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Lo estamos contando

Lunes 12 de noviembre de 2018

La falta de narraciones sobre la violencia machista ha supuesto históricamente la base de la idea de que las denuncias (abstractas) llevadas a cabo por los movimientos feministas eran exageradas, cuando no falsas

Cristina Fallarás 08-11-2018 CTXT

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Manifestación del 8M en 2017 (Madrid) Manolo Finish

No es lo mismo decir “Estoy en contra de la violencia de género” que decir “Me llamo Cristina y a mí también me han violado”. No es lo mismo decir “Estoy en contra de la violencia de género” que decir “Me llamo Cristina y un día recibí en mi móvil la foto del pene de un político del Parlament de Catalunya”. Lo primero lo puede decir cualquiera, sería una insensatez afirmar lo contrario. Imaginemos, por ejemplo, a alguien tan siniestro como José María Aznar diciendo “Yo no estoy en contra de la violencia de género”. Ni él. Sin embargo, decir lo segundo modifica la situación de las mujeres agredidas y sus armas para enfrentarla.

¿Por qué? Porque crea mecanismos de identificación, algo básico para reconocerse en la otra, para entender que no estás sola ni eres única y para organizarnos. Sin embargo, no es la primera vez en la Historia que una mujer es golpeada por su marido, asesinada, torturada. Los jefes no empezaron a violar a sus empleadas, a obligarlas a presenciar masturbaciones, a someterlas a base de toqueteos en 2016. Los políticos no empezaron a invitar a cenas con derecho a cama a las periodistas en 2016. Los productores no empezaron a meter a la fuerza el pene en la boca de las actrices a cambio de un papel en 2016.

¿Qué ha cambiado, pues? Que hasta ahora las mujeres no habíamos tenido el espacio donde relatarlo. Que hasta ahora se nos había negado esa posibilidad, tanto desde las instituciones como desde los medios de comunicación. Que, oh sorpresa, a raíz de las denuncias en las redes sociales de repente los medios empezaron a darse cuenta de lo evidente, de la tortura cotidiana, de las costumbres de las agresiones sexuales. De cuántos callejones tiene la noche de cada mujer.

El 26 de abril de 2018, lancé en Twiter el hashtag #Cuentalo. Se trataba de impulsar una marca a la que las mujeres pudieran sumarse para narrar las agresiones machistas sufridas en primera persona. Para ello aproveché un artículo de la codirectora de Público, Virginia P. Alonso, donde narraba la agresión que había sufrido en Londres a manos de un grupo de muchachos cuando era una niña. #Cuentalo recibió una respuesta inmediata de cientos de miles de mujeres. Inmediatamente se convirtió en trending topic mundial y de numerosos países, entre ellos España, Argentina, México, Colombia o Chile. La Associació d’Arxivers i Documentalistes de Catalunya monitorizó desde el primer momento el fenómeno. A los 15 días, un total de más de 2 millones 100 mil mujeres habían actuado en ese relato. ¡Más de dos millones en solo dos semanas!

Ahí está la clave, en la memoria colectiva. De repente ya no era una mujer, otra y otra, las que narraban las agresiones sexuales. Un hashtag es un lugar de encuentro y en ese se juntaron tantas mujeres que de repente ya no era una memoria, sino una construcción sólida y una evidencia vergonzosa.

Se podrían extraer varias conclusiones básicas de lo que significó inmediatamente #Cuentalo:

Para empezar, que la falta de narraciones sobre la violencia machista ha supuesto históricamente la base de la idea de que las denuncias (abstractas) llevadas a cabo por los movimientos feministas eran exageradas, cuando no falsas. #Cuentalo evidencia que dicha falta no se debía a una negativa por parte de las mujeres a narrarlo, y refuta las suspicacias sobre la veracidad de las denuncias.

Asimismo, el hecho de que cientos de miles de mujeres participen en dichas narraciones en los primeros 10 días, deja en evidencia que no se trataba de una reticencia a narrarse por parte de las agredidas, sino que la sociedad y las instituciones públicas les habían negado un espacio en el que hacerlo. El volumen y la inmediatez de la acción colectiva permite plantearnos que no se trata de una omisión, sino de una acción en contra.

Cabe preguntarse por qué esos cientos de miles de mujeres que denuncian en el espacio público de las RRSS no lo han hecho en un juzgado o comisaría. O sea, cuestionarnos la falta absoluta de confianza que a las mujeres agredidas les merecen las autoridades que deberían velar por su seguridad, igual que lo hacen en todo el resto de asuntos relacionados con la convivencia.

De la misma forma, cabe preguntarse cuál es y ha sido la responsabilidad de los medios de comunicación de masas en el silencio que rodea y ha rodeado el relato de las mujeres sobre sus propias agresiones machistas. Hasta qué punto ese silencio, que ha hurtado una voz esencial –la más esencial, aquella en primera persona– sobre la violencia de género ha sido fruto de una dejación por asimilación de tendencias sociales, o una acción voluntaria y decidida, y en tal caso a qué responde.

Así como han callado los medios de comunicación, lo han hecho los partidos políticos y las instituciones públicas. #Cuentalo evidencia cómo la gestión de la Administración pública se ha desentendido de algo que podríamos considerar uno de los problemas más graves y extendidos de nuestra sociedad, sino el mayor: Cientos de miles de agresiones machistas cotidianas, según datos del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ).

Si hay cientos de miles de agresiones machistas quiere decir que hay cientos de miles de agresores. Cuando desde una sola cuenta personal en una sola red social se consiguen cientos de miles de testimonios sobre un tema tan brutal como la violencia narrada en primera persona resulta innegable la magnitud del problema, así como el abrumador desentendimiento social, político, económico y cultural.

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