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Los feminismos y el día después de la legalización

Lunes 14 de diciembre de 2020

Tamara Tenenbaum 12 de diciembre de 2020 elDiarioAr

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Tamara Tenenbaum

En 2017 empecé a hacerme una pregunta. ¿Qué pasará con el movimiento feminista una vez que hayamos conseguido que el aborto sea legal? La legalización tenía tanta centralidad en nuestra agenda que había ocupado el primer lugar en la lucha. La consigna primera: un anillo para gobernarnos a todas

Sabemos que con el aborto el camino está lejos de terminar con la legalización en el Congreso Nacional.

Sancionada la Ley sigue de inmediato la batalla por la reglamentación.

Y después el trabajo día a día de vigilar que la implementación sea efectiva y eficaz.

Y además velar día y noche para que el Estado y la salud pública lleguen hasta todos los rincones de la Argentina.

Sabemos todo eso.

Sabemos también que la legalización del aborto en la Argentina modificará de manera sustancial el día a día de todas las personas con capacidad de gestar.

Transformará significativamente nuestros horizontes, nuestras libertades, el modo en que se nos permite seguir adelante con nuestras vidas después de un embarazo no deseado. Pero sabemos, además, que es una consigna política poderosa. Que su capacidad política transformadora no se vincula solamente a los derechos sexuales y reproductivos, sino también a su potencial de generar conversaciones y construcciones políticas. ¿Qué sucede con esas conversaciones y construcciones una vez que la conquista ya es un hecho consumado?

Es muy difícil pensar a partir de otros casos. La serie Mrs. America, protagonizada por Cate Blanchett, narra la trayectoria del feminismo norteamericano en los años ’70, cuando entre sus protagonistas había figuras como Gloria Steinem y Betty Friedan. A partir de los años ‘80, con el triunfo de Ronald Reagan y el ascenso de una nueva derecha neocon el movimiento fue perdiendo efervescencia y masividad. Es verdad que con ese último tramo podríamos identificarnos. En el mundo y en América Latina ganan fuerza discursos conservadores bajo formas diversas: desde grupos directamente neonazis hasta versiones extremas de libertarianismo, pasando por formas más curiosas como los supuestos feminismos antitrans.

Sin embargo, en lo que respecta a mi punto inicial, la situación del feminismo norteamericano fue muy diferente. En Estados Unidos la legalización del aborto no llegó con una ley sino por vía judicial, con el fallo Roe v. Wade de la Corte Suprema. Eso marca una diferencia a la hora de la construcción política que conduce a este resultado, y a la política que ese resultado deja. Creo que poca gente diría que llegar a esa sentencia del tribunal supremo representó el punto cúlmine del movimiento feminista norteamericano. De hecho, el encuentro feminista más importante de las últimas décadas en Estados Unidos, la National Women’s Conference, vino en 1977, cuatro años después de Wade. Evidentemente, la llama no se había apagado para ese momento, aunque quizás lo hizo poco después.

Mirándolo con optimismo, en la Argentina podría pasar esto: que la legalización del aborto y el clima de triunfo y de posibilidades abiertas generara una revitalización para el feminismo. Un movimiento que, además, este año sufrió bastante (como cualquier movimiento hecho de cuerpos y no de bits) con la pandemia y la imposibilidad de hacer asambleas presenciales, marchas y nuestro Encuentro Nacional de Mujeres.

Buscando otros casos, pienso también en algo que suelen comentar las feministas uruguayas, un poco por lo bajo. Que en la República Oriental el aborto salió rápido, en relación con la última ola feminista global, y que entonces no se llegó nunca a armar esa resistencia y esa capacidad instalada del movimiento feminista argentino.

Además de la cuestión de la efervescencia está la de la unidad: el feminismo argentino no es un partido y no tiene un liderazgo tradicional que lo convoque y mantenga una línea. Además de las personas que eligen acompañar movilizaciones y causas específicas sin identificarse con ninguna agrupación en particular, son muchos colectivos diversos. Con adscripciones partidarias diferentes que van desde el radicalismo hasta la izquierda, pasando por todas las variantes del peronismo, y con posiciones también distintas respecto de temas clave como la legalización de la prostitución y el punitivismo como estrategia para encarar la violencia de género, por mencionar algunas cuestiones muy visibles pero que están lejos de ser las únicas.

