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“Los centros del Patronato de Protección a la Mujer eran lugares de castigo y de mano de obra gratuita”. Entrevista a Consuelo García Cid

Domingo 15 de mayo de 2022

ANDREA MOMOITIO 11/05/2022 Pikara

El Patronato de Protección a la Mujer era una institución franquista, dependiente del Ministerio de Justicia, que funcionó como el principal aparato de represión contra las mujeres caídas —y las que estaban a punto de caer— entre 1941 y 1983. Consuelo García Cid (Barcelona, 1958) es la autora de algunas de las principales obras que analizan esta institución.

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Consuelo García Cid. / Foto: Isabel Permuy

Miles de niñas y adolescentes sufrieron las consecuencias de la moral católica que se dedicaron a salvaguardar diferentes órdenes religiosas a lo largo y ancho del Estado español. Empiezan a publicarse algunos reportajes [en el último de nuestros anuarios, por ejemplo]; alguna pieza audiovisual, una tesis, algún libro, pero poco más. El grueso del material disponible para entender qué pudo significar el Patronato de Protección a la Mujer es la obra de Consuelo García Cid. La escritora y periodista conoce bien sus entresijos porque pasó por varios centros. Ha sido denunciada y vilipendiada por tratar de sacar a la luz la violencia institucional que sufrieron en muchas de sus obras y conferencias. Las desterradas hijas de Eva, Ruega por nosotras o Las insurrectas del Patronato de Protección a la Mujer son publicaciones imprescindibles para comprender de qué manera fueron reprimidas las mujeres durante la dictadura franquista. Hoy, todavía hoy, resulta complicado entender la magnitud que pudo tomar y, hoy, todavía hoy, algunas de las sobrevivientes hablan con dificultad de su experiencia.

Tengo que empezar con una confesión. Después de escribir Lunática me he quedado atrapada con el Patronato de Protección a la Mujer.

Es una parte de la historia reciente de este país completamente desconocida. Hicieron verdaderas atrocidades y, si te interesa el tema, puedes dedicarle el resto de tu vida. Yo llevo 15 años y sigo buscando expedientes, documentación… y no salgo de mi asombro.

Tú lo has vivido.

Una cosa es conocerlo porque lo has vivido y otra cosa es arañar las capas del Patronato. Ver cómo evoluciona, ver cómo intenta moderarse, que no lo consigue, a partir de la muerte de Franco. ¿Aquí nadie sabía nada? ¿Nadie sabía cuál era el régimen de los conventos? ¿Nadie sabía que estaban robando niños? ¿Tampoco se le ocurrió a nadie contratar una auditoría para averiguar cómo era posible que aquellas monjas llegaran a tener aquellos macroconventos en las zonas altas de las ciudades? Porque los conventos estaban en las zonas altas, las zonas pijas de las ciudades, ¿cómo han conseguido eso? Con la mano de obra de las mujeres internas. Solo las Oblatas [del Santísimo Redentor] tuvieron una inspección de Hacienda. Ellas se dedicaban a los bombones, chocolate, cosas de repostería, ¿y qué pasó? Que llegaron a tener tal industria repostera que, claro, sin declarar mano de obra, era imposible sostener. Eso lo cuento en el libro Ruega por nosotras. Claro, si tú tienes 200 internas esclavizadas, tuteladas, trabajando todo el santo día en lo que tú digas, ¡te montas una industria!

¿Podemos decir que el Patronato era algo así como los servicios sociales para niñas?

Sí, sí, has dado en el clavo. Lo has bordado.

¿Cuál era el perfil de las niñas que estaban bajo su tutela?

Fundamentalmente, mujeres del campo. Era una época de mucha escasez y en muchos pueblos de Castilla y León, de Andalucía… se vivía de forma muy precaria. Muchas familias creían que era un lugar de estudio, una oportunidad, creían que eran colegios para niñas difíciles. Pero, vamos a ver, ¿en qué colegio, estando interna, te pasas ocho horas al día trabajando en talleres, rezando, fregando y solo tres horas al día de clase? ¡Tres horas al día de clase! No había más y eran, además, clases de iniciación en las que siempre se hacía lo mismo. Las que entraron sin saber escribir su nombre, salieron sin saber escribir su nombre. La formación académica no les interesaba. Los centros de Patronato eran lugares de castigo y de mano de obra gratuita. Las internas hacían trabajos forzados.

Los centros los gestionaban distintas órdenes religiosas. ¿Cómo distinguimos los colegios en los que las niñas eran víctimas del Patronato con cualquier colegio de monjas?

La mayoría de las congregaciones tenían lo que eran colegios “normales” y luego también los reformatorios. Las Adoratrices [Esclavas del Santísimo Sacramento y de la Caridad] de Barcelona, que estaban en la calle Casanova, tenían un colegio público y justo al lado un reformatorio. Las externas que iban como alumnas del colegio jamás se juntaron con las otras. En Madrid, por ejemplo, solo tenían reformatorio. Maquillaban lo que hacían, pero estaba permitido. Todo esto se hizo porque se permitió. Ellas no vulneraron ninguna ley en su momento.

