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Las mujeres de Al-Walaja: creatividad y resistencia frente a la ocupación

Martes 13 de noviembre de 2018

En el pueblo palestino de Al-Walaja, un grupo de mujeres ha desarrollado una iniciativa de reciclaje artístico con el objetivo de mejorar las condiciones de vida que impone la ocupación israelí y evitar el desalojo de la aldea. El “pueblo más hermoso de Palestina”, como se conoce popularmente a Al-Walaja, es una pequeña aldea situada entre Belén y Jerusalén que se encuentra dentro de la Seam Zone, un término empleado para referirse al área de tierra de la Ribera Occidental (Cisjordania) entre la Línea Verde marcada tras el Armisticio árabe- israelí de 1949 y el muro de separación israelí.

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El grupo de mujeres de Al-Walaja trabajando junto a Ala Hilu, artista palestino especializado en up-cycling. YARA RAMDAN

Belén (Palestina) 08/11/2018 Sara Moreno Público

La Seam Zone o Zona de Separación es el resultado de la construcción de la barrera que Israel comenzó a levantar en 2002 con la excusa de impedir ataques suicidas en su territorio. Con una longitud de 800 metros, este conjunto de hormigón, vallas electrificadas y zanjas discurre en un 80% de su trazado por territorio palestino, razón que llevó al Tribunal de La Haya a declararlo ilegal en 2004.

El principal motivo de que el muro penetre en Cisjordania más allá de la Línea Verde no es otro que rodear los bloques de asentamientos ilegales habitados por más del 85% de los colonos israelíes que ocupan los Territorios Palestinos. De esta forma, se permite incluir extensas áreas de tierra y recursos hídricos alrededor de ellos, creando una continuidad de los asentamientos con Israel y separando la zona del resto de Cisjordania.

Según la Oficina de la ONU para la Coordinación de Asuntos Humanitarios, más del 9.4% del territorio palestino ha quedado atrapado entre el muro de separación y la frontera con Israel o Línea Verde. Los 50.000 palestinos que viven en esta área, aunque legalmente están en territorio palestino, en la práctica se encuentran totalmente aislados del resto de Cisjordania y necesitan obtener permisos para vivir y trabajar en su propia tierra.

La pequeña Gaza de la Ribera Occidental

Este ha sido el caso de Al-Walaja, que ha quedado rodeada en el sur por el asentamiento de Har Gilo, en el norte y este por un tramo del muro de separación y en el oeste por una carretera de circunvalación israelí que conecta los asentamientos con Jerusalén. De seguir el recorrido previsto, la gigantesca barrera de hormigón convertirá a esta aldea palestina, de poco más de 2.400 habitantes, en una prisión al aire libre a la que solo se podrá acceder desde Cisjordania a través de un control militar en el acceso principal del pueblo.

Los efectos del total e inminente aislamiento al que se verán sometidos los residentes de Al-Walaja son múltiples y devastadores. Sin embargo, los habitantes de este vergel palestino, famoso por sus numerosos manantiales y huertos frutales, llevan sintiendo el impacto del expolio y la ocupación desde hace setenta años.

De la “vieja” Al-Walaja a la “nueva” Al-Walaja

Hasta octubre de 1948, Al-Walaja yacía en el otro lado del valle en el que ahora se encuentra y poseía más de 1.800 hectáreas de tierra. Sin embargo, con la división de Palestina en 1948, el pueblo original fue totalmente destruido y sus habitantes obligados a huir por las milicias sionistas, convirtiéndose en refugiados en Jordania, el Líbano y el área de Belén.

Con la esperanza de volver, unos cien habitantes desplazados se instalaron en cuevas y casas de barro a lo largo de la Línea Verde. Años más tarde construyeron estructuras permanentes y crearon lo que es hoy en día la aldea de Al-Walaja, en unas 440 hectáreas de tierra que habían quedado en el lado palestino.

