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Lo que molesta (a algunas) de ‘Anora’

Domingo 23 de marzo de 2025

¿Por qué esta película -y no otras- sobre una trabajadora sexual ha sido acusada por las abolicionistas de romantizar la prostitución?

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Fotograma de ’Anora’.

Texto: Irantzu Varela 19-03-2025 Pikara

La película que ha dado el Oscar y el Globo de Oro a Mikey Madison -que sale en prácticamente todos los planos- ha molestado a las defensoras de que sexo y dinero solo deben mezclarse en el matrimonio heterosexual, que la acusan de “estetizar” y presentar como deseable la prostitución. Pero el cine mainstream ha contado la vida de muchas trabajadoras sexuales y bailarinas eróticas ¿por qué precisamente esta película les molesta?

Pues te cuento lo que yo creo que tiene Anora, y que no tienen otras, para resultar molesta a quienes creen que el trabajo sexual no es trabajo:

Que no vive una vida de mierda, como Yo, Cristina F

Anora, que es la protagonista de la película -literal y simbólicamente- vive en un apartamento compartido en Brooklyn, tiene amigas, se lleva su propia comida al trabajo y no parece tener más consumos problemáticos que los de otra gente de su contexto y edad. Parece una descripción anodina para un personaje sobre el que construir un relato. Excepto si el personaje es una mujer que se dedica al trabajo sexual.

Los retratos que gustan en el cine a las personas que consideran que nos dividimos entre esposas y víctimas se parecen más a lo que se ve en Yo, Cristina F (Uli Edel, 1981). Una adolescente de 13 años prueba la heroína por curiosidad en el Berlín de los años 70 y acaba prostituyéndose en la calle para conseguir una dosis para ella y otra para su novio. Un relato sórdido y terrible, que te reconforta un poco cuando lo ves en tu casa, debajo de la mantita que pagas con tu trabajo anodino.

Pero es que Anora trabaja en un local en el que -en principio- baila y ocasionalmente ofrece algunos servicios privados a puerta cerrada. Negocia condiciones con su jefe, tiene amigas en el trabajo y en el local existen normas que los empleados de seguridad se encargan de garantizar. No parece un retrato muy realista teniendo en cuenta lo que “sabemos” de la prostitución. Pues precisamente esta película ha contado con el asesoramiento profesional de trabajadoras sexuales en el guion (premiado con un Oscar) y en la producción, para ofrecer un relato que tuviera como referencia la realidad vivida por sus protagonistas, no los prejuicios de quienes hablan de oídas.

Que el que se cree el cuento del príncipe azul es él, no como en Pretty Woman

Ani, que es como se hace llamar la protagonista, recibe una propuesta de relación transaccional, parecida a las que maneja prácticamente cada noche que trabaja, que consiste en fingir intimidad con uno de sus clientes. Aunque no sea solo por un rato y sea por mucha pasta. Es el cliente el que parece perder la perspectiva de la naturaleza de la relación que les une.

A diferencia de la tontísima de Vivian –Julia Roberts en Pretty Woman– que se confunde casi desde la primera mañana y se enamora enseguida del señoro rico, Ani tiene claro que está trabajando, hasta que hay tanta juerga y tanta droga y tanta diversión que se toma el trabajo como algo personal. Pero se enamora del plan, de la mansión, de vivir así, de la perspectiva, de la promesa, del anillo, no del tipo.

Y esta es una de las claves que hace la diferencia entre Pretty Woman (Garry Marshall, 1990) y Anora (Sean Baker, 2024), que la primera nos ofrece un sueño, en el que una inocente y cándida muchachita que “cayó” en la prostitución callejera de Los Ángeles por culpa de un novio macarrita es “rescatada” de esa vida por un hombre bueno, guapo y sin prejuicios. Mientras que en la segunda un niñato rico y narcisista usa su dinero para acceder a todo lo que le apetece, incluida la striper de la que se encapricha.

