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Libro: "Turistas" de Hebe Uhart

Miércoles 27 de julio de 2022

Hebe Uhart no formará parte de los rankings de lecturas de verano de los suplementos culturales, pero ofrece, sin duda un testimonio singular de aquellos destinos que recorre

Daniela Farías 25/07/2022 CTXT

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Ilustración de Constanza Aravena

Esta semana de calor infernal estuve leyendo y riéndome a carcajadas con Turistas (Adriana Hidalgo, 2008), de la escritora argentina Hebe Uhart. “Y el verano me sacaba la lengua como diciendo: ¿Qué estás haciendo estúpida?”, dice la protagonista del cuento “La excursión larga”. Con el ventilador en la cara y sin perspectiva de vacaciones sentí que el verano me la sacaba a mí también. Hacía tiempo que no me reía tanto con un libro, por eso no levanté la vista de los nueve cuentos que conforman la obra. Me produjo el efecto Vivian Gornick contando sus peripecias por Nueva York, de Mary Kerr y sus borracheras, de Lorrie Moore y su humor pesimista, haciendo maravillas con la segunda persona del singular.

En el universo de Hebe Uhart los personajes y sus particulares maneras de ver las cosas se enfrentan a dilemas cotidianos. En el caso de estos cuentos, si bien los protagonistas viajan a otras ciudades –a la costa, al extranjero– o se trasladan de la periferia al centro, hay una alteración de la rutina o más bien un cambio de ella: “Me fui a Mendoza para huir del calor de Buenos Aires y para salir de una rutina y entrar en otra distinta”. Son relatos en los que no pasa mucho más que la observación del detalle por parte de los personajes. Porque la literatura está hecha de detalles, como afirmó la autora en su decálogo para escritores.

Es un estilo desprovisto de grandilocuencia, pero lleno de agudeza y humor. Dos rasgos que atraviesan toda la obra de la escritora argentina. Siempre mucho humor. Y lo hace a través del lenguaje aparentemente simple de la oralidad, pero que de simple no tiene nada, ya que revela los sentimientos más profundos del alma. Nadie sabe captar tan bien la oralidad como Hebe Uhart.

¿Qué es lo que me hizo tanta gracia en estos relatos? Precisamente ese modo de ver peculiar de los personajes. Esa atención a los detalles en las situaciones y en los otros que rayan en lo absurdo. La clase media y baja retratada tan fielmente, no desde la superioridad sino atribuyéndoles una voz particular. Sus relatos conmueven porque sus personajes despiertan ternura. Hay inocencia en las decisiones que toman, en el modo en que intentan comprender el mundo, a los otros y a ellos mismos. Qué duda cabe de que Hebe Uhart vive en ellos también. Como la misma autora enseñaba en sus conocidos talleres de escritura: el primer personaje somos nosotros mismos.

La escritora nació en 1936 en una localidad cercana a Buenos Aires llamada Moreno, una ciudad dormitorio. Por lo tanto, para asistir a la universidad, donde estudiaba Filosofía, debía tomar el transporte público cada día. Fue entonces cuando comenzó a notar las diferencias entre la ciudad y el conurbano, lo que le permitió quizás estar siempre atenta a lo peculiar.

Uno de los temas que me pareció más interesante, tal vez porque me sentí interpelada, y que cruza varios de sus relatos narrados en primera persona, es la relación entre las cosas que nos deberían gustar y las que realmente nos gustan. Como viajar. O el tipo de aventura que verdaderamente preferimos. Con el paso del tiempo me he dado cuenta de que a mí, por ejemplo, me interesa cada vez menos visitar ciudades grandes y tampoco me gusta tanto pasar horas en un museo. Me agrada la idea, pero en realidad lo paso pésimo con ese aire de encierro y mis lumbares resienten el ritmo lento de un cuadro a otro. No obstante, como persona que trabaja en cultura me ha costado reconocérmelo a mí misma.

Hoy en día, nadie diría algo como que “viajar me parece horroroso, prefiero quedarme en mi casa”. Nadie salvo Cesare Pavese citado por Ian McEwan en el epígrafe de El placer del viajero: “Los viajes son una brutalidad. Lo obligan a uno a confiar en extraños y a perder de vista toda la comodidad familiar de la casa y de los amigos. Se está en continuo desequilibrio”. Pero en la novela de McEwan los personajes son guapos, cultos, progres, europeos, por lo tanto se mueven con la confianza que da el privilegio. Hay una atmósfera enrarecida que envuelve a la pareja que viaja a Venecia para intentar salvar una relación que hace aguas. Y en toda la narración se intuye que algo horrible pasará, como finalmente ocurre. Pero en el caso de las historias de viajes de Hebe Uhart los protagonistas son personajes comunes a quienes no les ocurre nada terrible e intentan llevar de la mejor manera su tiempo libre no sin darse tropiezos. De conservar las formas en los lugares que visitan. Intentan comportarse como si todo fuera de lo más natural sin conseguirlo. Varios de los personajes son mujeres grandes, señoras, a veces sin hijos, sin pareja.

