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Lecturas políticas del mérito femenino

Domingo 22 de mayo de 2016

Inma Miralles 21-05-2016 Pikara

El tenis es un deporte muy popular actualmente. De hecho, esta misma semana se está celebrando en Madrid un torneo de élite que reúne a los y las mejores tenistas del mundo. Pero, atendiendo al título del artículo, alguien podría preguntarse ¿qué demonios puede tener en común el tenis con la política? El tenis es un ejemplo al azar: de hecho, cualquier aspecto de la vida cotidiana tiene que ver con la política. De todo se puede hacer una lectura política, y todo se puede criticar políticamente. La política nos rodea. Pero vamos a utilizar el tenis porque en él encontramos un pequeño ejemplo de lo que queremos criticar en grande: el mayor sistema de desigualdad social, sexual y de clase que ha existido a lo largo de la Historia. Parafraseando a Kate Millett, “en nuestro orden social, apenas se discute y, en casos frecuentes, ni siquiera se reconoce (pese a ser una institución) la prioridad natural del macho sobre la hembra. Se ha alcanzado una ingeniosísima forma de “colonización interior”, más resistente que cualquier tipo de segregación y más uniforme, rigurosa y tenaz que la estratificación de clases. Aun cuando hoy día resulte casi imperceptible, el dominio sexual es tal vez la ideología más profundamente arraigada en nuestra cultura, por cristalizar en ella el concepto más elemental de poder. Ello se debe al carácter patriarcal de nuestra sociedad y de todas las civilizaciones históricas”.

Hace algún tiempo se puso en marcha, exclusivamente en el circuito de tenis femenino, una iniciativa tan sorprendente como innovadora: cada jugadora podría solicitar, una vez por set (se juega al mejor de tres), la presencia en pista de su entrenador para recibir asesoramiento técnico, táctico o psicológico. Ese tipo de asesoramiento muy a la orden del día que tanto en el ámbito deportivo como en otros se conoce como “coaching”. Esto reavivó el sempiterno debate sobre las desigualdades entre el circuito femenino y el masculino, ya que en el circuito masculino no solo no se aplicó la nueva iniciativa, sino que siguió imperando la norma anterior, absolutamente opuesta, con la que el jugador no podía establecer ningún contacto verbal con su equipo técnico a riesgo de recibir penalizaciones, incluso económicas. El análisis más unánime que surgió de este debate fue también el más simplificador: se trataba de un enfrentamiento entre tradición y evolución, ya que mientras la WTA (circuito femenino) parecía adaptarse en beneficio del espectáculo (las conversaciones entre jugadora y entrenador no serían algo privado, sino que se retransmitirían por TV como el resto del partido), la ATP (circuito masculino) permanecía anclada en las normas del tenis primigenio. Muchos jugadores de primer nivel se mostraron partidarios de que la ATP también adoptara esta iniciativa, argumentando que era absurdo no poder comunicarse durante el partido con el equipo técnico con el que trabajaban en los entrenamientos, que en los demás deportes era lo habitual (fútbol, baloncesto) y que nunca podría ser algo perjudicial o negativo obtener una visión objetiva y constructiva de lo que ocurría dentro de la pista. Las jugadoras de la WTA que aceptaron de buen grado esta norma esgrimieron idénticos argumentos. Sin embargo, no todas se mostraron igual de conformes.

Serena Williams y María Sharapova, dos de las tenistas más mediáticas de todo el circuito, afirmaron estar en contra por distintos motivos. “No me gusta esta regla, el tenis no la necesita. Yo estoy sola en la cancha y es bueno que así sea. Después de todo, el trabajo duro ya lo hice antes”, dijo Williams. Por su parte, Sharapova afirmó: “no me gusta que alguien me diga lo que tengo que hacer. Normalmente confío en mi intuición. Además, será extraño cuando mi rival llame a su entrenador: en la práctica es un reconocimiento de que se encuentra en dificultades”. Con estas declaraciones, fundaban o se adherían a los argumentos contra el “coaching” en pista:

- Por un lado, llamar al entrenador explicitaría que la jugadora está pasando un mal momento (la oponente vería su vulnerabilidad y podría aprovecharlo a su favor, aunque solo fuera a nivel de motivación), además de convertir la estrategia táctica en carnaza televisiva para los espectadores y para otras jugadoras que pudieran tomar nota y ventaja en partidos venideros.