La otra diferencia es el perfil del rico, pero eso te lo cuento ahora.

Que los ricos son mala gente, no como en Pretty Woman

En la película protagonizada por Julia Roberts, el mundo de Edward Lewis -el millonario que alquila sus servicios en Hollywood Boulevard- está lleno de gente buena y amable, que no parece tener reparos contra las mujeres pobres que se dedican al trabajo sexual en la calle. Como la vida misma. El personal del hotel, los empleados de Lewis y las dependientas de las tiendas de Rodeo Drive sonríen con aprobación y una cierta ternura picarona ante la obvia relación del magnate madurito y la joven de aspecto impresionante y maneras de choni entrañable. Que eso se cura en una semana con pasta, claro. En cinco días y dos jornadas de compras, a Vivian/Julia se le alisa el pelo, desarrolla un gusto por la moda como de señora de Connecticut y se vuelve fina y discreta. Como la vida misma.

A excepción del amigo baboso, que también quiere, y que es debidamente neutralizado por el caballero andante forrado, no parece que el entorno de la alta sociedad vaya a suponer ningún obstáculo a un sugar daddy tan sugar que está garrapiñado.

El “novio” de Anora es idiota, desgarbado, inmaduro, irresponsable, irrespetuoso y maleducado. Su casa es una horterada sideral de cuero, obras de arte descontextualizadas, mármol y espejos, su ocio es la cocaína, fumar porros y jugar a la Play, e ir en jet privado a sitios a meterse cocaína, fumar porros y jugar a la Play. A Anora no le gusta él, le gusta la vida que se puede pegar a su lado. Y también le gusta que alguien la elija. Como a todas, no te jode. Pero el entorno del niñato son mafiosos a sueldo de su familia, que no respetan a Anora por ser una mujer, por ser trabajadora sexual y porque no les pagan para ello. Un padre indolente y cínico, una madre mezquina y clasista (dirías que de esa forma en la que solo lo es la gente con quienes vienen de un sitio parecido al suyo, que quieren olvidar) un abogado igual de mafioso que los matones, esa es la gente que no quiere más invitadas al pastel de la fortuna familiar. Que no dirías que es honrada, como no lo es ninguna. Exactamente como me imagino a los ricos.

Que es imposible no amarla, pero no es una víctima desvalida, como en tantas otras

Anora es un personaje hermoso, complejo, divertido, carismático y goloso. Y Mikey Madison lo borda. Sean Baker estuvo un año escribiendo el guion inspirado en la actriz, y ella estuvo un año preparándose para hacer el papel, que lo de hacer una película en la que hay tanto trabajo corporal, sin doble de cuerpo, cuesta un rato.

Lo que mola de Anora es que no hay una historia dramática que la haya llevado irremediablemente a dedicarse al trabajo sexual, y que la redima de la inmoralidad que supone, a los ojos de las miradas que solo consideran morales las transacciones en el marco de lo romántico. No es una madre haciendo lo que haga falta para recuperar la custodia de su hija, como Demi Moore en Striptease (Andrew Bergman, 1996). No es una joven cándida persiguiendo un sueño, pero manteniendo la inocencia, como Jennifer Beals en Flashdance (Adrian Lyne, 1983). No es una encantadora y pizpireta pelirroja que se queda embarazada de su proxeneta policía suspendido, con el que se acaba casando y encontrando la salvación (supongo), como Shirley MacLaine en Irma la dulce (Billy Wilder, 1963). Ni siquiera es una flipada sin nada que perder que cree que el sueño americano se puede conseguir con el cuerpo, pero sin el cuerpo, como Elizabeth Berkley en Showgirls (Paul Verhoeven, 1995). Anora es autoconsciente, buena negocianta, aparentemente buena en su trabajo y no ha puesto su vida en pausa mientras se dedica a esto mientras consigue otra cosa. Anora grita (joder, que si grita), se defiende (joder, que si se defiende), es reactiva, es activa, es resolutiva, es orgullosa y chula, es muchas más cosas que una trabajadora sexual. Y es muy divertida. Y por eso le han dado el Globo de Oro a mejor actriz, de comedia, supongo.