Ninguna de estas órdenes religiosas, por supuesto, ha pedido disculpas, ni ha reconocido el daño causado.

No, de forma colectiva no, pero hace poco, en una conferencia en Barcelona, se levantó un exmonja y me pidió perdón. No se me va a olvidar nunca. Me dijo que absolutamente todo aquello era cierto, que yo no solo no mentía sino que no exageraba absolutamente nada, que aquello fue literalmente horroroso.

¿Tenía el Patronato alguna relación con la Sección Femenina [la rama femenina de la Falange Española]?

No. Eso es una especie de mito. La Sección Femenina no pintaba nada ni tenía nada que ver. Ellas sí estaban presentes en el servicio social femenino mientras fue obligatorio y daban clases de costura, economía doméstica… También hay que diferenciar entre los preventorios y los reformatorios.

¿Cuál es la diferencia?

De las niñas, hasta que tienen 15 años, se encargaba el Tribunal Tutelar de Mujeres y luego, a partir de esa edad, el Patronato de Protección de la Mujer. Primero estabas en orfanatos y luego en reformatorios. Los preventorios estaban ligados al Patronato Nacional Antituberculoso.

¿Cómo podías caer bajo la tutela del Patronato?

Fundamentalmente por fugas del domicilio familiar, pero podía ser por cualquier cosa. Por estar en horario escolar fumando por la calle, por ejemplo. Las celadoras, que eran las vigilantas y guardianas de la moral, se movían por la calle como policía femenina. Si te veían, llamaban a la Guardia Civil y te llevaban a los centros de observación y clasificación (COC). Podías estar incluso una semana y te hacían pruebas de virginidad. A partir de ahí decidían a qué reformatorio te destinaban. Pero estaba todo mezclado porque el sistema era un desastre y muchísimas llegaban al Patronato directamente de los orfanatos. Muchas chicas, las pobrecitas, no tenían bastante con haber nacido huérfanas y haberse comido todo el abanico institucional que, además, acaban en el Patronato. Muchas familias también se deshacían de sus hijas porque era facilísimo hacerlo.

¿Crees que el desconocimiento sobre el Patronato ha invisibilizado la represión que sufrieron las mujeres en el franquismo?

Totalmente, absolutamente. ¿Cómo defiendes que no se nos ha represaliado? Ocultando el Patronato. Nadie contaba con que lo sacaría a la luz, pero lo he vivido, lo he conocido. Esto te lo coge una historiadora y no sabe ni por dónde empezar. Si no conoces todo el entramado, puedes cometer errores garrafales. Es historia de España, un agujero en la memoria histórica que hasta ahora ha sido completamente ignorado. Hay expedientes en los que se muestra cómo las rebeldes acaban en psiquiátricos o manicomios, sin diagnóstico, con alusiones a “trastornos de conducta” o a ser lesbianas.

¿Qué tipo de expedientes has encontrado? ¿Lesbianas, putas?

Yo no conocí a ninguna prostituta, pero sí que encerraban a sus hijas. Pequeñas delincuentes sí he conocido. Normalmente delinquían por culpa del mismo Patronato. Se escapaban y, en una fuga, robaban para comer. Empezaban a delinquir en muchos casos al estar tuteladas y no antes. Algunas sí se prostituyeron en las fugas para dormir calientes y muchas se quedaron embarazadas creyendo que a través del matrimonio se iban a liberar. ¿Qué pasaba? Que acaban en la maternidad de Peñagrande y les robaban a su hijo. Ni siquiera se podía ser libre erróneamente.

De la prisión de Alcázar de San Juan (Ciudad Real), que en teoría se abre solo para prostitutas, ¿has encontrado algo?

No, pero sí recuerdo chicas que solo estaban una noche y luego iban a la cárcel de Alcalá de Henares.

En tus libros cuentas que había centros más peligrosos o más duros.

Sí, eran tres: San Fernando, Villalba y Baeza. El peor, Baeza. De Baeza no se salía. Ninguna se podía escapar. Cuando yo estuve haciendo la gira promocional de Las desterradas hijas de Eva, la última presentación fue allí. Ahora es el Centro de Formación Feminista Carmen de Burgos. Conserva la misma estructura arquitectónica exterior original y, cuando llegué allí, lo entendí. Es como una fortaleza, como un gran castillo, encima es monumento nacional, en medio del campo… Aunque se escaparan y corrieran campo a través… estaban en la nada, las pillaba la Guardia Civil. Una especie de Alcatraz, impresionante. Tenían salas que llamaban de aislamiento, reflexión y catarsis. Era el destino final, donde llevaban a todas las que se escapaban mucho. A Baeza, al manicomio de Ciempozuelos (Madrid) o al psiquiátrico de Arévalo (Ávila).

