto, que es un asunto serio”, sea la política, los negocios, las cosas de los hombres, que éstos confunden con las cosas del mundo.

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Un momento de ‘Los enamorados’, el primer largometraje que estreno Mai Zetterling en 1964.

Zetterling confronta, por tanto, la intimidad de las mujeres con el discurso masculino jerárquico, de sujeción, clasista (de la clase de los hombres sobre la clase de las mujeres). Les devuelve a los hombres clasistas sus propias palabras y hechos, sus fantasiosas visiones de las mujeres como “diosas” frente a las “aburridas” que solo quieren ser ellas mismas, sus deseos corrompidos, como muestra la cineasta en una de las provocadoras secuencias de su primer largometraje, Los enamorados (1964), en la que filma a un hombre (gordo, cincuentón) intentando violar a una niña a la que ha invitado a su casa después de comprarle pasteles.

Las mujeres sometidas de Los enamorados, que evocan sus vidas desde la maternidad en la que esperan el parto, entienden, naturalmente, el lugar, el tiempo en el que viven, la función que les ha sido establecida y contra la que se rebelan; pero, salvo excepciones, lo hacen de forma verbal, por ejemplo, respecto al matrimonio como institución cerrada, opresiva. “El fin del matrimonio”, dice una de las enamoradas de la película, “es como el de la guerra: enseñar a la gente a odiar”. “El matrimonio es como dormirse para el resto de la vida”, comenta otra de ellas.

La visión corrupta de esta institución, de la que participan los hombres, pero también las mujeres, la exhibe Zetterling especialmente en Juegos nocturnos (1966), en la que una madre repudia la función que era vista como esencial en el matrimonio: la maternidad. “Voy a traer a otro idiota al mundo”, exclama ante la inminente llegada de su segundo hijo, que, sin embargo, nace muerto durante un extravagante parto que sucede en su propia casa, rodeado de invitados borrachos.

En la película, el primer hijo, ya mayor, a punto de casarse, evoca sus años sórdidos en la casa familiar, y su relación edípica con una madre que lo desatiende y un padre que lo ignora. Con un estilo grotesco, Zetterling muestra, en otra de sus secuencias provocadoras, a la madre bañando al hijo y llevándolo a la cama, donde se acuesta junto a él y lo abraza y besa repetidamente, en el cuello, en los labios. Empieza a leerle un relato mientras el hijo le acaricia la pierna y ella le pone la mano, por encima de las sábanas, en el sexo. Bajo las sábanas, el hijo se masturba y la madre reacciona airada y le pega en la cara. “¿No te han enseñado que eso es sucio?”, le grita.

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‘Juegos nocturnos’, segundo largometraje de Zetterling, de 1966.

Esta y otras imágenes subversivas del cine de la artista sueca perfilan una personalidad disconforme, consecuente con el cine rupturista que crearon las nuevas olas de finales de los 50 y principios de los 60. Como en ellas, Zetterling explora lo que estas imágenes tienen de desestabilizadoras: satura el blanco y negro en el que están rodadas para acentuar su expresionismo, sitúa en el mismo plano la realidad y el sueño, filma las alucinaciones de sus personajes y momentos fugaces de choque nunca vistos hasta entonces en un largometraje de ficción (un parto, un coito, un incesto…).

Pero sobre todo desvelan las formas de dominación de los hombres sobre las mujeres, las neurosis individuales soterradas en las instituciones sociales de los países desarrollados de la posguerra occidental. Uno de los personajes femeninos de Las chicas, consciente de ello y de sus propias limitaciones, emplaza a las mujeres del futuro a cumplir la llamada a la acción que desintegre esas estructuras de coerción, un llamamiento que, como si contestaran a Zetterling, están realizando hoy en todo el mundo.

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