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Libro: ’No es para tanto: Notas sobre la cultura de la violación’ de Roxane Gay

Domingo 2 de diciembre de 2018

Encontrar las palabras para hablar de tu violación sin dejarte morir por dentro

Reseña de ’No es para tanto: Notas sobre la cultura de la violación’ editado por Roxane Gay

Nuria Alabao 28-11-2018 CTXT

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Manifestación en protesta por la sentencia de La Manada, Madrid Manolo Finish

“La víctima debe aprender a modular el lenguaje para explicar su propia verdad: él me violo”.

June Jordan

“A los doces años sufrí una violación múltiple en el bosque que había detrás de mi vecindario”. Así empieza el prólogo de Roxane Gay de No es para tanto: Notas sobre la cultura de la violación, novedad de Capitán Swing. Puede sonar atroz. ¿O no tanto después del #Metoo? Hemos escuchado ya tantas historias de acoso, agresiones y violaciones… Son jodidas, dan ganas de liarse a hostias. A veces te hacen llorar. O te producen rechazo: ¿Seguro que eso es una violación? ¿Por qué se metió la chica en ese lío? ¿Acaso era tonta? ¿Por qué no se opuso con más firmeza? ¿Lo quería o no? ¿Seguro que eso es una violación?

A estas alturas quizás pueda parecer que cuestionar estas experiencias y a quienes las enuncian es incorrecto. Puede serlo en cierto campo del discurso público que estamos construyendo, precisamente gracias a los relatos de tantas, y a las movilizaciones que les acompañan. Pero muchas de las mujeres –y también algunos hombres– que escriben en esta antología de textos han sentido cosas parecidas sobre sus propias historias, se han cuestionado a sí mismas o incluso, en un gran número, se han sentido culpables. También a ellas les ha costado en ocasiones identificar los abusos. Eso es precisamente una buena definición de “cultura de la violación”: esos comportamientos tan arraigados socialmente, tan naturalizados, que cuesta nombrarlos como una transgresión; también en los casos más extremos, como en la historia de Vanessa Mártir que sufrió abusos de niña y pasó mucho tiempo autolesionándose. “Miré hacia mi hija, que ahora estaba en los columpios y me di cuenta de que llevaba 30 años culpándome por algo que me sucedió cuando tenía solo seis”.

No es para tanto nace para hablar de eso. Más que para explicarlo, para enseñarlo a través de treinta narraciones en primera persona. Un libro que, según Gay, está pensado para “educar a los potenciales agresores”. “La única manera que yo veo efectiva de llevar a cabo esta educación es desmantelando la construcción que hace pasar el abuso sexual como acto sexual”, dice. Como en la historia de Lisa Merchan donde describe las relaciones en su matrimonio: “Pensé en cómo me ponía la mano en la cabeza y me movía. Yo no era más que una cavidad abierta”. Como esta, otras narraciones –algunas muy duras– donde podemos encontrar reflexiones sobre los problemas que a veces tenemos para decir “No” porque hemos sido educadas en existir a través de la mirada masculina –hasta el punto de confundir nuestro deseo con el suyo–; historias que hablan de la dificultad de ser creídas; de los riesgos de exponerse públicamente como víctima; de temas tabú como la violencia y los abusos en parejas de lesbianas; o cómo el miedo sirve como forma de control social que limita nuestros movimientos –“no salgas sola de noche”–. Pero también hay relatos donde las autoras se cuestionan radicalmente a sí mismas: “Entendí entonces que tengo que vivir con el hecho de ser la clase de mujer que tal vez (o posiblemente siempre) esté agradecida al hombre que no quería follarse, y que probablemente no la violó”, dice Meredith Talusan.

Las historias son muy diferentes entre sí, precisamente porque la experiencia autobiográfica les hace atravesar un filtro personal de clase social, raza, edad, vivencias anteriores, relación con el cuerpo, identidad sexual o de género etc. También se trata un despliegue variado de situaciones, desde el piropo, las violaciones que se producen la pareja o durante una cita, hasta el abuso infantil. Un verdadero “trabajo forense desde los sentimientos”, dice en la introducción Jana leo, quien también vivió una violación y la contó en una obra anterior. “Busqué respuestas a lo que había sucedido, pero no encontré ningún libro que describiera mi situación: tuve que crear el mío”, dijo. Pese a la diversidad de experiencias hay conexiones. Leídas en conjunto, además de estremecer, evidencian ese sustrato cultural que les es común, las estrategias de superviviencia de las personas que han sufrido abusos, el “no es para tanto” pero igual “sola no puedo”, y la extrema dificultad de ponerle palabras incluso en tu propia cabeza.

Sobrevivir leyendo y escribiendo

De hecho, si hay un hilo que cose todos estos relatos es ese: el de la búsqueda de las palabras. Palabras adecuadas, palabras que den forma a la experiencia y la arranquen del espacio cerrado de lo innombrable, palabras que se encadenen en párrafos, párrafos en narraciones que hagan la experiencia transmisible. Historias que curen. Palabras que permitan nombrar algo que quizás pase por un comportamiento habitual, o en el límite de lo tolerable –¿quién lo establece?–. Algo que puede fijarse en tu cabeza como una sombra si ha sido tan duro como para marcarte, como para joderte la vida. Palabras que lo describan para una y con las que puedas conjurar la culpa o el dolor para convertir la experiencia individual en colectiva, y por tanto, en política.

A veces, el lenguaje con que se describen estas experiencias puede parecer algo hipercodificado: “superviviente” de abusos –antes que víctima– y sobrevolando “el trauma”, y cuando lees te preguntas si esas palabras al ser usadas pueden hacer sentir también de una determinada manera porque conllevan una carga semántica hacia un lugar determinado (dolor, quedar herida de por vida, lo sagrado de la sexualidad y todo su peso sobre nosotras…). En alguna de las historias se puede percibir por ejemplo, que el sufrimiento fue mayor cuando la autora consiguió por fin dar un nombre a su experiencia: “violación”. Pero ¿puede haber palabras propias para denominar una experiencia social de este calibre?

“Mi padre me enseñó a leer en la misma época en la que me violaba. Yo soy la niña que sobrevivió y que se convirtió en la adulta que puede dar la réplica”, cuenta So Mayer. Leer poesía berdache –amerindia–, de mujeres que escribían sobre “sus cicatrices” le dio herramientas para poder dar esa réplica. “Aprendí de ellos la abrasadora idea de que la violación no era un acto entre una persona y otra, ocultas en una habitación oscura, que era lo que me violador me había hecho creer. La violación era y es un acto cultural y político que intenta despojar a la persona de su voluntad, autonomía y sentido de pertenencia a una comunidad, la segrega y la separa, despolitiza su cuerpo y lo convierte en algo postizo, violable, en nada. (…) La violación si es para tanto porque es una estructura: no un exceso, ni una monstruosidad, sino la conclusión lógica del capitalismo heteropatriarcal, es el efecto de ese feo eufemismo polisilábico que designa al poder estatal”.

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