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Libro: ‘Hablemos claro’ de Teresa Maldonado Barahona:“El abuso de eslóganes y frases hechas feministas es incompatible con el pensamiento crítico”

Sábado 18 de junio de 2022

JUNE FERNÁNDEZ 15/06/2022 Pikara

Teresa Maldonado Barahona, militante de FeministAlde! y profesora de Filosofía, expresa en el libro ‘Hablemos claro’ su preocupación por el exceso de neologismos, anglicismos, oraciones ininteligibles o metáforas manidas en el lenguaje de las feministas contemporáneas.

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Teresa Maldonado, en una foto de archivo.

Teresa Maldonado Barahona (Bilbao, 1966) es militante feminista, que no activista. “Son términos con connotaciones distintas. Militancia implica el compromiso colectivo con una organización; activismo tiene una definición más laxa, puedo autodenominarme activista en redes sociales y dejar de hacer cosas si me apetece más irme a la playa”. Ella ha practicado esa militancia “de la vieja escuela” durante toda su vida: desde que cofundó el grupo de mujeres jóvenes Matarraskak hasta su actual participación en FeministAlde!, pasando por las dos décadas en la Asamblea de Mujeres de Bizkaia.

Maldonado es profesora de Filosofía en un instituto y está especialmente comprometida con la defensa de la educación pública, así como de un estado laico. Ha reflejado otro de sus intereses, la filosofía del lenguaje, en distintos artículos publicados en Pikara Magazine y en el periódico Berria, sobre cuestiones como el uso del prefijo cis, el lenguaje políticamente correcto o el mencionado matiz entre militancia y activismo. En 2021 dio el salto de los artículos largos a un libro corto, Hablemos claro (Catarata), que le brotó debido al hartazgo que le provoca el abuso de clichés, metáforas, neologismos, anglicismos, circunloquios y jerga psicologizante en los textos feministas contemporáneos. Sostiene que esos usos no solo alejan al movimiento feminista de la sociedad, sino que empobrecen el análisis de la realidad.

Criticas la falta de modulación del registro lingüístico, es decir, que nos expresamos igual cuando hablamos entre nosotras que cuando nos dirigimos a la ciudadanía.

Es un problema que usemos el mismo lenguaje en una concentración ante el Ayuntamiento o en la defensa de una tesis doctoral. En la transición, cuando montamos colectivos como Matarraskak solo existía un feminismo de militancia; ahora muchas mujeres llegan al feminismo a través de la academia. Los másteres de estudios feministas han sido fruto de una pelea que ha traído sobre todo cosas buenas, pero que también ha podido introducir una jerga poco comprensible. El problema no viene solo de la academia; intento buscar el motivo por el que el movimiento feminista elige lemas incomprensibles para la mayoría de la población, como “Contra el estado cisheteropatriarcal”, en vez de los lemas comprensibles que utilizábamos antes, como “Reparto del trabajo y del empleo”.

Tu hipótesis es que con esa jerga intimidatoria buscamos distinguirnos ahora que el feminismo se ha popularizado.

Sí, esa inflación terminológica coincide con el gran éxito del feminismo en cuanto a movilización y legitimidad social. Puede sonar psicoanalítico, pero veo indicios de que añoramos inconscientemente ser una vanguardia minoritaria. Decir que eras feminista era una cosa terrible hace 20 o 30 años, pero te hacía especial. Queríamos ser muchas y lo hemos logrado, pero ser vanguardia también tenía su rollito.

Hay términos fundamentales como feminicidio que se han instalado en nuestro diccionario feminista. ¿Por qué te parece un problema el uso de neologismos?

Como decía George Steiner y sabemos bien las feministas, lo que no se nombra no existe. Un concepto nuevo como feminicidio alumbra determinadas zonas de la realidad que estaban en sombra. Es normal que se incorporen préstamos y neologismos al lenguaje feminista, pero yo no hablo del uso sino del abuso. A veces lo cuantitativo, cuando es muy grande, se transmuta en cualitativo y revela que algo está pasando. La inflación de términos poco comprensibles produce un efecto paradójico y contradictorio: al dejar de utilizar palabras de uso común, dejamos de alumbrar la realidad para pasar ocultarla. Pareciera que, en vez de buscar la palabra más adecuada para expresarnos, estemos pendientes de usar todo el catálogo de lo que es guay: “Me atraviesa”, “me interpela”, “en los márgenes”… Otro problema grave es la repetición sin fin de clichés, frases hechas, eslóganes y estribillos, porque creo que empobrecen mucho nuestro análisis de la realidad y porque su abuso es incompatible con el pensamiento crítico.