¿El Patronato tenía centros psiquiátricos?

No. El Patronato no tenía centros, pero dentro del psiquiátrico de Ciempozuelos había un pabellón que se llamaba Las patronatas y era solo para las tuteladas por el Patronato. ¿Por qué se hacía esa separación? Porque se experimentó con ellas. De hecho, gozaban de una cierta aristocracia hospitalaria. Tenían habitaciones individuales y no dormían en grandes salas como el resto. Las practicaron electroshock; las ataban de pies, manos y cadera… Ingresaban sin diagnósticos: trastornos de conducta o homosexualidad. Todas las lesbianas que mostraban o no ocultaban su condición sexual iban directamente al manicomio de Ciempozuelos o al psiquiátrico de Arévalo.

¿Has identificado alguna conexión más de ese estilo?

No. No exactamente. Si tenías una crisis nerviosa o un ataque de histeria te llevaban a las enfermerías, pero ahí se estaba de maravilla porque no te molestaban. En Ávila estuve en la enfermería. Me trasladaron allí por ayudar a escapar a otras y me llevaron a la enfermería cuando dije que me iba a suicidar. Empecé una huelga de hambre que fue demasiado larga y me desmayé.

¿Has encontrado alguna otra característica entre las mujeres víctimas del Patronato más allá de lo rural?

Muchísimas eran hijas de madres solteras. Muchas también habían sido violadas por su padre, hermano, primos…¡y las encerraban a ellas! El padre, violador, venía a verlas los domingos. ¿Qué te parece? No sabía que había tantísimo incesto. Entré con 15 años. Conocí a una chica que se había defendido de una violación y la pagaron un tiro en la tripa. La tenía destrozada.

Terrible. Habéis sido miles, ¿cómo ha sido ir dando con tus compañeras para tu trabajo?

Aparecen muy tímidamente. Al principio, por redes sociales. Tienes que tener en cuenta que haber estado tutelada por el Patronato es un estigma como una catedral.

Supongo que conocerás el reportaje de la revista Vindicación Feminista sobre el Patronato que trataron de evitar que saliera a la luz.

Sí, sí, las llevaron a los tribunales. Las fotografías que salen son del reformatorio del Buen Pastor. Yo estuve allí.

Cuentan en el texto que las trataban como niñas, que no las dejaban de alguna manera crecer. Espeluznante.

Cambiaban el nombre de las cosas. No podíamos decir bragas, teníamos que decir cuquis y el orinal era el vasito de noche.

Algunas, cuentan, “se volvían locas”.

Era para acabar loca, te lo puedo asegurar. Yo reconozco un montón de taras en mí misma que tengo asumidas. A mí lo que más me destrozó era la pérdida de libertad, era estar sometida a una régimen carcelario sin haber cometido ningún delito.

En vuestro caso, además, no sabíais ni por qué estabas ahí ni hasta cuándo.

No. No.

¿Qué perspectivas de salir teníais?

Ninguna. El matrimonio. Por eso se quedaban tanto embarazadas porque creían que así saldrían.

¿Era la única manera de salir? ¿No esperabais la mayoría de edad?

Sí, pero igual llegaba la mayoría de edad y estabas fugada, estabas fichada por hurtos para sobrevivir, estabas muerta o estabas enganchada. No sabes cuántas salieron mordiendo las aceras con unas ganas de libertad brutales.

¿Cuáles son tus demandas hoy?

La única demanda que tengo es el perdón público de las congregaciones, pero creo que no va a suceder. Estoy aquí para contarlo y voy a seguir contándolo. Voy a llegar hasta el final. Tienes que tener en cuenta que coges nombres de vocales, presidentes, secretarios y te vas encontrando conexiones políticas con la derecha.

Han tenido que pasar años para que la gente se interese en el tema.

Sí y muchas mujeres todavía no están dispuestas a hablar. Mira, una de las monjas me dijo a mí que quizá mis ideas encajaran en el año 2000, pero que no encajaban en 1975. Me dijo que estaba loca, que era comunista, que tenía el diablo en el cuerpo; que me pusiera de rodillas y jurara que me quedaría voluntariamente allí hasta los 25.

¿Hasta qué edad estuviste?

Casi 18. Antes me habría matado. Ese día salí corriendo por el pasillo hasta una terraza en obras, me iba a tirar. Una interna me cogió por la cintura y me dijo: “No les demos el placer de que tengan ninguna muerta”. Esa es otra: el Patronato no tiene muertas en la cuneta, nadie vino a pegarnos un tiro en la nunca. Los suicidios se justificaban como intentos de fuga o trastornos de conducta. La muerte de Inmaculada Valderrama, por ejemplo, en el reformatorio de San Fernando de Henares. ¿Intento de fuga? ¿De verdad crees que se iba a fugar en bragas?

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