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Libro: ’La historia de los vertebrados’ de Mar García Puig: “Un día en el Congreso dije ’basta, llevo cinco días sin ver a mis hijos’ y la respuesta fue ’yo llevo dos semanas”

Martes 11 de abril de 2023

La diputada de En Comú Podem publica ’La historia de los vertebrados’, un libro en el que mezcla su experiencia en la política institucional con su llegada a la maternidad, marcada por un trastorno de ansiedad que se desencadenó nada más dar a luz

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Mar García Puig Rita Puig-Serra Costa

Ana Requena Aguilar 10 de abril de 2023 elDiario.es

El 20 de diciembre de 2015, Mar García Puig (Barcelona, 1977) se convirtió en madre y en diputada. “Al anochecer, cuando yo contaba contracciones en la sala de dilataciones, el país contaba escaños. Y ambas cuentas confluyeron en una nueva vida para mí, porque uno de esos escaños iba a ser mío. El mismo día del nacimiento de mis hijos me convertí en diputada del Congreso”, cuenta en el libro que acaba de publicar, La historia de los vertebrados (Random House). La todavía diputada de Unidas Podemos por Barcelona, editora, traza un relato en el que lo público y lo privado se mezclan y pelean, y en el que un acontecimiento añadido marca esa tensión: nada más parir, García Puig sufrió un episodio severo de ansiedad y obsesión. Eso la lleva a indagar en la historia de la “locura puerperal” y a conectar su historia personal con la historia colectiva en la que las mujeres siempre son las locas y la maternidad, siempre y necesariamente feliz.

El libro empieza con esa coincidencia entre su parto y las elecciones generales. La tensión entre lo productivo y lo reproductivo, la esfera pública y privada que ha sido impugnada en las últimas décadas, especialmente por el feminismo. ¿Es su historia una prueba más de que esa dicotomía no está resuelta y tiene consecuencias?

Totalmente. Yo nunca he tenido mucho pensamiento mágico. Creo que las cosas pasan porque tienen que pasar, pero es verdad que hubo una coincidencia brutal. Que la cosa que se considera más íntima, más privada de la esfera doméstica, y la cosa más pública, más colectiva, más social, se conciban en el mismo día y exploten las dos esferas a la vez. Por un lado, constaté lo que había leído en el feminismo, pero que no había vivido tanto en carne propia: que esta división es totalmente artificial. No creo ni que la política esté tan alejada de los afectos, ni los afectos de los de lo que se ha querido definir como lo racional y lo público de lo que no. Esa coincidencia me llevó a tirar de este hilo, y empiezo a descubrir que en la era victoriana, que es cuando se definen estas dos esferas del sistema económico y social de una forma más clara, justo en esa época, se da una explosión brutal de locura posparto. En muchos episodios de los que voy indagando, en estas mujeres que voy encontrando, en historiales médicos y en manuales de psiquiatría, me siento muy identificada con sus experiencias y con lo que narran y el relato que hacen de la culpa, del aislamiento. Efectivamente, me doy cuenta de que no está para nada resuelto, y que la maternidad es quizá, al menos en mi experiencia, el momento en que vivo de una forma más brutal cómo se siguen dividiendo las dos esferas y el daño que nos hace.

¿Hasta qué punto las expectativas y los estereotipos sobre las madres y la maternidad pesan sobre la salud mental de las mujeres que se convierten en madres?

Yo creo que sí. Indagué por un lado en manuales psiquiátricos y médicos y también en los propios historiales médicos de las mujeres, porque es muy difícil recuperar esos testimonios, salvo los de mujeres de una determinada clase social o con una determinada formación que pudieron dejarlos, algunas escritoras. Cuando además le contaba a alguien lo que me estaba pasando, siempre salía mucho el tema de las hormonas y de la depresión posparto, una atmósfera médica psiquiátrica que yo no niego que pueda estar ahí. Pero reivindico un poco el término locura y locura posparto porque me doy cuenta de que pasan muchísimas más cosas. Y una de las cosas que más pesan es la historia con la que cargamos todas, es cómo se ha ido definiendo el estereotipo de madre desde las diferentes esferas, desde la más médica psiquiátrica o la psicológica hasta el relato de las revistas femeninas en los años 50. Este estereotipo, seamos o no conscientes, y por mucho que seas una persona feminista que ha leído mucho sobre el tema, te sigue pesando, te sigue impregnando por todos los poros. El juicio constante a la madre a veces es el externo, pero muchas veces está absolutamente interiorizado, es un peso que puede llegar a estallar en momentos en los que estés especialmente vulnerable o débil por diferentes motivos.

En los últimos tiempos estamos hablando mucho sobre maternidad y sobre salud mental, pero ¿deberíamos juntar más estas dos conversaciones, cruzar la salud mental y la maternidad, la maternidad con la crisis emocional o mental? Parece que fueran dos experiencias que no pueden ir unidas.

