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Las mujeres que lideraron el nacimiento del cine

Viernes 22 de abril de 2016

Alice Guy-Blaché, Frances Marion o Dorothy Arzner fueron algunas de las pioneras que dieron forma al séptimo arte

Alicia Macías Pikara 18-04-2016

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La actriz y productora Mary Pickford con la guionista Frances Marion

La última edición de los Óscar ha estado marcada por el hashtag #OscarsSoWhite, que pretende reflejar el racismo de la Academia ante la falta de actores y actrices negros entre los nominados. Esta gala también ha vuelto a dejar en evidencia que Hollywood no es lugar para las mujeres. Entre las categorías principales (dirección, guión y fotografía) no ha habido ni una sola mujer. En toda su historia solamente cuatro mujeres han sido nominadas a mejor directora y únicamente Kathryn Bigelow logró alzarse con la estatuilla. Los premios se entregan desde 1929.

En pleno siglo XXI, las mujeres solo son el 9% de directoras; el 11% de los guionistas; el 20% de productoras ejecutivas; el 22% de las editoras y el 6% de directoras de fotografía, según el Centro de Estudios de Mujeres en Cine y Televisión. Pero esto no siempre ha sido así. En las primeras décadas del siglo XX, las mujeres ocupaban más puestos en la industria del cine que en cualquier otra época posterior. Pese a que a lo largo de los años se ha invisibilizado la labor de todas estas mujeres su trabajo fue fundamental en el nacimiento de lo que hoy conocemos como cine. En la época silente y pre-code, antes de que se aplicara el Código de Producción de Películas que convirtió Hollywood en un lugar mucho más regulado y opresivo con la censura de la violencia, la infidelidad, las insinuaciones sexuales o la homosexualidad en las películas, las mujeres eran operadoras de cámara, directoras, guionistas, diseñadoras de vestuario, directoras de arte y productoras. De hecho, había tareas, como la edición, que se consideraban puramente femeninas.

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Alice Guy-Blanché

Todo el mundo reconoce a Georges Méliès como el primer director de la historia del cine, pero lo cierto es que una mujer se le adelantó. Alice Guy-Blaché, de origen francés, tenía solo 18 años cuando empezó a trabajar como secretaria para Léon Gaumont, inventor y dueño de la compañía Gaumont, que en aquella época comercializaba aparatos fotográficos. Hija de un librero, Guy tenía la pasión por las historias corriendo por sus venas y muy pronto fue consciente del potencial que le ofrecía el último invento de los hermanos Lumière. La joven propuso a Gaumont grabar diferentes escenas y unirlas una tras otra con el objetivo de crear una historia, a diferencia de lo que se había hecho hasta entonces, que se limitaba a escenas cortas de la vida de la gente como trabajadores saliendo de una fábrica o desfiles. Gaumont lo consideró una “sensiblería femenina”, pero Guy prosiguió con su idea y en 1886 dirigió El hada de los repollos, inventando así el cine narrativo.

Con un medio recién nacido que daba la oportunidad de crear lo inimaginable, Guy fue pionera en el uso de efectos especiales, el lenguaje cinematográfico y en la creación del cine sonoro a través de la grabación del sonido con un gramófono años antes de que en EEUU aparecieran las primeras talkies. Pese a vivir en una Francia en la que las mujeres todavía no tenían ni el derecho al voto, Guy consiguió un gran éxito con sus películas y fundó junto a Léon Gaumont la productora Gaumont, que se convertiría en la primera compañía cinematográfica de la historia.

En 1907, Guy se casa y viaja a Estados Unidos para continuar haciendo cine de manera exitosa. Su obra se caracteriza por el uso de exteriores –y no decorados de cartón piedra– así como complejas escenas con un gran número de figurantes. Guy exploró diversos géneros como el policiaco, el religioso, el western o la ciencia ficción, creando un cine repleto de acción que la llevó hasta a hundir un barco en busca de mayor realismo. En 1910, con el dinero ganado por sus películas –fue una de las primeras personas capaces de vivir del cine– fundó la compañía Solax, y a día de hoy sigue siendo la única mujer de la historia dueña de un estudio cinematográfico.

A lo largo de su carrera, Guy dirigió, produjo –de hecho, inventó el puesto de productor– y supervisó más de 600 películas mudas y 150 películas “sonoras”. En su artículo Woman’s Place in Photoplay Production, Guy, consciente de las oportunidades que el cine ofrecía, animaba a las mujeres a trabajar en ese nuevo arte que podía beneficiarse de su talento, alegando que no había nada en todo el proceso que una mujer no pudiera hacer tan bien como un hombre.

