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La violencia más peligrosa es la que no se ve

Martes 23 de noviembre de 2021

YOLANDA DOMÍNGUEZ 17/11/2021 Pikara

Tanto en la publicidad como en la moda, y en los medios en general, las mujeres somos valoradas casi exclusivamente por nuestra dimensión corporal y en el mejor de los casos esa parte tiene más importancia que el resto.

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Imagen del Twitter Modelos Con Ciática.

9 am. Lucía ante el espejo se descubre una nueva cana. La mirada despiadada se pone a trabajar y le señala: “Tienes machas en la piel, no te has depilado, estás flácida”. Marta debe rellenar la solicitud para el puesto de manager. El miedo y la inseguridad le asaltan: “Tú no puedes, tú no sabes, tú no eres suficiente”. Carolina sigue sin poder conciliar el sueño desde que aquel grupo de desconocidos la acorralaron en el metro. Las dudas no la dejan respirar: “Ibas provocando, no denuncies, nadie te creerá”. Marta se siente frustrada por no tener hijos a los 40. Se está planteando la reproducción asistida para que dejen de recordarle que no es una mujer completa: “Eres un fracaso, nadie te quiere, te quedarás sola para siempre”.

Cerrad por un momento los ojos y escuchad todas las voces de todas las mujeres que se miran al espejo o están analizando sus vidas en estos momentos. Es como si nos hubiesen repartido a todas la misma estrofa y nos la supiésemos de memoria. Nuestros cuerpos están defectuosos, no son suficiente, tenemos la culpa de todo. Somos disciplinadas, sumisas, obedientes. No importa los años que cumplamos, nuestro color de piel o el dinero que tengamos: hemos asumido que valemos poco y que estamos siempre por debajo. ¿Qué clase de violencia es esta y de dónde viene?

Hay muchas formas de ejercer la violencia y no todas dejan las mismas huellas. Ser violento significa usar la fuerza para someter a otro ser causándole algún tipo de perjuicio. El daño puede ser físico, pero también emocional o incluso social. Los medios de comunicación tienen un enorme poder (y por lo tanto una enorme fuerza), que es la posibilidad de llegar con sus imágenes a millones de personas y de influir en ellas. ¿De qué manera estas imágenes están relacionadas con la violencia que sufren las mujeres en todo mundo? A través de los relatos culturales se va construyendo un tipo de violencia llamada “cultural” o “simbólica” que no es real, pero puede convertirse en realidad. Todas las imágenes que vemos, desde los dibujos animados, las películas, las series, los programas, hasta los anuncios, la moda o el arte, forman parte de nuestra educación. Los seres humanos aprendemos de la experiencia, pero también de la ficción. A través de la empatía somos capaces de ponernos en la piel de los personajes de cualquier tipo de relato, sentir lo que están sintiendo e incorporar ese aprendizaje a nuestra forma de actuar. Con las historias también aprendemos a socializar, es decir, saber qué se espera de nosotros y de nosotras en la sociedad y cómo nos tenemos que comportar. Esas tramas, reales o ficticias, nos indican qué se premia o qué se castiga: si eres un hombre debes ser agresivo y dominante, si eres mujer, complaciente y sumisa.

Hay imágenes que todavía van mucho más allá. La publicidad ya no sólo representa a las mujeres como personas débiles, sino literalmente rotas (esta es la palabra que usan algunos fotógrafos en sus shootings: “¡Rómpete!, ¡rómpete más!”). La moda y la pornografía son dos plataformas que llevan la violencia hacia las mujeres hasta límites extremos con la excusa del arte o de la ficción. El peligro no sólo reside en la falta de posicionamiento crítico hacia lo representado, también en la asociación de esa violencia con conceptos positivos como el glamur y el placer. Mujeres agonizantes, violadas y ensangrentadas son la nueva forma de vender perfumes o conseguir orgasmos. Las imágenes que vemos en los medios son una de las fuentes que alimentan la “violencia directa” que es la que se ejerce física o verbalmente de manera evidente. Algunos hombres incorporan a su comportamiento esa forma de relacionarse con las mujeres (el grado de influencia dependerá del resto de su educación y de su capacidad crítica para cuestionar esos relatos). Pero también provocan que la sociedad en general y las mujeres en particular aceptemos esa violencia con mayor facilidad. Las imágenes tienen el poder de normalizar todo aquello que visibilizan: ver violencia no siempre genera violencia, pero sí nos vuelve más insensibles a ella.