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Ilustración de Constanza Aravena.

Ilustración de Constanza Aravena.

Como la escritora que huye del calor húmedo de Buenos Aires al cordillerano de Mendoza en “La excursión larga”: “Me pasaba algo en relación con el tiempo libre: no encontraba qué hacer y todo lo que hiciera era más bien para evitar otra cosa: lavaba ropa para no fumar, escuchaba radio para no prender el televisor tan temprano y tiraba los libros que me regalaban sus autores (eran libros que no hubiera llevado ni a una isla desierta ni a un pantano peludo)”. Encima tiene a Nietzsche rondándole en la cabeza con frasecitas como “No depender del afuera, producir desde adentro”. Y la protagonista admite depender de la radio, del teléfono, del contestador, de la televisión y de la computadora. O esa otra frase: “No administrar el tiempo, producir los acontecimientos”. Y se pregunta qué es lo que ella produce desde dentro. Entonces decide hacer una excursión guiada a Mendoza, porque quién es ella para no hacer lo que hace todo el mundo. Está dispuesta a cambiar una rutina por otra. Pero pronto empiezan las decepciones de la aventura, porque el coche cama no es un coche con una camita con sábanas como imaginó sino una butaca que se podía extender casi por completo de forma horizontal “como una camilla de dudosa inclinación”. Decepción que le lleva a reflexionar acerca de lo que debe ser y no es. Todo lo que no era como lo que ella había soñado le produce profunda irritación. Por ejemplo, el retraso del bus o la calidad de la comida: “Unos canelones como engrudos correspondían al pomposo nombre de ‘cena caliente’. De la fría mejor ni hablar. Pero me propuse comer igual para que el azafato no percibiera el sinsentido de su oficio”. Maravilloso.

El día de la excursión a la alta montaña el bus nuevamente llega tarde: “No, las cosas no son como deben ser: vienen tarde, y a veces no vienen nunca”. Y cuando el bus comienza a subir la cordillera, los pasajeros sacan sus cámaras desesperados por captar los bellos rincones que se les escapaban. “Un turista no quiere perderse nada, mirá si después de pasar descubre que se perdió lo más lindo”.

La protagonista es consciente de que no consigue salir de sus cavilaciones acerca de lo que es y lo que debería ser e intenta integrarse al grupo, pero no lo logra, mete la pata en todas las interacciones sociales y la marginan como a una leprosa. Una de mis partes favoritas es cuando se muestra lo que ella realmente quiere. Ocurre al final de la excursión, cuando el grupo debe pedir tres deseos a un río y ella se pregunta: “¿Qué deseos tengo yo? ¿Será posible que no tenga otro deseo que sentarme y charlar?”

La idea de obligarnos a que nos gusten cosas que en realidad no nos gustan aparece también en “El departamento de la costa”, cuento en el que una mujer que nunca había soñado con tener un piso de segunda residencia acepta como parte de pago por la venta de otra propiedad un departamento en la playa. Porque es lo que hay que hacer. La playa es sinónimo de diversión. Sin embargo, ya el cartel de la entrada al balneario le genera dudas: “Bienvenidos a San Bernardo, la playa de la familia”. Pero cómo logrará hallar esa diversión si el lugar no está hecho para ella, que está sola. Aprovecha Hebe Uhart para mostrar también lo absurdas y aburridas que pueden ser las rutinas familiares. Acaso una crítica en forma de burla a esta indestructible institución. Mientras el personaje no sabe qué hacer con su tiempo y se lamenta por pasársela barriendo la arena eterna del departamento y preocupada por el termotanque, observa la diversión de la familia con extrañeza. Advierte cómo hacen lo que sea para mantener vivo el espíritu. Han venido a pasarlo bien y es lo que harán. En la noche salen a dar una vuelta y la alargan a más no poder. Miran cosas que, en Buenos Aires, que es de donde vienen los veraneantes, no mirarían porque de lo contrario deben irse a encerrar al departamento con los niños. Pero como es la diversión de la familia, ya a las doce de la noche los padres cargan a los niños llorando o durmiendo mientras la protagonista sigue dando vueltas por la calle entendiendo que estar en familia no es ni por asomo mejor que estar solo. Tal vez peor, pero el peso del rebaño le impide decidirse a hacer lo que realmente le gustaría:

“A pesar de lo modesto de la diversión, nunca tuve fuerza de voluntad para decir: ‘Me quedo en mi departamento leyendo’. Porque hubiera sido como quedarse solo en Año Nuevo; todos estaban en la calle”.

Me encantó la reflexión sobre el precepto de que estar fuera de casa siempre es mejor, o de que estar acompañado es mejor que estar solo. Todos nos hemos visto arrastrados a situaciones cotidianas que no queremos, yendo en contra de nuestros verdaderos deseos por cumplir este tipo de ideas preestablecidas.