La industria del cine empezó a cambiar con la llegada de los grandes estudios cuyo modelo de negocio no gustaba a Guy y tras divorciarse, vender su estudio y regresar a Francia, llegó la invisibilización de su trabajo. Muchas de sus películas se perdieron y otras tantas fueron atribuidas a sus asistentes. Los historiadores la obviaron en sus análisis y el mundo empezó a olvidarse de ella, hasta que en 1976 publicaron sus memorias y su nombre volvió a la luz. A día de hoy se sigue reivindicando su gran labor en la historia del cine, con el objetivo de devolverla al lugar que se merece.

Las estrellas

Aunque Mary Pickford sea principalmente conocida como actriz, también fue una de las productoras más importantes de su época. Nacida en Canadá como Gladys Smith, a los siete años tuvo que ponerse a trabajar en el mundo del teatro después de que su padre muriera en un accidente. Pickford consiguió un éxito notable en el teatro –lugar en el que cambió su nombre– pero sentía curiosidad por ese nuevo e intrigante mundo que era el cine y le propuso al director D. W. Griffith grabar una película juntos. Griffith aceptó y la joven terminó trabajando dos años como actriz y guionista para la Biograph Company.

Gracias a Tess of the Storm Country, película en la que Pickford interpretaba a una heroína de clase obrera, la actriz se convirtió en una de las primeras grandes estrellas de la gran pantalla. Su fama le permitió un control casi total sobre su trabajo, pudiendo elegir personalmente a guionistas y directores, e incluso realizar labores de edición sobre sus obras. Durante sus años de éxito, Pickford llegó a cobrar 10.000$ semanales y a obtener el 50% de los beneficios de sus películas, lo que hizo que fuera la actriz mejor pagada de principio de siglo.

Convertida en una de las mujeres más importantes de la industria, con tan solo 27 años fundó la United Artists junto a Charles Chaplin, D. W. Griffith y Douglas Fairbanks, quien posteriormente se convertiría en su marido. Desgraciadamente, al igual que ocurrió con muchas otras estrellas de su época, el cine sonoro representó el declive de su carrera. A esto había que sumarle la decisión de Pickford de abandonar la imagen de “niña” y “mujer delicada”, que había caracterizado a sus personajes, y pese a ganar un Oscar en 1929, jamás recuperó el interés del público.

Durante sus años de gloria, Pickford no solo cultivó éxito para sí misma sino que también dio trabajo a otras mujeres, como la guionista Frances Marion, que consideraba a la actriz “el pilar de su carrera”. Antes de ser la guionista mejor pagada de la industria, Marion trabajó como periodista y corresponsal de guerra durante la I Guerra Mundial. Fue directora y editora, pero como escritora su fuerte fueron los guiones, en especial las adaptaciones literarias. A lo largo de su carrera escribió más de 300 guiones –muchos para Pickford– y se convirtió en la primera guionista en ganar dos Oscars, por The Big House, en 1930 y The Champ, en 1932. Preocupada por el poco control que los guionistas poseían en la época sobre sus escritos, Marion trabajó en todos los aspectos de la producción cinematográfica que le fue posible con el fin de ser ella quien estuviera detrás de su trabajo. Esta preocupación hizo que Marion fuera también la primera mujer en formar parte de la junta directiva del Sindicato de Guionistas Americanos.

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Dorothy Arzner, directora de cine abiertamente lesbiana

Durante las tres primeras décadas del siglo XX, un cuarto de los guionistas eran mujeres. El cine ofrecía a las jóvenes la oportunidad de tener una carrera e independencia en un mundo que las relegaba al puesto de madres y esposas. Según comenta Cari Beauchamp en su libro Without Lying Down, Frances Marion era consciente de la importancia de la sororidad y siempre estuvo agradecida a sus compañeras de profesión, desmontando la extendida idea de que las mujeres hacían todo lo posible por impedir el progreso de otras.

No todos los hombres parecían conscientes de las posibilidades que el cine ofrecía a las mujeres. Cuando Dorothy Arzner se dirigió al director William DeMiller para decirle que quería trabajar en el cine, este le pidió que se pusiera de perfil, pensando que como mujer lo único que buscaba era ser actriz. Pero a Arzner no podía interesarle menos la actuación, ella quería estar detrás de la cámara. Empezó su carrera trascribiendo guiones para la Famous Players-Lasky – que posteriormente se convertiría en la Paramount– hasta que en 1922 se encargó de la edición de Sangre y Arena y James Cruze, el director, quedó tan impresionado con su labor que le ofreció trabajar mano a mano con él.

Arzner era abiertamente lesbiana, vestía de forma masculina con pantalones y chaquetas –todo lo contrario al ideal de mujer que Hollywood empezaba a promover– y fue la única directora sindicada de la industria durante años. A lo largo de su carrera dirigió unas veinte películas de gran éxito, algunas bajo contrato de la Paramount y otras de manera independiente para RKO, Columbia, MGM y United Artists. Aunque Arzner nunca se autoproclamó feminista, su obra se caracterizaba por la presencia de protagonistas femeninas fuertes y libres, que sirvieron para que Katherine Hepburn, Rosalind Russell o Lucille Ball se hicieran conocidas. Con esta última grabó Dance, Girl, Dance en la que retrataba las condiciones de trabajo de las bailarinas del music-hall y la dureza detrás de los brillos del espectáculo.

