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“Las cigarreras éramos autónomas, rebeldes e irreverentes”

Viernes 22 de julio de 2022

CIGARRERAS.DOC 20/07/2022

Isabel Gómez Ramírez habla de sus años como cigarrera en Madrid, de la lucha de las mujeres de Tabacalera, de memoria y de clase obrera.

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Isabel Gómez Ramírez, hija y nieta de cigarreras. | Foto: Javier Carbajal.

“Hace poco, por casualidad, investigando en la hemeroteca, he descubierto que mi bisabuela también era cigarrera”, cuenta Isabel Gómez Ramírez. Hija, nieta y bisnieta de cigarreras, le ha dedicado toda su vida a la Tabacalera de Madrid. Entre los muros decrépitos de esta antigua fábrica de tabacos a la que llama “mi casa”, dos décadas después de su cierre, Gómez recuerda cómo, entre lonas y oreos, se convirtió aquí en obrera y sindicalista. “La lucha obrera ha significado para mí mi vida. Es a lo que le he dedicado el 150 por ciento de mi tiempo, de mis ganas, de mis ilusiones y de mis penas”, dice.

Empezaste a trabajar en Tabacalera como auxiliar de limpieza con 18 años, en el 76, pero la mayor parte de tu carrera profesional la has dedicado al sindicalismo.

Sí. Seis años después de empezar me cambié a mantenimiento eléctrico y los últimos años fui auxiliar administrativa, una salida profesional que tomé al ver que la fábrica empezaba a tener un futuro incierto y que en un momento u otro se iba a cerrar, como así se confirmó después. Esos han sido mis trabajos formales, oficiales, pero todos los años como liberada estaba en el centro de trabajo desarrollando propuestas, hablando con los trabajadores, hablando con la empresa. Haciendo todo ese trabajo que conlleva mejorar, o intentar mejorar, las condiciones de trabajo de todos los trabajadores y trabajadoras.

¿Cómo eran esas condiciones?

Eran del siglo XVIII, no eran del XX. Y no es exageración. Se hizo mucho, mucho hincapié en nuestra generación en las condiciones de trabajo. En los salarios, en mantener el poder adquisitivo. Pero en temas de organización del trabajo, de permisos retribuidos, también se avanzó mucho. En la jornada laboral también se avanzó, aunque más lentamente. Es mucho más difícil, pero conseguimos, por ejemplo, que el 31 y 24 de diciembre fueran festivos por convenio. La jornada de los sábados era de cuatro horas y se redujo a dos.

En aquellos años, además, la organización sindical en la que militabas era clandestina.

Podías terminar en la cárcel. En las manifestaciones te podían pegar un tiro, había muertos todos los días. Podías no volver a casa. Lo de menos era que te sancionaran de empleo y sueldo, también te podían despedir. Pero sin organización no hay posibilidad de mejorar las condiciones laborales y reivindicar una justicia social.

La pelea era no solo como obrera, también como mujer.

Sí. A tu compañero hombre le considerabas un compañero al que cogías de la mano para reivindicar determinadas condiciones de trabajo y, al mismo tiempo, le considerabas también un obstáculo para desarrollarte dentro de la empresa. Bueno, sigue siendo así para las mujeres, en general, en todos los puestos de trabajo y en todas las empresas, creo que es así.

¿Recuerdas algún caso de lucha sindical de este tipo?

Hubo varios encierros. Y hubo una movida que a lo mejor no es la más trascendente, pero fue muy significativa para los hombres. Fue una bronca enorme que se montó en la fábrica porque un jefe de taller le había tocado una teta a una trabajadora. Llevábamos las batas con doble botonadura y él, con la excusa de que llevaba un botón desabrochado o algo así, le tocó. La chica lo dijo y se montó una bronca tremenda y fuimos todas las mujeres a pedir la cabeza de ese hombre. Fue un antes y un después porque había mucho abuso sexual por parte de los hombres y mucho acoso a las mujeres. Eso fue decir “hasta aquí hemos llegado y por aquí ya no vamos a pasar”.

¿Qué reivindicaciones laborales propias de las mujeres reclamabáis?

En los años setenta empezamos a plantear que hubiera guarderías en los puestos de trabajo. Esa fue una aportación que nosotras hicimos importante, que estuvimos reivindicando durante muchos años. En Tabacalera no lo conseguimos, pero sí se generó un movimiento importante en el mundo obrero de esa época.

Como tu bisabuela, tu abuela y tu madre, seguiste trabajando aun estando casada, a pesar de que entonces no se veía bien.

Me casé muy joven, tuve a mi primer hijo y, prácticamente recién nacido, empecé a ver que la fábrica ya no tenía futuro y me puse a estudiar otra vez. Pero con un hijo era tela marinera, porque entraba a las seis de la mañana a trabajar. Me acostaba, a lo mejor, a las doce, y a las cinco me levantaba. Así que muy duro. Pero no dejé de trabajar porque no tenía esa mentalidad. Mi madre, mi abuela y mi bisabuela han trabajado siempre, aunque entonces se entendía que, si te casabas, dejabas de trabajar. De hecho, en Tabacalera, cuando una mujer se casaba se le pagaba la dote, que era una indemnización para que dejara el trabajo. Era una ley general. Muchos años después, cuando se consideró anticonstitucional, muchas mujeres que se habían ido obligadas lo denunciaron y pudieron reingresar.

Por este tipo de cosas es importante hacer memoria histórica…

Muy importante. Primero, por el papel de las mujeres de Madrid en la historia y, segundo, por ese sentido de lucha y de solidaridad que ahora mismo está muy perdido. Las cigarreras son ejemplo como mujeres, pero son ejemplo también como clase trabajadora. Creo que las cigarreras eran mujeres autónomas, valientes, decididas. Bastante irreverentes y rebeldes. Así es como las veo yo en general o cómo nos veo, cómo me veo a mí también.

Ese sentido de lo colectivo, ¿marcó quién eres?

Significó una revolución en mi propia forma de ser, en mi manera de conducirme. Me he dado la vuelta como un calcetín trabajando allí. Era una niña absolutamente, hasta nivel enfermizo, tímida a más no poder, que había estado en un colegio de monjas cinco años interna. Las monjas no nos dejaban decir la palabra bragas porque era muy grosera, ¡esa palabra! Imaginaos cómo era mi formación. Pero lo más importante es que he sacado unas amistades que son verdaderas y para toda la vida. Y ese es el mayor regalo, porque hemos compartido momentos muy duros allí, momentos muy felices. Eso crea un lazo de unión. Y como hemos estado tantos años, hemos compartido nuestras etapas de noviazgos, de enamoramientos, de bodas, de hijos, ahora estamos compartiendo la etapa de los nietos. Todo eso va amartillando cada vez más esa sensación de amistad, ese cariño. Eso es lo más importante que he sacado de todo mi paso por Tabacalera.

¿Algún buen recuerdo de aquellos años?

Tengo uno muy divertido. Limpiábamos los váteres a cubos, era pleno verano y nos llevamos el bikini. Nos pegábamos baños a cubazos y luego bailábamos. Una compañera, Manoli, que la tengo mucho cariño, bailaba La niña de Fuego. Yo bailaba El lago de los cisnes. Son esas pequeñas cosas, esos recuerdos tan infantiles, tan espontáneos también, los que guardo con mucho cariño.

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