Otro tema presente en los relatos es el del turista que se propone actuar con normalidad en los territorios que visita e intenta convertirse en otra persona. En Turistas y viajeros una mujer pareciera que le está contando a una amiga y vecina sus aventuras y desventuras con su marido e hijo por Nápoles. Recordando un programa de televisión, ella se encarga de hacer la distinción que seguramente todos alguna vez hemos hecho entre los turistas, que son claramente lo peor, y los auténticos viajeros. Nadie quiere aceptarse como turista. Por eso intentamos comportarnos con normalidad en lugares que no conocemos cuando es evidente que se está en una situación para nada habitual, bajo códigos desconocidos. Cuando nos vamos a otro territorio, medio que nos disfrazamos de los lugareños. Como el típico hombre blanco europeo que se pone guayabera en el Caribe. Es seguir a rajatabla aquello de ‘allá donde fueres haz lo que vieres’. Pero en vez de mimetizarnos, como es el objetivo, nos revelamos como el más despistado de los turistas.

La mujer del relato desea ser identificada como una local y no una turista, por eso se propone actuar con naturalidad, pero se decepciona una y otra vez del marido que sólo le interesa mirar las vitrinas con comida y no se sabe comportar, y del hijo que prefiere quedarse en el cibercafé y cuyas clases de italiano no parecen dar frutos.

“En el micro iban varios negros, les dicen ‘extracomunitarios’. Se portan lo más bien, son de lo más educados. Uno iba vestido todo a la usanza de ellos y Aldo lo miraba, yo lo pellizqué porque no se debe mirar a las personas así; cuando uno va de viaje tiene que hacer como si todo fuera natural, natural”.

Pasados los días la mujer sale del asombro –“yo encontrarme aquí, quién lo diría”– y se acostumbra a la ciudad. Está convencida de que pasa por una napolitana sin más, no por una extranjera. Tras una pelea con su familia que la lleva a fantasear con regresar a su casa en Argentina, la mujer decide salir a recorrer la ciudad sola y perderse por las callecitas, ya que al hacerlo dice ser otra, como una versión sudamericana y clase media de Virginia Wolf en Merodeo callejero: Una aventura londinense (1927), en el que la escritora inglesa plantea que un paseo por la ciudad te permite convertirte en otra persona y emprender una caminata por la calle es la mayor de las aventuras. Y es en estos paseos cuando la mujer se pregunta “¿Por qué me habré casado con Aldo?” Y se promete que la próxima vez irá de viaje sola.

Como la semana se hacía larga con temperaturas que llegaban a los 38º, me devoré en el parque –porque en casa no se podía ni respirar– otros relatos de la escritora que también hablaban de turistas y viajeros. Uno de ellos del libro Del cielo a casa (2014), del que destaco el cuento que le da título porque es divertidísimo y juega también con la idea del turista en el extranjero.

Otra mujer que viaja sola dice que en realidad se viaja para ver si es verdad el Coliseo, el Vesubio y el Papa en su balcón. Pero que “una vez superada la pequeña y pajuerana emoción ‘¡Pensar que yo estoy acá!’, se observan otras cosas. Como lo que sucede fuera del Coliseo, porque son tantos años de historia que hay tras él, que asegura que se le olvidarán estos datos, entonces prefiere dedicarse a poner atención a los detalles más absurdos: “Por ejemplo, a dos malandras disfrazados de legionarios o tribunos, que cobran para que los turistas se fotografíen con ellos; no caminan como legionarios: caminan como miserables; uno de ellos no lleva el calzado correspondiente: lleva unas sandalias actuales con medias tres cuartos”.

Como buena viajera, Hebe Uhart observó los lugares, pero sobre todo a la gente que viajaba y su comportamiento. Es la escritora de tras bambalinas y de los personajes que en otros autores serían los secundarios: provincianos, solteronas, chicas de la limpieza, dueñas de casa. El tema del viaje está presente en la escritura de Hebe Uhart, no sólo en sus cuentos, ya que desde 2011 se dedicó a las crónicas de viaje, reunidas en Crónicas completas (Adriana Hidalgo, 2021). En una entrevista la escritora dijo: “No sé si viajo para escribir o escribo para viajar”. Y estos viajes empezaron, señaló ella, cuando se le agotaron las ganas de escribir ficción y le pareció más revelador salir por el mundo a mirar. Aunque, en realidad, como la misma autora también dijo, son géneros que se mezclan. Lo que es seguro es que en ambos –crónicas y cuentos– podemos constatar lo que Elvio Gandolfo dijo de la escritura Uhart: “Un modo de mirar produce un modo de decir”.

Hebe Uhart murió en 2018. Fue por años una escritora algo secreta, pero siempre con buenas críticas y que dejó una obra extraordinaria: cuentos, novelas, crónicas, relatos de viajes. Para todo aquel desgraciado que no tendrá vacaciones cuando el rebaño sí las tiene, se trata de una excelente manera de viajar sin necesidad del tedioso traslado. Esta escritora no formará parte de los rankings de lecturas de verano de los suplementos culturales, pero ofrece, sin duda, un testimonio singular de aquellos destinos que recorre.

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