Sí, totalmente. A la salud mental relacionada con la maternidad se la relaciona mucho a las hormonas. Hay tratamientos que son directamente chute de hormonas para madres que acaban de parir y tienen una crisis de ansiedad, de depresión o lo que sea, y de hecho las investigaciones van más por ahí, por el tema hormonal y médico y se está dejando de lado todo lo demás. El otro tema es más social y no se pone tanto sobre la mesa. Luego están, como siempre, estas guerras entre los diferentes modelos de maternidad que no han ayudado a entender que la maternidad está llena de dudas, de contradicciones, que no hay un modelo a seguir y muchas veces, al menos a mí, me han hecho que el camino se me hiciera incluso más complicado. Me han dicho que en este libro no me mojo en esa guerra, que no tomo partido, pero es que como madre me cuesta mucho tomar un único camino. Yo sentía la culpa por ambos lados: no cumplía suficientemente con mi posición de mujer pública, diputada, etcétera, pero tampoco parecía cumplir suficientemente con el apego y con lo que en teoría la biología me marcaba.

¿Y de dónde cree que venían esas presiones, esa sensación de no estar cumpliendo ni con una cosa ni con otra?

Creo que hay mucha comprensión por parte de las madres, creo que hay voluntad de no juzgar y en el feminismo hemos trabajado mucho en reconocer la imperfección. Pero es verdad que la dinámica de la política, de partidos y de las instituciones es otra cosa. El otro día Rita Segato dijo que la institución tiene género y efectivamente, es algo que una sabe en abstracto, pero que cuando una entra ve y vive claramente. Para mí una de las conversaciones más duras que he tenido en el Congreso fue con una compañera: yo un día dije ’basta, llevo cinco días sin ver a mis hijos pequeños’ y la respuesta fue “y yo llevo dos semanas”. Es como una especie de competición de quién hace más renuncias, pese a que luego todas tenemos un discurso de no juzgar, de respetar, de conciliación. Una de las cosas que quería hacer con el libro es intentar desvincularlo de la experiencia de un partido en concreto. Aunque sí que es verdad que era un partido, un movimiento, como lo que queramos llamar, que quería hacer las cosas de otra manera y que se encontró con que la institución tiene género. Pero mi experiencia es transversal a mucha gente de otros partidos y de hecho algunos compañeros me han escrito. Incluso hemos hablado de hacer alguna presentación conjunta con compañeras de otros partidos. Al final, el Congreso es un microcosmos de lo que pasa en la sociedad. Yo tuve que sufrir los sesgos de la institución, pero a nivel empresarial eso también está.

El feminismo ha dicho esto de que la maternidad es política, pero ¿la política acoge realmente la maternidad, la comprende?

No, en absoluto. Como digo, es una de las cosas que más me sorprendió, porque una cosa es que tú puedes saber en abstracto, pero cuando la institución te explota en la cara, como me pasó a mí, es diferente. Ahí te das cuenta de que el Congreso sigue siendo un espacio pensado para hombres, de determinado estatus social, privilegiando geográficamente también algunos lugares. Tengo, por ejemplo, compañeras en un pueblo de Lleida que cada vez que tienen que volver a su casa para estar con sus hijos tienen un viaje larguísimo. El reglamento del Congreso es realmente problemático, es prácticamente inamovible, y eso tiene consecuencias: el Congreso es mucho más difícil para madres solas, para madres que no tengan un padre con el apoyo que yo tuve o para madres migrantes. No quiero caer en el victimismo respecto a todo lo que yo no he podido hacer, sino que no olvidemos que estas 350 personas estamos allí en representación de toda la ciudadanía y debemos legislar para toda la ciudadanía.

En el libro cuenta, por ejemplo, el episodio en el que le negaron el voto telemático porque su circunstancia no entraba exactamente en lo que dice el reglamento. O que mientras lidiaba con su embarazo impugnaba “una deriva política que amagaba con devolvernos al silencio de la historia”. Si eres mujer y feminista, ¿se paga un precio por estar en política, también en partidos de izquierdas?

Es una de las cosas que más me ha impactado. El hecho de que puedas entrar a una lista electoral –en mi caso hubo una propuesta que me llegó, yo no venía de la política de partidos sino del feminismo y la cultura– parece que diluye todo lo que había motivado que te pusieran ahí, tus reivindicaciones y tus ideas, parece que entras en una especie de competencia, que te quitan libertad, y al final la política de partidos se acaba convirtiendo en eso. No es que, lógicamente, no tengas que respetar la disciplina de partido y ser consciente de que tú no estás allí solo con tu nombre, sino porque perteneces a una organización. Pero el hecho de tomar determinadas decisiones o de hacer algunas críticas se concibe como una traición porque pareciera que hay una deuda, una deuda que sólo se establece en una dirección, a pesar de que quien está en esa posición también ha puesto su nombre, su trabajo, sus horas, su prestigio, sus contradicciones. Yo lo he hecho sabiendo que tenía una parte de oportunidad y de privilegio, y no me arrepiento en absoluto. Pero sabiendo también que esa deuda es doble, que es una relación que va en dos direcciones.