- En segundo lugar, y mucho más relevante para este artículo, está la opinión, (bastante generalizada), de que el tenis es el deporte más individual de todos los deportes individuales. En el núcleo de su valor deportivo (ese valor susceptible de extrapolarse a la vida misma) destaca el hecho de enfrentarse en soledad a circunstancias favorables y desfavorables que se alternan de manera imprevisible durante largos periodos de concentración (los partidos suelen durar entre dos y tres horas, excepto en los Grand Slam masculinos). Con la inclusión del entrenador en pista, el mérito deportivo que tradicionalmente se achacaba a estos “llaneros solitarios” que son las y los tenistas se vería, cuanto menos, parcialmente cuestionado.

Pero, ¿qué consecuencias políticas puede llegar a tener la aplicación de una simple norma deportiva? ¿Acaso tiene alguna consecuencia política que esta norma se aplicara sólo en el circuito femenino, prohibiéndose duramente en el masculino?

“Las relaciones sociales se desarrollan y mantienen mediante símbolos”, decía Abner Cohen. “Valores, normas, reglas, conceptos abstractos son tangibles gracias al simbolismo, y de esta forma ayudan a las sociedades a conocer su existencia, a comprenderlos y relacionarlos con su vida diaria”. Históricamente, el Sistema Patriarcal se ha valido de infinidad de formas simbólicas para legitimar sus preceptos a ojos de la sociedad. Estas estrategias de manipulación sutil son las más eficaces, y al mismo tiempo las más difíciles de percibir, porque inciden de un modo subrepticio (y progresivamente perfeccionado) sobre el imaginario colectivo de las personas. Regresando a nuestro ejemplo deportivo (minimalista, aunque igualmente válido), ¿de verdad podemos atribuir a la casualidad que la Federación Internacional de Tenis haya aceptado de buen grado la “norma del entrenador en pista” para el circuito femenino y que diez años después la siga rechazando para el masculino? ¿Podemos afirmar que no hay en ello ninguna connotación política? “La hembra es hembra en virtud de una determinada carencia de cualidades, decía Aristóteles. Tenemos que considerar el carácter de la mujer como naturalmente defectuoso. Y Santo Tomás decreta a continuación que la mujer es un “hombre fallido”, un ser “ocasional”. Es lo que simboliza la historia del Génesis, donde Eva aparece sacada, en palabras de Bossuet, de un “hueso supernumerario” de Adán. La humanidad es masculina y el hombre define a la mujer, no en sí, sino en relación con él; la mujer no tiene consideración de ser autónomo. “La mujer, el ser relativo…”, escribe Michelet. Benda afirma también: “El cuerpo del hombre tiene un sentido en sí mismo, al margen del cuerpo de la mujer, mientras que este último parece desvalido si no evocamos al hombre”. Y ella no es más que lo que el hombre decida (…)” (El segundo sexo, Simone de Beauvoir). Definitivamente, la sociedad en que vivimos está muy acostumbrada a naturalizar la subordinación femenina, y la asume con mucha facilidad. La “norma del entrenador en pista” del circuito femenino, puede ser otra forma simbólica más (con una incidencia más sutil y admisible actualmente) con la que el Patriarcado intenta prevalecer, encarnándose en los “Santo Tomases” y “San Agustines” de la sociedad moderna: el deporte, la moda, la publicidad. Esta sería la función simbólica de dicha norma tenística, pero también de que según en qué torneos sea obligatorio competir con falda, de que el sueldo de las tenistas sea inferior al de los tenistas en las mismas competiciones, y de innumerables detalles más que apelan a un afilado espíritu crítico para resultar perceptibles como lo que son. No en vano, y retomando a Abner Cohen, “una de las más importantes entre las funciones simbólicas es la objetivación de las relaciones entre individuos y grupos”, además de “objetivar roles y darles una realidad que separe a las personalidades individuales de sus portadores”. Acudamos a unos cuantos ejemplos prácticos, para ilustrar mejor lo que queremos decir:

- Es inaudita y, a nuestro parecer, injustificada, la cantidad de veces que los comentaristas (varones) mencionan a los entrenadores cuando la jugadora pasa por malas rachas: en lugar de apelar a su capacidad de superación, se muestran partidarios de que llame al “coach” cuanto antes y se lamentan si ya ha utilizado su opción de consulta, dando por hecho que por sus propios medios ella no será capaz de salir del atolladero.