A diferencia de muchas de sus compañeras, Dorothy Arzner consiguió sobrevivir a la transición del cine mudo al sonoro, manteniendo así su importancia dentro de la industria y pese a que su nombre es poco conocido en la actualidad, el análisis de su obra desde la perspectiva queer y de género le ha devuelto el valor que un día tuvo.

Las mujeres asiáticas y afroamericanas

Si las mujeres blancas podían encontrarse con algunos impedimentos para entrar en la industria del cine, las mujeres negras o asiáticas los encontraban todos. En un Hollywood que representaba a los personajes orientales con actores blancos de rostro pintado de amarillo y ojos falsamente rasgados, la china Marion E. Wong y la japonesa Tsuro Aoki lograron hacerse un hueco.

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Marion E. Wong

Wong creó la Mandarin Film Company en California y trabajó como directora, guionista y actriz además de formar parte de la primera película estadounidense íntegramente protagonizada por actores chinos: The Curse of the Quon Gwon. Aoki, por su parte, dedicó su vida a la interpretación, aunque la mayoría de sus papeles estaban basados, desgraciadamente, en los estereotipos de la fragilidad y el exotismo atribuidos a las mujeres asiáticas.

La labor de las mujeres negras era aún más complicada, ya que no solo buscaban hacer cine sino revindicar a través de él la situación de los afroamericanos en unos Estados Unidos marcados por la segregación y el racismo. Un ejemplo de esto fue Drusilla Dunjee Houston –música, periodista e historiadora– que indignada con El nacimiento de una nación de D. W. Griffith y Thomas Dixon, en la que se promovía la superioridad blanca y se glorificaba el papel del Ku Klux Klan, escribió un su propio guión. Spirit of the South: The Maddened Mob era la respuesta de Houston a la pieza racista de Griffith y Dixon, pero su clara defensa de los afroamericanos era algo inaceptable en aquellos tiempos y nunca llegó a filmarse.

El hecho de que muchos historiadores obviaran la labor de las mujeres negras en sus análisis hace difícil asegurar quién fue la primera directora. El Festival de Cine Internacional de Mujeres Negras reconoce a Tressie Souders como la pionera y durante años denominaron a sus premios “Tressies” en su honor. A Souders solamente se le atribuye la obra A Woman’s Error –película distribuida por la Compañía Afroamericana de exhibidores– y está considerada “la primera película en reflejar la verdadera vida negra”.

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Drusilla Dunjee Houston

Gracias al interés de feministas, historiadoras y cineastas, en los últimos años se ha llevado a cabo una exhaustiva labor por recuperar el nombre y trabajo de las mujeres que dieron forma al cine en sus inicios. Hace un par de años Marta Sureda e Ingrid Guardiola formaron una exposición en el Museu del Cine de Girona con el objetivo de visibilizar a las precursoras del cine y a aquellas mujeres que a lo largo de los años han formado parte de la historia del séptimo arte, tanto en Estados Unidos como en Europa. Actualmente, la Universidad de Columbia ha rescatado la historia de más de 200 pioneras y sigue trabajando por restaurar las películas de estas cineastas, que en muchos casos se encuentran en condiciones deplorables o perdidas.

Este archivo contiene información sobre otras grandes cineastas como Anita Loos, autora de Los caballeros las prefieren rubias, que posteriormente sería versionada por Billy Wilder; Lois Weber, directora y guionista de enorme éxito durante la primera década del siglo XX; Natacha Rambova, directora de arte que diseñó algunos de los decorados más rompedores de la época; Alla Nazimova, autora de la adaptación modernista de Salomé de Oscar Wilde; o Sonya Levien, que se convirtió en una de las guionistas mejor pagadas de la industria cinematográfica.

El cine constituyó una oportunidad perfecta para que las mujeres mostraran sus habilidades y dieran rienda suelta a su creatividad, consiguiendo ser reconocidas y celebradas. Su trabajo se usaba para animar a las jóvenes de la época a luchar por una vida profesional, independiente y fructífera. Eran un modelo a seguir que se vio relegado a un segundo plano a medida que el cine se transformaba en un negocio multimillonario y los puestos de trabajo dentro de la industria adquirían renombre. La historia las olvidó o las convirtió en la excepción, y el resto de mujeres dejó de tener referentes dentro de la industria que les mostrara que ellas también podían hacerlo. Hasta los años 70 las mujeres no volvieron a formar parte activa del cine y todavía hoy, más de cien años después de que Alice Guy-Blaché se pusiera tras la cámara por primera vez, las mujeres se encuentran con numerosas dificultades para ocupar el lugar que les pertenece.

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