Xarxa Feminista PV

Las vidas posibles de Viv Albertine

Domingo 9 de junio de 2019

Julen Figueras Fernández 05/06/2019 Pikara

Los libros de la vocalista y guitarrista de la banda The Slits narran en clave feminista los vaivenes vitales y la búsqueda de paz de una artista caída y levantada mil veces, muy alejada de los arquetipos del punk, y al mismo tiempo puro punk

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Viv Albertine en una foto de su archivo de Facebook

En el mitológico universo paralelo del punk, Viv Albertine habría sido encontrada muerta, probablemente de sobredosis o accidente de tráfico, después de una interminable fiesta de alcohol y heroína. No habría esperado hasta los 27, ni siquiera hasta los 25, pues ya habría había visto publicada la primera y única maqueta de su banda, The Slits; habría tenido un hijo con Mick Jones y renunciado al largo envejecimiento que esperaba a la gente corriente.

Viv Albertine habría pasado entonces al firmamento de estrellas caídas cuyo potencial nunca llegaríamos a ver materializado (¿De qué habría sido capaz Janis? ¿Y Sid? ¿Y Amy?), y su figura se habría magnificado hasta aparecer en magazines, libros y rankings de mejores guitarristas. Las pobres grabaciones de The Slits serían piezas de coleccionista, y la propia banda se dedicaría a girar de forma regular con miembras intercambiables aprovechando alguna efeméride forzada.

Pero, en este mundo, a Viv Albertine le tocó sobrevivir. Intentarlo, fracasar, madurar, ser madre, fracasar unas cuantas veces más, pasar un cáncer y vivir lo suficiente como para contarlo en un libro. Hoy un superventas internacional, Ropa, música, chicos es la crónica de una vida alargada hasta lo inesperado, y del proceso de una mujer que nunca termina de aprender a estar en este mundo.

Ropa, música, chicos

-Papá, cuando sea mayor quiero ser una cantante de pop.

- No eres suficientemente chic.

Viviane Katrina Louise Albertine nació en una familia franco-suiza en vías de desestructuración y creció como feminista sin siquiera saber que la palabra existía. Ya a los once años, cuando su vetusto padre las abandonó a ella, a su hermana y a su madre, la pequeña Viv había desarrollado un sentido muy afinado sobre el estado de las cosas. Ser contestona y no complaciente la convertía en mala niña, el amor y el matrimonio eran una invención sin futuro, el rock era cosa de hombres, y ella…ella no era lo suficientemente chic.

De ahí en adelante, la historia que nos cuenta Viv Albertine es la de una mujer abriéndose paso en un mundo gris coloreado por sus tres grandes pasiones (la ropa, la música, los chicos). Con una honestidad que desarma, la joven Viv nos guiará a través de su angustia permanente, de sus miedos a olores y secreciones (“todavía me asusta la sangre, verla, no verla”). Y, aunque haya quien piense que su narrativa roza lo escatológico, es precisamente su transparencia lo que le da valor. La vida no es sólo glamur, también hay sangre, sudor y mierda.

Aunque haya quien piense que la narrativa de Viv Albertine roza lo escatológico, es precisamente su transparencia lo que le da valor.

Siguiendo la estela de la mayoría de biografías musicales que han inundado las librerías en el último lustro, Ropa, música, chicos podría haber sido un comentario histórico a través de las vivencias de una de sus protagonistas. Pero no. Ésta no es una biografía musical al uso. Apurando, ni siquiera es una biografía musical. Al contrario que aquéllas, la época descrita en estas páginas son el pretexto para que una mujer cuente una historia que, aunque localizada en un contexto determinado, podría ser la historia de muchas otras mujeres.

Escuchar Horses desata una idea en mí: la sexualidad de las mujeres puede expresarse en sus propios términos, para su propio placer o trabajo creativo, no sólo para ser explotada o para conseguir a un hombre.

En esa historia se incluye, claro, la música, pero Viv se las arregla de alguna manera para que ello no domine el relato. A pesar de una parte intermedia en la que las visitas a la tienda Sex de Vivienne Westwood y los conciertos con The Slits son constantes, el núcleo de la historia parece estar siempre en otra parte: en las inseguridades con el instrumento, en el ego dolido, en la siempre alentadora madre, que llora cuando su hija deja los estudios para meterse en una banda de punk.

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Portada del libro ‘Ropa, música, chicos’.

Sin llegar a idealizar todas las caídas por las que su vida pasa, la veinteañera Viv consigue que abracemos sus tropiezos como si fueran propios. Así, una noche de concierto escuchando a la banda de autodidactas Kokomo, la futura guitarrista Viv entiende que cualquiera puede hacer música, y nos meteremos con ella a hacer ruido en la sala de ensayo. Cuando su amigo Sid Vicious la echa de The Flowers of Romance, nos dolerá como si fuera nuestra propia banda la que nos da la patada.

