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Libro: " Las sepultureras" de Taina Tervonen: Las mujeres que buscan a los desaparecidos de la guerra de Bosnia

Miércoles 7 de junio de 2023

La periodista Taina Tervonen reconstruye en ’Las Sepultureras’ el trabajo de dos especialistas que intentan devolver el nombre a los desaparecidos de la guerra de Bosnia. Hasta ahora, una comisión ha identificado a más de 20.000 víctimas.

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Expertos forenses, miembros de la Comisión Internacional sobre Personas Desaparecidas (ICMP) y empleados bosnios buscan restos humanos en una fosa común en Tomasica, el 4 de octubre de 2013. — AFP

04/06/2023 CELIA CASTELLANO AGUILERA Público

Es un 11 de julio. En el suelo de una antigua fábrica de baterías hay poco menos de un centenar de ataúdes, dispuestos en hileras. Una fina tela verde cubre las cajas, idénticas. Un hombre joven llora sentado junto a uno de los ataúdes. Media docena de fotógrafos aletean alrededor de su sufrimiento. Esta será la última vez que yo estaré aquí.

Todos los veranos se entierran decenas de cuerpos exhumados de las fosas de Srebrenica, los que hayan sido identificados ese año. Se organiza un homenaje en Potočari, donde se encuentra el memorial. El mundo vuelve entonces a mirar a Bosnia.

Consumado el homenaje, se esfuman los diplomáticos y la bandada de periodistas extranjeros. También los curiosos eventuales. Se deja de hablar de fosas hasta que se anuncia un nuevo julio. Pero las identificaciones de los desaparecidos de la guerra de Bosnia continúan. Los cuerpos, o lo que queda de ellos, siguen almacenándose en la morgue.

Taina Tervonen (1973) descuelga mi llamada desde París. Responde con calma a las preguntas sobre su libro, Las sepultureras, recién publicado por Errata naturae. Esta periodista y documentalista francofinlandesa ha seguido durante casi una década el trabajo de dos mujeres en las exhumaciones de Bosnia.

Senem, antropóloga forense, trabaja a pie de fosa, identificando huesos. Darija se encarga de buscar a familiares para hacer el análisis de ADN. En los años que abarca el libro, trabajan al amparo de la Comisión Internacional de Personas Desaparecidas (ICMP) en la zona de Bosanska Krajina, al noroeste del país. Senem es bosnia. Darija, serbia.

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Taina Tervonen, autora de ’Las Sepultureras’. — Cedida por Errata naturae

Tervonen no sabía qué esperar del momento en que viera el vestigio de un crímen masivo. Aún así, las pocas ideas que pudiera tener se desplomaron cuando llegó en octubre de 2013 a la fosa de Tomašica, cerca de Prijedor.

En esta mina se encontraron quinientas víctimas bosniacas (bosnio musulmanas) y croatas. La mayor fosa común descubierta hasta la fecha. Desde entonces, la periodista no consigue sacudirse el olor de aquella tumba del recuerdo. Algo que atraviesa buena parte de su reportaje novelado.

"Flotaba alrededor de nosotros. Todo el mundo hablaba constantemente del olor. Yo no podía haber imaginado que, veinte años después, aún hubiera aquel olor a muerte. En este caso, era por el tipo de suelo que había conservado así los cuerpos", explica la autora.

Le sorprendió que ese hedor que mareaba a los técnicos, que les hacía sentir que la guerra había acabado dos días atrás, envolviese algo tremendamente ordinario, como una paradoja cruel: "La sensación es que no ocurre nada. Ves excavadoras y gente trabajando, como si estuvieses en una obra. Pero no es así de simple".

Las víctimas fueron asesinadas en 1992, nada más comenzar la guerra. El hallazgo reafirma el carácter cuidadosamente estudiado de las matanzas del Ejército de la Republika Srpska y grupos paramilitares, varios años antes de Srebrenica. Porque una masacre de esta altura no se improvisa.

"Es algo muy organizado. Si tú quieres planificar una limpieza étnica necesitas pensar qué vas a hacer con los cuerpos, cómo los va a transportar, donde los vas a enterrar", razona la periodista. "En el caso de Srebrenica fueron miles de personas y se suponía que Naciones Unidas las protegía. Eso lo hace un caso muy especial. Pero, para mí, esto es lo mismo, y hay mucha gente que no sabe nada de Prijedor", afirma.

Senem y Darija comenzaron a trabajar con el pasado casi por casualidad, en su veintena temprana. No era el sueño de ninguna, aunque Senem se convertiría en la primera antropóloga forense de Bosnia.

