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Las refugiadas de Siria e Iraq sufren abusos, violencia y explotación sexual en su viaje a Europa

Lunes 25 de enero de 2016

Amnistía Internacional denuncia que sufren acoso de otros refugiados, coacciones de traficantes y policías, y pésimas condiciones en territorio europeo

EUROPAPRESS 19/01/2016 11:29 La Vanguardia

Las mujeres y las niñas refugiadas que huyen de Siria e Iraq que intentan llegar a Europa sufren violencia, agresiones, explotación y acoso sexual en todas las etapas de su viaje, incluido el territorio europeo, denuncia una investigación de Amnistía Internacional (AI).

Amnistía entrevistó el pasado diciembre en el norte de Europa a 40 mujeres y niñas refugiadas que cruzaron desde Turquía a Grecia y desde ahí siguieron su camino a través de los Balcanes. Todas ellas dijeron haberse sentido amenazadas e inseguras durante el viaje, según AI. Además, muchas denunciaron que, en casi todos los países de su recorrido, los traficantes, el personal europeo de seguridad (policías, guardias de fronteras...) u otros refugiados las habían sometido a malos tratos físicos y explotación económica, las habían manoseado o las habían presionado para que tuvieran relaciones sexuales con ellos.

“Tras vivir los horrores de la guerra en Iraq y Siria, estas mujeres lo han arriesgado todo con tal de conseguir seguridad para ellas y para sus hijos –afirma la directora del Programa de Respuesta a las Crisis de AI, Tirana Hassan–. Pero desde el mismo momento en que comienzan su viaje vuelven a verse expuestas a sufrir violencia y explotación, sin recibir apenas apoyo o protección”.

Las mujeres y las niñas que viajan solas y las que lo hacen sólo acompañadas por sus hijos se han sentido especialmente amenazadas en las zonas de tránsito y los campamentos de Hungría, Croacia y Grecia, donde se vieron visto obligadas a dormir junto a cientos de hombres refugiados. Algunas incluso optaron por dormir a la intemperie en la playa y no en los lugares designados porque allí se sentían más seguras. Asimismo, han contado que tuvieron que usar los mismos aseos y duchas que los hombres. Una de ellas ha contado que en un centro de recepción de Alemania algunos refugiados las espiaban cuando iban al baño. Por ello, algunas adoptaron medidas extremas, como no comer ni beber para evitar ir al servicio, donde se sentían inseguras.

“Si esta crisis humanitaria se desarrollara en cualquier otro lugar del mundo, esperaríamos que se tomaran de inmediato medidas prácticas para proteger a los grupos que corren más peligro de sufrir abusos, como las mujeres que viajan solas y las familias monoparentales cuya cabeza de familia es una mujer –ha subrayado Hassan–. Como mínimo, estas medidas incluirían aseos bien iluminados y separados para hombres y mujeres, así como zonas separadas y seguras para dormir. Estas mujeres y sus hijos han huido de algunas de las zonas más peligrosas del mundo, y es una vergüenza que sigan en peligro en suelo europeo”.

Los abusos comienzan con los propios traficantes de personas que, según han contado algunas mujeres, a sabiendas de que algunas no tienen dinero para pagar su viaje, intentan coaccionarlas para que tengan relaciones sexuales con ellos. “En el hotel de Turquía, uno de los hombres que trabajaba con el traficante, un sirio, me dijo que si me acostaba con él no pagaría o pagaría menos”, relató Hala, de 23 años y natural de Alepo, en Siria. Ella se negó pero consiguió terminar el viaje pero su amiga, a la que le hicieron la misma propuesta, “no pudo salir de Turquía, en donde sigue”.

Las cosas no mejoraron una vez en suelo europeo, donde todas las mujeres entrevistadas por AI dijeron que durante su viaje se sentían constantemente asustadas, sobre todo las que viajaban solas. Según han contado, se sentían amenazadas por los refugiados varones, pero también los agentes de seguridad de Grecia, Hungría y Eslovenia las habían golpeado o insultado.

Rim, mujer siria de 20 años que viajaba con su primo de 15 años, ha explicado que no dormía en las instalaciones porque “tenía demasiado miedo de que alguien me tocara”. Según ella, el lugar en el que se sentía más segura era en el autobús, “el único lugar donde podía cerrar los ojos y dormir”.

Las siete mujeres embarazadas entrevistas por AI han hablado de falta de comida y de atención médica básica, así como de empujones en las fronteras y otros puntos del viaje. Rania, una embarazada siria de 19 años, ha contado a Amnistía su experiencia en Hungría: “La policía nos trasladó entonces a otro lugar, aún peor. Estaba lleno de jaulas y no corría el aire. Allí nos encerraron y nos tuvieron dos días. Nos daban de comer dos veces al día. Los aseos eran peores que en los otros campamentos. Yo tenía la sensación de que los mantenían así para hacernos sufrir”.

Una docena de las entrevistadas han denunciado que en los campamentos de tránsito europeos las habían tocado, acariciado o mirado lascivamente. En el caso de una joven iraquí, un guardia de seguridad uniformado en Alemania le ofreció ropa a cambio de “estar a solas” con él. Maryam, una adolescente siria de 16 años, fue testigo de cómo la policía golpeaba “a todo el mundo con palos” en Grecia. “A mí me dieron en un brazo. Golpeaban incluso a los niños pequeños”, ha recordado. “Me mareé y me caí, y la gente me pisoteó. Lloraba y me separé de mi madre. Me llamaron y me reuní con ella. Les enseñé el brazo y un agente que lo vio se rió. Pedí un médico y nos dijeron a mi madre y a mí que nos fuéramos”.

Según Tirana Hassan, “la mejor forma de evitar los abusos y la explotación a manos de los traficantes de personas es que los gobiernos europeos permitan que las rutas sean seguras y legales desde el comienzo. Es completamente inaceptable que la travesía por Europa exponga a quienes no tienen elección a más humillaciones, incertidumbres e inseguridades”.

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