- Cuando una jugadora parece recuperar su mejor nivel después de consultar con el “coach”, no dejan de recordar lo bien que le ha venido obedecer tal o cual directriz que le dio, sin la cual, una vez más, parece que ella habría sido completamente incapaz de ganar el partido.

- Cuando una jugadora termina el partido con victoria, siempre viene a colación recordar lo crucial que fue su charla con el coach en el tercer juego del segundo set, evidenciando, a veces con demasiado entusiasmo, la incidencia directa del entrenador en dicha victoria.

En resumidas cuentas, parece que la jugadora terminara siendo un simple joy-stick, una prolongación en pista del entrenador, sin cuyo criterio y mediación apenas sería capaz de coger una raqueta. Por no hablar de situaciones exponencialmente más graves, como la ocasión en que los dos comentaristas (varones) se pusieron a debatir sobre el adecuado o inadecuado talante con que las jugadoras escuchaban los consejos de sus “coachs”, alabando a la jugadora X que guardaba silencio durante toda la exposición de su técnico y cuestionando a la jugadora Y, que insistía en discutir y manifestar su criterio, hasta el punto que uno de los comentaristas exclamó, incapaz de contenerse, “¡Pero calla y escúchale!”, evidenciando que no, que efectivamente ella no estaba allí para jugar como le diera la gana sino para obedecer un criterio más sabio y clarividente. “Tenemos que considerar el carácter de la mujer como naturalmente defectuoso”, decía Aristóteles. Y en virtud de ello deben callar y escuchar criterios superiores, no pueden depender de sí mismas. Son este tipo de preceptos los que han justificado que durante siglos y siglos la mujer haya aparecido como un ser incompetente, débil, inestable, y como legítima su dependencia social, política y económica de padres, maridos, hermanos, o figuras masculinas encargadas de tutelarlas.

Esto contrasta manifiestamente con lo que sacamos en claro de un partido de tenis masculino. “Rafa Nadal es el mejor mecánico de sí mismo”, dicen los comentaristas (varones), admirados, “nadie mejor que él mismo sabe reconocer y corregir sus errores”. “La diferencia de ranking en el tenis (masculino) no radica tanto en el físico ni en la técnica como en la fortaleza psicológica de los tenistas”, dicen los entendidos de dicho deporte. Por lo tanto, y tomando por evidente que el tenis masculino es el tenis primigenio, ¿no parece, al menos, ligeramente desvirtuada, la esencia de este deporte en su vertiente femenina? Y de nuevo, ¿por qué la Federación Internacional de Tenis parece tan conforme con una norma que, al menos en apariencia, perjudica sus valores deportivos? ¿De verdad es algo tan desafortunado como casual? A todo esto hay que añadir, volviendo a lo que decíamos al principio de este ensayo, que el tenis es un deporte de rachas donde las rachas malas suelen tener consecuencias visibles: tanto ellos como ellas sueltan improperios, estrellan raquetas contra el suelo e incluso se echan a llorar. ¿Es la misma la lectura si observamos cómo ellos se recuperan por sus propios medios de esas rachas, mientras que a ellas las vemos perder los estribos delante de “coachs” o tutores que intentan calmarlas? “La mujer es una bestia que no es sólida ni estable”, decía San Agustín. Queda bastante claro: mejor callarse y escuchar.

A modo de conclusión, insisto en resaltar que este ejemplo deportivo es uno más de los muchos que podríamos haber obtenido de analizar cualquier escena social de la vida cotidiana. No deja de resultar llamativa la capacidad de reinventarse y prevalecer que tienen las formas de desigualdad estructural, cuya supervivencia continúa, en apariencia, resultando rentable al Sistema Político y Económico que habitamos. Pero, a pesar de todo, no debemos olvidar que la voluntad individual también puede hacer algo al respecto. Serena Williams se vio obligada a aceptar la norma del “coaching” en su circuito, pero jamás la utilizó. Y Andy Murray, uno de los mejores tenistas del mundo y el único que se atrevió a contratar los servicios de una entrenadora con la que no estaba emparentado, declaró: “Me quedé muy sorprendido con la cantidad de críticas que recibía Amelie (su entrenadora) en cada una de mis derrotas. No podía creer la negatividad que había hacia ella personalmente. (…) Antes de que hiciera oficial el anuncio de su fichaje, muchos en la prensa creían que era una broma. ¿Por qué? ¿Qué tiene de increíble? No veo razón alguna para que esto no siga avanzando en el futuro. Estoy muy agradecido a Amelie, ha sido muy valiente y espero poder devolvérselo algún día.”

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