Te detienes en dos: “La revolución será feminista o no será” y “Poner los cuidados en el centro”.

Ese muestrario de expresiones guais denota un mayor interés por mostrar a qué grupo pertenecemos que por comunicar un pensamiento, y eso me parece terrible. “Poner los cuidados en el centro” era una metáfora bonita y expresiva. “La revolución será feminista o no será” parafraseó a modo de crítica el “La revolución será socialista o no será” del Che Guevara. Pero su repetición sin fin las ha convertido en cantinelas desgastadas, mucho más cercanas al rezo, al mantra. Esa imitación sin fin de estructuras sintácticas (“La revolución feminista será antirracista o no será”, “El antirracismo será feminista o no será”, etc.) oculta la complejidad y la riqueza del pensamiento feminista.

Además, te preguntas qué queremos decir exactamente con ese “o no será”; si estamos formulando una definición, una profecía o una amenaza.

Sí, porque si decimos que “La revolución será feminista o no será”, ¿entonces la sandinista o la rusa no fueron revoluciones? Los eslóganes sirven para gritar en una manifestación, el problema aparece cuando los trasladamos al discurso sin un desarrollo del pensamiento, sin tener claro qué queremos decir.

Una de mis discrepancias es que te apoyas en el libro Barbarismos queer para culpar a la teoría queer de ese abuso de anglicismos y neologismos. Sin embargo, en el feminismo pop que llega de Estados Unidos también han proliferado palabras como manspreading, mansplaining, slutshaming… ¿No crees que esa tendencia tiene más que ver con la globalización que con una corriente feminista determinada?

Más que apoyarme en él, lo cito como un ejemplo de los muchos diccionarios que buscan aclarar el vocabulario que hoy se maneja en el feminismo, o en algunas corrientes feministas. Sí que digo de su título que es muy elocuente, porque subraya el reconocimiento de que la terminología se ha complicado mucho. Y tienes razón, este fenómeno no ha sido originado solamente por la teoría queer y el transfeminismo. Las terminologías novedosas vienen de distintos lugares, y este es uno, aunque yo creo que destacado.

Relacionas con el narcisismo esta interpretación del “conocimiento situado” de Donna Haraway, por el que una empieza por explicitar el lugar de enunciación de su discurso. Te inquieta ver una mayor preocupación por el sujeto que por el predicado. Además, consideras paternalista legitimar la voz de las personas para hablar de una realidad social solo porque pertenecen al colectivo oprimido, sin valorar si su discurso se sostiene o no. ¿Pero quién juzga eso? ¿Acaso no hay demasiados señoros legitimados para decir sandeces sobre cualquier tema? Creo que en Pikara Magazine se ha entendido que hacían falta voces gitanas o voces trans, que escuchar lo que tenían que decir era ya de entrada importante.

Abordo esta cuestión del conocimiento socialmente legitimado haciendo referencia a las autoras más exitosas en ese terreno: Susan Harding y Donna Haraway. Ambas han defendido a su manera, con polémica entre ellas, la crítica a la ciencia con mayúsculas, y han venido a decir que la objetividad es imposible. Todos los conocimientos son situados, el tema es que en el feminismo hay de pronto una obligación de explicitar el lugar desde el que hablamos, entendiéndolo como una ubicación en el tiempo y en el espacio, y en unas circunstancias sociales. Entonces, yo comprendo que hablar de “feminismo negro” es una forma de denunciar que el feminismo que se ha presupuesto incoloro es en realidad blanco. Y lo mismo con el lesbofeminismo. El problema es cuando se enfatiza tanto el desde dónde se habla y se quita el foco casi completamente a qué se dice, que creo que es lo que tenemos que discutir. Y defiendo que en esas discusiones podamos participar todas, al margen de nuestras determinaciones identitarias.

Hablando de identidades, conectas con el neoliberalismo la proliferación de etiquetas para definir exactamente la sexualidad y el género de las personas (género fluido, espectro asexual…) ¿Cómo podemos conciliar esas necesidades individuales con la construcción o consolidación de sujetos políticos fuertes?