Frecuentemente, son mujeres las que buscan a los desaparecidos. Las que se salvaron, al menos de la muerte, tras una guerra en la que se asesinó sistemáticamente a varones, como también ocurrió en Kosovo.

"Son mujeres muy fuertes. Para Senem, cuidar a los muertos significa también cuidar a los vivos, a los supervivientes. Darija desempeña un trabajo que requiere saber escuchar pero mantener cierta distancia", explica Tervonen.

Según datos del Instituto de Personas Desaparecidas de Bosnia, hasta el momento se han excavado 750 fosas en todo el territorio. Diez años más tarde, han sido identificados la mitad de los cuerpos de la fosa de Tomašica. Los otros siguen siendo un número en una bolsa.

El conflicto aún es reciente, aunque en algunos relatos las guerras en los Balcanes parecen guerras de segundo orden. Quizás porque en los años 90 era difícil que aquellas guerras cruzaran sus fronteras. O, tal vez, porque el resto de Europa observó el conflicto desde el peldaño hasta que fue muy tarde.

"Cuando comenzó la guerra de Ucrania por la invasión rusa, leía y escuchaba que era la primera vez que había una guerra desde la II Guerra Mundial. Y eso no es cierto", remacha la autora de Las Sepultureras.

La identificación

Darija recorre la geografía buscando a los vivos. Recaba datos y muestras de sangre para recomponer historias. Cubre un tercio del territorio, ella sola. No siempre es fácil. Hay gente que no la espera.

La Comisión Internacional de Personas Desaparecidas (ICMP) fue creada en 1996 a iniciativa de la Administración Clinton. Nada más crearse, se reportaron 14.000 desaparecidos. Desde ese momento, el número no dejó de crecer.

"En Bosnia se ha conseguido identificar al 70% de las 31.000 personas desaparecidas", afirma Samira Krehic, jefa adjunta de la ICMP en los Balcanes Occidentales.

Las familias denuncian desapariciones, en persona o en línea, usando una base de datos regional. Al principio era más rudimentario y cada comunidad buscaba a los suyos. Hoy no se diferencia por grupo étnico y Darija, que trabaja en el centro de Banja Luka, no se encarga solo de la población serbia.

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Expertos forenses, miembros de la Comisión Internacional de Personas Desaparecidas (ICMP) y trabajadores bosnios buscan mientras llueve restos humanos en Tomašica, en una imagen de 2013. — Elvis Barukcic / AFP

La guerra de Bosnia provocó 110.000 muertos y casi dos millones de desplazados. Las víctimas pueden estar en cualquier rincón de una región que padeció cinco guerras en poco más de una década.

"Las familias se trasladaban de un país a otro escapando de la guerra. Y, en ocasiones, desaparecían personas en un país y sus restos se encontraban en otro", afirma Krehic.

Hasta la fecha, la ICMP ha procesado "más de 50.000 muestras de huesos y se ha establecido una base de datos de 100.000 perfiles de ADN de referencia familiar", en palabras de Krehic.

La identificación de ADN se lleva a cabo casi al final del proceso. Se extrae una muestra de un hueso y se cruza con la información de la sangre de donantes vivos. La base de datos almacena información recopilada en todo el territorio de los Balcanes Occidentales.

Cuando se alcanza la certeza de un 99,95% en una coincidencia, se reporta a los posibles familiares que han denunciado una desaparición y se intenta completar la identificación con otros datos.

La ICMP ha trabajado también tras el huracán Katrina, en Colombia, Irak y Libia, o en los atentados del 11S. En estos momentos, está en conversaciones con el Gobierno ucraniano.

"¿Cuántas veces se puede enterrar a un ser querido?"

En Bosnia se añade una complejidad al proceso de identificación: al final de la guerra se movieron los cuerpos en un intento de ocultar los crímenes. Los enterraron, los desenterraron, y los volvieron a enterrar. Se diseminaron los restos. Hay quien nunca dará sepultura a un cuerpo completo.

Tervonen recoge en un diálogo con Senem en Las Sepultureras:

- Si solo tenemos un brazo, el patólogo no puede establecer la causa de la muerte, ni emitir un acta de defunción. En este caso le aconsejamos a la familia que espere.

- ¿Y qué ocurre si la familia decide celebrar el funeral y se localizan otros huesos más adelante?

- Entonces se exhuma el cuerpo enterrado para completarlo.

El caso más sangrante es el de las fosas de Srebrenica, masacre de más de ocho mil hombres y niños, sentenciada como genocidio por el Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia.

