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Machismos y el control del cuerpo de la mujer

Jueves 29 de diciembre de 2022

Estamos en un país en el que la ley reconoce este derecho, el derecho de las mujeres y personas gestantes a decidir sobre su vida y su cuerpo. El acoso enfrente de las clínicas, como la Dator en el barrio de Tetuán, pone entredicho este derecho.

Ruth Portela 28 DIC 2022 El Salto

El derecho de las mujeres y personas gestantes a la libre interrupción del embarazo parece que es puesto en cuestión de forma constante, como se puede ver en la prohibición en Estados Unidos y la polémica en muchos otros países. Pero en España la situación no es mucho mejor, ya que la Iglesia y muchas asociaciones vinculadas a ella y a la extrema derecha siguen esa misma línea, que conduce al acoso de las mujeres, a la objeción de conciencia y a una presión constante para cortar cualquier avance.

Con todo, estamos en un país en el que la ley reconoce este derecho, el derecho de las mujeres y personas gestantes a decidir sobre su vida y su cuerpo. El acoso enfrente de las clínicas, como la Dator en el barrio de Tetuán, pone entredicho este derecho. Y dicho acoso parece haber aumentado con la apertura el pasado 8 de Marzo justo enfrente de la clínica de un local de estas mismas asociaciones, como la Fundación Madrina, que han concluido que las mujeres necesitan su tutela para decidir sobre sus cuerpos.

De esta forma, no solo se niega su derecho a la interrupción del embarazo, sino que además se las devuelve al redil marcado por el patriarcado y el neoliberalismo. La alianza de estos dos sistemas quiere mantener a la mujer en la esfera invisible, en el rol perpetuo de cuidadora, que tiene que negar sus deseos, su libertad en por de los otrxs. También mantenerla en un estado infantil, como si fuera incapaz de decidir sobre su vida y precisara de la ayuda de un hombre o de una institución.

Conviene recordar que el comienzo del capitalismo no solo implicó el cercamiento de las tierras y la desaparición de los bienes comunales, sino la apropiación del cuerpo de las mujeres y de las personas racializadas, tal y como expone Silvia Federici en su obra Calibán y la bruja. Federici recoge cómo las ideas que defienden estos grupos religiosos encajan con lo que vivió Europa en los comienzos de la modernidad: “Pero la principal iniciativa del Estado con el fin de restaurar la proporción deseada de población fue lanzar una verdadera guerra contra las mujeres, claramente orientada a quebrar el control que habían ejercido sobre sus cuerpos y su reproducción.(…), esta guerra fue librada principalmente a través de la caza de brujas que literalmente demonizó cualquier forma de control de la natalidad y de la sexualidad no-procreativa, al mismo tiempo que acusaba a las mujeres de sacrificar niños al Demonio. Pero también recurrió a una redefinición de lo que constituía un delito reproductivo. Así, a partir de mediados del siglo XVI, (…) todos los gobiernos europeos comenzaron a imponer las penas más severas a la anticoncepción, el aborto y el infanticidio”.

Unido a esto se da una construcción de lo que es ser mujer. No hay que olvidar que el poder construye a los sujetos y crea cuerpos dóciles. Esto llevo a las mujeres a ser catalogadas como santas, ocupadas de las tareas invisibles y de cuidados dentro del hogar (a pesar de que la mayoría de las mujeres de clase trabajadora tenían también un trabajo asalariado), o como brujas, demonizadas, criminalizadas y castigadas por ello. En esta línea dicotómica siguen los grupos que se presentan enfrente de las clínicas con la misma cantinela, el mismo pensamiento de control del cuerpo de la mujer y de su demonización o santificación. Hoy ya no somos llamadas brujas, (bueno no siempre), sino feminazis o directamente asesinas, mientras siguen idealizando a las mujeres que se niegan a sí mismas por seguir los mandatos patriarcales.

La violencia que se ejerce sobre el cuerpo de las mujeres es innegable, ya que obligar a gestar y parir es violencia. Esto es lo que buscaba visibilizar la performance que se realizó el verano pasado a raíz de la prohibición en Estados Unidos del derecho a la libre interrupción del embarazo, que tomaba la imagen de la novela y serie del Cuento de la Criada para simbolizar esa violencia. La libertad tan cacareada en el sistema neoliberal no llega a todas las personas, las personas migrantes, racializadas no son libres, lo mismo que no lo son las precarizadas, obligadas a tomar trabajos en condiciones inhumanas, pero tampoco las mujeres, cuando se decide sobre sus cuerpos y sus vidas. No olvidemos que la libertad neoliberal, de la que Ayuso alardea, es sólo libertad de mercado, libertad de comprar y comprar, y libertad para las clases privilegiadas; mientras esconde violencias que se ejercen de forma constante contra los cuerpos más vulnerables y las privaciones de derechos y libertades para los sujetos oprimidos. Y las mujeres nos encontramos dentro de esta categoría, ya que se ha decidido desde los comienzos del Estado moderno sobre nuestros cuerpos.

