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Las otras violencias machistas en las que sois cómplices

Jueves 23 de noviembre de 2017

La violencia machista se nutre de muchas otras que anulan, callan o aíslan nuestra voluntad como mujeres

Ana I. Bernal Triviño 22/11/2017 eldiario.es

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EFE

Cuando una mujer es agredida o maltratada, física o psicológicamente, es solo una de las violencias que tendrá que soportar. La violencia machista se nutre de muchas otras que anulan, callan o aíslan nuestra voluntad como mujeres. ¿Con cuántas violencias nos encontramos y chocamos, como si fuesen un muro imposible de derribar?

Violencia en el lenguaje. El lenguaje construye nuestra identidad pero también la destruye a través de insultos, humillaciones y una desacreditación continua por parte del maltratador. Y, aun con esa pesada mochila que casi no deja respirar, cuando se da el paso de contar el daño recibido, la mujer puede llegar a encontrarse con otro lenguaje violento por parte de su círculo cercano o familia. Esos estigmas sobre maltratadas y violadas, esos “cómo te has podido dejar”, o “ya tienes que estar mal para caer en algo así”, o “te gusta que te peguen, tú te lo has buscado…” son escalas que se suman al previo lenguaje sexista que nos invisibiliza y que nos reduce a estereotipos desiguales.

Violencia sanitaria. Quieres decir que eres maltratada o agredida, pero es como si tuvieras un bozal en la boca, como si algo te lo impidiese por dentro. Piensas ir al médico pero, en este caso, no tienes golpes. Se ha puesto el baremo de la agresión en lo más alto, en matarte a palizas o con cualquier arma. Sin golpes, cómo demostrarlo sin que te tomen por loca. Y sin embargo vas al médico, le cuentas tu dolor crónico, lloras, le narras tu insomnio, esa punzada bajo el pecho que no te deja respirar… y te marchas sin que te diagnostique que esas son respuestas de tu cuerpo por la ansiedad y estrés de la violencia recibida.

Violencia sexual. Y si sigues, por mil causas, con tu agresor o maltratador, vendrá la amenaza sexual. Te lo exigirá, como un mandato, como una orden. Y si lo evitas, te dirá: “por tu culpa me haces sentir un guarro y esto es cosa de dos... sé que quieres porque estás enamorada de mí y eso es suficiente… sé que te gusta esto, puta…. Calladita, que termino pronto, o ya sabes lo que toca”. Entonces es cuando el asco, el miedo y la vergüenza pesan más sobre ti porque sabes, por otras experiencias, que todo tu entorno no va a entender esto como delito ni como daño a tu libertad sexual.

Violencia laboral. La precariedad recae, sobre todo, en nosotras. Cobramos menos, sufrimos más paro, tendremos menos pensión o ni la tendremos porque la tarea de cuidados sin pagar la encabezamos las mujeres. El desempleo crea aislamiento, uno de objetivos básicos del maltratador. La pobreza es una forma de violencia que crea dependencia, ya sea con una pareja, o ya sea con el jefe que te acosa y que es consciente de su poder.

Violencia judicial e institucional. Oficinas de Atención a la Víctima sin abrir las 24 horas, denuncias que no son eficaces para proteger, centros de ayuda gestionados por personas sin formación en género, sentencias que cuestionan a las víctimas y basadas en estereotipos...Todo este tipo de cuestiones las debemos debatir ya, de forma urgente, para que recurrir a la justicia no se traduzca en injusticia. Para que recurrir a la justicia no se vuelva en su contra.

Violencia mediática, cultural y en redes. Esos medios y periodistas que hacen encuestas sobre violaciones, esos que venden el maltrato, esos que muestran la cosificación sin tapujos, esos que hablan del maltrato adornado de mitos de amor romántico, esas novelas y películas que crean estereotipos y limitan la autonomía de la mujer, esos ataques en redes sociales y acosos hacia el feminismo.... Todas esas cosas que conforman el relato diario y que dejan su impronta en tu mente, hasta el punto de que te planteas si actuar como esa protagonista de la película que te venden como liberal y moderna, o si eres una exagerada porque un periodista te lo hace ver así.

Violencia social. Más allá de todo hay una idea clave que impide frenar la violencia y recae sobre toda la sociedad: NO creéis a las víctimas. Es la imagen de una sociedad en contra que aplaude a agresores y maltratadores como buenos vecinos, como lo normal. Una reprobación social hacia la víctima y no hacia el agresor es tolerar el delito hacia los derechos humanos que este ataque representa.

Estas violencias se acumulan como una carrera de obstáculos sin cesar, como un laberinto del que no se puede salir, donde crees encontrar una puerta que se abre y te la cierran. Y todas estas violencias nos dejan más expuestas.

El otro día, en un programa de Canal Sur, decían que “una cosa es ser machista, y otra cosa es ser mala persona”. Y NO es así.

Asumid ya que el machismo es violencia.

Que el machismo ha matado a más de 900 mujeres en 14 años, más que la banda terrorista ETA en 50 años.

Que el machismo crea machistas que no pueden ser buenas personas, de la misma manera que no puede ser buena una persona racista o fascista.

Que el patriarcado sirve de sustento e impunidad para sus actos.

Que no son personas enfermas, sino hijos sanos del patriarcado.

La violencia machista está más allá del puñetazo y el asesinato.

Está en los actos diarios, en las miradas, en las actitudes, en las palabras.

Está en la violencia psicológica, física y simbólica.

Todo eso que nos termina minando la autoestima y nos quita poder y decisión.

Repudiad todo esto sin fisuras, sin excusas, desde ya.

De no hacerlo estaréis al lado de la opresión machista y, por lo tanto, al lado de la violencia.

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