En la política de partidos parece que eres tú la que les debes todo, hasta en cómo se nombra, cuando decimos “¿quien le ha puesto?”, como si fueras un objeto. Bueno, yo he aceptado participar en un proyecto político con un determinado perfil y no voy a renunciar a eso porque alguien considere que es una puñalada en la espalda. ’Deslealtad’ es una palabra que se usa mucho simplemente por tener cierto grado de libertad.

¿Pensó al escribir o ahora al publicar el libro que podría suponer un riesgo para usted, al seguir en activo como diputada?, ¿ha supuesto eso algún tipo de autocensura?

Siempre he podido actuar desde cierta libertad, porque soy consciente de que estoy absolutamente de paso en la política institucional. Pero la política se hace desde muchos lados. No se me ha reprochado nada, ni a mí ni al libro, pero sí que me han sorprendido ciertos silencios. Quizá, que he recibido más muestras de identificación por parte de compañeras de otros partidos, porque paso muchas horas con ellas y se han sentido como muy reconocidas en algunos episodios, que con compañeras más cercanas. Y es un silencio que no se debe al libro, sino a otras cosas, aunque tampoco quiero entrar en las guerras. Pero hay silencios que duelen porque son muchos años vinculada políticamente, pero también afectivamente.

Le han criticado que su libro no se moja en cuanto a que no apuesta argumentativamente por uno de los ’bandos’ de la maternidad, pero en su relato sí da la sensación de que combate el esencialismo, en el sentido de trascender el relato de la maternidad que pone en el centro el vínculo biológico.

Totalmente. Lo que he vivido son dos extremos, dos extremos que, además, juzgan mucho al otro. Cuando hablas con asociaciones de empresarias, por ejemplo, niegan cualquier vínculo biológico y parece que quien tome determinadas decisiones, como puede ser una excedencia, esté poniendo piedras en el camino de todo lo que ha conseguido. Desde el otro lado parece que cualquier persona que opte por otro modelo está perjudicando al niño y llevando la contraria a la naturaleza. En ese sentido, yo soy incapaz de montarme en ninguno de estos dos extremos.

No voy a negar que pueda haber un vínculo biológico, que hay hormonas... pero ese vínculo no lo va a determinar todo. En mi experiencia la parte biológica debe haber jugado un papel, pero seguramente han sido mucho más determinantes otros factores. No he hecho una elección, sino que he llevado como he podido mi papel de madre. El cuidado materno es un aprendizaje, una costumbre, unos hábitos que vas adquiriendo. No te conviertes en madre en el momento en el que das a luz.

Creo que hay una posibilidad de activismo materno, pero que viene más de ese trabajo materno del que no se habla. Una de las cosas de las que me di cuenta cuando fui madre es ese contacto que tengo con la muerte. La muerte estaba ahí, pero de repente hay dos personas vulnerables y yo me convierto en más vulnerable porque ya mi vida no solo es importante para mí, sino para ellas también. Tradicionalmente se habla que las mujeres están más cercanas a la locura posiblemente porque también viven situaciones más extremas en el día a día. Posiblemente no es tan extremo ir al Congreso de los Diputados y legislar, como cuidar a tu madre, saber que le queda poco tiempo de vida y estar en contacto a diario con eso.

Dice en su libro que en las mujeres todo es susceptible de ser interpretado como locura.

Hay una brecha farmacológica y psiquiátrica brutal. En el médico, con ciertos síntomas, a una mujer lo primero que se le mira son ’los nervios’ y luego lo demás. A un hombre lo primero es un chequeo y luego los nervios. En el Congreso es constante: ’histérica’, o ’¿cómo te vas a ir a casa con este disgusto?’ o relativizando tus reacciones políticas, con cierto paternalismo también.

En su libro aparece de soslayo el tema de la separación. ¿Sigue siendo un tabú admitir de que la llegada de los hijos altera profundamente las relaciones de las parejas y puede incluso levarlas a sitios oscuros o infelices?

Cuando murió mi padre me separé de otra pareja. Murió joven, de cuatro hermanos varios nos separamos. Lo que nos decían entonces es que una pérdida provoca muchas separaciones porque te sientes muy solo, muy incomprendido. Y eso no se dice de la crianza y de la maternidad y la paternidad. Es verdad que es un tabú, y no todo el mundo lo tiene que haber vivido igual, pero hay un momento de mucha soledad, también de incomprensión y de choque. A mí me pasó a pesar de tener una red afectiva, de tener una pareja. Yo soy hija de padres felizmente separados, pero no importa, lo vives como un fracaso, el fracaso de la familia que habías soñado, da igual que seas feminista, que reconozcas un montón de modelos de familia, que tengas una red gigantesca.

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