Una de las funciones de las imágenes en la historia del arte ha sido hacer visibles los triunfos de los poderosos y reforzar así su hegemonía, pero también se han utilizado para todo lo contrario: socavar la imagen del enemigo y mantenerlo subyugado. Los ejércitos vencidos o las personas dominadas aparecen siempre arrodilladas, inclinadas, ocupando poco espacio y en segundo plano. Las mujeres somos representadas constantemente como seres derrotados y en puestos secundarios. Pocas veces tenemos papeles protagonistas y nuestras decisiones no cuentan ni son relevantes para el desenlace de los relatos. La violencia cultural alimenta otro tipo de violencia que es la “violencia estructural” y que se refiere al lugar de inferioridad que se otorga a las mujeres en la sociedad. Que exista mayor pobreza femenina, que las mujeres desempeñen las profesiones menos cualificadas, que cobren menos salario que sus compañeros, que la medicina esté basada en el cuerpo masculino o que la justicia no tenga en cuenta la perspectiva de género es una violencia que tiene que ver con el escaso valor que se les da a las mujeres en la jerarquía social.

La violencia puede consistir en gestos, palabras o imágenes, pero también en la ausencia de ellas. Retirarle la palabra a alguien o dejar de alimentar a un bebé podría ser considerado un acto de violencia. En el caso de las mujeres, es violenta la inexistencia de referentes de figuras femeninas fuertes, valoradas por su profesión o sus logros, capaces de dirigir equipos y países, sobresalientes en tecnología, deporte o ciencia. La falta de modelos tiene unas consecuencias reales: sin ellos las mujeres no podemos aprender ni plantearnos “llegar a ser” y el resto de la sociedad tampoco podrá valorarnos de esa manera. Otro elemento imprescindible que han borrado del mapa visual es nuestro placer sexual. ¿Dónde está la representación del deseo de las mujeres en el imaginario? ¿Por qué sólo somos objetos de deseo y no sujetos? ¿Acaso la negación del placer no es una forma más de limitarnos?

Otra de las estrategias más agresivas para degradar, y por lo tanto ser violento con un ser humano, es deshumanizarlo. Tanto en la publicidad como en la moda, y en los medios en general, las mujeres somos valoradas casi exclusivamente por nuestra dimensión corporal y en el mejor de los casos esa parte tiene más importancia que el resto. Considerarnos sólo cuerpos es una forma de rebajar nuestra capacidad y de objetificarnos. Despojar a una persona de su dimensión humana y tratarla separada de su parte racional y emocional influye definitivamente en la forma de relacionarse con ella. Es físicamente imposible empatizar con un objeto y esto explica muchas de las situaciones de sometimiento que aún siguen sufriendo las mujeres en el mundo entero y que se basan en disociar el cuerpo de la persona. La prostitución y la gestación subrogada son dos ejemplos de ello.

Y, por último, pero no menos importante, la violencia cultural también provoca la “violencia interiorizada” que es la que ejercemos las mujeres contra nosotras mismas cada vez que subestimamos nuestras capacidades y despreciamos nuestro aspecto. Ese discurso constante de odio hacia nuestro cuerpo y el control al que lo sometemos no es algo que surja de manera natural, sino que es consecuencia de la voz con la que nos hablan los medios. La vil estrategia de la industria de la belleza, adquirida también por el resto de plataformas visuales, nos exige mantener un cuerpo de adolescente, delgado y blanco eternamente. El resultado son millones de mujeres frustradas y dispuestas a comprar cualquier producto y hacerse todo tipo de operaciones para conseguir ser valoradas. La imposición de tener que luchar contra la naturaleza y el paso del tiempo es una violencia absolutamente perversa teniendo en cuenta, además, que el cuerpo es el pilar sobre el que se nos obliga a construir nuestra identidad. Un cuerpo que vivirá eternamente acomplejado y despojado de su dimensión humana, racional y emocional.

Muchas personas piensan que la violencia cultural o simbólica no es peligrosa porque no es real. Otras se excusan asegurando que el daño que producen las imágenes es inconsciente. Pero no hay que medir la violencia ni por la forma ni por los motivos que la originan, sino por los daños que promueve.

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