De hecho, esa es otra de las cosas especiales de Anora…

Que es una película de muchas más cosas

La protagonista es una striper y la trama principal es que un cliente le propone hacer de su novia durante una semana, a cambio de mucha pasta, y que ella dice que sí, y que la cosa se complica. Pero hay humor, violencia, surrealismo, subtramas, personajes secundarios fundamentales, referencias cinematográficas buenísimas, y muchas cosas que componen lo que viene siendo El Cine. Y eso es de agradecer, porque en otras películas, por el solo hecho de que una mujer reciba una oferta económica a cambio de relaciones sexuales ya no hay más trama. ¿Cuánto hubiera durado Una proposición indecente (Adrian Lyne, 1993) si no hubieran estirado hasta el hastío el falso dilema moral de acostarte con Robert Redford por un millón de dólares?

Que el equipo ha reconocido a las trabajadoras sexuales

Cuando Sean Baker recibió la Palma de Oro en Cannes dedicó su premio “a todas las trabajadoras sexuales” y Mikey Madison, cuando recibió el Oscar a Mejor Actriz -para estupefacción de Demi Moore y de mí misma- sacó un papelito mal cortado de algún lugar de su Dior hecho especialmente para ella -lo que significa que, un poquito, se lo esperaba- y dijo lo siguiente: “Quiero reconocer y honrar a la comunidad de las trabajadoras sexuales. Seguiré apoyando y siendo una aliada. Todas las personas increíbles y las mujeres que he tenido el privilegio de conocer de esa comunidad han sido uno de los mejores momentos de esta increíble experiencia”. Y hay muchas personas en el mundo a las que les gusta ver a Demi Moore o a Julia Roberts o a Jennifer Lopez haciendo de trabajadoras sexuales “buenas”, pero no les gusta ver a una mujer exitosa dando amor y gratitud a verdaderas trabajadoras sexuales.

Por si no te has dado cuenta a estas alturas del texto, esto no es una reseña de cine. Es un artículo de opinión subjetivo y tendencioso, que pretende convencerte de que veas una película original y entretenida, dirigida por un tío que ya había hecho una película sobre trabajadoras sexuales en Los Ángeles –Tangerine (2015) que es una joyita del cine que acompaña a dos trabajadoras sexuales trans a buscar al novio infiel de una de ellas, grabada con un iPhone y que refleja la luz de California de una forma preciosa- y protagonizada por una actriz brillante que considera que su cuerpo es una herramienta de trabajo y sabe cómo usarla.

No vi el escándalo cuando JLo se flipó con que le iban a dar el Oscar por hacer pole dance a los 50 (que tiene mérito, pero no te pases, Jenny) en una peli que ofrecía una visión absurdamente idealizada de los clubs de striptease y de lo que viene siendo delinquir, y que además era un truño (hablo de Estafadoras de Wall Street, te la puedes perder). Tampoco vi el escándalo con las trabajadoras sexuales que enferman, se suicidan o son asesinadas en Eyes wide shut (Kubrick, 1999), ni con la Elisabeth Sue que cuida -y se folla- gratis a Nicolas Cage en la inverosímil Leaving Las Vegas (Mike Figgis, 1995), ni siquiera con la Jodie Foster de 12 años, ¡sí, 12 años! que hacía de prostituta, incluyendo escenas sexuales, en la idolatrada (a ver cuántos la han visto de verdad) Taxi Driver (Scorsese, 1976).

A ver si es que no les molesta que una película “romantice” o “estetice” el trabajo sexual, de manera que las niñas van a querer ser putas, y lo que les preocupa es que se desestigmatice el trabajo sexual y todas las putas quieran ser tratadas, y contadas, como personas dignas de todos los derechos.

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