La paz en Al-Walaja no duró mucho tiempo y, en 1967, aprovechando la ocupación de Cisjordania, Jerusalén Oriental y la Franja de Gaza, Israel incorporó una parte de la aldea a la recién ocupada municipalidad de Jerusalén. No obstante, a sus habitantes no se les concedieron los derechos de residencia israelíes y, desde entonces, se enfrentan a la amenaza de que sus hogares sean destruidos e, incluso, a multas por residir ilegalmente en sus propias casas.

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Parte del muro que rodea Al-Walaja. YARA RAMADAN

Asimismo, los Acuerdos de Oslo de 1993, en lugar de traer la paz a esta aldea dividida, causaron aún más problemas. Tras las particiones administrativas del territorio palestino que resultaron de los pactos, la mayor parte de la superficie de la Al-Walaja “cisjordana” (el 97,4%) fue designada, según la terminología de Oslo, como Área C quedando bajo control civil y militar israelí.

Desde entonces, el gobierno hebreo ha promovido diversas iniciativas legislativas con el fin de anexionar Al-Walaja y todas las aldeas que se encuentran en el Área C, un territorio que abarca el 60% de Cisjordania e incluye las zonas rurales más ricas en recursos naturales y con menos población palestina.

De este modo, los propietarios de viviendas en Al-Walaja están obligados a obtener permisos de construcción de la Administración Civil israelí o de la Municipalidad de Jerusalén para cualquier infraestructura edificada después de 1967. Dado que estas autorizaciones son prácticamente imposibles de conseguir (entre 2014 y 2014 solo se otorgaron 1.5% de los permisos solicitados) a los palestinos no les queda más remedio que construir sus casas sin licencia, arriesgándose a que sean destruidas y tengan que empezar de nuevo.

Lubna, una residente de Al-Walaja, conoce bien esta situación. Como a muchos de sus vecinos, hace poco las autoridades israelíes le notificaron una orden de demolición de su hogar. La única opción que le queda es llevar su caso al Tribunal Supremo de Israel, pero “es un procedimiento muy caro y, además, las probabilidades de ganar son casi nulas”, cuenta resignada.

Según B’tselem, entre 1982 y 2014 las autoridades israelíes emitieron alrededor de cien órdenes de demolición de viviendas en Al-Walaja, imponiéndose multas por un total de 1,5 millones de NIS (aproximadamente 350.000 euros). “Cuando los israelíes quieren derribar una casa, el ejército sella la entrada del pueblo con un puesto de control y accede con sus bulldozers. Nadie puede entrar o salir, ni saber lo que ocurre dentro de la aldea hasta que terminan de destruir el edificio” explica Lubna.

Asimismo, la confiscación sistemática de zonas de cultivo y de los recursos hídricos de la aldea forma parte de estas políticas de ocupación represiva para forzar a los residentes de Al-Walaja a abandonar sus tierras y desplazarse a las zonas A o B de Cisjordania en busca de una vida mejor. Así, desde que el pasado año se erigiera una valla de alambre alrededor de la aldea, los agricultores de Al-Walaja han quedado completamente aislados de sus tierras de cultivo y del cercano manantial de Ein Haniya, que ha pasado a ser de uso exclusivo de los israelíes que habitan la zona.

Cultivar su tierra y desafiar la ocupación

Estas son las circunstancias que han hecho de Al-Walaja uno de los núcleos más importantes de la resistencia no-violenta en Palestina. El último capítulo de la lucha de este pueblo contra la desposesión de sus tierras lo han protagonizado la intensa batalla legal y las protestas para parar el avance del muro.

Sin embargo, el rechazo de la Corte Suprema israelí a la petición de los residentes de redirigir la ruta de la barrera, unida a una política de represalias por la que los permisos de trabajo en Israel son retirados a todo aquel que participe en las manifestaciones, ha hecho que otras formas de resistencia civil, cada vez más creativas, surjan en la aldea.