Creo que esa necesidad de subrayar constante y compulsivamente quién y qué soy, ese querer poner en primer plano siempre el yo, el ego, tanto en su vertiente de identidad sexual y de género como en otras vertientes, es, como se decía antes, una necesidad creada. Creada por los intereses del poder financiero, que es el poder a secas. Llamando a esa exhibición de yoes “necesidades individuales” ya hemos perdido la batalla. La ideología legitimadora del capitalismo, eso que llamamos neoliberalismo, amasa y amalgama necesidades y deseos, injertándonos la ficción de que unas y otros son nuestros, nuestro más genuino “yo” incluso. Maniobras de distracción que nos tragamos tan contentas. Y ahí estamos, centradas en que se utilice con nosotras exactamente el término preciso, empantanadas en la competición por la atención ajena… y ajenas a lo que de verdad importa. No creo que se trate de conciliar, sino de no morder anzuelos, aunque vengan en forma de golosina.

En el libro intentas distinguir los textos complejos, esos requieren de esfuerzo intelectual para entenderlos, de los textos herméticos. ¿Cuál es ese límite? Muchas no hemos podido con El género en disputa, de Judith Butler: ¿es un libro necesariamente difícil o demasiado críptico?

Butler ha sido muy criticada por su forma de expresarse. Yo la he leído bastante, y no voy a negar que tiene algunas buenas ideas… No tengo una maquinita con una fórmula para discernir ese límite entre lo complejo y lo críptico. Es verdad que hay textos que necesitamos leer despacio, subrayar y volver a ellos. Los asuntos que trata el feminismo son complejos, hay postulados tan potentes desde la filosofía, la psicología, la sociología… Hay autoras que exigen una mínima formación, pero que cuando haces el esfuerzo de entenderlas, llegas a buen puerto y sacas algo en claro. En cambio, hay quien escribe tantas perífrasis y circunloquios que no hay quien entienda lo que está diciendo, porque lo que hace es fundamentalmente rizar el rizo.

También consideras rizar el rizo las distintas fórmulas que se han probado para hacer un uso inclusivo del lenguaje: la arroba, la equis, la e… ¿Por qué interpretarlo como vueltas de tuerca y no como ensayos? Nos dimos cuenta de que la arroba convertía las palabras en hipervínculo, luego supimos que la equis entorpece los sistemas de lectura de las personas ciegas…

Igual tienes razón, me parece sensato verlo como un proceso de prueba y error. Tal vez necesitemos un poco de distancia histórica para analizarlo. A las feministas nos importa mucho el lenguaje porque queremos cambiar la realidad y porque no queremos colaborar con el racismo, el machismo o el clasismo que está implícito en el lenguaje que empleamos. Pero no podemos inventar una lengua solo para nosotras, ¿no?

Comparas las palabras que ha usado el feminismo en cada época histórica y lo que expresan del momento social: emancipación de las mujeres, liberación de las mujeres o empoderamiento de las mujeres.

Si tecleamos “liberación de las mujeres” en un buscador de imágenes de internet, aparecen fotos en blanco y negro de mujeres en manifestaciones; era un término muy político, de lucha de un movimiento. En cambio, si buscamos “empoderamiento de las mujeres”, salen sobre todo carteles de las Naciones Unidas. A mí me parecía más chulo pensar el movimiento en términos de liberación o de emancipación. Ahora la premisa es que ya hemos superado esas fases, pero no estamos hablamos en términos políticos de “acceder al poder”, no digamos ya de “tomar el poder”, sino que hablamos de “empoderarnos”, que es muy psicologizante.

Esa influencia de la psicología es otra de las preocupaciones que señalas, pero todas ellas, los neologismos y anglicismos, las oraciones enrevesadas, los clichés, no son exclusivas del feminismo. ¿Por qué dirigir la crítica al lenguaje feminista? ¿No es ya suficientemente criticado por los señoros?

La pedagogía y la cooperación al desarrollo son otros dos ámbitos que están muy arriba en el ranquin en cuanto al uso de todo ese muestrario de términos que hay que usar todo el rato. Pero el feminismo es el ámbito que más me importa. Me han dicho que pongo pocos ejemplos, pero lo cierto es que no quería señalar a nadie en particular, sino generar una reflexión general. Cuando empecé a escribir el libro, tenía una carpeta en el ordenador con frases y párrafos (con sus autoras, claro), muchas de las cuales son amigas o compañeras. Mi novia, Itziar Abad [comadre de Pikara Magazine], me ayudó a entender que lo importante es la reflexión que planteo y la invitación a seguir debatiendo, no tanto documentar exhaustivamente lo que digo. También me ayudó a quitarle mala leche.

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