Hace mucho que hablamos de “los feminismos” en lugar de hablar del feminismo y que reconocemos la pluralidad y plasticidad del término.

Sin embargo, hace ya varios años que la legalización del aborto representa un consenso explícito que nos organiza a todas, y por el cual en circunstancias específicas vale la pena dejar de lado las diferencias.

Un ejemplo fue la famosa transversalidad del grupo de “l@s soror@s”, formado en 2018 por diputadas (y el entonces diputado del PRO Daniel Lipovetzky) de extracciones tan distintas como Victoria Donda, Karina Banfi, Malena Massa, Silvia Lospennato y Lucila de Ponti, entre otras. A diferencia de lo que esperaban algunos (no fue nunca mi caso), esa transversalidad no implicó ningún tipo de acercamiento político interpartidario: fue una alianza circunstancial y limitada, que todo indica que no tuvo consecuencias en el tratamiento de ningún otro tema.

Al nivel de la militancia la cuestión es diferente. Hay muchos ámbitos donde se cruzan, por ejemplo, militantes del peronismo y de la izquierda, y no siempre son espacios vinculados a la legalización del aborto.

Así y todo, me pregunto si no podría pasarnos lo mismo que a l@s soror@s; convertirnos en grupo de WhatsApp medio muerto que nadie usa, no volver jamás a convocar esta cantidad de gente o a ganar este grado de atención mediática o a generar esta pluralidad de grupos vivientes y diversos. Disgregarnos, un poco como antes de 2015, en grupos más pequeños que rara vez podrían aunar fuerzas para convocar a esa gente que muchas veces no sale a la calle, pero que esta semana salió.

Lo único que no falta en este mundo son razones para luchar.

En la Argentina una mujer muere a manos de la violencia machista cada 24 horas. Contra lo que parecen indicar muchos discursos dominantes, incluso algunos muy bien intencionados, esto no ocurre porque ellas “no sepan” que están siendo violentadas (‘Hermana, date cuenta’). Muchísimas de esas mujeres denunciaron a sus agresores repetidas veces y fueron desoídas por las autoridades o desalentadas por los vericuetos de la Justicia. Teóricamente vivimos en la era del No nos callamos más, pero hace un par de años nada más conocimos la historia de Tamara Tello Borisovsky, que denunció por acoso sexual a su jefe y fue despedida. Debe haber muchas más historias como la de ella, y también de chicas que ni siquiera denuncian porque saben que ésa es la que les toca, también.

El 77% de las trabajadoras domésticas (uno de los rubros más feminizados del país, y que emplea a alrededor de 1,4 millones de mujeres argentinas) trabaja en condiciones informales; menos del 10% de ellas cuenta con obra social.

Podría seguir hasta mañana. Por supuesto, los problemas de género en la Argentina no se terminan con la legalización del aborto.

Lo que pensaba es esto: en la academia filosófica a veces se habla de temas “sexy”, temas que no son ni más ni menos importantes que otros (ni más ni menos complejos, ni más ni menos ricos) pero que son atractivos, generan más atención, más fama en quienes los trabajan, más posibilidades de salir un poco afuera del circuito académico. El aborto, en algún sentido, fue el tema sexy del feminismo en estos años, la discusión de la que todo el mundo quiso participar (podríamos compararlo, por ejemplo, con el tópico que recién mencioné de las empleadas domésticas, con el que no sucedió nada parecido). Fue seductor, de manera que fue conflictivo pero al mismo tiempo creador de consensos y transversalidades sociales.

No lo era apenas unos días atrás. Pero desde el jueves a la noche soy optimista. Creo que para el movimiento feminista la legalización del aborto puede ser una nueva etapa, un nuevo comienzo, un impulso para seguir con esto que construimos. Para seguir con el problema, como dice la teórica Donna Haraway: para seguir muy cerca del problema aunque ya no tengamos el anillo para reunirnos a todas. Antes del jueves, también, pensaba que quizás había que inventar la manera de reproducir esa alquimia que produjo que la legalización del aborto sea una realidad: buscar una consigna análoga, una ley poderosa, otro norte claro. Hoy creo otra cosa: creo que hay que construir, y que se puede construir, y que se está construyendo una política feminista que puede vivir sin eso.

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