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Uno de los jardines creados por las mujeres de Al-Walaja. YARA RAMADAN

En ello han tenido mucho que ver un grupo de mujeres, que apoyadas por la asociación alemana KURVE Wustrov, han desarrollado una iniciativa que busca a través del “upcycling” o reciclaje artístico capacitar a las mujeres de Al-Walaja para que puedan participar en la comunidad con otro tipo de activismo social, convirtiendo sus hogares en auténticos espacios de participación colectiva.

Para Nicola Busse, ex coordinadora de KURVE Wustrov en Palestina e Israel, el objetivo de este proyecto es empoderar a las mujeres de la aldea para que puedan resistir las duras condiciones que impone la Ocupación israelí “de una manera creativa y no violenta, aumentando sus oportunidades y las de la comunidad de Al-Walaja de lograr una mejor calidad de vida, pero, sobre todo, de evitar una nueva expulsión de sus habitantes”.

Con la tierra como punto de partida, la iniciativa busca que las mujeres construyan pequeños huertos y jardines en sus propias casas a partir de deshechos que transforman en objetos de valor y con los que, además, embellecen sus jardines, construyen columpios para los niños o muebles para sus hogares.

La idea del proyecto era que “que las mujeres de Al-Walaja trabajaran juntas en algo práctico y que, a la vez, sirviera a toda la comunidad”, explica Lubna, una veterana de esta iniciativa. “La tierra es la raíz que tienen los habitantes con este pueblo”, prosigue, “por eso, queríamos hacer algo que permitiera a mujeres, jóvenes y ancianos cuidar de la tierra para que el día en que Al-Walaja quede rodeada por el muro el vínculo con nuestra tierra sea tan fuerte que nos permita aguantar y no dejar el pueblo a los colonos”.

Para Rasha, otra integrante de la iniciativa, el jardín no solo se ha convertido en un lugar refugio, también ha contribuido a mejorar la vida familiar. “Antes nuestros hijos estaban todo el día con los móviles, pero cuando empezamos a trabajar en los jardines nuestras familias empezaron a acercarse, a estar más unidas”, comenta. “Lo jardines han sido una forma de animar a los niños y darles seguridad, de demostrarles que son capaces de hacer cualquier cosa”, añade entusiasmada.

No solo las nuevas generaciones se han beneficiado del proyecto, gracias a estas mujeres toda la comunidad de Al-Walaja ha descubierto otra manera de enfrentarse a la ocupación. “Cuando empezamos a trabajar en los jardines muchos vecinos venían a nuestras casas preguntando por lo que cultivábamos”, cuenta Lubna. “Incluso, a algunos, les ha gustado tanto la idea que han decidido comprar herramientas para diseñar sus propios jardines”, comenta risueña.

Asimismo, la iniciativa se ha convertido en una forma de negocio sostenible, ayudando a paliar una economía colapsada como consecuencia de la ocupación israelí y una sociedad que relega a las mujeres al espacio doméstico. “Con los alimentos que cosecho directamente de mi jardín puedo alimentar a mi familia y también gano algo de dinero con la venta de lo que me sobra”, asegura Lubna.

Sin embargo, aunque estos espacios verdes consiguen evadirlas temporalmente de una realidad cada vez más dura, la finalización del muro y el hostigamiento por parte de los colonos que los rodean hacen que el futuro se muestre incierto para esta pequeña aldea. “Si ya nos encontramos agobiadas viviendo aquí, cuando quedemos rodeadas por el muro, no me imagino como nos sentiremos”, dice Rasha.

Aun así, las mujeres de Al-Walaja siguen haciendo uso de la imaginación y la creatividad para preservar el sentido de comunidad e identidad árabe en la aldea. Ellas no pierden la esperanza y ejemplifican el Sumud palestino: la voluntad inquebrantable de permanecer en la propia tierra y de adoptar una vida digna a pesar de los desafíos que impone la ocupación.

“Para mí, cultivar la tierra en un lugar donde ni siquiera me está permitido construir es un acto de esperanza, una manera de demostrar que esta tierra es mía y de mi familia y que jamás nos echarán de ella”, sentencia Lubna.

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