Y ahora que salimos a las calles y exigimos nuestros derechos, se carga contra nosotras, se nos demoniza y criminaliza. El ataque a las feministas, el acoso en las clínicas de libre interrupción del embarazo, el auge del machismo, acuciado por la extrema derecha, es una muestra de ello. A la mujer se la quiere callada, se la quiere dócil, ángel del hogar, esposa, madre y sirvienta. No podemos realizar una verdadera revolución, si no somos dueñas de nuestro cuerpo, si seguimos en los roles construidos por el sistema.

Si buscamos ejemplos de este ataque puede verse cómo se acosa a las mujeres cuando se acercan a las clínicas, sin pararse a pensar en el daño que se las hace en un momento en que muchas están en una situación de vulnerabilidad. También cómo se ataca a las asambleas feministas que se han reunido los últimos años para visibilizar este acoso continuo.

Por mostrar algunos de estas violencias se puede destacar como en una ocasión, en la que nos encontrábamos concentradas, habiendo hecho los tramites burocráticos precisos, un hombre comenzó a romper nuestros carteles para luego amenazar, gritar e insultar a las mujeres que nos encontrábamos ahí. Muestra de la violencia que ejercen estos grupos y de su imposición hacia nuestra libertad. Porque no es cierto que las feministas queramos que todas las mujeres aborten, sino que lo que queremos es que haya libertad para decidir, sin que nadie se ponga a gritarnos en la cara ni a acosarnos por nuestras decisiones personales. También que se garantice realmente este derecho por parte del Estado, eliminando los obstáculos burocráticos que se dan hoy y realizando la interrupción dentro del sistema público y no en clínicas privadas.

Cabe destacar que, a pesar de los avances que se hacen desde la Comisión del aborto, las instituciones, con sus tintes derechistas propios de este país que aún vive a la sombra de la dictadura, siguen protegiendo a estos grupos religiosos. De ahí que cuando se han dado ocasiones en las que nosotras habíamos comunicado una concentración y obtenido el permiso, la policía ha permitido que los grupos antielección siguieran hostigándonos y violentando a las mujeres que se acercaban a la clínica. No valió de mucho decirles que no se puede permitir dos concentraciones de signo opuesto en el mismo lugar, ni que nosotras teníamos todo en regla. Su respuesta fue que no se puede prohibir rezar, que iría en contra de la libertad de conciencia. Me pregunto si serían tan permisivos si fuera un grupo de personas islámicas o cualquier otra creencia que no fuera la católica. No me cabe duda de que en ese caso la policía no sólo expulsaría a las personas, sino que muchas acabarían de camino a la comisaria. Me viene a la cabeza cuando se realizó una concentración en contra de la extrema derecha en el barrio, como protesta ante los mítines de VOX por los barrios obreros y precarizados de la ciudad, como las identificaciones, los empujones y las violencias por parte de la policía fueron la norma. Cuando se trata de los grupos antielección parece que las instituciones y la policía se olvidan de ciertas cosas y no ven problemas en permitir que nos acosen.

Estos son ejemplos que hemos vivido las feministas y muchas mujeres por querer defender nuestros derechos. El acoso se ha acrecentado, al menos en el barrio de Tetuán, con la apertura de ese centro de los antielección. Y revivimos lo que ya describió Federici en su obra, lo que llevamos viviendo desde siempre, que a las mujeres no se nos considera sujetos de derecho, personas capaces de decidir, sino cuerpos al servicio del Estado, de la Iglesia, del marido. Y cuando nos salimos del rol, se nos ataca, se nos criminaliza y violenta. Una nueva caza de brujas encubierta con el disfraz de la libertad, de la libertad de conciencia y de manifestación.

Pero la libertad de unas personas no puede implicar la imposición hacia las demás, porque entonces no es libertad es privilegio. Lo que tenemos aquí es de nuevo el ataque contra nuestros derechos. Es la defensa del patriarcado y del neoliberalismo, que no pueden mantenerse sin nuestro rol invisibilizado. Nos quieren de nuevo en las cavernas, en la sombras, calladas y obedientes, dóciles y abnegadas, pero ya hemos salido de la Casa de muñecas, como Nora, y no tenemos intención de regresar.

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