"Los perpetradores excavaron fosas usando maquinaria pesada y las reasignaron a otros lugares, a kilómetros de distancia. Gracias a las imágenes de satélite proporcionadas por Estados Unidos, se reveló este tipo de delito y, gracias al laboratorio y a los antropólogos forenses, se reasociaron partes e identificaron los restos", explica Krehic.

Otro desafío en todos los casos es la falta de información sobre las tumbas. "Están muy escondidas y en áreas inaccesibles: montañas, bosques, cuevas", añade.

Fue el conductor de un camión quien reveló el lugar de la fosa de Tomašica. "Es interesante investigar testimonios de conductores de autocar o de camión durante la guerra, pueden dar muchas pruebas de crímenes de guerras, o contar historias que no han sido explicadas", remarca Tervonen.

También pueden haber salvado vidas. La periodista narra el caso de un conductor que impidió a un soldado subir a un autocar y, con ello, evitó una matanza segura. Pero ese gesto de humanidad al límite no es la norma en ninguna guerra.

"Mucha gente con la que he hablado, que buscaba a sus seres queridos, estaba muy agradecida a los conductores por señalar dónde podrían estar", señala Tervonen.

"Entiendo la esperanza, pero, ¿cómo es posible sentir gratitud ante una fosa?", se pregunta la autora sobre un hombre llamado Friket. "Mi conciencia me lo permite", contesta él en el libro.

Sabe que su mujer y sus dos hijos fueron asesinados en el pueblo de Zecovi mientras él trabajaba en Alemania. Friket recorre las fosas en su búsqueda. Se asoma hasta donde le deja el cordón policial, aunque nadie le vaya a decir nada con las manos hundidas en el barro.

Historias como la suya perfilan la crónica de Tervonen. Personas a las que Senem y Darija intentan devolver algún sentido, procurar un cierre. "Restaurar la dignidad de los muertos".

Escuchar el silencio

"Llevamos tres días viendo salir cuerpos de las fosas. Zabou teme lo que nos espera en la morgue; yo, sin embargo, me siento más serena. Los muertos me dan menos miedo que los recuerdos de los vivos".

Pero en Bosnia el silencio coloniza los recuerdos. Un silencio denso, que acaba atrapando a propios y extraños. "Cuando llegué, me preguntaba a mí misma y a los demás muchas cosas sobre la reconciliación y este tipo de temas. Y poco a poco dejé de hacerlo, porque muchas veces no es el momento de hablar", explica la autora.

"No imaginaba lo duro que es sacar el recuerdo de aquello que vivieron y de las personas que fueron. Empecé a entender cómo de profundos son los efectos de la guerra, incluso físicamente: cómo el cuerpo carga con la memoria de la violencia, con el miedo", agrega.

El miedo se refleja en rostros cuarteados antes de tiempo. En movimientos involuntarios provocados por el estrés postraumático. En relatos con huecos que se completan cuando menos te lo esperas, al ver u oír algo, o que nunca lo hacen.

"Es necesario dar espacio para el silencio. Saber escuchar el silencio, porque a veces lo necesitas para que la historia pueda ser explicada. Pero, evidentemente, cuando estás dentro de ese silencio hay riesgos", considera Tervonen.

Desde el final de la guerra, Bosnia es un país dividido en dos entidades: la Federación, de mayoría bosniaca, y la Republika Srpska, de mayoría serbia. En la primera también vive la comunidad croata.

Casi treinta años después, no hay una verdad última, una narrativa común sobre lo que ocurrió, quién hizo qué y por qué. Cada comunidad, o más justo sería decir sus dirigentes políticos, utiliza la estela del conflicto a conveniencia, aunque sea imposible trazar una comparativa de daños.

Escribe Tervonen en Las Sepultureras: "Me ando con cuidado con las palabras que empleo, con los temas que abordo. Alguna vez he llegado a reemplazar el término limpieza étnica por los acontecimientos, preocupada por que no quisieran seguir hablando conmigo y a la vez avergonzada de contribuir a la negación de la historia".

"Si le preguntas a gente joven de Republika Srpska, mucha te dirá que Srebrenica no ha pasado. También está la narrativa de la Federación: que la situación es difícil porque los serbios son así o asá", apunta Tervonen, quien añade: "No todo es así, hay sociedad civil en las dos partes de Bosnia que trabaja en temas como medioambiente. Pero hablar todos juntos del pasado es una cosa muy diferente".

Quizás, ante un silencio de múltiples usos, la única postura posible para un profano sea la de "no tener prisa". Observar mucho y escuchar otros diálogos antes de atreverse a preguntar nada. Eso es lo que hizo, durante diez años, Taina Tervonen antes de escribir Las Sepultureras.

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