Son esos cortos pasajes, que en otras narraciones no pasarían de notas a pie de página, los que de verdad dan color a la historia. Con la naturalidad de una niña que no entiende de sacrilegios, considerará a Hendrix demasiado masculino (“En aquel momento no lo aguantaba, era tan provocativo y abiertamente sexual que intimidaba”), al tiempo que indagará en su sonido por otras vías.

No quiero copiar a ningún guitarrista masculino, no sería sincera conmigo misma. No puedo copiar a Lita Ford de The Runaways o a la guitarrista de Fanny: no suenan como mujeres, suenan como hombres.

Como música, la punk Viv tampoco cayó nunca en el arquetipo del género. Alejada de las drogas (un único chute de heroína le sobrará para saber que no es lo suyo), y cerca siempre de un libro. Aparentemente fuerte, pero terriblemente vulnerable a las opiniones ajenas. Incongruente como la de cualquiera, la vida de Albertine se muestra en permanente búsqueda y negación del amor romántico, deseando una familia estructurada y feliz que no llegará hasta décadas después… si es que alguna vez llega.

Por sus páginas pasarán un montón de falsos amores reales, chicos que parece que van a ser parte de la historia pero que entran y salen del guion en medio capítulo. Entremedias, una sucesión de tumbos que incluyen flirteos, infidelidades, una extensa colección de señores extraños, una violación esquivada, un noviazgo con Mick Jones, de The Clash, y un aborto que no lamentará hasta veinte años más tarde (“Es difícil de vivir con ello. Pero todavía defiendo el derecho de la mujer a decidir. Es algo que no pueden ni deben quitarnos nunca”).

Episodios como éstos se escribirían solos en la biografía morbosa de cualquier rock star. Aquí, en cambio, son vehículo para introducir los pensamientos de la autora, las lecciones aprendidas por las malas y los consejos que, transmitidos de madre a hija, ahora pueden leer otras miles de mujeres. Como por ejemplo éste:

Un tipo con el que salgo durante un par de meses me da un tortazo. Simplemente me voy de ahí. Mamá me inculcó eso desde muy pequeña, ‘Nunca dejes que un hombre te pegue una segunda vez. Si un hombre te pega, no regreses con él. Si regresas, volverá a hacerlo’.

No es de extrañar que, a pesar del título del libro, las mujeres tengan un peso especial en la narración de Ropa, música, chicos. Empezando por sus compañeras de escuela y hasta su abandonada y liberada madre, pasando por The Slits o Yoko Ono, las compañeras de viaje de Viv se postulan como referentes, como los personajes fuertes y fiables en un mundo de gente que no es de fiar.

Viv es la clase de persona que cualquiera querría ser: sincera, directa, luchadora, feminista.

Es asombroso leer a la protagonista del libro reconocer que quiere ser como esta o aquella chica que ha visto en un pub o en la escuela de artes (de sus amigas Nina y Perry dirá “ésta es la clase de mujer que quiero ser: natural, apasionada por mi trabajo, elocuente, inteligente, igual”). No porque esos modelos a seguir no sean interesantes, sino porque la propia Viv, con esa gigante lupa sobre sus defectos, es la clase de persona que cualquiera querría ser: sincera, directa, luchadora, feminista.

Rasgos que probablemente mostraría sobre un escenario, pero que también se dejan entrever en los vaivenes vitales a los que se enfrenta a través de las décadas. Así, leeremos con avidez una hoja de méritos que, de tan variada, parece completada jugando a los dados. Viv la profesora de aeróbic. Viv la estudiante de cine. Viv la esposa frustrada.

‘Fracaso’ es mi segundo nombre”, llegará a decir, pero ésa es una afirmación que nubla la existencia de una persona excepcional como cualquier otra. Además de esposa, estudiante y profesora, conoceremos que Viv es también superviviente de un cáncer cervical que casi la mató. La guitarrista y cantante que deja a su marido para volver a la música y a la autonomía. Y, sobre todo, es la madre orgullosa de una niña que no habría de nacer sino tras varios embarazos fallidos.

Tirar sin abrir

Hasta ahí, lo que Albertine cuenta en Ropa, música, chicos. Al terminarlo, se queda en el cuerpo ese vacío que dejan las grandes novelas (y las pequeñas, en realidad), ese querer saber más de unos personajes que siguen vivos en el papel y por tanto vivos en nuestra imaginación. ¿Qué haría ahora la sesentona Viv? ¿Conocería a nuevos señores raros? ¿Cómo moldearía sus experiencias vitales su maternidad, de la que sólo hablaba tangencialmente en los últimos capítulos del libro?

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Portada del libro ‘To Throw Away’.

El giro maravilloso, metaliterario, que la historia de Albertine daría entonces es demasiado bueno como para planificarlo. Ropa, música, chicos se hizo best-seller y, como habiendo encontrado su nueva vocación, la autora se puso a escribir su nuevo libro. ¿Una narración ficticia esta vez? No. Mejor.

To throw away unopened (2018, aún sin título en castellano aunque la traducción literal es “tirar sin abrir”) se presenta como una singular secuela de Ropa, música, chicos, que continúa la historia exactamente donde aquél lo dejaba. En plena fiesta de presentación de ese libro que habría de convertirse en superventas, Albertine recibe una llamada que le comunica que a su nonagenaria madre le quedan apenas unas horas de vida.

Lo que leeremos entonces son las horas previas y posteriores a esa larga noche. Los miedos, los secretos, las preguntas por hacer y las tensiones familiares, que son resueltas con puñetazos, sangre y relaciones entre hermanas que se rompen de forma probablemente definitiva.

Nunca durante mi infancia me sugirió mi madre que debía intentar ser feliz. (…) Por no tener la carga de tener que estar o aparentar ser feliz, había un montón de espacio en mi cabeza para responder a los estímulos de mi madre para tener una vida interesante.

La Viviane Albertine de hoy es el resultado de una vida con demasiados cabos sueltos.

Escrito in media res o en medio de la historia, el segundo libro de Viv Albertine rebusca en el pasado de su protagonista para conseguir la paz en una vida que parece, por fin, estar asentándose. Son aguas turbias que, dice la sabiduría popular, no hay que remover. En la cabeza de Albertine, una razón más que suficiente para sumergirse de lleno en ellas.

Escarbando entre los montones de basura que su diogénico padre dejó tras un periodo de reconciliación y muerte, Viv encontrará unos diarios datados en 1966, cuando las niñas apenas pasaban los diez años y el matrimonio se desmoronaba de forma lenta pero segura. Es a través de estos diarios como Viv llegará a conocer mejor a un padre ausente, acomplejado por la falta de amor de sus hijas y el odio calculado de una esposa que las ponía en su contra.

[Mi hija] Vida tiene la certidumbre de que, bueno o malo, lo sabe todo. Cuando me muera, no habrá shocks o sorpresas asquerosas (aunque, obviamente, he cometido otros errores muy distintos)

Una versión de la historia que la propia Viv reconocerá como cierta en los hechos, y que sólo podía tener una consecuencia: que la madre con la que vivió durante años había implantado recuerdos falsos, que habían sido víctimas de una intensiva violencia luz de gas, que el maltrato recibido por el padre no era sino una sugestión que aquélla había promovido para ganarse el amor de las hijas y para, eventualmente, divorciarse y ganar su custodia.

Una teoría plausible pero imposible de contrastar con la madre, que sólo hace unos pocos capítulos que ha dejado de respirar. El puzzle, incompleto, muestra la mitad de una fotografía a la que aún le falta la otra mitad, la otra versión de los hechos. La última vuelta de tuerca de la narración, entonces, la pone una bolsa de viaje que la anciana Kathleen dejó entre otras pertenencias. En ella, escrita con típex, un mensaje inequívoco: TIRAR SIN ABRIR.

Y dejémoslo ahí. Seguir contando la trama de To throw away unopened supondría destripar una historia que no puede ser contada en artículos de dos mil palabras. Hace falta leerlo. Sumergirse en los soliloquios de una mujer que lidia con la responsabilidad y la pérdida lo mejor que puede, a través de pruebas y errores que no siempre admiten una segunda oportunidad.

El talento de la autora para tejer tramas de comedia y misterio convierten la narración en una aventura que habla tanto de ella como de nosotras.

Gracias a To throw away unopened, no sólo conseguimos prolongar nuestro viaje junto a la escritora Viv, sino que nos desvela, como si conscientemente se lo hubiese guardado para esta segunda parte, los secretos y mentiras que forman, pese a todo, caras múltiples de una misma verdad. Y, aunque las rencillas de esta familia no son nada del otro mundo (incomunicación, fracaso matrimonial, lucha por la custodia de las hijas), el talento de la autora para tejer tramas de comedia y misterio convierten la narración en una aventura que habla tanto de ella como de nosotras.

No sabemos de qué habría sido capaz Janis, ni los éxitos que aguardaban a Amy. De Viv Albertine sabemos que ya no toca la guitarra, ni escribe canciones. Tampoco tiene citas con hombres. A cambio, tenemos a una artista caída y levantada mil veces, regresada de la oscuridad para convertirse en escritora de éxito. ¿Quién no querría ser como Viv Albertine?

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